Ver Turquía desde México

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Su naturaleza como regiones estratégicas hace que estos dos países compartan problemas y procesos históricos. Este es un recuento de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones: los primeros acercamientos en el siglo XIX, la formación de sus respectivos Estados modernos y el reto que impone la migración

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POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

Hace cien años concluyó la Gran Guerra. Transformó los territorios de todos los involucrados; sin embargo, el Imperio Otomano se deshizo en varios proyecto nacionales. Turquía, el país que emergió como heredero de esa historia, estableció relaciones diplomáticas con México una década después. Se han cumplido 90 años, pero no fue fácil su establecimiento. Pese a los antecedentes de los vínculos debido sobre todo a la fuerte presencia en el país de inmigrantes procedentes de naciones que formaron parte de ese Imperio, como libaneses, judíos, griegos y armenios, su establecimiento se dio entre 1927-1928.

 

En 2009 vino a México el escritor turco Orhan Pamuk a inaugurar el Salón Literario de la Feria del Libro de Guadalajara; fui convocado por la editorial Random House a presentar su novela El museo de la inocencia. No me sorprendió tanto el encuentro con su excelente escritura sino su relato al llegar a la Ciudad de México: tuvo la sensación de haber hecho un viaje en círculo y al salir del aeropuerto encontrarse de nuevo en Estambul.

 

Así, antes de hablar sobre su novela, aludió primero a las semejanzas que observó entre Turquía y México. En la conversación surgió también ese lugar común de nuestra historia sobre el presidente Plutarco Elías Calles, que quién sabe si por su físico y bigote recortado o por el nombre —que la gente consideró de origen libanés—, le llamaron el turco.

 

Bien, el hecho es que Turquía y México comparten procesos que demuestran haber guardado ciertas similitudes, en particular en las décadas de 1910, 1920 y 1930 y, aún, en el siglo anterior entre el Imperio Otomano y el Imperio Mexicano, primero, y, luego, con el Porfiriato cuando los grupos revolucionarios recurrieron al modelo heredado de la Revolución francesa, como sucedió entre los jóvenes turcos en 1876 y el de los liberales mexicanos desde 1857.

 

Desde aquellos lejanos tiempos se comenzó a pensar en cómo relacionar naciones con territorios tan distantes. Maximiliano de Habsburgo, como emperador de México, decidió establecer relaciones diplomáticas con el Imperio Otomano desde su llegada en 1864. Él como heredero del trono del Imperio Austrohúngaro conocía su importancia por sus amplias posesiones que alcanzaban hasta Asia Menor. Entonces designó como enviados extraordinarios y ministros plenipotenciarios a Pablo Martínez del Río y a Leonardo Márquez, pero el asunto no prosperó debido a la pronta derrota y caída del segundo intento imperial en México. Ya para entonces los archivos diplomáticos registraron una protesta de Estados Unidos ante Maximiliano por haber utilizado tropas egipcias, que oficialmente eran parte del Imperio Otomano, en su campaña de conquista de México.

 

Más adelante, durante los festejos del Centenario de la Independencia de México en 1910, surgió la iniciativa de quienes fueron identificados como “Los industriosos hijos del Imperio de Turquía residentes en México” de erigir en algún punto céntrico de la ciudad un reloj público para agradecer la hospitalidad que el país les había dado. De acuerdo con el Honorable Ayuntamiento de la Ciudad de México se designó el sitio donde había de erigirse el jardín frente a El Colegio de Niñas, entre las calles de la Cadena y Bolívar. Sitio estratégico porque a algunos cuantos metros se encontraba la casa familiar del presidente Porfirio Díaz. El 22 de septiembre se inauguró la obra cuya realización fue encabezada por Antonio Letayf, quien en su discurso ante el gobernador del Distrito Federal, De Landa y el Vicepresidente, mencionó que en México tenían asiento “todas las libertades humanas” y declaró que los “súbditos del Imperio otomano amaban de corazón a esta “bendita tierra mexicana”. Nunca se mencionó en la crónica que escribiera Genaro García que Letayf encabezaba un grupo de la comunidad libanesa que se conformaba desde el siglo anterior, tal como lo corrobora la lista de participantes: Abraham Bacha, José Helu, José Hemuda, Pedro, José y Julián Slim, Alfredo y Miguel Rihan, entre otros.

