El otro mal de lejanía

Ago 10 • Ficciones, principales • 3784 Views • No hay comentarios en El otro mal de lejanía

POR FELIPE VÁZQUEZ

 

Todo poeta debe plantearse la muerte de la poesía. Sus poemas incluso deben ser una forma de la muerte de la poesía.

 

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Hay ciudades de lejanía. Nadie puede llegar a ellas, sólo existen en la lejanía.

 

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No contar la revelación en el poema. El poema debe producir la revelación. Si el poema se reduce a la anécdota de la revelación, el poeta miente.

 

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Hay una gran diferencia entre el enfermo ocasional y el enfermo crónico. En la visión del mundo del enfermo ocasional nunca aparecerán fisuras por las cuales esa misma visión del mundo podría vaciarse. La cosmovisión del enfermo crónico, en cambio, se agrieta por todas partes y queda permeada por la conciencia de la muerte; pues aunque tenga periodos largos de salud, siempre vivirá con el miedo, con el terror de caer de nuevo en las aguas gélidas del dolor. La vida del enfermo crónico ya no es posible sino como la espera del asalto del mal. Al paso de los años, palabras como “esperanza”, “felicidad” o “futuro” adquieren una carencia absoluta de sentido; pues el enfermo se vuelve un cuenco que habrá de soportar el vino del sufrimiento, una vasija que será finalmente rajada por la vacuidad insoportable de ese vino cuya embriaguez no otorga el olvido de sí sino la conciencia extrema de sí.

 

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Quiere asistir a la aparición de su infinitud y edifica, en torno a sí, un laberinto de espejos. Una infinita cárcel de ojos lo estrangula.

 

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No acepté la destrucción. Llegué cuando caían los muros. Y no he podido salir de las ruinas.

 

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La suma de mis destrucciones no me ha hecho sabio, me ha incluido en la destrucción.

 

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Al hombre le fue dado proponer variantes en su propia muerte. La muerte es la única posesión del hombre, no puede perderla, pues si la pierde no morirá como hombre sino como una bestia. Perder la muerte significa perdernos a nosotros mismos.

 

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He cruzado el tiempo como Atila: atrás de mí sólo queda el desierto.

 

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Merced a un golpe de metátesis, se volvió el crítico más exitoso de su país: escribía con el celebro.

 

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El poema debe encarnar en el silencio. La poesía es posible sólo desde su propia imposibilidad. Si el poeta no resuelve esta paradoja, corre el peligro de apoltronarse en el naufragio babélico o, bien, de topar con el muro de la esterilidad. De cualquier manera, el poeta verdadero sabe que será aniquilado por su propia palabra.

 

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Estar enfermo es una experiencia de absoluta soledad. A quien le fue concedida la gracia de la compasión puede comprender el sufrimiento; pero esta comprensión no le importa al que sufre, pues no cura, no destruye los muros de la mazmorra, ni se presenta como una comunión sino como una dádiva que humilla. El que trata de comprender al enfermo llega a ser despreciable; y el que lo comprende, roza el estatuto de criminal sin escrúpulos que merecería la horca. El enfermo es como un rey soberbio en un castillo deshabitado, rige con mano de hierro a los fantasmas que lo atormentan, sabe que se derrumbará con su castillo, sabe que no habrá memoria de su dolor y que no habrá quien cuente la historia de esa aniquilación.

 

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No hay revelación del abismo sin habilidad retórica, ni mística sin arte.

 

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La distancia entre el hombre y la muerte es tan pequeña que puede desaparecer en cualquier momento. Vivimos en la inminencia de la muerte. Por eso vivimos como si fuésemos inmortales.

 

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Aunque nunca he estado enfermo de gravedad, nunca he conocido la salud. No hay día que no sienta la brutal fragilidad de mi carne. Ya no sabría quién soy si un día despertara sin ningún malestar.

 

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Hay poetas mediocres que, sin embargo, son buenos críticos de poesía. ¿Por qué no aplican su capacidad crítica a los versos que escriben? Si el crítico venciera al poeta, éste dejaría de escribir; pero dejar de escribir poemas implica excluirse de participar en el ser. El poeta sabe que el crítico es un parásito de los poetas y él quiere, sin duda, sustraerse de ese destino, un destino sombrío pues roza con la actividad propia de un animal carroñero. El deseo de participar en la creación, aunque sea de manera modesta, es tan poderoso que incluso lo ciega ante el hecho de que sus malos poemas desacreditan su crítica literaria. Entre la creación poética y la reflexión sobre esa creación, hay una falla en la que el buen crítico de poesía pero mal poeta se abisma sin remedio.

 

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Cuando me encontré conmigo mismo, no estaba en mí: ya andaba en otra parte.

 

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No hay acto crítico que no sea, al mismo tiempo, una confesión. Y sabemos que la confesión significa exponer la intimidad, dar el ser. Para el lector común, el peligro radica en que el crítico puede dar una confesión falsa. Un lector avezado, sin embargo, sabe que incluso en la falsa confesión el crítico confiesa su ser.

 

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Dentro de cinco o seis generaciones, la Tierra será un desierto habitado por caníbales. ¿Cuál es el futuro de los poetas? Lo humano, sin duda.

 

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Busca durante días y días la palabra que cierre el poema. La encuentra y es, en efecto, la que clausura el poema.

 

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Después de años de enfermedad, uno ve el mundo desde la lejanía. No estamos en el mundo, el mundo es lo lejano, el mundo pertenece a los otros. El enfermo está afuera.

 

 

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