La historia descubierta de la esclavitud indígena en América

Oct 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 112952 Views • No hay comentarios en La historia descubierta de la esclavitud indígena en América

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The Other Slavery recoge parte de la historia de los pueblos nativos de América de los siglos XVI al  XIX. Este es un fragmento de la investigación que duró siete años, publicada originalmente en inglés. En octubre este libro fue seleccionado entre los cinco finalistas del prestigioso premio national Book Award de ese país en la categoría de no ficción. 

 

POR ANDRÉS RESÉNDEZ

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Los orígenes de la otra esclavitud, la de los indígenas en América, se ha perdido en el pasado remoto. Se sabe que zapotecas, mayas y aztecas capturaban prisioneros para usarlos en sacrificios humanos, y que los iroqueses emprendían campañas en contra de pueblos vecinos —conocidas como “guerras de luto”con la intención de vengar y reemplazar a sus muertos. También se sabe que las élites de comunidades indígenas del noroeste del Pacífico cerraban acuerdos de matrimonio con el envío de diferentes artículos a los padres de las futuras esposas, entre ellos esclavos de ambos sexos. Si bien durante milenios distintos pueblos indígenas americanos se sometieron mutuamente a la esclavitud, con el arribo de los europeos estas prácticas —que hasta entonces se había dado en estos contextos culturales específicos— se comercializaron y expandieron de modos imprevistos hasta lo que hoy conocemos como la trata de personas

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Los primeros exploradores europeos iniciaron este proceso. De hecho, la primera actividad comercial de Cristóbal Colón en el Nuevo Mundo consistió en mandar a Europa cuatro carabelas con 550 esclavos indígenas cada una para subastarlos en los mercados del Mediterráneo. Otros países siguieron los pasos del almirante. Ingleses, franceses, holandeses y portugueses jugaron un papel fundamental en la trata de esclavos indígenas. Sin embargo, en virtud de sus amplias y densamente pobladas colonias, España se convirtió en el poder esclavista dominante. Sin duda, España fue para la trata de esclavos indígenas lo que Portugal e Inglaterra fueron para los esclavos africanos.

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Irónicamente, España fue el primer poder imperial en discutir y reconocer formalmente los derechos de los indígenas cuando a inicios del siglo XVI prohibió la esclavitud de los indígenas, salvo en casos extraordinarios, y después de 1542 prohibió la práctica sin excepción alguna. A diferencia de la esclavitud africana que se mantuvo vigente y fue legal, apoyándose en prejuicios raciales y como una forma de enfrentar el Islam, la esclavitud de pueblos nativos americanos existió contra la ley. Sin embargo, esta prohibición categórica no detuvo a generaciones de conquistadores y colonos ávidos de esclavizar a pobladores nativos a escala planetaria: desde la costa este de Estados Unidos hasta el punto más al sur de Sudamérica, y desde las Islas Canarias hasta las Filipinas. El hecho de que esta otra esclavitud se realizara clandestinamente la hizo aún más artera. Es una historia de buenas intenciones que se torció en el camino.

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Cuando comencé las investigaciones para este libro, mi interés principal rondaba en torno de una cifra: ¿cuántos esclavos indígenas hubo en América desde la llegada de Colón? Mi intuición inicial fue que la esclavitud de indios había sido algo marginal. Incluso si en los primeros años de la conquista la esclavitud de los nativos hubiese florecido, ésta debió entrar en profunda debacle una vez que los esclavos africanos y los trabajadores asalariados comenzaron a estar disponibles en cantidades suficientes. Junto con muchos otros historiadores asumí que la verdadera historia de la explotación en el Nuevo Mundo concernía a los 12 millones de africanos traídos del otro lado del Atlántico. Pero una vez que fui acumulando fuentes sobre la esclavitud de indios en archivos de España, México y los Estados Unidos, comencé a ver las cosas de manera distinta. La esclavitud indígena nunca dejó de existir sino que coexistió con la de los africanos desde el siglo XVI hasta finales del XIX. Este hecho me hizo reflexionar seriamente sobre el tema de la visibilidad. Debido a que la esclavitud africana siempre fue legal, sus víctimas se pueden rastrear en los registros históricos: eran tazados a su entrada en los puertos y aparecían en facturas de venta, testamentos y otros documentos. Ya que estos esclavos tenían que traerse del otro lado del Atlántico, eran escrupulosamente —incluso obsesivamentecontados a lo largo del trayecto. El recuento final de 12.5 millones de africanos esclavizados importa mucho porque ha dado forma a nuestra percepción sobre la esclavitud africana de manera fundamental. Cada vez que leemos sobre alguna subasta de esclavos en Virginia, o sobre alguna cacería de esclavos en el interior de Angola, o sobre alguna comunidad de cimarrones (esclavos huidos) en Brasil, somos conscientes de que todos estos eventos fueron parte de un inmenso sistema esclavista que se extendía a todo lo largo del Atlántico y que cobró millones de víctimas.