 

Es importante señalar que para esa fecha los datos censales entre 1890 y 1910 apenas registraron la presencia de 566 extranjeros procedentes de Turquía, ocultando bajo esa denominación la verdadera identidad de libaneses, sirios, palestinos, griegos y aún armenios, comunidades compuestas por cristianos y judíos.

 

El México del periodo gobernado por el presidente Plutarco Elías Calles (1924 y 1928) será central en la historia de las relaciones diplomáticas con Turquía porque ambos países establecieron un tratado de amistad el 25 de junio de 1927, firmado por Carlos Puig Casauranc como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario y Suad Bey enviado por Turquía a Roma, donde el acuerdo se realizó.

 

El Tratado de amistad fue firmado en un momento de enormes coincidencias en los procesos que atravesaban México y Turquía con proyectos semejantes de modernización política, económica y social. Ambos países estaban en la búsqueda de una nueva legitimidad luego de pasar el primero por una revolución y el otro por una independencia que buscaba también la liberación de la ideología imperial, afianzada en 400 años de historia. Para ambos significaba un cambio de régimen. Por ello atendían a la centralización del poder como base del desarrollo económico, al nacionalismo para asumir su defensa soberana como país y al laicismo en la educación para crear identidad frente al Estado y ciudadanos con todos los derechos en sociedades secularizadas.

 

Por ello fue tan importante la atención que ambos países dieron a la educación. Los antecedentes se encontraban en el siglo XIX entre los liberales mexicanos y los nuevos estamentos del Tanzimat en su intento por modernizar la política turca. Así, es interesante que el historiador John Hart para entender las causas de la Revolución mexicana, para su análisis hubiera colocado a México al lado de Rusia, China, Irán y Turquía como países que tuvieron durante el siglo XIX una gradual penetración de sus mercados por los intereses coloniales y para México, en particular, los de Estados Unidos. Él recuerda que mientras el Imperio otomano era el Hombre enfermo para Europa, China era el Hombre enfermo para Asia.

 

Entre esos antecedentes, expresados en forma muy rápida, el Imperio otomano desgastado por su participación en la Gran Guerra albergó las tendencias reformistas de los Jóvenes Turcos y con la Revolución de 1908, con su radicalización, que hizo insistir en una política de secularización y de alianza con Alemania para llevar a cabo un programa nacionalista que suprimió las capitulaciones y movilizó a los turcos contra lo que se consideró “quintacolumnistas” griegos y armenios.

 

Por su parte, México entró en esa lógica mundialista con la disyuntiva de vender petróleo a los países aliados o a Alemania, según el escándalo que develó el Telegrama Zimmermann. México y Turquía comparten así ciertos ángulos de sus revoluciones y ambos sacaron provecho de sus condiciones políticas después de la Gran Guerra. Uno y otro se convirtieron en actores dialogantes con sus connacionales y con los extranjeros. Plutarco Elías Calles y Mustafá Kemal Atatürk se convirtieron en líderes máximos porque provenían de esa constelación de acontecimientos y con sus acciones se convirtieron en actores centrales de los procesos que encabezaron. Calles como heredero del triunvirato vencedor de la Revolución mexicana con Álvaro Obregón a la cabeza y Kemal habiendo resistido nada menos que a las fuerzas británicas y francesas en Gallípoli, infligiendo a los europeos una de sus más fuertes derrotas en la historia.

