De ahuizotes, achichincles y chinacos

May 5 • destacamos, principales, Reflexiones • 10643 Views • No hay comentarios en De ahuizotes, achichincles y chinacos

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La mayoría de los mexicanos utiliza nombres propios, verbos y expresiones de origen náhuatl. Este año la UNAM publica la tercera edición corregida y aumentada del Diccionario del náhuatl en el español de México, un esfuerzo por llevar a los lectores un compendio de etimologías nahuas, tan importantes como las griegas y latinas

POR RODRIGO MARTÍNEZ BARACS

Conviene saludar la publicación de la tercera edición de un libro tan importante como lo es el Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor (1947-2010), poeta, novelista, ensayista, traductor, humanista, defensor de las lenguas indígenas mexicanas. Me estremece que esta tercera edición sea una edición conmemorativa por el 70 Aniversario del Natalicio de Carlos Montemayor. ¡Qué pronto se nos fue, a los 62 años, y, sin embargo, cuánto nos dejó! En la presentación del Diccionario en El Colegio Nacional del martes 20 de febrero de 2018 me dio gran gusto estar junto a mi viejo amigo José del Val, a quien admiro por la radicalidad de su inteligencia y sus convicciones, su actitud. Simpatizo con su empeño en incluir el estudio de las lenguas indígenas de México en todos los planes de estudio, desde el kínder hasta la universidad, en todas las carreras. Y fue Val –como le decimos los amigos del poeta Toni Deltoro– quien en el año de 2003 le pidió a Carlos Montemayor que escribiera un diccionario del náhuatl en el español de México, en todas sus regiones, entrando al siglo XXI. Para realizarlo, Carlos Montemayor integró un equipo formado por los nahuatlatos Enrique García Escamilla y Librado Silva Galeana (1942-2014), tristemente fallecido, y luego también Enrique Rivas Paniagua, escritor y periodista, difusor del patrimonio cultural. Planearon la obra en sus partes constitutivas y sus criterios y normas de trabajo, y lograron realizarlo en escasos tres años, y ya en noviembre 2007 la UNAM publicó la primera edición del Diccionario, de 443 páginas, que hoy cumple diez años.

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El propio José del Val me regaló, a través de Marta Terán (gran historiadora y amiga, esposa de Toni), un ejemplar, y me pidió que le transmitiera críticas y observaciones a Carlos Montemayor, para la publicación de una segunda edición corregida y aumentada. Así lo hice. Y este Diccionario del náhuatl en el español de México es de los pocos diccionarios –como el Vocabulario de mexicanismos de Joaquín García Icazbalceta (1825-1894)– que uno no sólo consulta, sino que lee uno de corrido, desde el comienzo hasta el final, o curiosea al azar, con provecho, gusto y regocijo. Le escribí una larga carta a Carlos Montemayor el jueves 14 de febrero de 2008, y le expuse mi entusiasmo por su Diccionario y una gran cantidad de reparos puntuales, sobre los que nos gusta platicar a los nahuatlatos. Por un tiempo no supe si Carlos recibió mi carta y pronto nos llegó la muy triste noticia de su fallecimiento, el 27 de febrero de 2010. Pensé que no había podido tomar en consideración mi carta, por lo que la publiqué en el sitio de internet de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística. Pero sucedió que en uno de los buenos puestos de libros usados de la ENAH di con una segunda edición, corregida y aumentada del Diccionario del náhuatl en el español de México, de 2009, que aumentó de 443 a 472 páginas, y en el que tuve el gran gusto y la emoción de ver que Carlos Montemayor me agradecía mis comentarios, algunos de los cuales incorporó. Me dio mucho orgullo, y fue para mí como un dulce saludo y guiño que me hizo Carlos antes de irse. Por ello me inspiró un fuerte sentimiento el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, INALI (institución amiga de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, Somehil, a la que pertenezco), al invitarme a hablar en El Colegio Nacional sobre su Diccionario, porque nos da la ilusión de continuar la conversación.

