El campus de la UNAM

Ene 7 • Conexiones, destacamos, Ficciones, principales • 4434 Views • No hay comentarios en El campus de la UNAM

Las islas”

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POR HUBERTO BATIS

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La Ciudad Universitaria de la UNAM se fundó al sur de la Ciudad de México con el propósito de construir edificios capaces para las facultades de enseñanza superior. Además, con este proyecto se buscaba sacar a los estudiantes del primer cuadro de la ciudad para evitar que ahí se dieran las protestas, las huelgas y en algunos casos actos vandálicos a los comercios por parte de los revoltosos.

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La Ciudad Universitaria no fue ideada para tener espacios enrejados, pero tuvieron que adaptarle vallas para impedir que la gente invadiera los salones. Recuerdo que el primer piso de la Facultad de Filosofía y Letras se convirtió en refugio de familias que se quedaban a vivir holgadamente en los salones y que metían a su antojo colchones, utensilios, platos, cazuelas y cacerolas para preparar sus alimentos.

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Habitaban los salones y se quedaban a vivir ahí. Recuerdo haber visto familias con niños ocupando los salones del primer piso de la Facultad de Filosofía y Letras. Ahora la Universidad es invadida por las noches y los fines de semana por gente ajena. A la UNAM le debe costar mucho recoger la basura que dejan: botellas y latas regadas por los prados y estacionamientos. Actualmente los salones tienen placas de bronce con los nombres de maestros distinguidos, que ilusamente hacen creer que se va a eternizar su memoria. Algunos salones ya tienen varias placas, o sea que ya son “mausoleos” a la memoria de varios ilustres maestros.

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La arquitectura del campus se construyó con varios edificios de Facultades: Filosofía y Letras, Derecho, Economía, Química, Odontología, Medicina y Veterinaria; enfrente están las Facultades de Ingeniería y Arquitectura. En el centro de este espacio está la Torre II, que se llamó de Ciencias y luego pasó a ser la Torre II de Humanidades cuando construyeron los edificios de investigadores de ciencias conocidos como los pitufos y también los Institutos de Humanidades rodeando a la Rectoría. Hoy no se diga cuál es la composición porque han crecido como hongos los edificios, incluso el más lejano de todos, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En el campus quedan los jardines y en el medio las famosas “islas”, adonde hasta la fecha se van a refugiar los enamorados, los lectores solitarios, recargados en un árbol o recostados en la hierba, y grupos cada vez más numerosos de fumadores de marihuana. En aquel tiempo, cuando se inauguró, los autos eran el lugar preferido para las reuniones secretas, de conspiradores revolucionarios, politiquillos. Entre ellos recuerdo a Porfirio Muñoz Ledo, quien me invitó a una de sus pláticas en un auto. Pensé que no iba a llegar a nada, pero finalmente Porfirio dedicó su vida a la política.

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Desde entonces se usaban esos jardines para “noviar”, para irte a “platicar”. Supongo que le pusieron de nombre “las islas” porque son un lugar para protegerse. En medio sembraron árboles que te cobijan del sol, así que la gente aprovecha estos espacios para descansar y las parejas para “platicar” en la espesura, es decir en lo oscurito. Otro espacio popular era el “aeropuerto” de la Facultad de Filosofía y Letras, una especie de vestíbulo que distribuye a las escaleras y los pasillos de ese edificio. Ese vestíbulo se ha ido reduciendo conforme se amplía el baño de las mujeres. Además tiene un mirador que da a los jardines del campus. Un día me fui a “las islas” a platicar (sin comillas) con una alumna que ya era mi colega profesora, cuando llegamos todos los que estaban ahí tiradotes le comenzaron a silbar maliciosamente. Incluso algunos majaderos le quisieron levantar la falda, tanto que ella tuvo que usar una estrategia que se ve que les sirve mucho a algunas mujeres en esos episodios. Ella misma se levantó la falda de un lado y empezó a bailar y a dar vueltas pícaramente mientras me decía que huyéramos de allí. Algunos alumnos míos se dieron cuenta del predicamento en el que estábamos y se nos unieron para hacer montón con nosotros para evitar situaciones que pudieran ocurrir. Pero mi compañera ya se había ganado a los pelafustanes que la molestaban.

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La Escuela de Verano

Yo empecé a dar clases en la Escuela de Verano cuando su director era don Antonio Castro Leal, quien tenía una de las bibliotecas más asombrosas que ha habido en México. Él fue director de la Facultad de Filosofía y Letras y llegó a ser rector. Tenía tres hijas, de distintas carreras, de las cuales yo era amigo. Quién sabe qué tenían esas personas como Castro Leal, que siempre tenían chambas como altos funcionarios, siempre caían parados. A los extranjeros les cobran mucho dinero por esos cursos. Ese dinero no se lo dejan a la Facultad, va a parar a las finanzas centrales de la UNAM.

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Por la forma en la que estaban diseñadas, las Facultades de Filosofía y Letras y de Derecho estaban conectadas. En un principio los estudiantes de Derecho entraban por nuestra Facultad y pronto descubrieron que de paso podían echar “taco de ojo” con las estudiantes extranjeras que venían a tomar cursos en la Escuela de Verano. Querían ver a las gringas que disfrutaban el clima mexicano “destapadas”, es decir con el pelo recogido o cortado, en shorts, con la barriga al aire y el ombligo de fuera, como si estuvieran en Acapulco. Muchas gringas preferían tomar cursos de verano en Francia, España o Italia, pero muchas se venían a México. Nosotros estábamos contentos porque íbamos a tener espectáculos gratuitos de bellezas. El estilo de las gringas contrastaba con el de las muchachas mexicanas, más recatadas porque usaban la falda hasta “el huesito”, como dice Ramón López Velarde: “Suave Patria: te amo no cual mito,/ sino por tu verdad de pan bendito;/ como a niña que asoma por la reja/ con la blusa corrida hasta la oreja/ y la falda bajada hasta el huesito.”

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Entonces para impedir que los muchachos de Derecho se vinieran a “zopilotear” se cerró el acceso de Filosofía a su Facultad. Estos estudiantes acostumbraban acostarse en las escaleras, era el pretexto para que las gringas los pisaran y ellos pudieran verles las piernas y los calzones y después hacerles la plática. Todas las escaleras, hasta el tercer piso, estaban ocupadas por estudiantes, y las gringas subiendo y bajando. Para solucionar ese asunto construyeron la Escuela de Verano fuera de la Facultad de Filosofía y Letras, en donde actualmente está la Escuela para Extranjeros.

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Foto:

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