Revolución en la gráfica
POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Autor de 100 años de caricatura en EL UNIVERSAL (Secretaría de Cultura-EL UNIVERSAL, 2016); @agusanch
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Mientras algunos críticos mexicanos discutían acerca del valor de la caricatura como arte –incluso llamándole “arte menor”–, El Universal Ilustrado daba a ésta un sitio preferente en sus páginas. De este modo mostraba que podía ser un semanario digno de estar en un kiosco de cualquier metrópoli, donde la vanguardia asentaba sus reales y veía al mundo de una manera diferente, dejando atrás el realismo y otras expresiones de antaño, asumiendo una estética de vanguardia, una nueva expresión donde lo bello ya no era lo esencial, por lo menos de la manera en que se venía conceptualizando hasta entonces.
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En El Universal Ilustrado aparecían los grandes autores universales como una muestra de esa modernidad en una etapa temprana de la posrevolución. En esos años, el guatemalteco Carlos Mérida, miembro del grupo de dibujantes de planta de EL UNIVERSAL, hablaba de una “época en que los artistas ya no se preocupan por la forma, pero a tal manera que descuidan los más elementales formas de color; el cubismo ha sido la reacción del impresionismo; la preocupación de la línea llevó a Picasso a reunir en una tela una serie de principios ideológicos agrupados más o menos geométricamente y tomando del objeto nada más que las líneas esenciales de donde resulta una obra más literaria que pictórica”.
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El primer jefe de redacción de la revista, Carlos González Peña, definió así a El Universal Ilustrado: “no es un periódico de sensacionalismo brutal ni de desenfrenado noticierismo (sic). Ha procurado colocarse en el justo medio: informar, pero también cultivar y también enseñar… en sus páginas anhela reunir en amistoso consorcio a las mejores plumas y a los mejores artistas de lo plástico”.
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González Peña, a quien se recuerda hoy en día por su clásica Historia de la literatura mexicana fue, sin duda, responsable de esta conceptualización y de esta búsqueda por conformar y, a su vez, continuar con el esquema de revistas ilustradas que se había gestado desde finales del siglo XIX, como El Mundo Ilustrado, Sucesos Ilustrados, Multicolor o por Zig Zag. Este último fue el antecedente inmediato de El Ilustrado, no sólo por compartir el formato, sino porque varios de sus colaboradores pasaron a este semanario de manera natural, incluido su director Pedro Malabehar y uno de sus ilustradores, Andrés Audiffred.
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El Universal Ilustrado, como indica su nombre, se caracterizó por otorgar un papel preponderante a las imágenes: fotografía, caricatura e ilustración, en interiores, portadas y contraportadas fueron un elemento básico y un atractivo para el nuevo lector; pero además, hoy es una fuente básica para entender la visión del nacionalismo que estaba en boga en esa década, y cómo compaginó con la vanguardia manteniendo un equilibro entre ambas percepciones.
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Tal vez una de las características más importantes de esta revista, fue su afán por publicar caricatura artística, en el mejor sentido de la palabra. Desde los primeros números mostró lo mejor del humor que se producía en el mundo. De esta manera era posible encontrar páginas enteras dedicadas a regiones o países con los grandes humoristas. Así, se publicaron páginas dedicadas a la caricatura francesa, inglesa o norteamericana y el lector mexicano pudo acercarse a otros ámbitos del humor gráfico, y los caricaturistas de nuestro país, también. No fue gratuita la influencia de autores como Aubrey Beardsley, el humorista inglés, en cartonistas como Andrés Audiffred o las líneas de SEM, caricaturista francés, que realizó un dibujo con sentido de síntesis, donde la línea recta desapareció y logró conjuntar una imagen única, como los retratos que hizo a la diva Josephine Baker y que, sin duda, tendría una seria influencia en autores nacionales como Hugo Thilgmann.
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Pero también, El Universal Ilustrado recogió las obras de autores de gran envergadura universal en la caricatura, como el catalán Bagaría, revalorado en estos tiempos por su gran trazo pues, escribe el caricaturista Kap, “renovó con su trazo el concepto ilustrativo de la caricatura, con un estilo propio que fue seguido por otros caricaturistas en España”; de igual manera, publicó al cubano Conrado Masaguer, quien se convirtió, en París y en Nueva York, en uno de los artífices de la vanguardia, al lado del salvadoreño Toño Salazar y del guatemalteco Carlos Mérida. De esta manera, el lector mexicano pudo mirar hacia afuera, dejar de mirarse a sí mismo, respirar el aire universal.
