Alfonso Mejía, el último de Los olvidados

Jul 28 • Conexiones, destacamos, principales • 31362 Views • No hay comentarios en Alfonso Mejía, el último de Los olvidados

POR ROGELIO SEGOVIANO

Como si se tratara de un ejercicio surrealista, localizar al actor Alfonso Mejía, el único sobreviviente del equipo principal de actores, cineastas y técnicos que participaron al lado de Luis Buñuel en el rodaje de la película Los olvidados, no resulta una tarea simple, sobre todo cuando el mismo Mejía ha pasado los últimos 45 años de su vida retirado de la actuación e intentando ser una persona “invisible” que lo menos que desea es dar entrevistas ni llamar la atención de la prensa.

Para quienes todavía no estén familiarizados con el nombre, Alfonso Mejía es la persona que en 1950, siendo un niño de 13 años de edad, interpretó a Pedro, uno de los roles protagónicos en Los olvidados, considerada por críticos y especialistas como la mejor película realizada en los casi 115 años de historia del cine mexicano.

¿Cómo encontrar a alguien que no quiere ser encontrado? De entrada, con un poco de paciencia, talacha periodística y mucha, mucha suerte. Y es que, aunque muchas personas en la industria fílmica nacional recuerdan todavía muy bien a Mejía por su trabajo en la cinta de Buñuel, así como por una serie de películas posteriores en las que participó hasta finales de la década de los sesenta —cuando se casó con una admiradora y decidió retirarse del mundo artístico—, casi nadie tiene idea de dónde ubicarlo ni qué ha sido de su vida.

“Pues creo Alfonso que ya está muerto…”; “Me parece que de cuando en cuando se deja ver en los Estudios Churubusco…”; “No, pus como si se lo hubiera tragado la tierra…”; “Sepa la chingada qué se hizo El Licenciado, porque muchos así le decíamos…”; “A mí me dijo que pensaba irse del DF, creo que quería vivir en Chihuahua…”; “No, pues en los registros de socios de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) no aparece, no le podemos ayudar…” Esas eran las respuestas con las que me encontré hace algunos años, en julio de 2005, cuando era reportero del desaparecido Diario Monitor y me di a la tarea de  localizar a Alfonso Mejía con motivo del reestreno de la versión restaurada y con final alternativo de Los olvidados.

Alfredo del Valle, funcionario del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), me dijo que Mejía no estaba muerto, que vivía en Chihuahua, que, en efecto, era conocido con el mote de El Licenciado y que a finales de los noventa o a principios del nuevo milenio, el actor retirado había participado en la Universidad de Las Américas, en Puebla, y en el Instituto Tecnológico de Monterrey, en una serie de conferencias y mesas redondas dedicadas al emblemático cineasta español, pero que en el Imcine no tenían ni la menor idea de quién había realizado el contacto, pues también a ellos les interesaba localizarlo. Luego, Del Valle me aportó una de las pistas más valiosas: “Por cierto, hasta donde tengo entendido, Alfonso Mejía era muy, pero muy amigo del periodista Guillermo Vázquez Villalobos, el que era jefe de espectáculos del periódico El Heraldo de México y presidente de Pecime [Periodistas Cinematográficos de México]”.

El periodista Guillermo Vázquez Villalobos había fallecido en mayo de 1994 en un accidente automovilístico, y El Heraldo de México ya no existía más, pero en uno de esos golpes de suerte e ironías del destino, resulta que Diario Monitor, en donde yo trabajaba, antes se llamaba El Heraldo de México, y parte del mobiliario que se utilizaba había sido adquirido unas dos décadas atrás. Varios de esos archiveros, escritorios y gavetas semiabandonados estaban ahí y podía uno encontrarse con papeles y documentos de quienes habían trabajado en ese lugar, es decir, de antiguos empleados de El Heraldo de México.

Un par de semanas antes de iniciar mi búsqueda de “el último de los olvidados”, una asistente de la redacción me había dicho que, hurgando en esos viejos archiveros, encontró una agenda telefónica bastante maltratada y empolvada con las iniciales G. V. V., y que parecía ser “de alguien de espectáculos, porque tiene los teléfonos de muchos artistas”. Me preguntó si me servía, pero al cotejar algunos números de actores y cantantes con los que tenía en mi directorio, ninguno coincidía, y le dije que lo mejor sería que la tirara a la basura, que ya estaba obsoleta. Antes de arrojarla al cesto de basura, la asistente de redacción le echo una última hojeada y me dijo: “La voy a limpiar y la voy a dejar en el cajón de tu escritorio, nunca sabes cuándo la podrías necesitar”.

