Paul Thomas Anderson y el atuendo perturbado

Feb 24 • Miradas, Pantallas • 8871 Views • No hay comentarios en Paul Thomas Anderson y el atuendo perturbado

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Luego de una exitosa carrera, el diseñador de modas Reynolds Woodcock, quien ha trabajado para la alta sociedad y la realeza británicas, conoce a Alma, una joven mesera que se convertirá en su musa y amante

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En El hilo fantasma (Phantom Thread, EU, 2017), subrepticio si bien fulgurante opus 8 del autor total californiano de culto polémico aparte de ahora fotógrafo de su film y aún prolífico videoclipero rockmusical de 47 años Paul Thomas Anderson (Magnolia 99, Petróleo sangriento 07, Vicio propio 14), el ensimismado y meticuloso modisto magnífico de la alta sociedad londinense y la realeza británica de la posguerra Raynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) se manifiesta en realidad como un celoso e intocable artista creativo que en todos los sentidos prácticos, tanto costureros como domésticos, depende sin remedio de su posesiva hermana socia Cyril (Lesley Manville), pero una buena tarde, necesitado de reposo a solas en una cabaña idílica para olvidar la pérdida de su mejor modelo y reponerse de una entrega extenuante, consuma el prodigio de registrar como ser humano e invitar a la callada mesera torpe aunque treintona todoaquiescente Alma (Vicky Krieps), a quien seduce para convertirla en su modelo sucedánea y su nueva multivalente compañera, pese a las iniciales reticencias de la hermana omnímoda y a las radicales diferencias de personalidad entre ellos, adaptándose ella a él con intuitivo sigilo y delicadeza, incluso anticipándose a sus intenciones de recuperar por la fuerza el vestido concedido a una clienta descubierta indigna de llevarlo puesto, pero a la hora de organizarle Alma una sorpresiva cena romántica, se desata una catástrofe, debida al rígido carácter masculino de reglas inalterables lo que orilla a la mujer enamorada a debilitarlo con una suculenta ingestión de hongos venenosos, provocándole al varón delirios regresivos hasta su infancia, presididos por el fantasma de su figura materna, y quedando después inerme, tras lo cual la manipuladora Alma obtiene la diferida propuesta matrimonial por ella tan deseada, tanto como su irresistible atracción por el guapo Dr. Hardy (Brian Gleeson), a quien está relatando retrospectivamente su historia, aunque al percatarse de que pronto su presencia le resulta inaguantable a Woodcock, volverá a intentar ablandarlo con una nueva dosis de hongos, esta vez con la plena conciencia del hombre al devorar la omelette envenenada, con resultados imprevisibles, cual si estuviese probando otro atuendo perturbado.

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El atuendo perturbado se sitúa en el extremo opuesto de los Juegos de placer del mismo Anderson (97), donde todo giraba de manera ultrajante en torno a los caprichos genitales de un actor porno, pues ahora se narra un drama romántico de la más triste y pobre y exigua vida sexual, el relato menos erotizado imaginable, en síntesis: las cuitas y tribulaciones de una envoltura carnal puesta al desnudo por el amor, o cualquier cosa que parezca serlo, jugando de modo insidioso con los nombres de los personajes en inglés, pues he aquí las aventuras escondidas y pendientes de un Hilo Fantasma del señor irónica y amargamente llamado Buen Pene (pues Woodcock se pronuncia igualito que Goodcock) en busca de su Alma, convirtiéndola en presa, objeto de vestuario, musa, símbolo asexuado, consejera, oponente, amante, asistente, esposa, sustituta materna, dominatrix espiritual, tirana, cuerpo sin órganos, desdicha, remota posibilidad de relación afectiva única, reveladora de la miserable condición del artista, más lo que junte esta semana la paranoia megalomaniaca de ese personaje viril aislado y obsesivo, impenetrable, tieso y controlador, labrado en la piel, más que interpretado, por un soberbio Day-Lewis más cerca del minusválido de Mi pie izquierdo (Sheridan 88) que del matarife visceral de Pandillas de Nueva York (Scorsese 02) o del desvalido prócer antirracista Lincoln (Spielberg 12) antes de anunciar aquí su retiro: un ente lamentable y vencido de cuento filosófico (tan poético e inquietante como uno de Herman Melville ya descifrado por la Crítica y clínica de Deleuze) más que de obvio desmantelamiento psicopatológico, tan ávido de sometimiento como de infortunada consciencia indeseada pero inconscientemente promovida en la dependencia completa, radical, absoluta y perfecta, porque Todo hombre necesita un guía (Anderson 12), para dar óptimo curso libérrimo a las corrientes ocultas de la manipulación consentida y acaso de la esclavitud voluntaria.

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El atuendo perturbado reviste las líneas de fuerza conductuales de sus misterios y secretos relacionales como simples puntas de iceberg de la ambición vulgar de la silenciosa Alma, sus emociones y verdaderos propósitos apenas traducidos por su impávido rostro femenino omnipresente y ambiguo, la mujer como voluntad y representación diría un antiSchopenhauer, al fin sinuosamente enfrentada de igual a igual con la princesa belga y sin embargo ausente, extraviada al interior del Hilo Fantasma de la conspiración conyugal y, por supuesto, en la suntuosidad de una magna estilización fílmica, una estética del espacio-ámbito soberano de repente horadado por los impulsos de una cámara acosadora, una capitular estructura a grandes trozos episódicos con significados en apariencia enigmáticos (la expulsión iniciática del desayuno ritual, el brincoteo feliz de Alma en el festejo callejero del Año Nuevo y así), una visualización objetiva del edípico delirio subjetivo que nadie comparte al lado del lecho doliente, unos mensajes a sí mismo y a nadie cosidos en los albos dobladillos de la ropa majestuosa (“No necesitas morir”), una exaltada música lírica mutante del multinstrumental roquero alternativo Jonny Greenwood de Radiohead, una edición de Dylanc Tichenor gobernada por la exclusión del deseo, más una muerte lenta que ya se huele.

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Y el atuendo perturbado sólo habrá de culminar como un relato abierto donde confluyen varias fuentes narrativas, como un borgeano jardín bifurcado en el especulativo imaginario de la sagaz heroína triunfante (bebé futuro, vida social, bello amante optativo, poder empresarial), a expensas del debilitamiento ajeno y la disyunción audiovisual.

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FOTO: Daniel Day-Lewis, ganador de tres premios Oscar, da vida al diseñador de modas Reynolds Woodcock en esta historia ubicada en el Londres de los años 50. / Especial

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