La eucaristía de Morrissey

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Esta crónica del concierto del cantante británico en Guadalajara es también un relicario con lo mejor del post punk, pop art, y una dosis de arengas políticas contra el bombardero Donald Trump, todo esto servido en el mismo cáliz

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POR JOSÉ HOMERO

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Grenouille regresa al mercado donde nació entre la inmundicia. Lleva consigo un frasco con la esencia de las hermosas vírgenes a quienes mató para extraer su fragancia. En medio de la escoria del barrio vacía sobre sí el elíxir. Los parias, convencidos de que están en presencia de un ángel, se arrojan sobre él, lo abrazan, lo dismembran, lo devoran. Tras la saciedad, aunque avergonzados por la voracidad caníbal, se sienten orgullosos. “Por primera vez habían hecho algo por amor.”

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¿A qué huele Morrissey?, ¿emitirá un aroma sutil que compele al escucha a la adoración o esos efluvios provienen únicamente de las notas de su música? Mientras los espectadores corean (“Close your eyes/And think of someone/You physically admire/And let me kiss you, oh/Let me kiss you, ohh”), Morrissey abre su camisa color blanco ostión, se la quita, se acaricia con ésta un costado del torso de tono meloso y cierra los ojos.

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Un pájaro desciende sobre las cabezas de quienes escuchan a Hiromi Trio. La japonesa cautiva con su diestra y vertiginosa digitación por todas las escalas del piano. El zorzal está a punto de posarse sobre el estrado pero la cámara que efectúa desplazamientos laterales se lo impide y tras una vacilación remonta el vuelo. Aturdido, desconcertado, revolotea sobre la casuarina junto a la que se ha instalado ese foro y se aleja. Esta noche será un nómada expulsado de su territorio.

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La primera edición del Roxy, Festival de Música y Arte Gastronómico el 1 de abril en el parque Trasloma de Zapopan, Jalisco, fue presidida por Morrissey y con Empire of the Sun, Placebo, James y Smash Mouth como guarniciones de calidad, además de Fito Páez, Hiromi Trio y otros grupos extranjeros y locales que actuaron en dos escenarios coadjuntos. En su faceta gastronómica, cuatro afamados chefs regionales –Tomás Bermúdez, Antonio de Livier, Paco Ruano y Fabián Delgado– presentaron platillos basados en la cocina típica y callejera recreados con peculiar sazón. A media tarde mientras Hiromi Trio y poco después el dueto de “diyeis” Hot Chip interpretaban sus piezas en los foros semivacíos, la concurrencia, a esa hora amodorrada por los vasos de cerveza o el aturdidor sol occidental, merodeaba el lago, holgazaneaba en los islotes de césped, aprovechaba para tomarse las inefables selfies, departía en los pabellones de madera de la cervecería patrocinadora, husmeaba entre las tiendas de los mecenas minoritarios –botellines de tinto; islas de tequila o de vodka–, o simplemente deambulaba recorriendo el amplio parque disfrutando de un rito de inicio de primavera.

El Festival Roxy reunió en el Parque Trasloma de Guadalajara a baldas como Placebo, Hiromi Trio, James, Smash Mouth y, como estelar, al cantante británico Morrissey./Cortesía El Informador.

