Wenceslao Bruciaga: pasión y violencia gay contra el sistema

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En entrevista, el escritor y periodista Wenceslao Bruciaga habla de su novela más reciente, Bareback Juke-box (Moho-Secretaría de Cultura, 2017), protagonizada por Hipolito (Hip), un outsider que rehúye de las convenciones sexuales, políticas y musicales de su tiempo. En estas páginas abundan referencias a las drogas, a la educación comunista de Bruciaga, su pasión por el deporte del boxeo y abundantes guiños a los clásicos del punk

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POR CARLOS ROJAS URRUTIA

Wenceslao Bruciaga (1977) se crió en ese “ranchote en medio de la nada” que es Torreón. Condenado por el desierto “a ser medio huraño”, es un gay orgulloso de serlo, que reafirma que “hay que rebelarse cuando te lleva la chingada”. Asume la vida como una lucha permanente que se alimenta de aquella frase de John Lydon, vocalista de los Sex Pistols y Public Image Ltd., de que “la ira es energía”.

 

Le gusta el futbol y practica box. Asegura que ha usado el patriarcado para salir adelante y que las franjas de la sociedad que viven marginadas, como los homosexuales, han sido punkrockers desde siempre, porque revinidican el derecho a ser diferentes en un mundo que aspira a ofrecernos igualdad.

 

Entiende la otredad a partir de la confrontanción y eso es evidente en su novela Bareback Juke-box (Moho / Secretaría de Cultura, 2017). También en su columna semanal “El nuevo orden”, que se publica en un diario de circulación nacional, donde escribe a contracorriente de los lugares comunes y explica porqué las teorías queer, el matrimonio homosexual y las discusiones actuales sobre acoso a veces nos hacen retroceder más que avanzar.

 

Se mueve en ese laberinto de soledad al que estamos condenados quienes nacemos aquí, que condimenta con “la pasión adolescente de la sensibilidad gay”. Un defecto que procura convertir en virtud cuando habla de bandas y canciones. Wenceslao se ha propuesto reivindicar no sólo el orgullo gay, sino la buena música como identidad de un colectivo que debería ser diverso y no lo es en absoluto.

 

Recuerda a John Waters, Edmund White y Dennis Cooper, que han marcado la manera en que concibe su escritura. También la música de Sonic Youth, Black Flag y el punk y hip hop en general, de donde aprendió la violencia escénica que ha sido el catalizador de su existencia. Además de su más reciente novela, Wenceslao ha publicado los libros de relatos Tu lagunero no vuelve más (Moho, 2000) y Funerales de hombres raros (Jus, 2001).

 

Wences llegó de Torreón a vivir en la Ciudad de México y es desde aquí donde hace su vida como periodista y escritor, “porque es donde mi actitud tiene su razón de ser. Hay que quedarse y dar la batalla”. Añora de todas formas el ritmo de ciudades como San Francisco, Portland o Toronto, “donde puedo ir a un concierto y ligar. Son espacios donde hay gente más afín a mí, cosa que no encuentro en México”.

 

El título de su novela son dos palabras que encierran las pasiones que mueven su vida: bareback, que describe la práctica sexual donde de manera deliberada dos hombres evitan usar condón para la penetración anal; y juke-box, ese aparato que en México conocemos más bien como rocola.

 

Para hablar de Bareback Juke-box, Wences nos pide reunirnos en una cervecería en el corazón de la Zona Rosa. Llega un poco tarde, con sus lentes redondos y barba tupida de siempre. Viste también como siempre: gorra, pantalones de mezclilla y una playera corta de los Sex Pistols que deja al descubierto sus brazos cubiertos de tatuajes punks y homoeróticos.

 

Bareback Juke-box es su manifiesto de guerra: “decir: existo, no tengo porque avergonzarme, a pesar de que el mundo esté construido con convenciones heterosexuales”. Una novela en que acompañamos a Hipolito (Hip) desde que está empinado y es penetrado por un gigante australiano que tiene VIH, hasta el final de su recorrido por el paisaje de la urbanización gay de la capital mexicana, en busca de un amante ya perdido para siempre.

