“Gurris-Gurris”

May 14 • Conexiones, destacamos, principales • 10219 Views • No hay comentarios en “Gurris-Gurris”

Juan José Gurrola

POR HUBERTO BATIS

 

Conocí a Juan José Gurrola cuando se unió al grupo de Poesía en Voz Alta de Juan José Arreola y de Octavio Paz. Aunque estudió arquitectura se convirtió en un gran actor y en un director de teatro como no ha habido otro.

 

En el Teatro de los Insurgentes le ayudé a montar Bajo el bosque blanco, de Dylan Thomas, con traducción de Pixie Hopkin, con quien tuvo a su hija Gabriela. También era muy amigo de Juan García Ponce, quien le enviaba traducciones de obras de Klossowski y Musil: Roberta esta tarde. En Bajo el bosque blanco, obra preciosa que describe la vida de un puerto, actuaron mis amigos Luz del Amo, Enrique y Yolanda Alatorre. Con Gurrola no te podías andar por las ramas. Era un ser esperpéntico. A medida que avanzó su vida, muchas veces el alcohol lo convirtió en un monstruo genial.

 

Fui testigo del flechazo entre Pixie y García Ponce, que los llevó a su amor feroz. Me contaban que Mercedes de Oteyza, la mujer de Juan, lo echó de su casa de la calle de Sonora por este amorío. Él rentó un departamento en la calle de Tabasco, en la colonia Roma. Ya le costaba trabajo caminar, y allí  finalmente empezó a usar la silla de ruedas. Todavía escribía a máquina, tenía movilidad en las manos, fumaba mucho. Una noche estaba en su departamento con Pixie y su hija Gabriela, cuando Gurrola tocó la puerta. Les gritó: “¡No sean cabrones! ¡No sean así! ¡No me dejen solo!” Fue tan lastimero que le abrieron. Se emborracharon los tres. Eso me parecía una hazaña: Le robas la mujer a un amigo, éste te busca y acaban borrachos. Pixie se marchó a Estados Unidos con Alfredo Elías Calles para emprender varios negocios, uno de ellos se llamó Pelucas y pestañas Pixie.

 

Gurrola empezó a hacerse un nombre no sólo como director de teatro, sino como pintor, músico, director de cine y actor. Dirigió Pasiphae, una obra en la que aparecía Vera Larrosa, una actriz con la que  yo soñaba. Un día le dije a Vera que nunca la alcanzaba en mis sueños, en los que la perseguía por campos floridos. Y me respondió: “Pues alcánzame”. Era una de las actrices más valiosas con las que contaba Gurrola, lo mismo que Betty (Beatriz) Sheridan, tía de Guillermo. También formó a muchos actores y directores, entre ellos a Salvador Garcini, que es una de sus creaciones más exitosas, tanto que podríamos decir que es un Gurrola II.

 

Como director de cine dirigió Tajimara a partir de un cuento de Juan García Ponce. Recuerdo que durante su filmación en el Desierto de los Leones, por poco salgo sin querer en una escena cuando pasé en auto. En su carrera como actor caracterizó a Morelos en El Martirio de Morelos, de Vicente Leñero. Recuerdo que en la presentación de la obra se usaron caballos, y como el escenario estaba inclinado hasta un sector de las butacas, cuando los caballos “descomían”, las boñigas rodaban hasta los espectadores. Al presidente Miguel de la Madrid le contaron que la obra estaba muy fuerte porque se representaba a un Morelos temeroso del juicio de Dios, confesando sus pecados, sus amasiatos y sus crímenes. Eso le molestó mucho a Mickey Mouse y la obra fue suspendida. Gurrola también representó a Diego Rivera en la película Frida, naturaleza viva (1983), que dirigió Paul Leduc. Era su personaje perfecto: corpulento, cara abotagada, la indumentaria, los ademanes, todo él era Diego Rivera.

 

Tengo que contar algo muy bochornoso. En el año 2000, Gurrola me invitó a participar en un “antihomenaje” que se organizó en el Teatro El Granero. Participamos Raúl Falcó, Guillermo Fadanelli y yo. Cuando tomé la palabra le dije: “Gurrola, ¿qué estás haciendo en este teatro?” Le dije que era muy fallida la intercalación que hacía Falcó de fragmentos suyos en la obra strindberg.com/gurrola.  Entonces se hizo el oscuro total y una actriz de nombre Rocío Boliver, conocida como “La Congelada de Uva”, se subió a la mesa de ponentes. Cuando estaba “sobres”, la iluminó un reflector y en frente de todos parió una muñeca entre gemidos y abundante sangre. Se volvió a apagar la luz. La mujer se levantó y me orinó de arriba a abajo. Al principio pensé que estaba lloviendo, pero cuando se volvió a encender una de las luces, todo mundo vio cómo me orinaba. Todavía me sigue pareciendo de muy mal gusto. Obviamente “La Congelada de Uva” obedeció a su director. Ella había participado en todas las escenas obscenas de la obra.

