Juan Rulfo, un clásico que sabe susurrar

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Convocados por Confabulario, narradores, poetas, académicos y críticos literarios de América Latina reflexionan sobre la trascendencia de la obra de Rulfo, a partir de cuatro preguntas: ¿Se sigue leyendo a Rulfo en el país? ¿Qué aspectos se valoran más de su literatura? ¿Cómo se lee y cómo se entiende a Rulfo? ¿En qué autores contemporáneos del país se puede rastrear la pista de Rulfo? ¿Es tan universal la literatura de Rulfo como los mexicanos creemos que es? La lectura de autores uruguayos lo ubica como un escritor que conjugó  el mito y la prosa moderna con la creación de regiones imaginarias, que lo igualan al norteamericano William Faulkner, y al uruguayo Horacio Quiroga por el manejo de la lengua hablada

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POR EL PAÍS/GDA

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Montevideo.
Pablo Rocca, crítico literario
1. Cuantificar la lectura y, además, tabularla es una operación extraordinariamente imprecisa. Rulfo es un clásico de la lengua, y como tal ultrapasó cualquier adscripción o categoría (mexicano o latinoamericano). Los clásicos siempre están aunque se los lea a los saltos, siempre son aunque no se pueda verificar el proceso de retroalimentación que nos puede ofrecer la novedad. Los clásicos saben susurrar.

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Desde la salida de la dictadura en Uruguay, en 1985, incluso poco antes de que muriera, la obra de Rulfo se indicó para el último año de Bachillerato, lo cual podría asegurar una presencia amplia entre quienes llegan a ese último escalón preuniversitario. Por esa época, las minorías, que en su momento no lo eran tanto, han tenido en Uruguay el raro privilegio de conocer la primera edición fuera de México, y una de las primeras en el mundo, de El gallo de oro, gracias al esfuerzo del gran editor Heber Raviolo (1932-2013), quien introdujo esas páginas en la colección “Lectores” de Banda Oriental. Los poetas Enrique Fierro e Ida Vitale, quienes entonces residían en México, facilitaron a Raviolo el encuentro con Rulfo. Lo llevaron a su oficina en el Volkswagen que Ida manejaba –según nos contó Raviolo– en tortuoso zig-zag. En una salita, sin protocolos, el autor de Pedro Páramo –y ahora sigo el relato de Enrique (1940-2016)– firmó un contrato que le extendió Raviolo, recibió la paga correspondiente y, según su costumbre, pronunció unas corteses y pocas palabras. Su interlocutor no le iba en zaga: casi parecía un personaje de Rulfo. La tirada de ese pequeño libro para suscriptores, que en su portada ostentó un dorado, un luminoso gallito de ojos amenazantes, se acercó a los cinco mil ejemplares. De cuando la lectura era, todavía, algo aproximado a un acto de fe.

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2. Podría esquematizar cómo se lo ha leído y entrever cómo se lo ha entendido. Con más dificultades y mayores grados de equivocidad sólo podría conjeturar cómo se lo podría leer. Una vez más, y sin prurito alguno de nacionalismo, en Uruguay se tuvo una de las primeras relevantes opiniones críticas sobre la obra de Rulfo. El mismo año de la publicación de Pedro Páramo, Mario Benedetti publicó un largo artículo en el semanario Marcha, quizá el primero fuera de México, al que tituló “Juan Rulfo y las posibilidades del criollismo” (Marcha, Montevideo, Nº 788, 4/XI/1955). Una docena exacta de años después, cuando Benedetti recogió ese artículo en libro, lo tituló “Juan Rulfo y su purgatorio a ras de suelo” (Letras del continente mestizo, Montevideo, Arca). En 1967 el “criollismo” había sido vencido por quienes, como Benedetti, creían en que la narrativa tenía que saltar por encima de lo pintoresco. Rulfo servía a estos modernizadores un poco prepotentes como modelo para liquidar “el relato en línea recta, la porfiada simplicidad, […] la endósmosis de lo llano con lo chato”. Vista así, la narrativa de Rulfo se sobreponía a cualquier residuo naturalista y costumbrista, instalando el mito y la prosa moderna en el cuerpo mismo de lo americano: la región. De esa forma, que será la misma en que lo leerá Emir Rodríguez Monegal y hasta cierto punto el primer Ángel Rama, Rulfo venía a ser una especie de Faulkner latinoamericano, mientras que sus antecedentes apenas si pasaban de ser modestos Fenimore Cooper.