 

Se cuelan por ahí las referencias al punk y la educación comunista de Wences. También las drogas, la amistad y la política. Pero sobre todo, la música. Le gusta pensar que su novela es una versión gay de Alta fidelidad de Nick Hornby. Por eso, relata con precisión absoluta las claves que le fascinan del punk duro de Dinosaur Jr. y Sonic Youth, o de la melosa armonía de Roxy Music y Belle and Sebastian.

 

La soledad de un gay mexicano
Cuando llegó a vivir a la Ciudad de México, Wences propuso a los suplementos de periódicos dedicados a la vida gay variaciones de cuentos ficción. Los editores le recriminaron que publicar eso haría que sus lectores pensaran en ellos como unos degenerados. Al mismo tiempo, se topó con los primeros ejemplares de la Revista Moho en el Tianguis del Chopo. Se descubrió acompañado en su manera de interpretar el mundo y comenzó una amistad con Guillermo Fadanelli que perdura. Es por esa “deuda sentimental gay, de pasión desbordada” que Bareback Juke-box se publica en Moho, “la única editorial que tenía la apertura de publicar este libro, totalmente visceral, trasgresor, manchado”.

 

La literatura de Wences es como un golpe al hígado, a las buenas costumbres y a la convicción heterosexual. “No quería conectar con el lector”, dice sobre Bareback Juke-box, “más bien quería pelearme, escandalizarlo, incomodarlo, sacudirlo, porque esas reacciones grotescas son las que realmente te enfrentan con la otredad y no los discursos condescendientes”.

 

El escándalo de Hip y sus aventuras alcanza a gays y heteros por igual. En el fondo, lo que pone en evidencia es que los sentimientos rotos son el motivo por el cual nos averguenzan nuestras costumbres y promiscuidad, sin importar condición sexual: “hoy en día, no puedes decir que vas a ciertos lugares o tus amigos gays piensan mal de ti, porque quieren vivir con el estándar de los heteros. Pero lo que te hace gay es la intimidad, lo que haces en la cama. Seguimos obsesionados con la aceptación de los heterosexuales. Nunca nos hemos planteado la idea de declararles una guerra. En México, la homosexualidad sigue generando una culpa tan tremenda que se buscan derechos como el matrimonio para paliar el autodesprecio”.

 

En Bareback Juke-box, Hip es un gay que busca el amor precisamente ahí donde no puede encontrarlo. Que ansía que su amante vuelva, pero se prepara para darle la madriza que se merece. Para quien la música es un refugio. Sobre esa soledad del gay mexicano, Wences reflexiona sobre la trampa de legalizar el matrimonio para personas del mismo sexo, un derecho que es también una manera de esconderse del miedo más profundo:

 

“No hemos aprendido que la soledad podría ser un buen aliado para nuestra visibilidad. Aún pesan mucho los valores de nuestros padres y de la ciudad en la que nos movemos. La sociedad mexicana te condena a la soledad cuando te planteas cuestionarla. Hemos ganado el derecho a casarnos, pero se le da más peso al ritual social que al derecho en sí. Es absurdo creer que la condición de bienestar de un homosexual es mejor casado que no, porque la gente aguanta muchas cosas nocivas con tal de no perder ciertos privilegios del matrimonio. No entiendo por qué los gays podríamos aspirar a eso como una forma de bienestar. Mi problema con el matrimonio es que es ponerte el grillete de los valores que fomentaron formas de acoso que ahorita están explotando, como el #metoo”.

 

En su libro, Wences habla de ser gay y aceptarse como marginal y combativo como una especie de filosofía de la autodestrucción para salvarse de la decepción del futuro. Por eso, Hip recuerda los relatos de Ballard. Para Wences, el futuro que nos espera es incierto pero en apariencia conservador, al menos para el colectivo gay, que está arruinándolo para sí mismo:

 

“Gran parte de los derechos homosexuales se ganaron a partir de la construcción sexual de aceptar nuestra naturaleza depredadora. Cuál es el futuro si se abrazan los valores que jodieron las relaciones humanas entre los heterosexuales. Por lo que pinta, puede ser conservador a menos que nos rebelemos. Hoy en día hay cada vez más clubes de sexo gay, pero es increíble que se están gestando de la misma forma clandestina de hace cuatro décadas. Algo supuestamente progresista, como el matrimonio igualitario, está generando la misma clandestinidad de los años 70. Eso es anacrónico y absurdo”.