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La nota preliminar anónima de esta tercera edición conmemorativa de 2017 del Diccionario empieza con el siguiente señalamiento:

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“El idioma náhuatl en la actualidad es la lengua indígena más hablada de México, tanto por sus hablantes originales, como por los 115 millones de habitantes que, algunas veces sin percatarse de ello, utilizan día a día vocablos provenientes de esta lengua milenaria”.

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En efecto, todos o la mayoría de los mexicanos en México y en Estados Unidos utilizan una gran cantidad de nombres propios, verbos y expresiones tomadas directamente de la lengua náhuatl, y no saben su significado. Le van al Zacatepec, y no saben que significa “En el cerro de zacate”. No saben que Tlalpan es “Sobre la tierra”, que Tepito viene de Teocaltepiton, el “Pequeño templo”, y que México es “En el ombligo de la luna”, etc. Por ello para Carlos Montemayor este tipo de libros rebasa en mucho el marco de la lingüística, pues atañe ámbitos culturales e históricos presentes en nuestras vidas, que es urgente rescatar, sacar a flote; en realidad recordar, conmemorar.

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Cuánto tiempo se viene insistiendo que, junto a las etimologías griegas y latinas, se enseñe en las escuelas etimologías nahuas, y de otras lenguas indígenas. Tiene razón Miguel León-Portilla cuando destaca los efectos morales benéficos que infunde el solo estudio de la lengua náhuatl. En su gran poema, “Cuando muere una lengua”, escrito precisamente “En homenaje a Carlos Montemayor”, destaca que cada lengua entraña una peculiar sabiduría, una particular captación de los secretos y de la maravilla del mundo, inaccesible a través de otras lenguas, que son otras tantas ventanas al ser. Y algo saber de ellas nos ayuda a algo entendernos a nosotros mismos como seres humanos, y como mexicanos, en el pasado y en el presente.

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No cabe duda de que el gran Diccionario del náhuatl en el español de México, debe estar en las manos de todos los mexicanos, y se deben hacer manuales más sencillos basados o inspirados en él, para los niños y sus papás. Alentador fue que, de la primera edición del Diccionario, de 2007, se hayan editado cien mil ejemplares. Recibimos con gusto la segunda edición corregida y aumentada en 2009, pero con un tiro ahora de tan sólo tres mil. Y la nueva edición conmemorativa de 2017 se imprimió en escasos 1600 ejemplares. Eso sí, me informa José del Val que está programada una edición gratuita en línea.

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Al inicio de su prólogo Carlos Montemayor destaca: “La idea del presente Diccionario parte, en muchos aspectos, de la riqueza que representa en nuestros días la lengua náhuatl como idioma vivo”. Y ciertamente su presencia en el español de México es una muestra de que es un idioma que aún vive, aunque más importa en este caso demostrarlo por el número de hablantes del náhuatl en nuestros días, que ha venido bajando a cerca de un millón… Como bien lo ha destacado el lingüista John Sullivan, el rescate de la lengua náhuatl y las demás lenguas, varias en peligro de extinción, es un tema de seguridad nacional.

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La difusión entre los mexicanos del náhuatl en el español que hablamos será, además, un aliciente para estudiar la lengua náhuatl misma, el náhuatl hablado, que hablan varias comunidades del país, o el náhuatl escrito, presente en una gran cantidad de documentos novohispanos o posteriores. Y una buena manera para acercar al náhuatl es comenzar con las palabras que nos son a todos familiares.

