Teodoro González de León 1926-2016

Sep 17 • destacamos, principales, Reflexiones • 7326 Views • No hay comentarios en Teodoro González de León 1926-2016

POR FELIPE LEAL

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A Eugenia Sarré, su eterna compañera

A las cuatro horas de la madrugada del 16 de septiembre en una singular casa de la calle de Amsterdam en la Colonia Hipódromo de la Ciudad de México dejó de latir un corazón que daba vida a un ser incansable, prolífico y multifacético, el órgano vital de un personaje de talla universal.

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Teodoro como era reconocido y llamado por sus amigos y colegas llevaba un nombre griego latinizado como Theodorus, que significa “Don de Dios”, nombre muy utilizado en la antigüedad que caracterizaba a las personas de carácter fuerte que usaban su creatividad en todos los órdenes de la vida con una actitud optimista, tal significado no podía ajustarse mejor a un ser que parecía y nos había hecho sentir que sería inmortal, un ser que sentíamos provenir de la antigüedad por su enorme sabiduría pero anclado con firmeza en el presente y en el mundo contemporáneo.

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Paradójicamente gozaba como metáfora de ese “Don divino” para lograr infinidad de obras y acciones, su pensamiento, carácter y ágil capacidad creativa le permitían con cierta facilidad lograr sus objetivos, recalcaba con insistencia no profesar ningún culto religioso y confesaba que el único culto que tenía era por el arte.

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Teodoro fue un personaje que rebasó las fronteras de su disciplina, en sus últimos años le molestaba que lo reconocieran tan solo como arquitecto, se concebía como un ciudadano del mundo actual que desde luego hacía arquitectura, pero que dedicaba mucho tiempo también a escuchar música, hacer objetos con sus manos, pintar, conversar, leer, observar, viajar y conocer más sobre la sociedad, el arte y los descubrimientos científicos; un auténtico renacentista del siglo XXI.

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Hombre puntual, contundente y preciso, sabía administrar su tiempo como pocos, para él era un tesoro al ser consciente de que el tiempo es finito, lo dominaba una inquietud de dedicárselo a algo estimulante y enriquecedor, nada más lejano a él que la banalidad y lo trivial, sabía escurrirse magistralmente de lo que no le interesara.

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Teodoro se edificó a lo largo de todos los días, meses y años de su vida, así como construyó innumerables edificios, de forma natural se estructuró a sí mismo con rigor y disciplina, gozó de una apasionada energía y de una sorprendente inquietud por las experiencias más profundas y relevantes de la condición humana, siempre hurgó, preguntó, reflexionó, argumentó, cuestionó y discutió.

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Los instrumentos que se valió para relacionarse con las experiencias humanas y estéticas que le resultaban afines fueron la arquitectura y las artes visuales, desde esa plataforma y con particular oficio concibió edificios de cualidades singulares, auténticas marcas urbanas, íconos en el manejo de los espacios abiertos y públicos, marcas en la creación de nuevas formas y en la aplicación de sus materiales. Lo anterior puede constatarse en múltiples emblemas urbanos, algunos de la mano con Abraham Zabludovsky y Francisco Serrano, predominan los edificios para la cultura; universidades, centros de estudios, museos, auditorios, bibliotecas, parques, librerías, salas de conciertos, embajadas, sin estar ausentes la vivienda y las oficinas, soluciones que por sus propuestas estéticas de particular autenticidad son espacios que han contribuido a la construcción icónica de un México contemporáneo, cosmopolita y actual.

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Sólo por mencionar algunas de sus obras como si fuese una brisa emanada de la intensa cascada de su tenaz creatividad encontramos: El Colegio de México, el Museo Tamayo, el Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional, el edificio para el Infonavit, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, la remodelación del Auditorio Nacional, los conjuntos Arcos Bosques y Reforma 222, la Universidad Pedagógica Nacional, las Torres de Mixcoac, el Centro Cultural Bella Época con la librería Rosario Castellanos, así como las Embajadas de México en Berlín, Brasilia, Guatemala y Belice.

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Su arquitectura está embebida de ciudad, sus obras al ser permeables y porosas permiten que la calle, la plaza o el paisaje penetren en ellas, presentan oquedades para romper volúmenes y adentrarse en el interior de los espacios. Sus edificios son pequeñas ciudades, volúmenes bien jerarquizados, sus espacios estructuran ejes interiores, balcones, patios y elementos constitutivos claves que generalmente observamos en los ambientes urbanos. Edificios nítidos, llenos de luz, sólidos y de contundente permanencia.

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Nuestro país ha perdido a una de sus mentes más lúcidas, conscientes y creativas, a un ser que contribuyó a dar forma al México contemporáneo, a quien con su hacer nos enseñó que siempre deberíamos plantarnos con dignidad, decoro y contundencia, el vacío que nos deja su ausencia es inmenso, como lo es también su legado.

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¡Buen viaje Teodoro, no puedo hacerme a la idea de que te hayas ido, querido maestro y amigo!

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FOTO:  Con su partida, Teodoro González de León (en la imagen) deja un vacío en el gremio arquitectónico. Algunas de sus obras más emblemáticas fueron la Universidad Pedagógica Nacional, El Colegio de México, el Museo Rufino Tamayo, el Palacio de Justicia Federal, el complejo Reforma 222, entre otras. / Archivo EL UNIVERSAL

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