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Si Placebo mantiene un idilio con México –su feligresía portaba orgullosos letreros proclamando la hermandad entre Mexico y Placebo, mexican soul mates–, Morrissey ha encontrado en Latinoamérica además de una grey fiel a tres de sus cinco músicos Desde 2009 se unió a la familia, Gustavo Manzur, estadunidense con raíces colombianas, quien compuso tres canciones para el álbum World peace is none of your business: “Earth is the loneliest planet”, “Neal Cassady” y “One of your own”. Y aun cuando nos gustaría creer que los versos en español de “Speedway” y al final de “World peace is none of your business” demuestran gratitud hacia un país al que ya ha dedicado una canción –“México”, como obsequio en la reedición de You are the quarry y un empático párrafo en su autobiografía: “En México a la gente se le impide vivir; y a pesar de todo sonríen mientras peregrinan durante ocho días rumbo a Nuestra Señora de Guadalupe; seres reducidos a contar piedras, atrapados en el temor a la pérdida de la fe”–, lo cierto es que el tecladista y arreglista en las giras juega estos enroques con Morrissey y encubierto por un sutil cambio de luces toma el rol de cantante ondeando la bandera mexicana para entonar su peculiar versión que proclama: “en mi manera rara yo soy fiel a ti”, mientras Mozz se aparta detrás del teclado eléctrico, toma una pandereta y acompaña con palmadas. Manzur ha cantado en español no sólo en el orbe lingüístico sino igualmente en Australia, Finlandia o Turquía. Completan el trío de mosqueteros latinos Jesse Tobias en la guitarra y Mando López en el bajo, además de Matthew Walker en la batería y el legendario Booz Boorer en la guitarra y otros instrumentos. Manzur termina su participación inclinándose con reverencia, casi en una postura de yoga, hacia Morrissey, quien le agradece y retorna a su rol:

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I’ve always been true to you

In my own strange way
I’ve always been true to you
In my own sick way
I’ll always stay true to you.

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Las crestomatía visual forma parte de los recitales de Morrissey, así sea que en el Roxy desconcertara a una audiencia impaciente. En la retórica del concierto los videos son epígrafes; iluminan y refractan la obra “mozziniana”. Aparece Ramones en una cruda encarnación, cuando descubrieron su sonido e imagen. Acto crudo, directo –es un ensayo casero en el loft del mítico quinto Ramone, el chihuahuense Arturo Vega–, que enlaza los estilos de New York Dolls y Sex Pistols –otras referencias. Como los hagiógrafos más curtidos saben, Steven Patrick Morrissey tiene una compleja relación con Ramones. Tras denostarlos en una temprana recepción en el periódico Melody Maker terminó reivindicándolos al añadir a su baraja de canciones “Judy is a Punk”, canción que interpretó en los encore de la Ciudad de México y de Puebla. Cada estación del recorrido del ómnibus de videos arroja claves, desde la deuda que canciones suyas –digamos “All you need is me”– tienen con la distorsión guitarrística de “God save the queen” de Sex Pistols hasta el sustrato melancólico de los versos de Anne Sexton recitando “Wanting to die”, pasando por los guiños a la subcultura homoerótica que acompaña a “Make up” de Lou Reed con un Joe D’ Allessandro desnudo o los trazos de carmín travesti que a veces debe arrostrar la banda como si fueran muñecas de papel neoyorquinas.

Además de los encores en una especia de homenaje a Ramones, la presentación de Morrissey tuvo momentos de arengas políticas contra Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

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Atmósferas patéticas en el sentido lato –no en su acepción despectiva– exaltando las pasiones y los gestos de arrebato marcan el inconfundible estilo de Morrissey. Por ello importa cada una de las fotografías proyectadas: un bailarín flamenco, un joven con el torso desnudo apuntándose a la sien con un dedo o una pareja de bailarines de mambo. Las vistas no acompañan las canciones ni contribuyen al espectáculo: son el revestimiento, las notas críticas diríamos de las composiciones. En una toma contrapicada un niño negro muestra las palmas de sus manos. “Rebélate” señala reforzando el mensaje de “World peace is none of your business”.

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La dimensión teatral del personaje remite igualmente a esa educación sentimental. Enfrenta a la hidra policéfala con mesura recelosa. Cierra los ojos, respeta el perímetro que marca como su espacio. Dobla la pierna apoyándose en el monitor frontal del proscenio (“Why do you come here?”), da la vuelta. En los pasajes en que la batería retumba su poderío –por ejemplo en “How soon is now?”, donde Walker arremete contra los timbales con ímpetu de lid medieval– presenta la espalda, la rodilla doblada frente a la plataforma de los tambores, prosterna la cabeza. Cuando está más relajado juega con su cadena balanceándola como si fuera un pachuco pavoneándose por las calles del centro de Los Ángeles. Da pasos laterales, extiende los brazos. Actúa las canciones melodramáticas con giros de hombros, mueve el cuello, levanta la cabeza, nuca agónica como heroína prerrafaelista, desplegando las manos con ademanes de un pequeño que aprende a declamar. Su gestualidad es muestrario de ese sabor mediterráneo sin la cual su música es ininteligible. Bastaría recordar “Kiss me a lot”, cuyo irónico título es toda una declaración (la traducción en inglés de “Bésame mucho”), cuyos compases y filigranas remiten a la rumba española.