 

Pasión desbordada de un gay salvaje
Lo solución que propone Wences para construir un futuro mejor, tal como Hip en su novela, es la guerra y el descaro: “deberíamos ser más frontales, sin avergonzarnos de lo que somos. Sí soy promiscuo y no me da pena serlo. En la medida en que se ganaron derechos, también firmamos una carta de renuncia a la libertad sexual. Tampoco digo que esto sea perfecto. En esta promiscuidad, cuando hay discriminación, ahí te encargo. Pero encontraremos formas de resolverlo”.

 

Hip declara sin tapujos que ser gay es pertenecer a un grupo de riesgo. Es antinatural porque coges por donde defecas, vives en un estado de excitación que tiene en el centro una mezcla de dolor y placer; la vida sexual se rige por el deseo y nunca por el impulso de procrear. Esa es la esencia de la que hay que enorgullecerse, como lo haría el punk más radical.

 

Sobre la sensibilidad de hombre homosexual aplicada a la literatura, Wences cita dos ejemplos clásicos para ubicar a cualquiera: “Somos muy pasionales. Eso está planteado desde Wilde, con cosas que hoy serían políticamente incorrectas. Pero si algo tiene Wilde es que no se arrepiente, asume su postura y la defiende hasta el final. Y Tennessee Williams, que es la definición perfecta de todo homosexual: la pasión desbordada y la fantasía masculina. Sus personajes hombres son unos hijos de la chingada, pero también cogen como el diablo”.

 

En Bareback Juke-box hay sexo salvaje y explícito, que se interrumpe de pronto cuando suena una canción de Sonic Youth. Hay muchas otras referencias al hip hop, el punk y el rock, un recurso que sirve como elemento literario pero también como una forma de presumir una formación melómana que va más allá de los estándares tradicionales, un acto deliberado porque “quería hacer un libro donde quedara claro que sí sé un chingo de música, que me apasiona y que tengo discos que nadie tiene”.

 

Esas referencias musicales son las que tienden un puente entre el mundo gay y el heterosexual; también ponen el acento en que la cultura gay en México se ha formado a partir de escuchar muy mala música, porque “un colectivo que debería ser influyente y sobre todo diverso, no lo es en absoluto. Si no escuchas a Paulina Rubio no formas parte. Los gays no se dan chance de buscarse una identidad más allá de los moldes. Si luchamos porque nos respeten deberíamos tener vasos comunicantes con el exterior hetero, sin renunciar a nuestra propia identidad”.

 

Según lo explica Wences, la comunidad gay en México, lejos de tomar el ejemplo de Hip, vive sumida en un tipo de violencia lamentable, que se alimenta del miedo: “Nosotros tenemos la culpa de esta homofobia que puede llegar a los asesinatos. Llevamos décadas de campañas por ser respetados, por que no se grite ‘puto’ en los estadios… a mí eso me vale madres. Los disturbios de Stonewall en Nueva York, fueron travestis y lesbianas que se agarraron a putazos con la policía. Fue esa acción la que dio paso a las marchas del orgullo gay”.

 

Hip decide aprender a boxear para enfrentar al amante que le ha abandonado. El propio Wences practica ese deporte que le permite convivir con su propia pasión desbordada. “Me funciona para canalizar una pasión que a veces no puedo controlar, que tampoco sé de dónde venga, que es como una de esas voluntades de las que hablaba Schopenhauer. Me ha salvado en términos callejeros, cuando te la tienes que partir porque si no el chofer del microbús te revienta la madre por andar puteando”.

 

El box, ese deporte salvaje y al mismo tiempo solitario, es al final un ejemplo de la forma en que Wences asume los preceptos del patriarcado para reivindicar su amor por los hombres y la forma en que lo vive, pues “es un deporte homoerótico en muchos sentidos: es la cercanía carnal y la violencia depredadora de la masculinidad sexobiológica (dicho en términos queers). Un deporte bien chulo, con reglas muy claras, donde existe una técnica que hay que dominar. Es sudoroso, huele a testosterona y es muy sexy. Me encanta”.

 

FOTO: Wenceslao Bruciaga también es autor de Tu lagunero no vuelve más (Moho, 2000) y Funerales de hombres raros (Jus, 2001). / Alex Tapia

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