Hans Arp: a cien años de Dadá

Jul 1 • Miradas, Visiones • 8590 Views • No hay comentarios en Hans Arp: a cien años de Dadá

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Esta exposición, abierta hasta el 17 de julio, ofrece por primera vez en Latinoamérica una retrospectiva de este artista francés dadaísta y precursor del surrealismo

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POR ANTONIO ESPINOZA

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En materia de escultura, el siglo XX inició marcado por la obra del maestro francés Auguste Rodin. Sin embargo, una nueva revolución escultórica se aproximaba. La escultura, que durante siglos fue identificada con el antropomorfismo y, a través de él, con la representación naturalista (es el arte que encarna mejor la idea del clasicismo humanista), entró en crisis. En un contexto vanguardista que buscaba la creación de un arte nuevo, radicalmente distinto del arte del pasado, la escultura antropomórfica resultaba obsoleta. La búsqueda de nuevas formas se convirtió muy pronto en tarea primordial de los escultores. El objetivo era la refundación de la escultura desde los presupuestos vanguardistas, alejándola claramente de los principios y procedimientos de la escultura tradicional.

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El proceso de deshumanización de la escultura inició en los años diez. El iniciador de esta refundación fue el maestro italiano Umberto Boccioni, quien realizó en 1912 un cuadro cubista en relieve: Sviluppo di una bottiglia nello spazio. Del mismo año es la famosa Guitarra, de Pablo Picasso, hecha con lámina de metal y alambre, y que pertenece al MoMA de Nueva York. Otros maestros vanguardistas de la época que contribuyeron a la deshumanización de la escultura fueron: Constantin Brancusi, Naum Gabo, Alexander Rodchenko, Vladimir Tatlin, Man Ray con su Objeto indestructible (1922-1923) y, por supuesto, Marcel Duchamp con su célebre Fountain (1917), obra subversiva que acaba de cumplir cien años de vida.

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Pero de todos los autores que se impusieron entonces el objetivo de transformar la escultura y el arte en general, brilla con luz propia un nombre: Hans Arp (Estrasburgo, 1886-Basilea, 1966). Francés de origen alemán, artista y poeta, Arp se sumó al movimiento dadaísta para expresar su inconformidad ante la violencia imperante en su tiempo –la Primera Guerra Mundial– y para buscar en la realidad el contrapunto estético a la brutal carnicería de los campos de batalla europeos. De este autor lúdico y revolucionario, el Museo de Arte Moderno presenta una exposición con el titulo simple de Arp y que incluye alrededor de 60 obras (relieves, esculturas, collages, pinturas, dibujos, gouaches, grabados, tapices y libros) pertenecientes a distintas colecciones internacionales. Curada por el historiador francés Serge Fauchereau, la muestra forma parte de las celebraciones por el centenario de Dadá, que tuvo lugar el año pasado.

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Sucede que Hans Arp fue uno de los principales animadores de Dadá. En febrero de 1916, en plena Primera Guerra Mundial, en Zúrich, el poeta alemán Hugo Ball fundó el Cabaret Voltaire y convocó a otros intelectuales exiliados en la ciudad suiza –entre ellos Arp– a que se sumaran a un proyecto sustentado en la idea utópica de cambiar el mundo, destruyendo los valores morales y estéticos reconocidos. Surgido como una rebelión contra el orden establecido, la locura de la guerra y la sociedad burguesa y sus manifestaciones artísticas y literarias, Dadá buscaba la subversión y la liberación total del individuo, siguiendo los pasos de figuras rebeldes decimonónicas como Courbet, Lautréamont y Rimbaud. El movimiento dadaísta se distinguió por su carácter subversivo, su exaltación del azar y de lo absurdo, además de su espíritu burlesco y provocativo. Su agresiva ideología, diseminada a través de numerosos manifiestos y panfletos, era esencialmente destructiva, nihilista, negadora de la razón y el sentido de la vida.

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“El dadaísmo pretendía destruir el engaño de la razón y descubrir un orden irracional”. Así definió Hans Arp el ambicioso objetivo del movimiento. Cabe señalar, sin embargo, que el maestro alsaciano nunca se dejó absorber completamente por el dadaísmo, sino que mantuvo siempre cierta distancia crítica respecto de sus posturas antiartísticas radicales. Sus famosos relieves –los primeros datan de 1916, año del surgimiento de Dadá- revelan claramente una intención estética. Se trata de piezas de madera, atornilladas unas sobre otras y luego pintadas. Por lo general, el artista diseñaba sobre papel la forma de las piezas de madera, que luego encargaba a un carpintero. De esta manera, podía reproducir varias veces un mismo motivo o bien utilizarlo con variaciones en distintas obras. Los relieves arpianos constituyen un amplio espectro de formas orgánicas y biomórficas. Los mismos calificativos se pueden aplicar a las esculturas: orgánicas y biomórficas, inspiradas en la naturaleza, resultado de un proceso de deshumanización (mencionado líneas arriba) que desembocó en la abstracción.

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En la exposición del Museo de Arte Moderno no hay obra del período dadaísta de Hans Arp. Se exhiben piezas de los años treinta, cuarenta, cincuenta y hasta mediados de los sesenta. Aún así, la muestra nos permite apreciar parte de la producción de uno de los artistas más adelantados de su tiempo, quien desechó las nociones artísticas tradicionales y cuestionó el mito del genio artístico individual. Recordemos que Arp fue el primer artista en valorar y trabajar con el azar como un elemento más de la obra de arte. Realizó sus famosos collages dejando que el azar dictara la composición y diera forma a la obra. El maestro alsaciano vio el azar como un fenómeno emocional e intelectual, un procedimiento mágico que permitía saltar las barreras de la lógica y de lo consciente, volviendo más agudas la percepción y la visión interior. En los años veinte, los surrealistas hicieron de los procesos azarosos e incontrolables de creación de la imagen uno de los principios de su actividad artística y literaria. Arp les mostró el camino.

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FOTO: Hans Arp, “Círculo rojo”, tapiz, 1930./Museo de Arte Moderno

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