Cuando llegué a la redacción después de hablar con el funcionario de Imcine, fui directo a mi escritorio, abrí uno de los cajones y vi que estaba ahí la agenda de G. V. V. ¿Habrá sido esta la agenda telefónica de Guillermo Vázquez Villalobos? Sin pensármelo dos veces comencé a buscar el nombre de su gran amigo Alfonso Mejía. Estaba ordenada en perfecto orden alfabético. Recorrí toda la letra A, de Alfonso. Y nada. Luego me fui a la M, de Mejía. Y tampoco nada. Repetí la búsqueda en un par de ocasiones, y nada. “¡Puta suerte la mía!, estuve así de cerquita”, grité en voz alta, al tiempo que arrojé al suelo la libreta telefónica. Y como si el mismo Luis Buñuel estuviera cagándose de la risa á mis espaldas, me di cuenta de que al caer en el suelo, la agenda había quedado abierta en la letra E, en donde aparecían dos palabras y un número telefónico encerrados en un óvalo: El Licenciado.

Corte A: Estoy marcando el número que se me acaba de revelar, pero la línea se corta una y otra vez. Han pasado casi 20 minutos y sigo intentándolo sin que se establezca comunicación alguna. Le pido a la operadora del conmutador del periódico que me ayude con esa llamada, pero después de un rato me responde que no se puede, que el número no existe o está incompleto. Le digo que intente con la clave Lada de Chihuahua. Tampoco hay conexión.

Junto a mí, en la redacción, está sentada Odet, una joven diseñadora regiomontana de la que me hice amigo cuando meses atrás me dio la dirección de un albergue en donde ofrecen gatos en adopción. “¿Estás tratando de llamar a Chihuahua?”, me pregunta Odet sin voltear a verme. “Pues creo que sí, pero el número que tengo debe de estar mal”, le digo. “Yo viví un tiempo en Chihuahua, y ahí dejé un novio. Ya tronamos, pero todavía nos marcamos para felicitarnos en nuestros cumpleaños”, me cuenta. Estoy a punto de decirle que me disculpe, que no estoy de humor para escuchar sus asuntos amorosos y que tengo otras broncas en la cabeza…

“¿Y ya le antepusiste el número 7 al teléfono que marcas?”,  pregunta Odet.

“¿Perdón, qué me dijiste?”

“Que si ya antepusiste el 7”.

“¿El 7…? Esa no es la clave Lada de Chihuahua”.

“Ya sé que esa no es la Lada de ahí, el 7 es un número extra que desde el año pasado o antepasado se le tiene que agregar a los teléfonos de Chihuahua”.

Estuve a punto de besarla, pero preferí volver a marcar el teléfono que tenía de El Licenciado, anteponiendo el número 7, tal como me había dicho la diseñadora. Después de hacerlo, me di cuenta de que en forma inconsciente estaba cruzando los dedos. Se hizo un largo silencio y cuando pensé que no había servido de nada, se escuchó cómo entraba el tono de llamada. Sonó tres o cuatro veces antes de que alguien levantara el auricular al otro lado de la línea y una persona con voz dura preguntaba:

“¿Quién llama?”

“Buenas tardes, ¿me podría comunicar con el señor Alfonso Mejía?”

“¿Quién llama? ¿Quién es usted?”

“ Soy reportero, le llamo de la ciudad de México y estoy tratando le localizar al actor Alfonso Mejía para hacer una entrevista sobre Los olvidados. ¿Es usted?”

“ Sí, soy yo… Pero no me interesa hablar con ningún periodista. No me interesa ninguna entrevista. Ya estoy retirado. Adiós…”

Me colgó. Alfonso Mejía me colgó el teléfono y ni siquiera tuve oportunidad de preguntarle nada. Sin embargo, no cabía de satisfacción, finalmente había encontrado al “último de los olvidados”. Sabía en dónde lo podía encontrar y no me iba a dar por vencido.

Cuando volví a marcarle e identificó mi voz, me dijo con voz ruda: “¿Cómo consiguió este número? ¿Quién le proporcionó mi teléfono? Mire usted, agradezco su interés, pero ya le dije que no doy entrevistas ni quiero tener trato alguno con la prensa ni quiero hablar de ninguna película”. Era complicado explicarle a Mejía que su teléfono “me lo había pasado” su fallecido amigo Guillermo Vázquez Villalobos, así que preferí decirle que todo había sido atar cabos como producto de un trabajo periodístico. A pesar de eso me volvió a colgar.

