El derecho humano a la utopía

Jun 4 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3449 Views • No hay comentarios en El derecho humano a la utopía

El amor y los bosques, de Éric Reinhardt
POR ETHEL KRAUZE

 

¿Por qué habríamos de aceptar la realidad, tal como se nos presenta? El cientificismo con el que se reviste nuestra era no admite rendijas. No hay campo para imaginar mundos mejores sin caer en el infantilismo o la necedad. Desde todos los ángulos se nos dice: madurar es adquirir la capacidad de aceptación. Quienes se resisten a este mandamiento quedan al margen de la razón y la inteligencia.

 

Pero, ¿es esto justo, acertado, o siquiera, recomendable? ¿Acaso no sería mejor llenar la cabeza de nuestros hijos con fantasías y su corazón con ilusiones? ¿Debemos cerrarles la puerta a la utopía? ¿Con qué fin? ¿Para adaptarlos desde temprano a aceptar la realidad que los circunda y que ha sido prefigurada desde el nacimiento? ¿Somos mejores ahora, como padres, obedientes de un realismo chato, que nos lleva del trabajo a la casa y viceversa, persiguiendo un salario contante y sonante para comprar cosas prescindibles?

 

En este tiempo de reivindicaciones, el derecho a la utopía debe considerarse también un derecho humano, tan necesario como la alimentación, la salud y la educación. No es posible seguir generando seres abúlicos y depresivos, insomnes, adictos, indiferentes, suicidas en potencia, pletóricos de información en tiempo real, segundo a segundo, cada vez más abrumadora.

 

Estas reflexiones me sorprenden al final de la lectura de El amor y los bosques, publicitada como una revisitación contemporánea de la célebre Madame Bovary, mediando casi ciento sesenta años entre ambos autores franceses, Éric Reinhardt y Gustave Flaubert. Madame Bovary representa no sólo la crítica a la “educación sentimental” que recibían las mujeres a través de las novelas rosas y folletines de la época, sino al personaje femenino por antonomasia, creado por un autor varón, tanto, que el propio Flaubert declaraba que Madame Bovary era él mismo, como revelación de su poder literario.

 

La lectura tradicional de esta obra es un alegato por el realismo y una advertencia a las mujeres insaciables. El castigo debe ser tan convincente como la muerte. Incluso, en nuestro país, el análisis de este personaje dio pie al filósofo Antonio Caso a acuñar el término “bovarismo nacional”, para describir una característica de la naturaleza mexicana: la tendencia patológica entre un yo ideal y un otro amenazador, reinterpretando la realidad de los procesos históricos.

 

También ha servido el personaje de Madame Bovary como paradigma de la desigualdad entre los sexos y los estereotipos culturales que colocan a la mujer en situación subrogada aun ante su propia vida. Se ha considerado que representa una denuncia y una reclamación en la perspectiva de género.

 

Sin embargo, una lectura actualizada puede revelarnos más enfoques: Madame Bovary es una mártir del derecho a la utopía, la esposa de un médico rural prisionera de la rutina y la mediocridad que la envuelven, se lanza a la aventura de retomar las promesas de su juventud, siempre postergadas por el mandamiento de la aceptación realista. A pesar de que en el camino encuentra más engaños, decepciones y amenazas, no ceja, ni así habrá de conceder asilo a la realidad. Prefiere envenenarse. No quiere el perdón incondicional del marido. Insiste en su derecho a conservar la utopía, hasta en el más allá. Esta vehemencia tal vez se acendra en las mujeres cuya realidad es doblemente acerba. No aceptan el mundo como es, y menos aún, el mundo en que han sido confinadas.

 

Esta actualización emerge, con elegancia y destreza, de El amor y los bosques, ese espacio idílico para la perpetua consolidación de los deseos. Es ahí, en una fresca penumbra tocada por los oros de la tarde, donde Reinhardt coloca a Bénédicte Ombredanne, una maestra de provincia a la caza del autor que la “escriba”, que le abra en las páginas de una novela un bosque donde lograr el perfecto momento amoroso, la llegada inacabable del beso tan largamente esperado, soñado, imaginado, presentido, construido, en medio de la enfermedad, la violencia, la desesperación, la soledad en la que ha vivido durante su matrimonio.

 

Reinhardt es a la vez el autor y el narrador, el personaje cómplice de la mujer que lo busca para hacerle llegar su diario, escrito en el hospital psiquiátrico luego de un intento de suicidio. Renhardt es, literalmente, esta Madame Bovary contemporánea que nos comparte su secreto amoroso. Nosotros, los lectores, tenemos la última palabra: ese secreto ¿ocurrió en realidad?, ¿o es sólo un sueño, una ilusión, un invento compensatorio?  Y más aún: ¿seremos capaces de no alimentar esta disyuntiva y contemplarla como la única realidad palpable, continuar como secreto, para esta mujer que defendió su derecho humano a la utopía?

 

La literatura es el ojo profundo que hace de nuestra realidad un cúmulo de posibilidades. Sin ella, tendremos que aceptar el horror que hoy nos convoca como mexicanos. Naturalizar la corrupción. Hospedar a la violencia sin que pague la renta de la infamia que produce. Gracias a una novela multipremiada como ésta, que publica Alfaguara, y cuyo autor se presenta como uno de los grandes nombres de la literatura francesa actual, puede surgir, en quienes nos sumergimos en sus páginas, la flor de la indignación, la ígnea flor de la rebeldía, el hambre y la sed de la utopía y nuestro derecho a construirla, a creer en ella, a perseguirla y a alcanzarla.

 

*FOTO: Eric Reinhardt: El amor y los bosques, Madrid, Alfaguara, 2015, 360 pp/ Especial.

 

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