Aquiles descalzo o las razones del guerrillero

Jul 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 3941 Views • No hay comentarios en Aquiles descalzo o las razones del guerrillero

POR JOSÉ ANTONIO AGUILAR RIVERA

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En Vivir para contarla, su autobiografía, Gabriel García Márquez señaló sobre los colombianos: “nos matábamos los unos a los otros por cualquier motivo, y a veces los inventábamos para matarnos”. Antes, a principios de los noventa del siglo pasado, había afirmado de forma similar: “nos matamos unos a otros por ansias de vivir”. Para muchos observadores dentro y fuera de Colombia los actos de violencia son un carácter distintivo y constitutivo de la identidad nacional. Los escritores han sido instrumentales en concebir a la nación colombiana como una obra criminal. Sin embargo, no todos están de acuerdo con esa caracterización. Hace una década el historiador Eduardo Posada Carbó escribió un apasionado alegato, La nación soñada (Norma, 2006) para refutar esta popular visión. Colombia tiene una historia de civilismo inusual en nuestro continente: cuando muchos países de América del Sur estaban gobernados por crueles dictaduras militares Colombia logró mantener un régimen de elecciones y partidos políticos. Nada de esto registra en la imagen de un país ensangrentado. Los retratos de un “país asesino”, dice Posada Carbó “propician un discurso justificatorio de la existencia, perseverancia, métodos y fines de los grupos armados ilegales que le disputan poder al Estado”. No es una casualidad que la novela póstuma de Carlos Fuentes, Aquiles o El guerrillero y el asesino aparezca ahora, que el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC concluyeron un tortuoso acuerdo de paz que llevó décadas concretar. Durante los últimos veinte años de su vida, Fuentes escribió y reescribió el manuscrito, y no estaba concluido cuando murió. El novelista, nos dice Silvia Lemus en la presentación de esta novela reconstituida por Julio Ortega, “no quiso entregar el manuscrito a sus editores mientras el conflicto armado más antiguo de América Latina no llegara a su fin”.

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La novela se ocupa de Carlos Pizarro, el carismático guerrillero del M-19 y de su asesino, un sicario, que lo mató en el transcurso de un vuelo entre Bogotá y Barranquilla en 1990, meses después de entregar las armas. Pizarro, hijo de un alto militar colombiano, abordó el navío de la Revolución y no desembarcó de él sino hasta que a finales de los ochenta se convenció de que la vía armada era un callejón sin salida, (no sin antes llevar a cabo la sangrienta toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 en la cual murieron casi cien personas.) Desmovilizado, Pizarro se lanzó a la arena electoral y se postuló para presidente. En el transcurso de su campaña presidencial fue asesinado. El arco de la acción política de Pizarro es muy amplio, y es notable que las partes que escribió Fuentes –o que al menos fueron recogidas por Ortega en esta versión de la novela– tengan todas que ver con la juventud del guerrillero y sus primeras incursiones en la lucha armada. Son los momentos vitales que dan cuenta de las razones del guerrillero y los que le interesan al escritor. No hay nada de la toma del Palacio de Justicia ni de las razones que llevaron a Pizarro a dejar las armas y pactar con el gobierno colombiano. Es el guerrero, no el político, el que recrea el escritor. Para Fuentes, Pizarro era un héroe. Él y sus compañeros de armas encarnaban, nos dice, una “Ilíada descalza”. De ahí que lo llame Aquiles. Al concebirlo como un héroe de proporciones homéricas parecería que el escritor ensalza maniqueamente al guerrillero, pero no es así. Aquiles es un héroe, pero un héroe cruel que se niega a entregar, en el sitio de Troya, el cuerpo de su rival y víctima, Héctor, a su anciano padre Príamo. Con todo, la mirada de Fuentes no logra tomar distancia de su personaje Aquiles-Pizarro; lo ve como Tetis, la diosa marina madre de Aquiles, mira a su hijo. Conmovido, convencido de su bondad intrínseca. No hay ingenuidad aquí, pues Fuentes reconoce que los héroes de su novela, los guerrilleros trágicos, “todos vieron la muerte, todos vieron como se usaban las armas, para qué se emplearon”. Hay en la novela una idealización, una conmoción del alma –la misma que uno experimenta cuando lee sobre las batallas de los Mirmidones de Aquiles. Porque para Fuentes hombres como Pizarro son centauros; seres a medio camino entre el artista y el político. En efecto, dice Fuentes en una digresión ensayística: “a caballo entre el artista y el político, y como puente entre el pueblo creativo y la creatividad artística, está el guerrero mortal, el joven caudillo, que debe morir joven para no corromperse viejo, la promesa que debe serlo siempre, la figura de la colectividad individual, el Emiliano Zapata, el comandante Marcos… Carlos Pizarro, mi Aquiles”. No extraña pues que Fuentes no quisiera publicar su novela mientras la guerra continuara en Colombia, pues comprendía el efecto que su libro tendría en un país dividido por el conflicto. Publicarlo ahora es una apuesta de sus legatarios de que en Colombia el pasado comenzará a ser pasado, finalmente. Tal vez sea así. Lo cierto es que el libro abona a esa imagen de ese país como una patria criminal que parecería querer redimirse en los pactos de la Habana. Pero el horror, quedará, sin duda. Para Posada Carbó es difícil señalar entre todos los episodios crueles de esa historia los más graves. “No obstante”, afirma en la conclusión de su libro, “si tuviese que escoger un suceso para listar el infortunio me referiría al asalto del M-19 contra el Palacio de Justicia, aquel noviembre negro de 1985. Allí quedó plasmada toda la irracionalidad y futilidad destructiva del uso de la violencia. Al tomar como rehenes a las máximas autoridades del poder Judicial, asesinando de paso a humildes empleados, el acto guerrillero fue una expresión desbordada de ese crimen tan abominable que mantiene arrinconada a la nación: el secuestro… Por encima de todo, el asalto guerrillero fue un acto terrorista y, como tal, representativo de esa atmósfera intimidatoria que ha condicionado la vida colombiana en las últimas décadas”. No hay gloria en esta Ilión sudamericana; solo dolor y miseria.

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FOTO:  Carlos Fuentes, Aquiles o el guerrillero y el asesino, México, FCE-Alfaguara, 191 pp./ESPECIAL

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