Pluralidad en la prensa posrevolucionaria, un acercamiento a la participación de Rómulo Velasco Ceballos en “El Universal”

Nov 5 • Reflexiones • 3115 Views • No hay comentarios en Pluralidad en la prensa posrevolucionaria, un acercamiento a la participación de Rómulo Velasco Ceballos en “El Universal”

Presentamos una selección de las ponencias que se dieron el 10 y 11 de octubre en el coloquio “EL UNIVERSAL 100 años. Memoria de México en la Hemeroteca Nacional”.  

POR MAX CALVILLO VELASCO

Instituto Politécnico Nacional

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La edición de El Universal correspondiente al 29 de abril de 1948 dio a conocer “la muerte del conocido escritor Rómulo Velasco Ceballos, acaecida ayer, significa una enorme pérdida dentro del periodismo, en el que militaba desde su juventud”. El mismo diario, al día siguiente, complementaba la nota calificando al occiso como “periodista, escritor e historiador” (El Universal, 30 de abril de 1948); otros periódicos (Novedades, 29 de abril de 1948) coincidieron en calificarlo como “el conocido periodista e historiador oaxaqueño”, mientras que (Excélsior, 29 de abril de 1948) reseñó que “fue de los viejos periodistas mexicanos que se dedicó también a las investigaciones históricas”.

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Las publicaciones mencionadas refirieron la trayectoria del oaxaqueño, indicando que “perteneció al antiguo grupo de periodistas que trabajaron en diarios como El Imparcial, El País, y El Diario. Posteriormente laboró en Excélsior y también en El Universal y El Globo, habiendo sostenido constantemente colaboraciones en multitud de revistas. Era considerado como uno de los mejores reseñadores, muy ameno en sus relatos” (Novedades, 29 de abril de 1948).

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El presente texto, más allá de pretender mostrar someramente su trayectoria periodística que incluyó colaboraciones en el gran diario de México, es un adelanto de un trabajo en proceso que aspira a integrar un análisis historiográfico de su obra completa. Tras haber aplazado esta tarea durante años, pensando que los lazos familiares que nos unen serían un obstáculo, impulsado por algunos colegas, he resuelto emprender el trabajo antes que dejar que otros vengan a hacerlo. Este adelanto, por desgracia, no aludirá a su trabajo en El Universal, ya que a pesar de los esfuerzos de mis colegas que me han auxiliado en la búsqueda, no ha sido posible encontrar sus artículos en diario que hoy nos reúne. Sin embargo, el recuento de las diversas etapas de su carrera sí puede ayudar a comprender como la prensa mexicana ha sido foro abierto para polémicas y foro para la manifestación de distintas corrientes de pensamiento, en favor del enriquecimiento de las ideas y de su difusión.

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Al olvido y escaso conocimiento de la obra de Velasco Ceballos han contribuido un par de anatemas que pesan sobre su trabajo más conocido, a saber: haber sido allegado de Félix Díaz, por un lado y engendrar la polémica en torno a los sucesos revolucionarios de la Baja California en 1911; esta simplificada visión ha ignorado otras facetas de su vida como la de educador y la de convencido propagandista de la política social del cardenismo. Mejor suerte han tenido sus aportaciones a la historia de la beneficencia así como la organización y conservación del archivo de la Secretaría de Salud, pero aún no hay una revisión que integre y, sobre todo, explique tan diversas y hasta contradictorias facetas. Para emprender este acercamiento, dividiremos el presente trabajo en cuatro diferentes etapas.

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De la cuna a la polémica bajacaliforniana

Rómulo Velasco nació el 17 de febrero de 1884 en Oaxaca, ciudad que abandonó precipitadamente tras un lío de faldas cuando aún era adolescente; a su llegada a la capital del país debió acudir a las redes de ayuda entre paisanos, muy comunes entre los oaxaqueños, y es probable que su carácter y facilidad de palabra le hayan abierto las puertas de uno de los más destacados oaxaqueños de la época, el coronel Félix Díaz, eterno aspirante a la gubernatura del estado y, como se le ha conocido, “el sobrino del tío”, hecho que le ha valido numerosos epítetos que trasfieren la relación iniciada quizá a principios del siglo xx, hasta equipararla a la decena trágica y los posteriores intentos felicistas por oponerse a todos los gobiernos habidos en la etapa revolucionaria. Poco se sabe de su trabajo como “secretario particular” (de acuerdo a Antonio Pompa y Pompa) de Díaz, que seguramente le permitió sobrevivir e incluso ingresar a la Escuela Nacional de Jurisprudencia en una época en la que Justo Sierra se empeñaba en transformarla e insistía en que la reforma de sus planes de estudio debía formar abogados que no solo fueran capaces de aplicar correctamente la técnica jurídica mediante un buen conocimiento de los códigos, sino que tuvieran una más amplia visión de la sociedad y una capacidad para entender e interactuar con los problemas reales del país.