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La incorporación de tantos vocablos nahuas al español de México es ciertamente parte de un proceso de hibridación lingüística y cultural. Pero igualmente importante es el proceso complementario de la incorporación de elementos españoles en la lengua náhuatl desde la Conquista. Es el proceso paradigmático en tres fases, que definieron James Lockhart y Frances Karttunen en Nahuatl in the Middle-Years, y ampliado en The Nahuas de Lockhart: la primera fase va hasta mediados del siglo XVI, en la que se incorporan sólo algunos nombres propios (los españoles eran caxtilteca, Cortés era Malquex, doña Marina era Tonan Malintzin), y se trata de expresar en náhuatl los elementos traídos por los españoles (los caballos eran mazame, venados); la segunda fase va de mediados del siglo XVI hasta mediados del XVII, cuando se incorpora una gran cantidad de sustantivos españoles a la lengua náhuatl (cahuallo); y la tercera fase, que comienza a mediados del siglo XVII, sigue incorporando sustantivos y verbos y formas verbales españolas (firmatía, firmar; pía adquiere el significado de tener). La lengua náhuatl, en la variedad de sus dialectos del siglo XVI, vivió un proceso de cambio complejo, que apenas se estudia hoy. En este proceso la lengua náhuatl vivió un proceso de cambio profundo; sin embargo, hay quien piensa, como el nahuatlato John Sullivan, que las variedades actuales del náhuatl conservan una vitalidad expresiva completa y propia, una estructura lógica profunda del náhuatl que sigue viva. Pero los hablantes declinan, y urge conservar y apropiarnos de las lenguas indígenas de México, parte irrenunciable de nuestro patrimonio.

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El Diccionario del náhuatl en el español de México constituye un recordatorio a todos los mexicanos. Su lectura es amena y atractiva, y de pronto el lector se dice: si diario pronuncio estas palabras, entonces algo tengo de nahua. Sucedió una historia larga, compleja y fuerte que condujo de la primera confrontación del náhuatl y el español en México en 1518 (cuando los hombres de Juan de Grijalva oyeron que en Tabasco les hablaban de “Colhua, Colhua, Mexico, Mexico”), hasta el presente: la historia de una gran transformación, o revolución, que se dio junto con una tragedia humana enorme, descomunal: la baja de la población india de México de cerca de 25 millones en 1519 a cerca de un millón en 1650. Y la baja semejante de la población nativa de todo el continente americano. Algo nos recuerda, nos rememora, cobrar conciencia del náhuatl en el español de México.

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El Diccionario del náhuatl en el español en México reconoce su antecedente en el Diccionario de aztequismos de Cecilio Robelo (1839-1916), de 1904, pero lo trabaja y documenta y avanza hasta el presente, un siglo después. Se complementa con otros diccionarios, como los de mexicanismos de Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), Francisco Santamaría (1886-1963), Juan Palomar de Miguel, Concepción Company Company, y otros, que incluyen voces de origen indígena, pero incluyen en general todas las voces de cualquier origen, que se usan, o se usan de manera particular, en México. El Diccionario del náhuatl en el español de México también se complementa con los sucesivos y crecientes diccionarios del español usual en México, coordinados en El Colegio de México por Luis Fernando Lara, que se refieren en términos amplios a todo el español hablado en México, independientemente de su origen o de si es específico o no. Del náhuatl hay magníficos diccionarios, como los de fray Alonso de Molina (1513-1579), Rémi Siméon (1827-1890), Frances Karttunen, Marc Thouvenot, entre otros, y quisiera mencionar el reciente y notable Tlahtolxitlauhcáyotl, diccionario monolingüe del náhuatl actual de la Huaxteca, realizado por John Sullivan y un equipo de nahuas de Chicontepec, Veracruz, apellidados todos Cruz Cruz, o Cruz de la Cruz, que buscan el modo nahua de decir y percibir el mundo. Hay gramáticas muy buenas, como las de fray Andrés de Olmos (1485-1571), Horacio Carochi (1586-1666), Ángel María Garibay K. (1892-1967), Thelma Sullivan (1918-1981), J. Richard Andrews, Michel Launey y James Lockhart. Y está el amplio y maravilloso mundo de la filología nahua, de las ediciones bilingües anotadas, náhuatl-español y náhuatl-inglés, de textos históricos, literarios y sobre todo legales en náhuatl de los siglos XVI, XVII y XVIII, en la que destacan los trabajos de Miguel León-Portilla, James Lockhart, Alfredo López Austin, Arthur J. O. Anderson (1907-1996) y Charles E. Dibble (1909-2002), Rafael Tena, y toda la tradición de la revista Estudios de Cultura Náhuatl (fundada en 1959 por Ángel María Garibay K. junto con Miguel León-Portilla, quien hasta la fecha la dirige). Joaquín García Icazabalceta (1825-1894) y Ascensión Hernández Triviño estudiaron la producción bibliográfica novohispana en lengua náhuatl. Y hoy nos podemos deleitar con las traducciones al náhuatl de Esperando a Godot de Samuel Beckett (1906-1989), realizada por Patrick Johansson, y de Pedro Páramo de Juan Rulfo (1917-1986), realizado por uno de los colaboradores huaxtecos del citado Diccionario náhuatl monolingüe.