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La esclavitud de los indígenas es distinta. Hasta hace muy poco no teníamos ni la más remota idea de cuántos nativos fueron destinados para la servidumbre. Ya que la esclavitud indígena estaba terminantemente prohibida, las víctimas de este sistema laboraban—literalmente—en rincones oscuros y a puerta cerrada, todo lo cual nos da la impresión de que fueron mucho menos de los que en realidad hubo. Como los esclavos indígenas no tenían que cruzar el Atlántico, tampoco aparecen en bitácoras de navíos ni en registros portuarios, sólo en vagas referencias a redadas fronterizas para esclavizarlos. No obstante, pese a la naturaleza clandestina e invisible de la esclavitud de indígenas y a la imposibilidad de contarlos con exactitud, poseemos abundantes y contundentes rastros documentales. Historiadores que han investigado todas las regiones del Nuevo Mundo han encontrado evidencia del tráfico de indígenas en procedimientos judiciales, reportes gubernamentales y en menciones casuales sobre redadas y capturas de indígenas en cartas y diversos documentos. Considerados de manera aislada, un par de cientos de indígenas tomados como esclavos por aquí y por allá no parecen sumar mucho, pero una vez que tomamos en cuenta el alcance geográfico de este tráfico y el periodo cronológico completo en que esto ocurrió, el número de esclavos indígenas es asombroso. Si sumamos todos los esclavos indígenas del Nuevo Mundo desde la llegada de Colón hasta finales del siglo XIX, la cifra puede rondar entre los 2.5 y 5 millones de esclavos.

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Este gran número de esclavos indígenas no sólo se acerca a la magnitud de la tragedia de los africanos, sino que revela un resultado aún más catastrófico en términos relativos. Sin duda, los africanos e indígenas perdieron inconmensurablemente. Sin embargo, comparaciones generales entre estas dos esclavitudes —aún incipientes y sujetas a revisión— pueden ofrecer algunos contextos útiles. En el punto máximo de la esclavitud transatlántica, África Occidental sufrió una disminución en su población total de aproximadamente veinte por ciento, pues pasó de tener 25 millones de habitantes en el año 1700 a 20 millones en 1820. Durante este tiempo, alrededor de seis millones de africanos fueron embarcados al Nuevo Mundo, y al menos dos millones murieron durante la captura o en las guerras relacionadas con el tráfico de esclavos. En números absolutos, estas pérdidas humanas fueron tremendas. Pero en términos relativos, las poblaciones indígenas del Nuevo Mundo vieron una disminución en su población entre los siglos XVI y XVII aún más catastrófica. En la cuenca del Caribe, a lo largo de la costa del Golfo de México y en amplias regiones del norte de México y el suroeste norteamericano, la población indígena disminuyó en setenta, ochenta o hasta noventa por ciento a causa de una combinación de guerra, hambruna, epidemias y esclavitud. La biología tuvo gran parte de la culpa en este colapso pero es imposible desenmarañar la esclavitud de las epidemias. De hecho existió una relación de sinergia entre las dos: las cacerías de esclavos esparcieron gérmenes y produjeron muertos; los esclavos fallecidos necesitaban ser reemplazados y en consecuencias sus muertes estimulaban cacerías adicionales.

