Jonas Carpignano y la crisis migratoria

Oct 15 • Miradas, Pantallas • 3983 Views • No hay comentarios en Jonas Carpignano y la crisis migratoria

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Mediterránea (Mediterranea, Italia-Francia-EU-Alemania-Qatar, 2015), desestabilizante opera prima del autor total romano con ascendencia ítalo-afroamericana de 32 años Jonas Carpignano (cortos previos: de La casa de Argento Bava 06 a Los leones jóvenes del gitano 14), con guión propio inspirado en la vida de su actor principal, premiada en Estambul/Belgrado/Zurich/Estocolmo/El Cairo, el avivado pero prudente hombretón africano de turbante azul Ayiva (Koudous Seihon interpretándose a sí mismo tras haber protagonizado el corto El llano 10 del mismo director) ha abandonado a su aldeana compañera sentimental y a su hijita púber Zeina (Naciratou Zanre) en una Burkina Faso empobrecida y sin empleos aunque ya con Internet e instalación pionera de paneles solares, para intentar treparse con dificultad en los camiones de redilas erizados de agresivos migrantes (“¡Aquí no hay lugar!”) que marchan rumbo a Italia, al lado de su inseparable joven amigo ingenuo aspirante a encrespado galán irresistible Abas (Alassane Sy), pero ambos deberán todavía peregrinar por el candente desierto de Argelia, ser asaltados por una de las bandas armadas que emergen de las colinas de arena en el camino a la frontera con Libia para cruzar por ese país hacia el mar, ser abandonados a su propia iniciativa ignorante para navegar en bote a través del riesgoso Mediterráneo entre tormentas y extravíos de ruta y naufragios, ser rescatados por los guardias costeros al arribar a Italia, ser encarcelados, serles permitida una estancia provisional y estar obligados a vender sus últimas pertenencias (como un escondidísimo dispositivo MP3) o a laborar a pleno sol cosechando naranjas por medio salario en los huertos del idílico puerto de Rosarno, para quizá hacerse acreedores de los indispensables papeles de aceptación inmigrante definitiva, con tan pésima suerte que deberán participar en la matanza y revuelta de africanos ocurrida trepidante y escandalosamente allí hacia 2010, interviniendo en ella por digna decisión personal, producto de la conciencia tanto sociopolítica e histórica interminable como psicológica obtenida a lo largo su crisis migratoria.

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La crisis migratoria se desenvuelve, pese a su violencia latente, virulenta o estallada, a modo de un continuum en el que las imágenes, las secuencias y las elipsis se suceden fluida, diestramente escalonadas, ligadas, enlazadas, sin jamás empalmarse ni poder detenerse, aunque espaciotemporalmente a la distancia, cual si se tratase de un crispado y rugoso trabajo documental como los que solía filmar en b/n Sylvain George sobre los inmigrantes africanos que se borraban las huellas dactilares con fuego para despistar a la policía francesa cuando intentaban cruzar el Canal de la Mancha (Que descansen en rebelión: figuras de guerra I 07-10), en torno a la aventura a un tiempo real, ficticia y resucitada de su noble protagonista Koudous Seihon, que es y no es el personaje de Ayiva, morigerando y pulverizando la fotografía estridente de Nyatt Garfield y una edición a base de impactos de Nico Luenen, Affonso Gonçalves y Sanabel Chiraqoui, para crear una corriente laminar sin cesar renovada y una especie de melodía audiovisual plena de melancolía y añoranzas, nunca enfáticas ni lamentosas o forzadas, a través de genuinos aguafuertes en vivo que revientan de autenticidad.

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La crisis migratoria sobrevive incólume a todos los escollos que acostumbran parasitar, contaminar y desviar a ese tema, trátese del miserabilismo, el victimología o el esquematismo maniqueo, pues le basta con elevar la alusión y la sugerencia fílmicas a niveles de arte poética lírica al ser profundamente vivenciadas y trascendidas en su inminencia misma, estableciendo un verdadero régimen de escenas y rapsódicos de los más diversos tipos y géneros, episodios humorísticos y tragicómicos como la explicación del guía del desierto a quien dice bastarle con elegir un punto en el horizonte para nunca desviar sus pasos y al llegar a él escoger otro en la misma supuesta dirección, episodios aterradoramente semielípticos como la tormenta vislumbrada entre relámpagos y truenos y aullidos, episodios significativos caracterológicos como la reiterada identificación del inmigrante con el niño transa callejero Pío (Pio Amato) que vende baterías de todo formato y a un billete de 20 euros da de cambio dos teléfonos celulares cual si estuviese en alguna soberbia cinta neorrealista de Vittorio de Sica (a lo Limpiabotas 46) o del malogrado iraní Kiarostami, episodios entre satíricos y tiernos como la canción-show de una edipizadora septuagenaria que se hace llamar Mamma Africa cual equivalente de la madrecita que se les alquilaba a los toscos navegantes nostálgicos de Las tres coronas del marinero (Ruiz 83), episodios salvajes desmitificadores de cualquier angelismo sexual del héroe conviviendo dionisiacamente con las desmadrosas afropupilas de un burdel o tendiendo sus redes seductoras para intentar cogerse (como en su pueblo) a la bailadora hija puberta Marta (Vincenzina Siciiano) del confiado empleador que lo trata de igual a igual y lo invita a su propia mansión, o episodios fatídicos como el sacrificio del carita Abas en la revuelta.

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Y la crisis migratoria comprueba a cada paso y se aferra a la fundacional tesis humanista antirracista de que ningún sujeto merece ser reducido a las representaciones sociales o mediáticas que se hagan de él, por lo que Ayiva en todo momento y peripecia disfruta de una magnífica libertad de decisión por completo irreductible, para acabar contemplando por skype a su hijita bailoteando con la música del MP3 que le envió de trasmano y simplemente derramando una lágrima tan conmovedora como la mezcla de dureza ruda y áspera incompletud que ha gobernado al filme, y permitiendo a éste volcar su caudal de emotividad abrupta hacia el tema del desarraigo, un desarraigo que se asomaba y documentaba por doquiera, fuera de cualquier cliché y en forma desarmante.

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FOTO: Obra de ficción con acercamientos al cine documental, Mediterránea se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 20 de octubre. / Especial

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