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El Diccionario del náhuatl en el español de México es, pues, una magnífica incitación a acercarse a los estudios de cultura náhuatl. Fue dividido en cinco bien pensadas secciones: la de nahuatlismos, la de herbolaria, la de toponimias, la de frases y refranes (muy buenos, divertidos y bien explicados), y la de apéndices, compuesta por los siguientes: tronco yutoazteca en México, grupos étnicos, nombres personales en náhuatl, figuras poéticas del náhuatl clásico, análisis de nahuatlismos polémicos, fundamentos, método y criterios del presente diccionario, y, finalmente, bibliografía sumaria.

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Cada una de las secciones y apéndices es buenísima. La primera sección, de nahuatlismos, es la más extensa. En la tercera edición va de la página 17 a la 147 e incluye una gran cantidad de sustantivos, adjetivos y verbos derivados de la lengua náhuatl. Doy un ejemplo, para dar una idea del interés del libro y del modo en que está hecho. Es la voz “achichincle”:

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“Persona que de ordinario acompaña a otra como ayudante formal o servil. El término se aplicó antiguamente a los trabajadores que ayudaban a extraer las aguas subterráneas de las minas. A-chichin-qui. De atl, agua, chichinqui, el que chupa. Véase achichincle en sección de Refranes”.

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Como puede verse, en primer lugar el Diccionario define el significado actual de la palabra (“ayudante formal o servil”), luego da alguna idea de su origen histórico (“los trabajadores que ayudaban a extraer las aguas subterráneas de las minas”), después su etimología en náhuatl (atl, chichinqui), y finalmente remite a otra sección del Diccionario. En este caso, el más frecuente, remite a la sección de refranes, con el siguiente, muy conocido: “Comenzar en achichincle y acabar en ahuizote”, explicado como: “Alude a la compañía constante de una persona que de servidor o ayudante se convierte en alguien fastidioso o insoportable”. Entonces se interesa uno por el origen del nahuatlismo “ahuizote”. Y encontramos en el Diccionario:

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“Ahuizote. M. El que hostiga a alguien. De Ahuítzotl. Sahagún y Clavijero refieren que este nombre se aplicaba a un animal fantástico, un cuadrúpedo anfibio que ahogaba a los seres humanos para devorar sólo ciertas partes de los cuerpos. Nombre de un gobernante mexica al que se atribuía crueldad extrema, y cuyo nombre se hizo célebre en el siglo XIX por la crítica mordaz y oposicionista de los periódicos El Ahuizote y El Hijo del Ahuizote. De a-huitzo [de atl, agua, huitzo, espinudo, de huitztli, púa]”.

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Y el lector tiene ahora ganas de saber desde cuándo la crueldad del hueytlatoani mexica Ahuítzotl (que gobernó de 1486 a 1502) se hizo proverbial, como para volverse sinónimo de azote, y, suavizado, de molestia… Aunque la etimología de huitzli, espina, mueve a duda, y acaso ahuitzotl sea más bien el perro de agua. Y así el lector, picada la curiosidad, busca “ahuitarse” y no lo encuentra, pero aparece en cambio un verbo que puede ser su origen, ahuihuiarse: “Atontarse. De huihui, tonto o torpe. Véase huihui”. ¡No te ahuites! Y sigue uno leyendo y se encuentra uno al ajolote, “De atl, agua, Xólotl personaje mitológico que tenía el poder de asumir diversas formas para escapar de la muerte, la última forma que asumió fue precisamente la del ajolote”. Y más adelante la palabra atole da para todo un recuadro con todas las formas de preparar el atole, además de la referencia a la sección de refranes, con muchos refranes todos, por cierto, negativos, asociados a lo viejo, lo obvio, lo sin chiste. Y un recuadro aún mayor, de varias páginas, es el de los tamales, ampliamente representados en la sección de refranes, como: “El que nace pa’ tamal, del cielo le caen las hojas”.

