La necesidad de hallar culpables

Jul 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 5798 Views • No hay comentarios en La necesidad de hallar culpables

POR ROBERTO FRÍAS

@El_sucinto

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De entre los escritores de raigambre literaria y erudición todo terreno, esas raras aves de las que no sabemos mucho hasta que su obra se va propagando en cenáculos y por el boca-oreja de los amigos y los enterados, Francisco González-Crussí (Ciudad de México, 1936), médico y escritor, llama la atención desde hace un tiempo ya en nuestra escena literaria. Como suele ocurrir con nuestros raros, su reconocimiento en México es tardío, mientras que en Estados Unidos, donde ha publicado en prestigiosas revistas como The New Yorker, y en diarios como The Washington Post y The New York Times, ya se le tiene como un favorito.

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En La enfermedad del amor, González Crussí nos lleva de la mano a su terreno especializado que suele ser, paradójicamente y muy acorde con los tiempos en los que vivimos, donde las fronteras entre ciencia y otras áreas del conocimiento humano se están borrando, el de la nebulosa de lo interdisciplinario. Se plantea la obsesión amorosa o erótica, y su posible diagnóstico como enfermedad, cuestión ya de por sí espinosa, laberíntica y, piensa uno al comenzar la lectura, quizá bizantina, y no conforme con eso, la analiza con una perspectiva histórica. Sí, desde los griegos. Y con el propósito de resolver, supuestamente, la incógnita de si es o no una enfermedad.

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Fiel a su manera ensayística, bien afortunada, que combina los modos estilísticos ricos, rancios y floridos del español con la estructuración cartesiana del ensayo de la tradición en inglés, el autor nos sorprende creciéndose a los castigos autoimpuestos de hacer ese largo recorrido histórico y de debatir el objeto de su tesis desde muchos ángulos insospechados.

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La larga historia del largo padecimiento del amor pasional comienza así, como ya se dijo, con los clásicos grecolatinos. Con el Fragmento 31 de Safo se discuten las reacciones ahí descritas como si fueran los posibles síntomas de un ataque de ansiedad. Aunque de inmediato el autor nos llama a tomar con cautela uno de los deportes favoritos de los doctores contemporáneos, hacer diagnósticos retrospectivos basándose en literatura o pasajes históricos. No faltan los pasajes de Plutarco y Ovidio, la mención de Galeno, que recorre el libro entero, a un tiempo, como una exhalación de frescura y como una maldición. Platón y su amor abstracto, ideal, por encima del grosero amor que encontramos en el mundo, o en su mundo al menos, nos advierte González-Crussí. Epicuro y la egoísta ataraxia, por cuyo disfrute condenaba al amor excesivo.

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Como es de esperarse, el autor rastrea en la historia de Occidente el origen de la división entre cuerpo y alma al atender a la problematización del cuerpo con el pecado y la distancia de esta formulación con respecto al mundo pagano. Y no tardan en entrar en escena los humores, la bilis negra y, con ella, la melancolía y el hombre lobo, es decir, el amante masculino despechado que, expone el autor, podría ser el sujeto deprimido que se ha abandonado a su propia decadencia, transformándose, claro, en ese cavernoso habitante de su propio hogar, con cabello exagerado y largas uñas, sucio, el que masculla por los rincones las maldiciones casi irracionales a su perdido amor.

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Aparece, claro, el amor cortés como negación deliberada de la satisfacción sexual. Y sus ramificaciones, como la discusión sobre si el amor cortés era una máscara del catarismo o sólo receptor de su influencia. Con lo que González-Crussí hace repaso y se nutre de Montaigne, Georges Duby, Rougemont, Octavio Paz o Huizinga.

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Llama la atención la descripción de extrañas enfermedades como la «clorosis», por la que las damas palidecían y perdían el interés en todo, supuestamente por decepción amorosa, y que es examinada y seguida históricamente, junto con todas las teorías de médicos no muy eruditos y otros muy eminentes, todos equivocados, hasta desembocar en el momento en que resulta ser anemia por falta de hierro. Aunque el autor no descarta que fuera eso en acción conjunta con otros elementos que sí desaparecieron con el tiempo y que ya no nos es posible detectar.

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Y si el amor pasional es una enfermedad, ¿qué se ha hecho para remediarla? González-Crussí nos recuerda que Feijoo aconsejaba pensar en Jesucristo con su espada desenvainada, y ahí estaban las purgas y los sangrados. Por supuesto, la histeria, la anorexia y la ninfomanía forman parte de los males que acompañaban, supuestamente, a las decepciones amorosas de, claro, las mujeres.

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Cito estos ejemplos para apuntalar lo que ya se prefigura: La enfermedad del amor es un libro fascinante, escrito con erudición, divertimento y un muy acabado estilo, propios de nuestros clásicos contemporáneos, pienso en Alfonso Reyes y Paz, pero también con el rigor científico y periodístico o ensayístico que españoles y latinoamericanos hemos tratado de copiar, con mayor o menor fortuna al mundo de habla inglesa. Pero quizá el mayor logro de González-Crussí es su teoría de fondo: aunar el discurso médico con el fenómeno amoroso, una imposibilidad que sin embargo ha dejado huellas para esclarecer cuestiones de salud y quizá cuestiones amorosas y sexuales también.

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También, podríamos decir, su mirada histórica nos sirve para notar la manera en que la civilización occidental ha tratado de encontrar, en este caso en las enfermedades, los culpables de la pasión amorosa o las consecuencias de esta. Los culpables que prueben su negatividad, su carácter degradante y decadente. Es como si fuera una larga historia de maniáticos que intentan suprimir un fenómeno que los escandaliza, quizá que los enardece, pero que, por suerte, habría siempre de vencerlos.

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FOTO: Francisco González-Crussí, La enfermedad del amor. La obsesión erótica en la historia de la medicina. Debate. México, 2016, 250 pp./ESPECIAL.

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