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Sin embargo, abandonó la carrera en el segundo año y no es descabellado cuadrar su destripe con una de las comisiones de Díaz en el extranjero, lo que explicaría que, al verse sin el empleo que éste le daba se haya empezado a dedicar al periodismo en alguno de los periódicos ya citados.

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El asunto de su cercanía con Félix Díaz salió a relucir en 1912, cuando era redactor del El Heraldo de México y de The Mexican Herald cuando, hallándose en la cámara de diputados tuvo noticia de que el general Félix Díaz se acababa de sublevar en el puerto de Veracruz y había ocupado la plaza.1 Con el pretexto de hacer el respectivo reportaje, pidió recursos al editor para trasladarse a Veracruz, aunque no pudo llegar por los bloqueos militares, así que cabe preguntarse si ¿además de su interés periodístico llevaba alguna oculta intención de reportarse con su antiguo jefe? Es muy probable que sí, pero también lo sea que, de ser así, éste rechazó la ayuda que el periodista entrado en sus treintaytantos habría podido prestarle.

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Para 1919 estaba en las poblaciones fronterizas de Baja California y en el sur de California, reuniendo información para escribir sobre los sucesos de 1911, fuerzas revolucionarias inspiradas en los principios proclamados desde California por Ricardo y Enrique Flores Magón ocuparon por casi seis meses las poblaciones fronterizas de Baja California. Cuando, casi ocho años después, la Secretaría de Gobernación pidió precisamente datos sobre tales hechos que, en general, habían pasado inadvertidos en el resto del país. El coronel Esteban Cantú, gobernador del Distrito Norte, para dar respuesta, refirió que Velasco investigaba y que recibía el apoyo de su gobierno y su contestación fue tan solo un resumen del texto que Velasco preparaba. De esta notificación se ha generado la conclusión de que el coronel pagó por la obra que resultaría, hecho que sea probablemente cierto pero que no merma en nada la convicción con la que fue escrita.

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Una vez terminado, el libro no podía tener un título más retador: ¿Se apoderará Estados Unidos de América de la Baja California? Completado con un subtítulo todavía más lapidario: La invasión filibustera de 1911. Por encargo, pagado o escrito por convicción, el libro, más criticado que leído, vio la luz en junio de 1920 y pasó casi desapercibido, de hecho sirvió en cierta manera para justificar la salida del coronel Cantú del poder en esos meses; y habrá que aclarar que la verdadera polémica se produjo hasta 1931, al cumplirse los veinte años de los sucesos, cuando el diputado por el Territorio de Baja California promovió ante el Congreso la implantación de una medalla para los que consideró defensores de la integridad nacional y que se les rindiera homenaje en la plaza de Tijuana. Esta propuesta fue ampliada hasta rendirse homenaje en todas las plazas del país y en efecto una comisión del Congreso se trasladó a Baja California para condecorar a los sobrevivientes de esa gesta. ¿Cómo pudo el diputado convencer (o engañar) a toda la Cámara? No fue precisamente por su elocuencia, sino que había entregado previamente a la discusión un ejemplar del libro de Velasco a todos y cada uno de los integrantes de la legislatura.

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El engaño, si lo hubo, y la polémica, impensable en 1920 ya que los hermanos Flores Magón no habían sido aún revindicados como precursores de la Revolución, no fueron orquestados por Velasco quien, para esa época ya había dejado constancia de su acendrada yanqui fobia, manifiesta en su opera prima, escrita seis años atrás en 1914, titulada La infamia yanqui. A mayor abundamiento, si el libro de 1920 fue una obra pagada, al planteamiento que hace no se le puede considerar mercenario pues, como diría un diario justo en la fecha de su muerte: “Era un terco defensor de que la invasión a la Baja California durante uno de los años más duros de la Revolución Mexicana había contado con la ayuda de filibusteros y tal tesis provocaba continuamente controversias periodísticas en las que él siempre insistía sobre su afirmación.” (Excélsior, 19 de abril de 1948).