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Más allá de las cifras, comencé a intrigarme con las características únicas de la esclavitud indígena. Por ejemplo, en marcado contraste con el mercado de esclavos africanos, que consistió principalmente en varones adultos, la mayoría de los esclavos indígenas fueron mujeres y niños. De esta manera, ambos tipos de esclavitud parecen imágenes opuestas frente al espejo. El precio que se pagaba para adquirir a indígenas en regiones tan diversas como el sur de Chile, Nuevo México y el Caribe revela que se desembolsaba un precio mayor por mujeres y niños que podía llegar hasta cincuenta o sesenta por ciento más que los varones adultos. ¿Cuál es la explicación de este diferencial de precios? La explotación sexual y las habilidades reproductivas de las mujeres son parte de la respuesta. En este sentido, la esclavitud indígena es un claro antecedente del tráfico sexual que ocurre hoy. Pero también había otras razones. En las sociedades nómadas, los hombres se dedicaban a actividades menos útiles para los colonizadores europeos, como la pesca y la caza, que las de las mujeres, cuyos roles tradicionales incluían tejer, la recolección de comida y el cuidado de los niños. Algunas fuentes también revelan que las mujeres eran preferidas para el servicio doméstico ya que se les consideraba más dóciles y menos peligrosas que los hombres. Y así como los amos querían mujeres, también mostraban una preferencia clara hacía los niños. Los niños eran más adaptables que los adultos, aprendían idiomas con más facilidad y con el paso del tiempo hasta podían llegar a identificarse con sus captores. En efecto, uno de los aspectos más sorprendentes de esta forma de servidumbre es que los esclavos indígenas podían eventualmente llegar a formar parte de la sociedad dominante. A diferencia de la esclavitud africana, una institución legal heredada de generación en generación, los esclavos indígenas podían convertirse en siervos o sirvientes y, con algo de suerte, adquirir un poco de independencia y alcanzar un nivel más alto dentro de la sociedad en el transcurso de una sola generación.

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Otro hecho interesante sobre el tráfico de los indígenas tiene que ver con la participación de los indígenas mismos. Como anoté en un principio, antes de la llegada de los europeos, los indígenas practicaban varias formas de cautiverio y esclavitud. Al arribo de los europeos, ellos comenzaron ofrecer con naturalidad cautivos a los recién llegados. Al principio, los indígenas tenían roles subordinados dentro de las nuevas redes regionales de esclavitud, donde fungían como guías, informantes, intermediarios, guardias y en ocasiones hasta socios subalternos, por lo general dependientes de los mercados de esclavos creados y controlados por europeos. Éstos tenían gran ventaja pues contaban con una tecnología bélica más desarrollada —específicamente los caballos y las armas de fuegolo que les permitía someter a los pueblos indígenas casi sin oposición. Sin embargo, lo que comenzó como un negocio controlado por europeos, al paso del tiempo pasó a manos de los propios nativos americanos. A medida que ellos comenzaron a adquirir caballos y armas se convirtieron en proveedores independientes de esclavos. Poderosas sociedades ecuestres llegaron a dominar la mayoría de las rutas del tráfico en los siglos XVIII y XIX. En el suroeste de los Estados Unidos, los pueblos comanches y yutas llegaron a ser proveedores regionales de esclavos, abasteciendo a otros pueblos indígenas así como a los españoles, mexicanos y estadounidenses. Los apaches, quienes en un principio habían sido de las víctimas más afectadas por la esclavitud, se volvieron exitosos esclavistas. En tiempos de la colonia, los apaches habían sido cazados, encadenados y enviados a las minas de plata de Chihuahua. Pero cuando el poder español comenzó a desmoronarse en la segunda década del siglo XIX y la economía minera comenzó a decaer, los apaches encararon a sus antiguos amos. Ellos atacaron comunidades mexicanas, tomaron cautivos y los vendieron en los Estados Unidos.

