Plantas rabiosas y canallas
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El regreso a los momentos decisivos en las historias de sus personajes es el común denominador de estos nueve cuentos, nutridos tanto de la mitología azteca como del new age
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POR VICENTE ALFONSO
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No es una verdad de Perogrullo afirmar que el personaje principal en cualquier relato no es el protagonista, sino el narrador. Trátese de un cuento, una novela o una crónica, la posición del narrador respecto a los hechos define aspectos esenciales: ¿cuánto sabemos de lo sucedido? ¿lo contamos a medida que sucede, consignando los detalles, o reconstruimos el pasado a partir de elusivos recuerdos? Si es así ¿qué recordamos? ¿con qué lenguaje lo recreamos? Tal como en cine una toma puede fraguar o fracasar dependiendo de dónde se sitúe la cámara, un relato depende en buena medida de la posición que el narrador elige respecto a los personajes, pero también respecto al lector.
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Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno”, aconsejaba Julio Cortázar, de quien sabemos entre otras cosas que heredó de Poe la obsesión por las historias esféricas, trabajadas, construidas para lograr el efecto único descrito por el estadounidense en la filosofía de la composición. De Poe, Cortázar heredó también una obsesión por gemelos, sosias y otras dualidades. Todo esto viene al caso porque en ambas líneas parecen inscribirse los nueve relatos que conforman Las enemigas (Sexto piso, 2017), primer volumen de cuentos de Claudina Domingo.
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En 157 páginas, Domingo explora el tema de las dualidades complementarias. Aborda mellizos y dobles, pero también se interna en aquellas dualidades, mucho más cotidianas, que nos dan identidad. La relación con el padre, con la madre. Con los hermanos y con los hijos. En ese sentido el libro es un catálogo de las muchas maneras en que esas dualidades se expresan: rivalidades, codependencias, suplantaciones, chantajes y otras formas de dominación cuyo común denominador es una verdad: pasamos la vida rumiando tres o cuatro momentos que consideramos decisivos. Se trata casi siempre de experiencias compartidas que generan un campo gravitacional en torno a ciertas personas. En ese sentido Las enemigas se inscribe en una tradición cuyos antecedentes más inmediatos son los volúmenes de cuento Los culpables, de Juan Villoro, y Los reflejos y la escarcha, de Ignacio Padilla.
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Para profundizar en el fenómeno, los relatos de Claudina Domingo se nutren lo mismo de la mitología azteca que de las más recientes teorías new age. No se trata de dar cátedra, sino de poner en duda cualquier explicación que pretenda ser la única. Si el título del primer relato alude a Xólotl, el dios azteca de los gemelos, el sexto cuento tilda a la cosmogonía náhuatl de teorías jipitecas. Sus personajes viven inmersos en un caldo de ideas en el que tratan de otorgar sentido a lo que les ocurre: madres que buscan a sus hijas desaparecidas, quienes han sido víctimas de desaparición forzada, familias rotas, niñas que ven su infancia interrumpida por los horrores de la guerra o por la pesadilla del abuso infantil. Compadres que rivalizan, primas que se odian.
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Sorprende, desde los primeros relatos, la habilidad de la autora para el manejo del implícito y el oído bien temperado para recrear el habla de los personajes. Pero acaso su acierto más grande es la precisión con que ubica a cada narrador en el punto idóneo entre el conocimiento y la extrañeza. Porque no todas las voces nos hablan desde el mismo sitio: emparentados por la temática, los cuentos se distancian entre sí por sus estrategias para entregar información al lector.
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El nivel de riesgo va en aumento: si bien los primeros relatos aparecen construidos con un lenguaje conciso, directo, a medida que nos adentramos en el libro la prosa se desliza hacia pasajes oníricos en algunos casos, en otros hacia una sintaxis hermética, rítmica, donde la anécdota cede paso a las potencias del lenguaje. No en vano la autora ha sido señalada como una de las poetas más relevantes de su generación. No se trata, sin embargo, de alardes de pluma, sino de recursos con los que Domingo recrea los diferentes estados de conciencia de sus personajes. Así sucede por ejemplo en “El agua invicta”, cuento donde una empleada de biblioteca rescata a una muchacha de la calle. Una prostituta. Pero el rescate no funciona según lo esperado, pues la chica está obnubilada por una sobredosis de droga. La sencilla anécdota nos es contada mediante una prosa de alto riesgo, poblada de arrecifes, en donde corresponde al lector llenar los huecos y sacar en claro qué ha ocurrido.
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Una relectura permite detectar hilos que conectan las diferentes historias. No se trata de alusiones directas, sino de resonancias y motivos que tienden puentes entre un relato y otro. El más evidente, pues traza una suerte de columna vertebral a lo largo de los nueve cuentos, es el uso de la jardinería como símbolo. Basta enumerar un par de ejemplos: “Corazón de la montaña” es protagonizado por dos hermanas cuyos nombres pertenecen al ámbito de la jardinería: Rosa y Jazmín. Todo en el relato orbita el campo semántico de las plantas, empezando por la especialidad local: la flor de cabuche. Sembrados con buganvilias, cactos, coronas de Cristo, cardos y gladiolas, los relatos usan huertos y jardines como espacios donde ocurren los momentos decisivos en la vida de los personajes. En “Las manos invisibles” es Octavio, el padre cuya figura se impone sobre el resto de la familia, quien baja la escalera con utensilios de jardinería en una mano. De hecho, el momento más importante del relato ocurre mientras el hombre planta bromelias en su jardín. Una situación espejo le ocurre a Claudio, protagonista de “Una casa en el aire” quien sólo asimila la muerte de su madre al ver el descuido en que van cayendo sus macetas, a las que tilda de “plantas rabiosas y canallas”.
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No son plantas y flores el único símbolo que utiliza la autora. Si al interior de cada relato el protagonista confronta a su némesis, los lectores podemos encontrar dualidades en otro plano: a lo largo del libro hay personajes emparentados por distintas razones. Por ejemplo, un hombre y una mujer pierden un ojo en peleas que ocurren en dos cuentos distintos. Otros dos personajes, también de relatos diferentes, se relacionan por una cojera de juventud que más parece un asunto de karma que enfermedad. Y dos más son rescatadas de la calle aunque con desenlaces distintos.
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En suma, Las enemigas es un libro brillante que destaca no sólo por la destreza y la malicia con que están construidas las historias, también porque profundiza en el que, a fin de cuentas, es el único tema de la literatura: el misterio que cada uno de nosotros es para el resto del mundo.
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FOTO: Las enemigas, Claudina Domingo, Sexto Piso, México, 2017, 157 pp.