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Aunque lejos de la radicalidad agitpop, Mozz es un activista. Su escenografía es específica para México. No sólo la bandera al frente del bombo –una heráldica recurrente: en Australia por ejemplo en vez de la bandera presentó al escudo del país– sino que las camisetas negras y azules de su banda escupen la frase “Fuck Trump”. La política del presidente estadunidense establece la agenda del recital. Así en una de sus alocuciones recordará que hay una cosa muy buena con respecto al muro (There’s one very good thing about the Trump’s Wall”): Trump quedará del otro lado. En otro momento enseña una canción que se queda en consigna de manifestación. “Stop, Trump!, Stop, Trump!, Stop, Trump!” retumba en la penumbra como si fuera un solo irlandés de hornpipe. Tras concluir “Ouija board, ouija board” arengará a la masa con ironía negando que la paz mundial sea de nuestra incumbencia. Comienza “World peace is none of your business” y en la pantalla se proyecta una variante de la portada del disco Years of refusal. La alteración es política: el bebé tiene la cara de Trump. Esta canción incluye la segunda aparición de Manzur como vocalista. Al término toma de nuevo su puesto y canta: “La paz mundial no te concierne” con dudosa entonación. Al segmento político siguió la secuencia en que expone su activismo vegetariano y pro animal. Interpretó “The bullfighter dies” relatando una anécdota leída sobre la muerte de un torero mexicano.

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Morrissey se acaricia con recato el torso desnudo y se enjuga el sudor con la camisa de la que se ha despojado. En seguida avizora el mar de cabezas como si buscara un punto al cual arrojar su vestidura. Por un momento recuerda a un mariscal de campo eligiendo receptor.

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Tampoco el público tapatío recibe aquí una muestra de preferencia. Desde hace más de una década el último tercio de “Let me kiss you” marca el topless. Guadalajara debería de tener memoria. En 2011, en su actuación en el teatro Diana, también aventó su prenda.

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Mientras la audiencia lejana corea “Shoplifters of the world unite”, los espectadores que cierran filas en torno al escenario parecen olvidarse del espectáculo. La tela surcó el espacio nocturno y como el zorzal vespertino revoloteó antes de caer en medio de la multitud. Hombres y mujeres la disputan. Un joven la toma pero otros se niegan a soltar un cabo, un faldón. Se aferran a la reliquia como náufragos a un asidero. Alguien grita: “córtenla, rómpanla, que todos tengan un trozo.” La melé dura unos segundos e impulsa a ese cuerpo único que es la muchedumbre. Al cabo de unos minutos se ha cumplido el cometido. El cazador del trofeo, sacerdote de un culto bárbaro, reparte blancos trozos de tela entre los comulgantes.

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Morrissey no será engullido como Grenouille, cuya misantropía comparte, pero es confundido con un ángel, tomado por un santo –como lo llamaría Manzur en Colombia–. Los retazos de la camisa se comparten y un joven de anteojos dice a uno de sus compañeros, ¿quieres saber a qué huele Morrissey?, mientras acerca la hostia rectangular a la nariz. El otro acerca su cabeza, cierra los ojos y por un momento parecen extasiados aspirando los vestigios corporales del cantante.

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Sí, Morrissey no necesita ser un perfumista asesino, para aprehender el aroma de los bien amados –a semejanza de Grenouille, el personaje de Patrick Süskind–. Posee el carisma, la esencia de los seres que causan devoción. Al término de la ceremonia la multitud saldrá redimida. Beatificada.

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FOTO: El espectáculo de Morrissey durante su gira en México incluyó encores del grupo norteamericano Ramones, como reivindicación de sus antecedentes musicales en el punk./Cortesía: Roxy Foto

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