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Tan persistente y extensa fue la esclavitud indígena que terminar con ella resultó casi imposible. La Corona española prohibió cualquier forma de esclavitud indígena en 1542, pero el tráfico se mantuvo. Más de un siglo después, la monarquía española lanzó una campaña dentro de todo su imperio para liberar a todos los esclavos indígenas. Pero esta precoz cruzada abolicionista no fue suficiente para llegar a esa meta que resultaba cada vez más inalcanzable. A principios del siglo XIX, México prohibió toda forma de esclavitud y extendió la ciudadanía a los indígenas que vivían en el territorio nacional. Pero aun así la esclavitud persistió. Uno de los aspectos más relevantes de esta otra esclavitud es que, al nunca ser reconocida legalmente, tampoco se le derogó formalmente, como sí se hizo con la esclavitud africana. Después de la Guerra de Secesión de Estados Unidos, el Congreso de ese país promulgó la Decimotercera Enmienda a la Constitución, que prohíbe la “esclavitud” y “servidumbre involuntaria”. Aunque la inclusión de este último concepto abría la posibilidad de liberar a todos los indígenas sometidos, la Corte Suprema de Estados Unidos optó por una interpretación limitada de las Decimotercera y Decimocuarta Enmiendas que terminaron haciendo referencia exclusivamente a los afroamericanos y en lo general excluyó a los indígenas. Se requeriría de la participación del Congreso, del Presidente Andrew Johnson y de algunos de los abolicionistas más dedicados de los años posteriores a la guerra para darle un poco de alivio a un pueblo que por siglos había sido sometido a una de las peores formas de esclavitud. Aun así, la otra esclavitud continuó hasta finales del siglo XIX y en algunas áreas remotas hasta bien entrado el siglo XX. Disfrazado como peonaje obligatorio por deudas, que extendía los límites del trabajo aceptado e incluso se hacía pasar por trabajo legal, esta otra esclavitud fue el antecedente directo de las formas de esclavitud que aún se practican hoy.

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Entre más comprendí, más llegué a convencerme de que la otra esclavitud llegó a ser un aspecto de gran importancia dentro de las sociedades de América del Norte. Y aun así, este tráfico ha sido casi borrado de nuestra memoria histórica. A la fecha se han escrito más de 15 mil libros sobre la esclavitud africana frente a sólo dos docenas de monografías especializadas en la esclavitud indígena. Estudiosos latinoamericanos han mencionado con gran detalle el tema del trabajo forzado. Sin embargo, su trabajo por lo general se divide en varias categorías, como encomiendas concesiones de trabajo indígena otorgadas a los españoles como recompensa por sus méritos—, repartimientos sistemas de trabajo obligatorio al que estaban sujetos los indígenas— peonaje —obligación de trabajo por deudas— y otros. El resultado de esta fragmentación es una falta de entendimiento del efecto conjunto de estas y otras instituciones. Las consecuencias son claramente visibles hoy. Cuando se habla de esclavitud, por lo general se piensa en esclavos negros sin pensar en los indígenas. Es como si a cada grupo se le hubiera encasillado para una fácil comprensión: mientras los africanos fueron esclavizados, los indígenas murieron o fueron enviados a reservaciones.

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Esta excesiva simplificación es problemática porque la esclavitud indígena de hecho explica varios aspectos de la historia compartida de México y Estados Unidos. Si queremos encontrar respuestas a diversas preguntas como por qué los indios Pueblo de Nuevo México se rebelaron en 1680 y echaron a todos los españoles fuera del territorio; o por qué los comanches y los yutas se volvieron tan dominantes en amplias áreas del oeste; o por qué el jefe apache Gerónimo odiaba tanto a los mexicanos; o por qué el artículo 11 del tratado Guadalupe-Hidalgo prohibía a los estadounidenses comprar “mexicanos cautivos por las tribus salvajes”; o por qué California, Utah y Nuevo México promulgaron estatutos durante la década de 1850 que legalizaban la esclavitud indígena; o por qué tantos indios navajos aparecen en los registros bautismales de Nuevo México justo después de las compañas del coronel Kit Carson de 1863-1864, tenemos que entender la realidad de esta otra esclavitud.

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FOTO: Andrés Reséndez, The Other Slavery, Houghton Mifflin Harcourt, 2016. Disponible en México a través de librerías electrónicas.

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