Palavicini: construcciones y deconstrucciones de un país

May 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 3171 Views • No hay comentarios en Palavicini: construcciones y deconstrucciones de un país

POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

 

Recién comenzaba a estudiar la carrera de historia cuando vi Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000, una película del cineasta suizo Alain Tanner. En ella aparecía un profesor que en su primer día de clases, para explicar la historia, mostraba una larga salchicha afirmando: esta es la historia.

 

Ante el azoro de los alumnos, tomaba un machete y lo cortaba en trozos. Cada pedazo, decía, es para poderlos estudiar mejor, pero todo esto -mostraba el salchichón- es parte de lo mismo.

 

Jamás me olvidé de esa lección, me resulta imposible ignorar esa imagen.

 

Nos educaron con una historia fragmentada donde los hombres de la Revolución, por ejemplo, nada tenían que ver con los hombres del Porfiriato o de la Reforma, pero cuando uno lee algunas biografías, se entera de que no es verdad: Madero pertenecía a una familia de terratenientes porfiristas lo mismo que Carranza, y ambos rompen ese proceso; igual sucede con los intelectuales y pensadores como Justo Sierra, a quien hoy nadie cuestionaría como porfirista (fue ministro de Educación de Díaz), o de uno de los padres de la literatura mexicana, Ignacio Manuel Altamirano, que fue embajador del dictador Porfirio Díaz.

 

Ello no los hace mejores o peores, tan sólo los coloca en una dimensión diferente para entender los propios procesos históricos e ideológicos; es la enorme salchicha de Tanner que ha sido fragmentada sin comprender que la carne y la sangre de que está hecha es la misma en un pedazo u otro.

 

Ahora releía, por el inminente centenario de EL UNIVERSAL, a un intelectual que ha sido poco valorado entre los pensadores de nuestra historia, a pesar de ser un baluarte fundamental de nuestra modernidad. Se trata del fundador de este diario, Félix Fulgencio Palavicini, un tabasqueño cuya visión y concepción del país tiene que recobrarse para tratar de entender lo que somos.

 

Con una vasta bibliografía, a Palavicini le sucede lo que a muchos otros pensadores, que por no estar en el pináculo académico o cercano a los grupos intelectuales de poder (o de moda) se les suele excluir de las historias del pensamiento o de los intelectuales que reflexionaron sobre nuestro ser.

 

Curioso que un hombre que fundó el primer gran diario moderno de México, que fue constructor fundamental de la Constitución Política de 1917, quien prácticamente convocó a la misma; que fue secretario de Educación (de Instrucción Pública y Bellas Artes, era su puesto), diplomático, autor de más de una docena de libros y un hombre cercano a dos de los próceres de la Revolución (Madero y Carranza), sin embargo sea un personaje al que poca gente recurre para estudiar lo que somos (ahora mismo recuerdo a Alfonso Taracena, también tabasqueño, también excluido, con una vasta obra y colaborador de toda la vida de EL UNIVERSAL).

 

Palavicini, pues, debería volver a leerse o tal vez sólo leerse. Justamente, uno de esos libros, es un ensayo llamado Estética de la tragedia mexicana (México, 1933), donde concluye que “nuestro primer deber es conocernos, estudiarnos a fondo, para saber cuál es el elemento humano de que se dispone, y con tales factores, discurrir sobre su organización social y política”, escribe y eso es lo que describe a lo largo de 190 páginas en donde plasma una serie de definiciones del ser del mexicano, dentro de una polémica que por entonces se gestaba, en tanto aparecían diversos textos con ese mismo tema, como El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos, publicado en 1934.

 

Miembro de una generación que vivió los últimos años del Porfiriato y los primeros de la Revolución, incluso hasta su institucionalización, nos mira desde el piso de abajo, de los iguales y diferentes.

 

Formado en el positivismo porfirista, aún su visión sobre lo mexicano parte de la cadena de procesos históricos y de la reivindicación (y complemento) de las razas que pueblan este país. “En sus luchas por la libertad y el gobierno, le faltan al pueblo mexicano muchas etapas por recorrer para conquistar el equilibrio”, escribe, dejando atrás el dogma positivista de que muy pronto llegaríamos al progreso, identificando este con el porfirismo.

 

Cuestionable, como todo texto inteligente que se lanza para la discusión, parte de un principio optimista, tan ajeno al mexicano actual al que todo le parece negro; para Palavicini, la grandeza mexicana estriba en la tragedia misma. “El constante despego por la vida, la falta permanente de temor a la muerte, el amor por lo fluctuante y lo inestable; el peculiar olvido del pasado; el goce glotón del presente y el altivo desdén del porvenir, son cualidades estéticas del carácter del mexicano”.

 

A la estética contrapone lo pavoroso, como las matanzas de Alvarado, las traiciones de Picaluga o Huerta, y ante lo pavoroso, muestra lo patético.

 

Hay que conocer la estética de la tragedia para poder avanzar, para poder conquistar el equilibrio. Palavicini cree en la democracia y para ello, dice y está convencido, hay que mejorar la educación, no únicamente la elemental, hay que fomentar una alta cultura universitaria.

 

En uno de sus capítulos, Palavicini habla del humor mexicano, de la sátira popular pues, dice, nuestro pueblo “tiene una gracia peculiar para encontrar el aspecto cómico de todas las situaciones políticas”.

 

Resulta un tanto asombroso que alguien recobre esa temática para entender lo mexicano. Muy pocos autores lo han hecho: Juan José Tablada o Carlos Monsiváis, por ejemplo.

 

Palavicini recobra una serie de chistes realizados a costillas de dos personajes con quienes compartió convicciones, militancia e historias y que forman parte de nuestro panteón de héroes: Madero y Carranza.

 

Rescata una idea que vengo pregonando: la sátira y el humor dan una idea exacta de la vida histórica de México. Así, publica una Primera carta abierta a don Pancho I. Madero:

 

Mi apreciable presidente

demócrata y popular

que no sabes gobernar

aunque sí hacer aguardiente:

en estilo reverente

me permito aconsejarte

que procures rodearte

de quien alce tu labor;

si no, márchate mejor

con tu música a otra parte.

 

Hay muchos ejemplos más, pero ello muestra a un autor que, sin dogma alguno, sabe encontrar el chiste, literalmente hablando, de nuestra historia.

 

En otra parte, escribe pequeñas semblanzas de los personajes de nuestra historia. Resulta interesante su visión de la conquista, no como una violación como con frecuencia se habla sino como un acto de amor: “del beso de Hernán Cortés y la Malinche surgió el mestizaje inquieto, vigoroso y activo, que en todo este continente prolonga las glorias de una raza”, esta visión tal vez explique el olvido hacia Palavicini pues tenemos un siglo pensando lo contrario, asumiéndonos como indígenas y rechazando nuestra raíz hispana, sin entender que la conformación de este país no se finca ni en el origen europeo ni mucho menos en una mirada derrotista, de raíz indígena, como señala el sentir popular, sino en el crisol de pueblos que han formado lo que somos los mexicanos.

 

En tiempos de globalización, de momentos históricos vertiginosos, hay que leer a estos personajes que hace un siglo pensaban o soñaban con un país al que, más allá de su propio optimismo, le falta mucho por avanzar, aunque haya dado pasos importantes en estos cien años.

 

*FOTO: Félix F. Palavicini fue un firme defensor de la educación integral como camino hacia la democracia/ Archivo EL UNIVERSAL.

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