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El lector sigue leyendo y se encuentra la palabra caguiche o más adelante la palabra lloriche, o pedinche, que lo llevan esta vez al Apéndice V de “Análisis de nahuatlismos polémicos”, que introduce la polémica entre el origen náhuatl, deriva del reverencial y diminutivo –tzin, aplicado a niños, defendido por Cecilio Robelo y Antonio Alatorre (1922-2010) y la posición crítica defendida por Juan Lope Blanch (1927-2002). A las que habría que agregar la investigación de Luis Fernando Lara, que busca el origen de la –che en las lenguas norteñas.

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Otra palabra interesante es cuilón, que dice: “1. Homosexual o afeminado. 2. Cobarde. De cuiloni, ‘sodomita’, registra Molina: algunos lo interpretan como homosexual pasivo…” Aquí faltaría precisar que este último sentido viene del verbo cui, tomar, de -lo, pasivo, y -ni, agentivo, dando “El que es tomado”. Este sentido denigratorio del homosexual pasivo es buena parte de la base de la mecánica de los llamados albures mexicanos, y acaso cuiloni sea el origen de la voz “culero”, con la e larga, extendida, que durante unos años se coreó en los estadios de futbol mexicanos, antes de ser sustituida por un sinónimo de origen no nahua sino latino. No cabe duda que el ser humano es insondable.

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Busco uno la palabra naco y aparece: “1. Voz despectiva para indio o persona ignorante. 2. Persona discriminada por su condición social y económica inferior. 3. Persona vulgar. Prob. Acortamiento de chinaco. Véase chinaco en esta sección”. Lo cual explica:

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“Nombre despectivo que durante el siglo XX aplicaron los conservadores a los guerrilleros o soldados de la Independencia y de la Reforma a causa de sus ropas raídas o rotas. Probablemente del acortamiento de esta voz proviene la palabra naco (véase en esta sección), de amplio uso en México en la segunda parte del siglo XX y primera del siglo XXI. De chinacate”.

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Y chinacate, “persona desarrapada…”, viene del náhuatl xinácatl, desnudo. Aquí el Diccionario de Montemayor coincide en buena medida con el reciente artículo de Gabriel Zaid en la revista Letras Libres.

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Menciono también la voz altépetl, de agua y cerro, in atl in tepetl, como vimos, que Carlos Montemayor introdujo en la segunda edición por consejo mío, que los historiadores Bernardo García Martínez (1946-2017) y James Lockhart retomaron de las fuentes e introdujeron en la historiografía para designar a una entidad política, dominada por un tlatoani –como lo explicitó Charles Gibson (1920-1985)–, que podría traducirse como reino o señorío, por encima de los calpulli y tlaxilacalli, barrios, y por debajo del gran altépetl de la ciudad de México, dominada por un huey tlatoani, gran rey, emperador.

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Como se ve, el Diccionario del náhuatl en el español de México es un libro que tiene la virtud de incitar a la lectura, al estudio, a querer seguir averiguando, a cuestionar algunas de las etimologías propuestas. El Diccionario anima la actividad libre del lector, para ir de una parte a la otra para buscar fuentes y explicaciones, e interrogar el significado histórico de cada nombre.

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Muchas veces los topónimos tienen etimologías discutibles, como Mexico, “Lugar de Mexihtin”, dios afín a Huitzolopochtli, más el locativo –co; aunque también puede ser, y más probablemente es Metzxicco, “En el Ombligo de la Luna”. Más compleja aún es la etimología de Texcoco, sobre la cual siempre habrá qué decir. En Tepeyac y Tepeaca, de Tepeyácac, “En la nariz del cerro”, la nariz no sea tanto la punta como la extensión del cerro.

