Otra vez el Boléro

Jul 16 • Miradas, Música • 3705 Views • No hay comentarios en Otra vez el Boléro

POR IVÁN MARTÍNEZ

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Entre lo que se escuchará el próximo otoño en la Ciudad de México, hay dos oportunidades para escuchar la integral de las nueve sinfonías de Beethoven; la Filarmónica de la UNAM las tocará durante toda su tercera temporada y la Orquesta Barroca de Friburgo en un fin de semana de octubre en el Palacio de Bellas Artes. Hace un año, otra orquesta las había tocado en pocos días durante el Festival Cervantino. Presentarlas nuevamente levanta ámpula. Como lo hace volver a presentar Carmen y La Traviata.

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Si esas obras totales generan discusión sobre su pertinencia y necesidad, imaginemos lo que genera la hipnótica repetición de un ejercicio de orquestación como es el Boléro de Maurice Ravel, lugar común del melómano promedio y poco atractivo para las más altas y avanzadas inteligencias.

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La Orquesta Sinfónica de Minería cerró el segundo programa de su temporada anual con esta pieza de 1928, apoteosis del crescendo cuya naturaleza se limita al tratamiento orquestal de un tema simple y cualquier ejecución a la exhibición virtuosística, sea de cada uno de los solistas iniciales y sea de la sonoridad orquestal toda.

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Un ejercicio de orquestación que, recurriendo a palabras del compositor: “representa una experiencia en una dirección muy especial y limitada, y no hay que pensar que la pieza busque conseguir otra cosa de la que se espera. Antes de la primera ejecución, hice aparecer un anuncio en el que se decía que yo había escrito una pieza que duraba 17 minutos y que consistía enteramente en un entretejido orquestal sin música —en un largo crescendo muy progresivo.”

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El del pasado fin de semana se trató de un programa dedicado por completo a Ravel con el propósito de sus dos conciertos para piano, que tocó Benedetto Lupo, y en el que para complementarlos, el director Carlos Miguel Prieto decidió programar también el Boléro, la Pavana para una infanta difunta y La Valse.

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Para algunos, la actual es la temporada menos propositiva que ha presentado la orquesta en muchos veranos.

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Sin ningún temor puedo afirmar que, precisamente por lo demostrado en esta nada rutinaria ejecución del Boléro, la temporada ha ya valido la pena. Ejecución de una energía desbordante, que tiene que ver con lo impreso por la batuta, y de un estimulante control del tiempo y la dinámica, que tiene que ver con el percusionista encargado de la primera tarola, el jovencísimo Santiago Mora.

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No fue una lectura perfecta, sin embargo. Aunque inició con un solo espléndido de la flautista Lenka Smolcakova, quien pudo haber agregado una posibilidad más si lo hubiera tocado en doble piano y no en uno, luego siguiera Samantha Benner con preciosas líneas de fagot, que los dos solos de saxofón ejecutados por Rodrigo Garibay fueran sensacionales (y no puedo esperar el momento para que alguna orquesta lo llame a hacer, en una sola ejecución, todos los solos de clarinetes y saxofones, sin dudar que pudiera enfrentar con la misma sofisticación los de flauta y piccolo, y en un descuido hasta el del trombón), y en sus tutti fuera una lectura de antología por la apoteósica fuerza sonora registrada a partir de la aparición del tema en los primeros violines, sufrió de muchos sorpresivos tropezones en la mayoría de las intervenciones de la primera sección: entre intervalos barridos (el clarinete requinto, el trombón), afinaciones dudosas (el piccolo, el primer clarinete) y poca claridad sonora (el oboe de amor, la primer trompeta).

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Ojalá La Valse con que inició el programa hubiera gozado de una lectura igual de vibrante; se agradece el trabajo con las texturas, la valoración de cada gesto tímbrico, pero no la rendición rítmica. O que la Pavana hubiese sido tocada con igual sutileza con que la ofreció el solista en su encore; en él, si bien su articulación no fue la más delicada, las inflexiones a cada gesto armónico sí: haber tocado su versión enseguida de la lectura orquestal no parece el mejor gesto de cortesía para la lectura orquestal menos afortunada del programa. Para el final, ambas piezas pasaron sin pena ni gloria.

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El pianista italiano Benedetto Lupo, ganador de la medalla de bronce del concurso “van Cliburn” de 1989, acudió a la cita presentando en la primera parte del programa el Concierto en Re, para la mano izquierda, del que ofreció una interpretación vehemente, quizá demasiado; de articulaciones penetrantes. Autoritaria y dominante. Cualidades que, para el Concierto en sol que brindó tras el intermedio, quedaron un tanto a la sombra frente a la delicadeza, la suavidad; sobre todo la mostrada en el Adagio assai, cantilena ejecutada con un lirismo enternecedor.

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Sobresaliente en ambos la claridad de su pianismo así como la elocuencia de su discurso y un instinto muy despierto para interpretar cada gesto armónico, fuera en su propia parte o para acompañar alguna línea orquestal. En ambos conciertos, la batuta de Prieto supo adecuarse bien a su solista, brindándole cobijo no solo rítmico, sino también apropiado en sonoridad, siendo cuidadoso de las dinámicas, los detalles colorísticos y las texturas.

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FOTO: La Orquesta Sinfónica de Minería  cerró el segundo programa de su temporada anual con esta pieza, apoteosis del crescendo. En la imagen Santiago Mora, primera tarola./CORTESÍA: ORQUESTA SINFÓNICA DE MINERÍA

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