De vacaciones en Médica Sur

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El escritor Huberto Batis toma con humor su visita al hospital; se hace llamar el “Manco de Tlalpan” y pasa lista a muchos de quienes lo han acompañado tantos años en el periodismo cultural

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POR HUBERTO BATIS

Esta es una breve crónica de mi enfermedad. Acabo de estar en el hospital Médica Sur de Tlalpan, donde una vez más, mi doctor Adrián Aquiles Valdespino y Jacinta Patricia González Rodríguez, mi esposa, me salvaron la vida de una neumonía fulminante. Estuve a punto de ser intubado con un bypass pulmonar, un aparato que te ayuda a respirar artificialmente. Aquí en casa ya tenemos uno a la mano, “por si las moscas”. Por fortuna, el doctor Valdespino logró sacarme de la neumonía sin necesidad de intubarme.

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En el hospital todo el tiempo se escucha el grito: “¡Camillero! ¡Camillero!” Las enfermeras piden ayuda porque el camillero es el único que tiene fuerza para manipular a los pacientes. Así la pasé, entre el ajetreo de camilleros, enfermeras, y las visitas de mi hija primogénita Gabriela, mi nieta Mariana Domínguez, las llamada desde Canadá de mi hija Meche, y Andrea Peláez González, hija de Paty, quienes me consolaban y me daban ánimos. Yo estaba en un sexto piso, con una hermosa vista de la zona de Tlalpan, en los bordes del Ajusco. Desde mi cama pude ver el Pico del Águila. Los amaneceres y los atardeceres son preciosos, aunque la mayor parte del tiempo la pasaba adormilado y semiasfixiado. En ese momento me vino a la mente todo lo que no he hecho. Me sentía en el umbral de la muerte, al borde del abismo, del no retorno.

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Ya no me siento con fuerzas. Estoy como Cervantes, el “Manco de Lepanto”, pero yo soy el “Manco de Tlalpan”. He perdido totalmente el uso del brazo izquierdo. Los nervios los tengo afectados y temblorosos, están deformándose. Cada que tengo terapia me mueven las falanges porque ya no las puedo mover voluntariamente, mas que el dedo pulgar. Me tienen que dar medicinas para quitarme el dolor y la rigidez del brazo. No sé cómo logro dormirme o no sé cómo logro estar despierto porque las medicinas dan sueño y te lo quitan.

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El sufrimiento más grande fue el regreso a la casa. Me trajeron en una ambulancia, en donde sentía los topes de las calles como si fueran pedradas en la espalda. Fue una cosa terrible. Al llegar, dos camilleros estuvieron ideando cómo subirme tres pisos hasta mi recámara. Me sentaron en una silla de madera, me amarraron y me subieron con gran dificultad. Ahora tengo una nueva enfermera, muy dispuesta y preparada. Se llama Cintia Ana Mancilla, porque Gabriela Palma consiguió una plaza en la UNAM, de donde yo soy jubilado. Patricia tampoco descansó en el hospital. Me cuidaba diario. Tenía que decidir en mi nombre lo que los médicos hacían, firmar como responsable, además de resolver todo lo necesario, por lo que le estoy infinitamente agradecido. Y pues aquí estoy de nuevo, esperando. Mi esposa y yo tomamos el hospital como sucedáneo de las vacaciones que nunca hemos podido tomar.

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Gracias al suplemento Confabulario de El Universal, que dirige Julio Aguilar, puedo seguir escribiendo, aunque sea dictando, como hizo Juan García Ponce, que escribió una cantidad inmensa de libros. Tenía una disciplina de trabajo heroico. Siento que estoy dando mis últimas patadas de ahogado. Durante el tiempo que estuve internado sólo me perdí el último número del suplemento, que días después me trajo Gerardo Martínez. Él es mi amanuense, ya capta mis ideas, las amplifica o sintetiza cuando cree necesario. Hemos desarrollado un estilo de pensamiento y escritura.

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Cuando pude leer el suplemento Confabulario, me sorprendió que se lo hayan dedicado a Nahui Olin. Mi columna anterior comparte páginas con otros viejos lobos del periodismo cultural, como Jorge Ayala Blanco, crítico de cine amigo mío. El otro es Christopher Domínguez Michael, quien me llegó a considerar un “reblandecido blandengue”. Agradezco los comentarios de mis lectores profesionales, como Marco Antonio Campos, investigador literario, poeta y viajero incansable. No hay semana en que se publiquen mis memorias que no llame para comentarme algo. Agradece los detalles que comparto sobre las anécdotas de mi vida en el periodismo cultural. Me gusta mucho esa retroalimentación.

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Hace unas semanas me llegó un ejemplar del libro Protagonistas del suplemento cultural sábado de unomásuno, con entrevistas de Catalina Miranda. La portada la ilustra otra portada del suplemento sábado en la que aparece un cuento de Inés Arreondo, “Amelia”, y un artículo mío que se titula “La pureza es un pecado terrible”. El artículo está acompañado por un dibujo de Fernando M. Díaz. En los interiores aparecen fotografías de mis años en la redacción de este suplemento. En las páginas iniciales hay una ilustración que nos hizo Eko y en la que somos caricaturizados Guillermo Schavelzon, Fernando Benítez –maestro de los suplementos culturales mexicanos–, yo a su lado como jefe de redacción, Cristina Pacheco, Margarita Pinto y Alberto Ruy Sánchez. De pie está el crítico de cine Gustavo García.

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Catalina Miranda es una editora muy cuidadosa. Son 720 páginas de testimonios. Algunos de éstos son de Eko, “Ero” Díaz, Juan Carvajal –que vivió en Cuernavaca como un príncipe aunque nunca trabajó. No sé cómo le hacía– y Pura López Colomé, quien fue mi secretaria de redacción y a quien extraño porque ni siquiera me ha hablado en años. El prólogo es de Nedda G. de Anhalt, una de mis colaboradoras, quien me llama el Quirón de la literatura mexicana. Quirón, un personaje de la mitología griega, fue un centauro, educador de varios héroes mitológicos, entre ellos a Aquiles, Eneas, Jasón, Aristeo, Cástor y Polux, entre otros. Es un elogio desmedido que agradezco.

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Ojeo las páginas de este libro y veo que muchos de los colaboradores han muerto: Manuel Aceves, Arturo Azuela, Juan Carvajal, Emmanuel Carballo, José Luis Cuevas, Lorenza Fernández del Valle, Gustavo García, Juan García Ponce, Macario Matus, Anabel Ochoa, José Luis Ontiveros, Ignacio Padilla, Gustavo Sainz, Roberto Vallarino… ¡Qué cantidad de gente ha muerto!

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Foto: Huberto Batis (sentado al centro), acompañado de algunos de sus colaboradores: José Said Arellano, David Martínez y José Manuel Recillas (de pie); Aída Lara y Catalina Miranda, junto a él./ Tomada del libro  “Protagonistas del suplemento cultural sábado de unomásuno”, de Catalina Miranda.

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