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Labor educativa

En 1929, con Ezequiel Padilla al frente de la Secretaría de Educación Pública, Velasco Ceballos fue nombrado jefe de la Dirección Editorial y en la Memoria correspondiente a ese año reportó la publicación del periódico El Sembrador, en dos presentaciones, mural y tabloide, de esta última se llegaron a tirar 30 000 ejemplares cada quincena. El periódico, dirigido por él, estaba dedicado a apoyar a los maestros rurales con temas gráficos sobre higiene, previsión social, educación rural, civismo, entre otros temas.2 “[…] tiene sugestiva presentación tipográfica; está redactada en lenguaje familiar al campesino y contiene artículos sobre temas de interés y de provecho para nuestros hombres de campo.”

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No ha sido localizado ningún ejemplar de este medio de apoyo al magisterio, que se publicó hasta 1931 con crecientes tirajes y amplia distribución. Los constantes cambios en la Secretaría impidieron la continuidad de El Sembrador, pero éste fue indudable antecedente de la publicación que iniciaría, nuevamente bajo la dirección de Velasco como jefe de redacción, en 1932 de El Maestro Rural, ahora con Narciso Bassols como secretario y Salvador Novo al frente de la Oficina de Publicaciones y Prensa.

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Acopiador de documentos sobre la beneficencia

Desde mayo de 1930, Velasco ingresó a la Beneficencia Pública del Distrito Federal, como encargado de la Oficina de Publicidad, con nombramiento otorgado por el doctor Alfonso Priani, secretario general de la Junta Directiva de la Beneficencia en el Distrito Federal. Durante toda la década de los treinta, evaluó las condiciones en las que se encontraban los archivos de las dependencias de la Beneficencia Pública y realizó la búsqueda de materiales en otros recintos como el Archivo General de la Nación, donde también trabajó bajo las órdenes de don Luis González Obregón, experiencia que le permitió iniciar las crónicas de las instituciones dedicadas a la asistencia social en México.

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Es esta quizá la faceta mejor conocida de Velasco, pues dejó varias publicaciones al respecto, cuya lista da idea de los trabajos de archivo que realizó para poder escribirlos. Destacan Las loterías, su historia (1934), El niño mexicano ante la caridad y el Estado (1935), Asistencia pública, un año bajo la administración del presidente Cárdenas (1939) e las que no se limitó a reseñar históricamente las instituciones de beneficencia desde la época colonial, sino que hizo una justificación histórica de la intervención estatal en ellas, obstinado en demostrar que la administración particular, y en especial la religiosa, de los establecimientos estudiados, bien intencionada pero ineficaz, se había basado en una mala interpretación de la misericordia y que sólo la llegada del Estado posrevolucionario podría ocupar de debida manera la atención de las carencias de la sociedad. “La beneficencia, digamos más exactamente la caridad, se practicaba sin normas higiénicas ni fines sociales. Cada individuo, como cristiano, solía dar, de acuerdo con el mandato del Maestro: que la una mano ignorase lo que la otra daba. Se obraba pues, sin organización, sin cooperación, a ciegas; de ahí que estos impulsos generosos carecían por lo general, de eficacia.”

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A manera de conclusión

Durante el siglo xix, el ejercicio de historiar estaba casi indisolublemente unido al del periodismo y casi siempre un periodismo militante; para la primera mitad del siglo xx, con el incremento del carácter académico del historiador, esta característica cambió, sin embargo, fue la prensa el foro para memorables polémicas historiográficas que paulatinamente se fueron trasladando a otros medios alejados del público. Sirva esta breve reseña de su obra como muestra de los historiadores que ejercieron y combinaron ambas profesiones y que tuvieron en periódicos como El Universal foro amplio e incluyente para manifestar sus opiniones, por controversiales que pudieran resultar.

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1Cuando Rómulo Velasco Ceballos salió a reportear, lo cañonearon y un general lo retó a duelo”, Hoy, 20 de noviembre de 1937, p. 36.

2Memoria sep 1929, pp. 549 y 552.

FOTO:  Una de las labores más importantes de Rómulo Velasco Ceballos fue la coordinación de publicaciones educativas durante el gobierno de Lázaro Cárdenas y la organización del Archivo Histórico de la Secretaría de Salud. / Secretaría de Salud

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