Los bucaneros de sábado

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El editor hace un repaso por la propuesta gráfica que caracterizó al suplemento sábado durante la dirección de Fernando Benítez, una apuesta que no estuvo exenta de pequeñas licencias

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POR HUBERTO BATIS

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Al suplemento sábado se acercaban escritores jóvenes como las abejas al panal. Teníamos un registro de material impresionante. Así como hubo cientos de escritores que congraciamos con ser publicados por primea vez, muchos no tuvieron la oportunidad. Eran tantos que no teníamos tiempo de leerlos.

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Cuando eres editor también tienes que hacerle de formador, corrector… Y cuando delegas se llegan a cometer atrocidades y errores tan terribles como publicar una fotografía con un pie que no le correspondía y en un artículo en el que no deberían de ir, en una fecha que tampoco le correspondía. Eso sucedió porque simplemente no estuve en la edición y delegué las funciones. ¿Qué haces cuando se cometen errores de este tipo? Dan ganas de que rueden cabezas.

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Para usar imágenes recurríamos a ilustraciones de periódicos y de fotógrafos profesionales. Los fotógrafos de un periódico, por lo regular, no persiguen la nota cultural. Piensan que no les va a dar mayor lustre ni los va a hacer famosos como las notas políticas o de sangre. Para ellos la imagen de un asesinado o un atropellado vale más que la fotografía de un poeta o un narrador, a no ser que esté muerto y pase a la historia. Continuamente me admiro de encontrar contemporáneos míos que se están muriendo y de los cuales no tengo registro fotográfico. Un suplemento cultural debe tener un archivo fotográfico inmenso. Y si no lo tiene, lo debe ir haciendo “pepenando” todo lo que puede.

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Hay fotógrafos que se especializan en retratar artistas, escritores del ambiente cultural. Uno de ellos fue Ricardo Salazar, quien retrató a muchos escritores; otra fue Christa Cowrie, quien se especializó sobre todo en danza. Hay personas que están labrando su memoria: archivan papeles y fotografías para cuando mueran, pero son raros. Por lo general, a la muerte de un artista, los investigadores empiezan a buscar.

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Era tal la falta de colaboración de la mayoría de los fotógrafos de un periódico, que yo mismo me volví fotógrafo. De este modo, a cuanta gente me visitaba, también la retrataba. Logré reunir un archivo muy valioso.

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Tuve la suerte de que Basia Batorski me llevara a su hijo EKO (Héctor de la Garza Batorski). Era muy joven. Me llevaba caricaturas infantiles, como un dragón al que le pedían fuego para encender un cigarro y echaba una llama tan poderosa que dejaba reducido a cenizas al fumador. Echamos a perder a ese muchacho inocente y lo hicimos famoso. A Manuel Becerra Acosta le regaló un cuadro con un dibujo erótico que ahora yo conservo. Becerra lo había llevado a la sala de su casa, pero su esposa, Ángeles Aguilar Sinzer, le dijo que no podía poner algo tan obsceno ahí, ante sus hijos y sus parientes. Entonces Manuel me lo regaló. Me dijo: “Tú no vas a tener esa dificultad”. Lo tengo en un gran lugar, entre dibujos de José Luis Cuevas y un cuadro de Antoni Tàpies.

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EKO fue un pilar fundamental en el suplemento. También tuve a un dibujante y pintor muy bueno: Ero Díaz, quien se ganó el premio Dante Alighieri en Roma, aunque Juan García Ponce me decía que era muy malo. Pero ese no era el único. Llegué a tener fotos y dibujos estupendos de Juan José Gurrola, quien era un artista completo: actor, director, escritor, fotógrafo, pintor. Gurrola tenía mucho genio. Christa Cowrie también aportaba mucho con sus fotografías de danza.

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Operación Tijeras”

Cuando hacía el suplemento con Fernando Benítez acostumbrábamos recortar suplementos y revistas extranjeras para usar sus fotos. Con esa técnica éramos dueños del mundo. Nos sentíamos capacitados para recortar y “fusilarnos” cuanta cosa hubiera en el mundo. En mi libro Memorias del sábado perdido (Editorial Ariadna, 2006) hice un relato pormenorizado de ese episodio:

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Willy Schavelzon empezó a presentarse en las juntas todos los viernes y siempre aportaba materiales de excelencia: adelantos de Julio Cortázar, Arturo Roa Bastos, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Blas Matamoros y caricaturas de artistas tan renombrados como Quino y Fontanarrosa. Además, conseguía anuncios que su esposa contrataba en diversas editoriales. También traía periódicos y revistas extranjeras. Entonces se ponía en marcha la ‘Operación Tijeras’. Por ejemplo, sábado regaló a sus lectores un poema de Jorge Luis Borges recortado de La Nación de Buenos Aires. Inmediatamente me llamó a mi casa Enrique Krauze con un reclamo. Vuelta iba a sacar ese mismo poema en una semana, pero ellos tenían los derechos de reproducción en México, pues le habían pagado a Borges en dólares. Le confesé que sábado se había pirateado el poema borgeano de La Nación traída por Schavelzon en uno de sus viajes. La cólera de Octavio Paz por el madruguete se concretó en una carta a Fernando Benítez en la que le exigía que nos disculpáramos y publicáramos en sábado su protesta, en la que nos ridiculizaba como piratas a Fernando y a mí. Alegaba que ya era tiempo de que los editores mexicanos respetáramos las reglas internacionales de los derechos de autor. Fernando Benítez no caviló mucho y se puso a escribir con su letra menudita una respuesta que se publicó con una caricatura que le encargó a EKO, en la que aparecíamos con pata de palo y parche en el ojo. Fernando tocaba el clarín muy gallardo y yo lo seguía tocando desacompasadamente una tambora. EKO me retrató como escudero regordete, compinche de las raterías editoriales que perpetrábamos en sábado. Benítez alardeó que gracias a las tijeras habíamos dado a conocer en México textos invaluables en todos los suplementos que había dirigido. Que los divulgadores de cultura en publicaciones pobres no teníamos el dinero que seguramente a Vuelta le sobraba, que él no tenía una intención de lucro, pues nunca se había enriquecido recortando de aquí y de allá, páginas que sólo quería regalar a los lectores. Arriba de los piratas y su tropa bucanera aparecía un Octavio Paz como Júpiter tronante, con el micrófono de Televisa como cetro y que nos arrojaba rayos y centellas a los filibusteros de la literatura. La cosa no pasó a mayores por el momento, pero precisamente después en el cocktel que ofreció grupo Planeta cuando la absorbió a la editorial Joaquín Mortiz, estaba yo con Juan García Ponce e Inés Arredondo, platicando con Octavio Paz y Enrique Krauze cuando se apersonó Guillermo Schavelzon y se presentó a sí mismo. La memoria de elefante de Paz registró el nombre del malandrín. Lo puso como camote por la expropiación del poema de Borges y lo mandó, con cajas destempladas, muy lejos”.

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FOTO:  Ilustración de EKO, publicada en el suplemento sábado, junto con el artículo de Fernando Benítez en respuesta a las quejas de Octavio Paz.

 

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