Ya para la tercera vez que le marqué al actor, antes de darle oportunidad a que me reclamara nada y me pidiera que lo dejara en paz, fui directo al grano y empecé a hablarle de Luis Buñuel y de la trascendencia de una película como Los olvidados que, además, acababa de ser restaurada con financiamiento de la Fundación Televisa y se incluía un final alternativo. Quiero pensar que mi perseverancia terminó por ablandarlo y me dejó hablar sin cortar la llamada.

Después de todo, Alfonso Mejía no era ese ogro refunfuñón que aparentaba al principio. Siete minutos de charla y explicaciones bastaron para convencer al también protagonista de las películas La bienamada, Padre nuestro, Mañana serán hombres, Tarahumara y Rubí, de darme una entrevista y hacer salir al tipo generoso y de hablar pausado que intentaba ocultar.

Para hacer la entrevista sólo pone un par de condiciones: deberá realizarse por correo electrónico y están prohibidas las preguntas acerca de su retiro de la actuación y su deseo de desaparecer del radar de los medios de comunicación.

Si bien no es lo ideal, es la única manera de lograr la entrevista con “el último de los olvidados”. Y a propósito de ser el último sobreviviente, Mejía me hace una aclaración: “No soy el único que está con vida de quienes trabajamos en Los olvidados, pues si bien ya la mayoría se nos adelantó en el camino, todavía vive mi compañera Alma Delia Fuentes, quien hacía el papel de la niña a la que le metía mano El Ciego. Ella y yo somos los últimos sobrevivientes”. Me cuenta que desde hace muchos años no tiene contacto con la actriz y que lo último que supo de ella fue a través de la televisión, cuando se dio la noticia de que había quedado viuda al morir su marido, el reconocido político priista Arsenio Farell Cubillas, quien fuera secretario del Trabajo y secretario de la Contraloría General de la Federación con Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo.

A continuación transcribo la entrevista que me concedió en julio de 2005 Alfonso Mejía:

—¿Cómo descubre la actuación?

—La actuación la descubrí cuando iba al Teatro del Caracol, situado en la calle de Cuba, con el director de escena, y que en Los olvidados fue director de diálogos, el maestro José de Jesús Aceves.

—¿Recuerda cuáles fueron sus primeros acercamientos al cine?

—Mi primer acercamiento al cine fue cuando entré a un foro de los Estudios Tepeyac a hacer el casting para el personaje de Pedro, en la película Los olvidados. A quien recuerdo con mucho cariño es a mi amigo Carlos Avitia Bueno, quien me invitó a ir a Ultramar Films para el casting de la película.

—¿Cómo conoció al director Luis Buñuel?

—A Luis Buñuel lo conocí antes de hacer el casting, en el back lot de los Estudios Tepeyac, en donde él me hizo algunas pruebas con su cámara portátil.

—¿En ese momento usted sabía quién era Luis Buñuel?

—No. Simplemente me dijeron que era el director y yo hacía lo que él me pedía, en movimientos que me indicaba.

—¿Qué pensó usted al leer el guión de Los olvidados?

—En realidad yo nunca leí el guión de Los olvidados en aquel momento. Ensayaba secuencias y escenas, primero de diálogos con el maestro José de Jesús Aceves, y luego en el set, en la prueba con los movimientos que Luis Buñuel me indicaba.

—¿Fue difícil el casting para quedarse con el personaje de Pedro?

—Para mí no lo fue, puesto que yo hice siempre lo que me indicaba Luis Buñuel, con base en la primera lección que había recibido de parte de José de Jesús Aceves, que es fundamental: ver, oír y callar, y siempre tener mi mirada en los ojos del director.

—¿Cómo era el director Luis Buñuel con sus actores?

—Para mí, puedo decir que era una persona tranquila, muy claro en sus indicaciones y persuasivo para que uno las realizara.

—¿Qué le decía él a usted? ¿Qué consejos le daba para hacer sus escenas?

—Me daba indicaciones de movimientos en el set y de actitudes del personaje, que a mí se me hacían claras para poder realizarlas. Me marcaba claramente las actitudes y los estados de ánimo que debía tener Pedro.

—¿Llegó usted a convivir con Luis Buñuel fuera del set de rodaje?

—Sí. Llegué a convivir con él fuera de los foros por las visitas que con mi papá le hacíamos a su casa, primero en la colonia Cuauhtémoc y, posteriormente, en su casa de la colonia Del Valle.

—Como actor, ¿cuáles fueron lo momentos más difíciles de Los olvidados?