 

Hablar de coincidencias no quiere decir igualarlos, lo único que trato de explicar es por qué van a coincidir en proyectos semejantes de países. Una coincidencia de enorme importancia fue la de la educación, convencidos como estaban ambos países de ser parte de “un mundo revolucionario”, como describió el pedagogo John Dewey al que ambos recurrieron. Con bases en la teoría racionalista impulsaron sus proyectos educativos. Las teorías higienistas de la época progresaron tanto en Turquía como en México, exaltando el culto a la modernidad y a la dirección del Estado. Como en la Tercera República o el México de la Reforma, la Turquía de Kemal y el régimen de Calles impulsaron la homogeneidad de la lengua para integrar a los grupos étnicos que ambos países albergaban negando la pluralidad lingüística, sean los diferentes pueblos indios de México o los kurdos de Turquía. Y es que ambos Estados aspiraron a la utopía de la unidad nacional combatiendo los particularismos. El discurso revolucionario modernizador y transformador de la sociedad reforzó la visión de la historia antigua, capaz de preservar una imagen legitimadora del pasado.

 

Un aspecto importante descubierto por el maestro en historia Andrés Orgaz Martínez es que, en 1927, la Secretaría de Educación Pública de México solicitó a Turquía información para conocer las nuevas políticas educativas. Le interesaba particularmente la instrucción económica y social así como la orientación a la resolución de algunos problemas. En ello trabajaban los Ministerios del Partido Republicano del Pueblo en aquel país, a semejanza del Partido Nacional Revolucionario. Destacaban como los puntos más importantes de la educación pública turca: laicismo, sentido democrático, unidad de la enseñanza y coeducación, debido a la situación de la mujer en la sociedad islámica.

 

En el proyecto educativo turco seguramente importó a México, además de su coincidencia en la visión materialista y racional, las estrategias educativas, como la del envío de antiguos soldados alfabetizados durante la Guerra de Independencia a alfabetizar a niños y adultos hasta los 40 años por las diferentes jurisdicciones. Las noticias sobre la sustitución de la grafía árabe por la latina permitía pensar en cómo emular en México ese proceso de homogeneización de la lengua para sustituir las lenguas indígenas por el español. En Turquía trabajaron niños y adultos. Aún pueden verse las películas donde el mismo Atatürk asistía a participar de ese proceso donde se le podía ver siguiendo con atención las enseñanzas de las especialistas frente al pizarrón. Sin lugar a dudas se trató de una hazaña por realizarse en muy poco tiempo.

 

Dicho proceso educativo conllevó medidas que acompañaron la secularización, como el cierre de las escuelas teológicas islámicas; y la sharía (ley islámica) fue reemplazada por un código que llevó al matrimonio civil en 1928, cuando se estableció el Estado laico; y a que en 1934 la mujer alcanzara el derecho al voto y a ser elegida en el Parlamento. Además, se prohibió el uso del fez [tocado masculino] entre los varones debido a su simbolismo feudal y el velo entre las mujeres, aunque en años recientes su uso ha vuelto.

 

El movimiento secularizador fue también de enorme importancia en el México de Calles que buscaba erradicar igualmente cualquier influencia de lo religioso en la vida civil, aunque por otras circunstancias históricas fue anticlerical. De igual manera funcionaban las misiones culturales para difundir el español con amplios planes de lectura para homogenizar e imponer el español en todo el territorio. La lucha de las mujeres las llevó a ocupar un papel más activo en la sociedad con cierto impacto, y el voto se alcanzó en diferentes entidades, pero tardó en implantarse en el plano nacional.

 

Todo ello fue el contexto del acercamiento entre México y Turquía en 1927, mientras se decidía a trasladar las embajadas de Estambul a Ankara, como nueva capital, aun cuando Mussolini consideraba entre sus planes de expansión la posibilidad de intervenir Anatolia en 1926, debido a las dificultades que atravesaba la República de Turquía, proclamada apenas en 1922. Las ideas organizativas del controvertido líder italiano, dicho sea de paso, impresionaron tanto a Calles como a Atatürk.

 

Desde 1927 Estados Unidos y Turquía intercambiaron embajadores. Y Ahmet Muhtar, su primer embajador, fue también nombrado representante ante México, aunque sólo parece haberse formalizado en 1931 y presentado credenciales hasta 1933.