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Ya lejos de fronteras uruguayas, obligados al exilio durante el ciclo dictatorial que se inauguró en 1973, hay dos aportes importantes de críticos uruguayos: el de Ángel Rama y sobre todo el de su discípulo Jorge Ruffinelli. El primero, en su libro Transculturación narrativa en América Latina (México, Siglo XXI, 1982) toma en préstamo de la antropología el concepto de transculturación, que supone el intercambio multidireccional, para examinar la caída de “gran parte del repertorio regionalista […] que respondía básicamente a las estructuras cognoscitivas de la burguesía europea”. En ese plan, que tiene antecedentes en la idea del brasileño Antonio Candido de “superregionalismo”, Rama sitúa la obra del narrador mexicano en dos niveles básicos del “proceso de transculturación”: la lengua y la estructuración literaria, dos niveles que en su opinión Rulfo renueva a fondo en las letras americanas. Por su parte, en muchos trabajos críticos reunidos, al cabo, en su libro El lugar de Rulfo (Veracruz, Universidad Veracruzana, 1986), Ruffinelli lee los cuentos de El llano en llamas y lee a Pedro Páramo en clave de interpelación de las estructuras social y política mexicanas en forma paralela a una radical renovación de las formas.

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Si las anteriores intervenciones fueron centrales para la discusión de la obra de Rulfo en la medida en que se iba imponiendo, y basta revisar la monumental edición de la obra completa en la colección “Archivos” para comprobarlo, los aportes posteriores reposaron en la actividad pedagógica o en la actividad crítica ya más o menos transitada. Esto último quizá sea un síntoma o, mejor, una marca de la afirmación del clásico.

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3. Mario Arregui en su notable correspondencia con el cuentista brasileño Sergio Faraco, originalmente publicada en 1990 (Montevideo, Monte Sexto), no se cansa de elogiar a Rulfo a quien puede ver, quizá en la línea de interpretación de los críticos de su edad, como a quien consiguió narrar sobre asuntos americanos sin recaer en la gastada tradición de la novela de la Revolución mexicana o en los perdidos atajos de una retórica costumbrista. Antes que en Rulfo, el gran cuentista uruguayo que había publicado sus primeras piezas hacia 1947 y su primer libro en 1953 (Noche de San Juan y otros cuentos) pudo encontrar en Borges una versión más urbana y menos propensa a la reescritura del mito. De ahí que el conocimiento de Rulfo, al que debió llegar –como casi todos por estas latitudes– hacia 1960 fue un deslumbramiento y, de ahí, las posibilidades del cruce más que de la postulación de dos tradiciones de escritura narrativa antagónicas, como habitualmente se los suele ver. Esa búsqueda, por otra parte, podía tener una ignorada genealogía local en el trabajoso empeño de Francisco Espínola por construir un relato, que nunca concluyó, sobre Don Juan, el Zorro (edición póstuma: Montevideo, Arca, 1984), en el que el lenguaje aparece más como problema y aventura en sí mismo que como medio de comunicación de una de las muchas historias y aventuras que, efectivamente, el relato dispone. Más cerca, en alguna narración de Tomás de Mattos, quizá más que nada en A la sombra del paraíso (Montevideo, Alfaguara, 1996) se advierte la presencia de un ritmo y de una atmósfera que se desprende, por momentos, del fuerte realismo en el que se inserta la historia policial. Ese ritmo y, sobre todo, esas atmósferas no podrían haber sido organizados sin Rulfo.

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4. La magia de Rulfo consiste en haber capturado lo que hay de humano profundo e invariable no tanto en un espacio físico o político específico, sino en las historias que ese espacio, México, provocó en su escritura para siempre. Dicho de otro modo, la literatura de Rulfo le pertenece a todos, dondequiera que estén.

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Elvio Gandolfo, escritor
1. Podría hablarse más de región que de país. Argentina y Uruguay integran la región rioplatense, con puntos de encuentro y desencuentro. En el caso de Rulfo es un autor que se sigue leyendo en esa región. Una prueba es la reciente reedición de su obra completa por el sello Eterna Cadencia. La suya es una de esas voces de fondo dinámicas cuya supuesta decadencia o disminución se anuncia a veces (Cortázar, Onetti, Arlt) sin que nunca decrezca la presencia en librerías de nuevo o de viejo, ediciones de kiosco o programas de literatura, por más venida abajo que esté la enseñanza de la literatura.