 

Todavía participé en un homenaje a Gurrola que le organizó Sari Bermudez en el Centro Nacional de las Artes, cuando ella estaba al frente de Conaculta. Fue algo muy bonito, muy contrario al “antihomenaje”. Ahí hablé de Bajo el bosque blanco. Participé con Hugo Gutiérrez Vega, Raúl Falcó, imborrable compinche de Gurrola, y Juan García Ponce.

 

La actriz irlandesa Pixie Hopkin vino a Texas al mismo tiempo que Juan José Gurrola porque ganaron una beca. Gurrola se la ligó y se la trajo a México, aunque aquí había dejado de novia a Luz del Amo. La nueva pareja llegó a vivir a un departamento que estaba en una torre que era de un señor que les rentaba por donde ahora pasa el Periférico hundido, en San Ángel. Todos nos enamoramos de Pixie, entre ellos mi cámara fotográfica, y le tomé varios rollos de fotos fantásticas. En este artículo se publica una foto de Gurrola y Pixie que yo les tomé en una fiesta. Recuerdo que asistí a su boda eclesiástica en la iglesia de Chimalistac. Fui acompañado de Pepita Ramos, quien se casó después con el muralista Mario Orozco Rivera, padre del también artista Gabriel Orozco.

 

Otra de las esposas de Gurrola fue Diana Mariscal, protagonista de la película Fando y Lis, de Alejandro Jodorowsky. La boda fue en una casa de la Roma Sur. La mamá de Diana organizó un banquete de bodas y puso pétalos de rosas en una escalera que daba a un cuarto que estaba arriba del patio. El cuarto y la cama estaban llenos de pétalos: era el himeneo de Gurrola y Diana Mariscal. Él se botó la puntada de mostrar la sábana con sangre (seguramente vino), como en la antigüedad se mostraba la virginidad de las mujeres.

 

En una ocasión estábamos en una casa que Juan García Ponce tenía en con Michelle Alban en la calle de Ramón Corona, cerca de donde hoy está Plaza Loreto, en Revolución y Río Magdalena. Enfrente estaba la barda de una fábrica de papel, donde actualmente hay un Sanborns. Diana le dijo a Gurrola: “Ya me quiero ir”. Él le respondió: “Vete”. Y ella se salió. Le dije a Gurrola que no la dejara ir porque no pasaban taxis y era muy peligroso. Alcancé a Diana y la convencí de que regresara y un rato después estaban bailando.

 

Después Gurrola se casó con Fiona Alexander, una finísima persona. Sólo tengo buenos recuerdos de ella. Era una escocesa grandota, tanto que en una reunión me pidió subir sus piernas en las mías para descansar. Eran como dos columnas de mármol, pesadas. Era muy buena para hacer escenografías, tanto que la contrataron en Bellas Artes. Tuvieron un matrimonio muy feliz y muy incondicional de parte de ella. Pero Fiona tuvo una muerte trágica en un accidente de automóvil. No sé a qué ciudad iban y el conductor del INBA se estrelló con otro coche.

 

Después Gurrola se casó con la actriz Rosa Vivanco, con quien tuvo a su hija Flor Edwarda, también actriz, en honor a Madame Edwarda de Georges Bataille. Con su hija representó varias obras, entre ellas una reposición de Bajo el bosque blanco en el Centro Nacional de las Artes. Rosa Vivanco, también conocida en el teatro como Newton, lo acompañó hasta el final de su vida. Al funeral de Gurrola tuve la desgracia de ir en la noche. En la puerta de la agencia García López encontré a Miguel Ángel Pineda, eterno jefe de información del Conaculta. Ya habían cerrado la capilla fúnebre y nos dijeron que todos se habían ido a un bar cercano. No los encontramos. Al día siguiente, mi mujer Patricia González y yo quisimos ir al homenaje de cuerpo presente que le rindieron en el Palacio de Bellas Artes. En el camino, sobre Calzada de Tlalpan, me dijeron por celular que ya se había terminado, que estuvo muy poco tiempo. Ya no me pude despedir de mi amigo.

 

Juan José Gurrola me llamaba “Hubert-Hubert”, en honor al personaje de la novela Lolita, de Nabokov. En respuesta, yo le decía “Gurris-Gurris”.

 

*FOTO: El dramaturgo Juan José Gurrola y su novia Pixie Hopkin en una fiesta en la Ciudad de México a inicio de los años 60/ Cortesía: Huberto Batis.

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