Joachim Trier y la conciliación esencial
POR JORGE AYALA BLANCO
En Más fuerte que las bombas (Louder than Bombs, Noruega-Francia-Dinamarca-EU, 2015), divagante pero superemotivo filme psicológico 3 pero primero en inglés del exsonidista cineasta dinástico noruego (nieto del eminente realizador Erik Lochen) de 41 años y ya inspirador de un culto hípster revelado efímero Joachim Trier (Volver a vivir-Reprise 06, Oslo, 31 de agosto 11), con guión suyo y de Eskil Vogt, el exactor cuarentón vuelto profesorcito viudo aún doliente irrecuperable Gene (Gabriel Byrne) debe convocar en su baldía casa familiar de la Isla Stanton en New York a su veleidoso hijo mayor apenas iniciándose en la carrera de ratas académica universitaria pero ya con bebé Jonah (Jesse Eisenberg repitiendo como la autodestruida sombra deambulante de Oslo, 31 de agosto) para que, en compañía del rechazante inaccesible hermano adolescente sólo comunicado con sus videojuegos Conrad (David Druid cargando casi por completo con la carga emotiva del relato), revisen y pongan orden en el amontonadero de materiales fotográficos y batidos archivos digitales que dejó al morir, en un accidente automovilístico presumiblemente suicida tres años atrás, la inolvidable esposa-madre y devota fotorreportera a la europea Isabelle Reed (Isabelle Huppert compitiendo sin glamour con la también fotoperiodista a la noruega Juliette Binoche de Mil veces buenas noches), para elaborar tanto una magna exposición de sus artísticos trabajos como el evocativo texto adjunto, tareas que acabarán encomendándosele al idealista excolega y ocasional amante aliviatensiones mutuas de la difunta Richard (David Strathairn de concentrada efigie canosísima), mientras los familiares de la homenajeada hasta con gran artículo de primera plana en The New York Times, deben lidiar con sus relaciones familiares, lastradas por una culpa inconsciente, y con sus insensatas vidas amorosas, el padre al lado de la profesorcilla tan insignificante como él Hannah (Amy Ryan) a quien debe mantener en secreto por ser la actual mentora de su hijo Conrad, éste con la exitosa compañera de clase Melanie (Ruby Jerins) a quien no se atreve siquiera a dirigirle la palabra, y el conflictuado adúltero instantáneo Jonah con su guapa exnovia Erin (Rachel Brosnahan), pese a estar muy enamorado de su cariñosísima esposita por skype Amy (Megan Ketch), hasta la conciliación esencial, así sea.
La conciliación esencial logra con amarga felicidad desazonante que el personaje in absentia de la madre, cual nueva figura mórbida ultrahitchcockiana (Rebeca 40), esté omnipresente por medio de flashbacks recurrentes, para pesar como un fardo sobre prácticamente todos los comportamientos, actitudes y acciones de los protagonistas, hasta la implosión familiar por selección natural de la falta de afectos, esa displicente esposa abandonadora, esa madre que le enseña a Conrad la importancia de cambiar in situ y ab ovo un encuadre fotográfico para modificar sustancialmente el significado de la imagen (¿incluso la de ella misma?), esa progenitora ambigua que como el Cid gana batallas (anímicas) después de muerta para bloquear e inspirar a la vez, ese sujeto-objeto de los más tersos e inquietantes flashes mentales desde la agónica inefable Petulia de Lester (68), esa estoica rebasada por su sensación de no-pertenencia fluctuante entre el necesario viaje compulsivo y un arraigo insuficiente-innecesario, esa mujer devastada que exhibe de pronto en la fijeza de su rostro en big close-up la huella de mil combates de amor en sueños, esa imago de holograma vuelta duro deseo de ya no durar, esa hembra errante que se ensueña flotando a mitad del desierto afgano o en el fondo marino, porque la presencia de la perfecta ausente (y no la del amor) es Más Fuerte que las Bombas, y todavía más estruendosa al interior del alma.
La conciliación esencial desborda aparente desperdicio de talento, incluso un deslumbrante e infinito talento desperdiciado, tanto el talento evidente del mismo Trier, esforzándose por magnificar estéticamente una anécdota a fin de cuentas lugarcomunesca (Una muerte en la familia de Agee) y convencional, como el lamentable talento de cada una de sus criaturas viriles, sus semejantes, sus reflejos disminuidos, y sublimados a la vez, no demasiado distintos de la madre a la que sin cesar se remiten y acaso imitan, a saber: el talento actoral roído Gene, el arribista talento mendaz de Jonah extraviado en un triste dobleteo erótico y, sobre todo, el desatado talento videoclipero de Conrad que motiva la mejor secuencia imaginativo-creativo mimética del filme antes de que el desdichado muchacho se enfrente a la decepción de la vomitante-vomitiva vulgaridad de su objeto del deseo; tres talentosos atormentados intelectuales sustancialmente masoquistas y autodestructivos a rabiar, tres típicos neuróticos demandantes de afecto irracional que para corregir un error cometen otro peor, tres deudos que no sólo comparten el fantasma taciturno de la madre sonriente sino sus mundos onírico-imaginarios, tres dificultades viriles modernas, tres imposibilidades distintas y una sola encapsulada y autoaislada soledad verdadera.
Y la conciliación esencial se ceba en el amor impedido y en la desconfianza, una desconfianza rotunda en la música techno de Ola Flottum, en la edición esforzadamente discontinua de Oliver Bugge Coutté, en la fotografía de Jakob Ihre con vocación sombría y elegante incluso en las parcas escenas irrealistas; una desconfianza que hacía espiar al hijo sentado en los columpios o haciendo volar mediante un pase mágico los cabellos rojos de su amada (con replay) y sorprenderlo en trance de mentir reiteradamente por celular (pero sabiéndose espiado, antes de espiar a la otra o a los demás), una desconfianza ante la improbable recuperación del pasado idílico junto a la madre porque ellos sólo “Querían inventarse algo para echarle la culpa”, pero digna del inteligente Trier retratista de la virilidad insatisfecha y titubeante.
*FOTO: Más fuerte que las bombas, protagonizada por Gabriel Byrne, Jesse Eisenberg y Devin Druid, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 7 de julio/ Especial.
« Demagogia musical La escena de la danza, en blanco y negro »