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2. Como los otros autores citados, lo importante es el contacto directo del lector con los textos. Sobre todo los cuentos tienen un poder de impacto directo e inmediato, y un manejo de la lengua hablada mexicana de gran eficacia y esquiva estrategia, que provoca una inmediata valoración de su modo de narrar, a la altura de un Horacio Quiroga. Actualmente han retrocedido los supuestos modos de entender a un autor basados en un consenso. Más bien, sus virtudes encarnan de muy distinto modo en cada lector. Se lo suele empezar a leer porque es un clásico, y pasar al disfrute intenso de su prosa en cuanto el contacto se hace más extenso.

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3. En el caso de Onetti, fueron amigos. Pero además venían de vertientes previas fuertes como las obras de William Faulkner o de autores nórdicos como Knut Hansum. Su huella se ha vuelto difícil de distinguir por el modo en que suele estar presente en cualquiera que escriba sobre ámbitos rurales, o situaciones de extrema violencia. Por otra parte Pedro Páramo es una novela inclasificable, con inserciones casi vanguardistas por el modo de tratar un ámbito cerrado con muchos momentos de gran teatro.

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4. La preocupación por si una literatura es o no universal en tiempos de globalización o fragmentación extrema no rinde dividendos demasiado claros. Por su ubicuidad de edición (en parte por su carácter de clásico) su presencia provoca efectos también globales y fragmentarios, de difícil descripción. En mi caso, hace poco releí la obra completa cuya edición reciente cité, y quedé una vez más “noqueado” por la contundencia de sus sabidurías y recursos narrativos.

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Amir Hamed, escritor
1. No sé muy bien qué quiera decir si se lo sigue leyendo o no. Podría contestar que sí, que es evidente que la lectura de Rulfo no concita, en Uruguay, el interés que concitaba en los sesenta, setenta u ochenta. No es hoy, tampoco, autor de referencia entre los escritores jóvenes del país.

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2. En Uruguay hay un par de comentaristas que han equiparado, con la de Rulfo, la obra de un escritor campero previo a éste: Juan José Morosoli. Lo que sin duda estos autores tienen en común son los climas rurales, una presentación de personajes parcos y en buena medida, absorbidos por su destino.

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3. Lo anterior haría a Morosoli precursor de Rulfo. En Uruguay es muy difícil trazar una pista de Rulfo, salvo indirectamente. Se puede decir que quien mantuvo la tradición de “fundar” pueblos imaginaros ha sido Mario Delgado Aparáin. En este sentido, se estaría sumando a esa tradición faulkneriana, inaugurada en buena medida para Latinoamérica por Rulfo y Onetti. La población imaginaria de Delgado, pueblerina, estaría más cercana, en este sentido, a la tradición en su vertebración rulfiana.

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4. Para contestar esto habría que creer, en primer lugar, en la categoría “literatura universal”, y luego en qué es lo que consideran los mexicanos sobre la universalidad de Rulfo. Entiendo que es una obra que se lee sin dificultad desde cualquier país latinoamericano, porque en buena medida ella misma explicita sus contextos. Entiendo también que, de los dos libros de Rulfo, el que mantiene mayor vigencia es El llano en llamas.

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Jorge Arbeleche, poeta
1. Se sigue leyendo, tal vez no con la intensidad de hace décadas. No es novedad, sino que se le considera —al menos yo— como un clásico contemporáneo. Figura en todos los programas de enseñanza de Literatura Hispanoamericana,en educación Secundaria, en Formación Docente y en Facultad de Humanidades. Es tema recurrente en las tesis de licenciatura y doctorado.

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2. Así como se disfruta de su prosa, de estilo tan personal y único, se le lee como un renovador e innovador con indeclinable vigencia.

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3. Es tan original su estilo y personalidad literarias que carece de muchos seguidores. Más que una escuela, es único e inimitable.

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4. Es absolutamente universal. Los mexicanos tienen razón en considerarlo como tal.

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FOTO: Barda de adobe en Guadalajara, Jalisco. Década de 1940. Esta foto forma parte de la exposición El fotógrafo Juan Rulfo, que se exhibe en el Museo Amparo, en Puebla, hasta el 10 de julio./Foto de Juan Rulfo. Cortesía Museo Amparo de Puebla

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