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Respecto a Teotihuacan merece atención la etimología propuesta: “Lugar de los que tienen a Dios. Teo-ti-hua-can. De téotl, dios, –ti-, lig. Euf., –hua, part. Poses., –can, art. Locativa. Méx.” La partícula –ti difícilmente puede ser una ligadura entre el sustantivo y la partícula de poseedor; sin embargo, esta partícula puede representar “poseedor de”, o más bien, “cuidador de”, como lo sugirió John Sullivan, de modo que Teotihuacan podría entenderse como “Lugar donde están los que cuidan a Dios, o a los dioses”, como efectivamente lo es la gran ciudad ceremonial de Teotihuacan.

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Es bonita la etimología de Colima: “En la mano del abuelo o del viejo (refiriéndose al volcán). Colli-i-ma. De colli, abuelo, i-, poses. 3ª persona sing. maitl, mano.”

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Muy buena y útil la sección de herbolaria, como en su descripción del zapote blanco, que “tiene efectos narcóticos, analgésicos y de hipotensión”, muy usado en el estado de Hidalgo.

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Ya mencioné y di algunos ejemplos de la riqueza de la lectura de las secciones de nahuatlismos, herbolaria, toponimias y frases y refranes. La sección de apéndices también nos depara tesoros de comprensión. El primero enlista las lenguas del grupo yutoazteca, del que forma parte el náhuatl. Y el apéndice sobre grupos étnicos está divido en dos cuadros. El primero se refiere a los “grupos étnicos cuyo nombre proviene del náhuatl y su distribución actual por entidades” y el segundo se refiere a los “grupos étnicos cuyo nombre no está en náhuatl…”, lo cual lleva a reflexionar sobre la influencia de los nahuas en México antes de la llegada de los españoles.

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Es valioso el apéndice de nombres personales en náhuatl, como guía para quienes les quieren poner nombres nahuas a sus hijos: Ameyalli, fuente o manantial; Atonalli, día de agua; Nahui Ollin, la fecha calendárica (cuatro movimientos). Es bello y valioso el apéndice de figuras poéticas del náhuatl clásico que comienzan con los clásicos difrasismos de la lengua, y continúa con varias expresiones que muestran la “poeticidad espontánea” de la lengua náhuatl: In atl, in tepetl [altepetl], agua y cerro, población, ciudad; In mitl in chimalli, dardo y escudo, la guerra; In petlatl in icpalli, estera y silla, mando, autoridad. Etc.

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Y particularmente valioso es el apéndice “Análisis de nahuatlismos polémicos”, redactado por Carlos Montemayor, que se muestra plenamente como el gran filólogo que era. Basta con mencionar los nahuatlismos discutidos para antojar al lector: apachurrar, apapachar, azacán, biznaga, campamocha, chapopote, chicote, chicozapote, chingar, chipichipi, chipote, chocolate, choquía, cochino, cogote, lloriche, nana, nene, palero, papas, pulque, putazo, tata, tocayo, trácala, xólotl. Es una lástima que Carlos Montemayor se haya ido porque hubiese sido bueno platicar con él sobre el origen de la palabra chingar, que difícilmente puede venir del sustantivo tzintli, culo o nalgas, o del sufijo locativo –tzinco, y que probablemente más bien proviene no del náhuatl, sino de una lengua africana gracias a lo cual pronto se integró al portugués-brasileño, y con los esclavos africanos y sus traficantes llegó el término. Lo confirmó el reciente estudio de Luis Fernando Lara sobre los africanismos mexicanos.

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Como ven, ya hicimos con el Diccionario de Montemayor lo que desde niños hacemos con los primeros diccionarios que abrimos: nos pusimos a buscar las groserías. Bueno, así se hace a veces para comenzar a explorar, y a meternos en el mundo de la lengua y la cultura náhuatl, que siempre había sido nuestro, sin que nos diéramos cuenta, y que Carlos Montemayor nos revivió.

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Diccionario del náhuatl en el español de México, Carlos Montemayor, Coordinador, Enrique García Escamilla, Enrique Rivas Paniagua y Librado Silva Galeana, colaboradores, Nueva edición corregida y aumentada, Tercera edición conmemorativa. 70 Aniversario del Natalicio de Carlos Montemayor, México, UNAM, 2017, 472 pp.

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ILUSTRACIÓN: ROSARIO LUCAS

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