 

Cuando la Sociedad de las Naciones en Ginebra propuso el ingreso de Turquía en 1932, México —que había ingresado el año anterior— votó a favor. El 17 de octubre de 1933 Atatürk recibió a Genaro Estrada para la entrega de credenciales, usando la lengua francesa para comunicarse. Por cierto, la misma que la legación turca en México utilizó para comunicarse con el gobierno.

 

No fue sino hasta el 21 de marzo de 1935 que fue enviado desde Turquía Hassan Tashin como Encargado de negocios, según se desprende del comunicado del ingeniero Marte R. Gómez, ministro en Francia en la Legación de México. Allí relataba que el embajador de Turquía, Suad Bey, se expresó con “franca simpatía de nuestro país” y le comunicó el deseo de Turquía de “estrechar sus relaciones internacionales con México”, para lo cual había nombrado consejero en la Legación en la Embajada de Turquía en Washington al señor Tahsmin, quien desempañaría funciones de encargado de negocios en nuestra Capital. Para el Embajador Suad el enviado gozaba de “muy amplia cultura y se interesa, particularmente, por la investigación de carácter filológico”.

 

Resultaba esa caracterización del interés demostrado después de su visita a Yucatán, donde vio los famosos vestigios de Chichén Itzá y lanzó la hipótesis respecto a que la lengua maya y la turca estaban emparentadas. Se cuenta que su creencia en tal relación lingüística le hizo recibir el sobrenombre de “Mayatepek”, endilgado nada menos que por el mismísimo presidente Atatürk.

 

Por lo que respecta a México, su embajador en Turquía fue al mismo tiempo el embajador en España; así, a Genaro Estrada siguieron Manuel Pérez Treviño, Ramón P. De Negri y Adalberto Tejeda, cuando se estableció una legación en Ankara sin rango de embajada. Pero, debido a la ruptura de relaciones de México con el gobierno de Francisco Franco en España, el puesto se suprimió afectando las relaciones con Turquía que sólo se restablecieron hasta 1951 en que fue enviado como embajador Antonio Sánchez Acevedo. Ése parece el verdadero comienzo de las relaciones diplomáticas que han mantenido hasta ahora México y Turquía.

 

Las coincidencias entre los dos países continúan ahora con lo que han sido las crisis humanitarias que han abierto el siglo XXI. Turquía ha debido recibir a más de dos millones de migrantes forzados que han debido abandonar Siria, a causa de una guerra que dura siete años. El país ha debido firmar acuerdo con Europa para, a cambio de prebendas económicas, mantener en su territorio a los refugiados del Medio Oriente.

 

México, aunque con una fuerte tradición de envío de migrantes hacia Estados Unidos, juega ahora el papel que se le ha venido imponiendo, con más fuerza en el gobierno de Donald Trump, de retener para que no ingresen a Estados Unidos a las miles de personas que son expulsadas por la situación en que viven en diferentes países sudamericanos, como es el caso de Venezuela, y centroamericanos, como Honduras, El Salvador y Guatemala.

 

Las presiones que ejercen los países europeos sobre Turquía para la retención de migrantes tiene altos costos, no obstante que allí la participación de la ONU con sus organismos especializados en algo mitiga sus efectos. En México esa tradición comienza apenas a ponerse en práctica por lo que mientras el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados no los considere refugiados, los impactos de los migrantes desplazados de sus países pueden ser mayores.

 

México y Turquía tan alejados geográficamente —y con posiciones estratégicas diferentes—, están siendo utilizados con propósitos semejantes porque, pese a periplos tan diferenciados, el destino de muchos de los migrantes de aquí y de allá, es llegar a Estados Unidos o, cuando menos, a todo lo que ese mundo representa.

 

 

FOTO: El 22 de septiembre de 1910 se inauguró el Reloj Otomano en las calles de Cadena (hoy Venustiano Carranza) y Bolívar, obsequio de la comunidad del Imperio Otomano en México. /Archivo EL UNIVERSAL

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