—No puedo hablar de momentos difíciles, pero puedo decirle que, según las indicaciones de mi director de diálogos y del propio Luis Buñuel, las escenas más emotivas de toda la película fueron cuando, estando Pedro en la granja correccional, se entrevista con su mamá, y en ese momento le dice a ella: “¿Y ahora sí te acuerdas de que yo soy tu hijo…?”.

—¿Qué recuerdos tiene de sus compañeros de rodaje: Roberto Cobo, Miguel Inclán y Stella Inda?

—A Miguel Inclán lo veía como El Ciego, no como a Miguel Inclán, por su magnífica interpretación. A Roberto Cobo, como amigo con el que siempre tuve muy buena relación, tanto dentro como fuera de la película. A Stella Inda la veía como la mamá de Pedro, una actriz que nunca se equivocaba en sus diálogos. Por lo que sé, Alma Delia Fuentes y yo somos los únicos sobrevivientes de Los olvidados, lo cual agradezco a la vida por las satisfacciones que he recibido.

—¿Recuerda la primera ocasión que vio terminada Los olvidados?

—Antes de ver terminada la película, en alguna ocasión viendo rushes [secuencias filmadas sin editar], me impactó mucho ver mi figura en una escena caminando de espaldas a la cámara. Ya terminada, vi la película en el Cine México, estaba con mi papá y más que gustarme me impactó mucho.

—¿Tenía usted idea en ese momento de que se trataba de la que muchos consideran la mejor película en la historia del cine mexicano?

—Yo tenía 13 años de edad y, sinceramente, no me daba cuenta de muchas cosas, y menos de que se trataba de la mejor película en la historia del cine mexicano. La única cuestión que recuerdo es que la película se reestrenó en el Cine Prado, por su éxito en el Festival de Cannes, y que decían que era muy importante; además de que había obtenido once premios Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Tengo entendido de que es uno de las películas que ha obtenido el mayor número de Arieles en la historia.

—¿Recuerda cuánto dinero le pagaron por trabajar en Los olvidados?

—No, no recuerdo cuánto dinero recibí, pero creo que me pagaron muy bien.

—¿Qué sintió cuando la crítica de la época atacó Los olvidados?

—Escuchaba comentarios de que al gobierno de ese entonces no le gustó nada que se exhibieran en el extranjero secuencias de un México pobre y con niños muy violentos. Lo tomaron como una afrenta.

—¿Cómo tomó la noticia de que Los olvidados cautivó a todos en el Festival de Cannes?

—En realidad quienes estaban muy contentos eran los productores Óscar Dancigers y Jaime Menasce. Luis Buñuel mostró un afecto muy especial a sus actores, entre los que me contaba yo. Esto fue cuando nos reunimos en el reestreno de la película en el Cine Prado.

—¿Interpretar a Pedro cambió su vida?

—Mi vida no cambió al interpretar a Pedro, pero sí me di cuenta muy claramente de que había otros mundos que yo no conocía antes de trabajar en Los olvidados.

—¿Es cierto que dejó la actuación después de Los olvidados?

—Yo no dejé la actuación después de Los olvidados; fue al contrario, llegué a hacer películas relacionadas con la juventud trabajadora y propositiva. Siempre hice películas que eran reconocidas por instituciones o críticos de cine, de los cuales todavía conservo los premios que me otorgaron.

—¿Cómo ve Los olvidados a más de medio siglo de distancia?

—En el aspecto cinematográfico, la película siempre será vista como una obra de arte. En cuanto al problema social que expone, la veo más vigente que nunca. Veo que el flagelo que tienen sus personajes son los de la ignorancia, que lleva a la gente a permanecer en ese medio, y el alcoholismo, como en el caso del “papá de Julián”.

—¿Qué piensa de que hayan restaurado y reestrenado la película con un final alternativo?

—Pienso dos cosas: primero, que los actuales dueños de la película saben que con los reconocimientos que recibió, y sigue recibiendo, la película, ahora reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad, les da la opción de exhibirla tanto en salas cinematográficas como en canales de televisión, lo que en lo personal me da mucho gusto. Segundo: me agrada que en el final alternativo el personaje de El Jaibo, un joven malvado, haya muerto, y que Pedro tuviera la oportunidad de regresar a la granja correccional a devolverle la confianza y sus 50 pesos al director, aunque esto le quita un porcentaje muy alto de dramatismo, que fue precisamente la característica objetiva de Luis Buñuel.

 

*FOTOGRAFÍA: “El Jaibo” (Roberto Cobo) y Pedro (Alfonso Mejía) en la película “Los olvidados”

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