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De igual manera, publicó a los artistas mexicanos que emigraban, sobre todo a Nueva York, como Miguel Covarrubias, Matías Santoyo o Alfonso X. Peña quienes fueron estimulados para conocer mundo por José Juan Tablada, el primer intelectual que le dio su lugar a la caricatura en nuestro país.
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Con estos elementos, El Universal Ilustrado se convirtió en el escaparate de la caricatura como una expresión estética. En sus páginas aparecieron un sinfín de autores, muchos de ellos que sólo incidentalmente realizaron cartones, como Rufino Tamayo, Erasto Cortés, Alfredo Zalce, Saturnino Herrán o Gabriel Fernández Ledesma, entre otros.
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De este modo, también consolidó a Andrés Audiffred, quien haría de la caricatura una expresión del nacionalismo en boga, retratando a personajes populares en una suerte de mexicanos pintados por sí mismos y emparentando la literatura finisecular con las imágenes del costumbrismo mexicano. Por otra parte fue, tal vez, el artista mexicano que en su obra mostró la necesidad de compaginar lo nacional con lo cosmopolita, gracias al par de viajes emprendidos a Estados Unidos mientras se daba la revolución armada. Fue capaz de crear un dibujo sintético, a la par que trazos art decó y art nouveau con los que lucirían decenas de portadas y contraportadas de este semanario. Audiffred, se mantuvo en EL UNIVERSAL hasta su muerte y se convirtió en un icono de este diario y de esta revista.
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Vale la pena citar al historiador Fausto Ramírez, quien al hacer una lectura de la época, señala que “en la moderna caricatura, ya no se trata de apoderarse de defectos físicos y visibles de una persona para obtener, exagerándolos, una deformación que mueva a risa, sino de “expresar, en unas cuantas líneas, la psicología de un individuo con todas sus modalidades espirituales. Algún crítico llega a hablar incluso de un “impresionismo de la línea” para peculiarizar la tendencia dominante del humorismo moderno: la línea como “fin de la esencia de la gráfica”, el rasgo como recurso capaz de “compendiarlo todo” y donde radica “la mayor suma de expresión”.
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El Universal Ilustrado ofreció una propuesta de humor con trazos sintéticos, figuras geométricas (la obra de Tilghmann es un prodigio) que contrastaron y se enfrentaron al realismo y al expresionismo, pero también al muralismo que construía el arte nacional. (Diego Rivera fue un modelo constante en las obras de los caricaturistas).
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El Universal Ilustrado gestó una renovación del humor gráfico en el sentido estético, pues la crítica política al poder prácticamente quedó marginada, (entre otras cosas por la censura ejercida durante esa y las siguientes décadas). Esta revolución que ofreció El Ilustrado mostró, una vez más, que no toda la caricatura tiene tema político ni es “de combate”.
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No obstante, publicó caricaturas de algunos poderosos, como la que hizo Inclán del presidente Plutarco Elías Calles, una obra maestra del expresionismo, o el retrato de Emilio Portes Gil hecho por Audiffred.
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Pero los temas básicos estaban en el retrato de la vida cotidiana y en los cómicos del cine mudo que, de alguna forma, se emparentaban con ese humor carente de palabras: Chaplin, Harold Loyd o Cantinflas fueron un modelo recurrente.
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La generación de caricaturistas que participaron en El Universal Ilustrado fue de grandes artistas que mostraron que aunque no toda caricatura es arte, casi todo lo que publicó este semanario estuvo impregnado de un sentido estético de primer nivel y de una expresión que no fue ajena a uno de los grandes momentos que vivió el arte mexicano durante esa época y heredó para la posteridad.
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FOTO DESTACADA: “El General Plutarco Elías Calles”, por Carlos Inclán Herrera (4 de agosto de 1921); a la izquierda, “José Vasconcelos en Madrid”, por Bagaría (9 de julio de 1925).
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