Juan Villoro: el ojo y la ciudad

Ene 19 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 5228 Views • No hay comentarios en Juan Villoro: el ojo y la ciudad

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Con registros que van del reportaje a las estampas urbanas, El vértigo horizontal es un mapa de la Ciudad de México dibujado por un cronista que se ocupa lo mismo de su historia que de sus sabores y, aún, de sus rumores

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POR VICENTE ALFONSO

Una de las imágenes que me obsesionaban en la infancia aparece en el evangelio según San Mateo: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de Dios”. Asumía la frase como un acertijo que, más que prohibir, retaba a hallar la forma en que el camello podía lograr la hazaña. Con el tiempo, el acertijo ha vuelto bajo diferentes formas. Una de las más desafiantes es capturar la abrumadora realidad y fijarla en palabras, porque la realidad es un camello necio: en el arranque de Ébano, su más famoso libro de crónicas, Ryszard Kapuściński aclara que África es un continente demasiado grande y heterogéneo como para describirlo; en Acapulco, su mejor reportaje, Ricardo Garibay confiesa su frustración porque “no tiene las armas” para escribir un libro que contenga al puerto guerrerense “en una nuez”.

 

Para quienes vivimos en la Ciudad de México, la realidad agrega varios niveles de dificultad: ¿qué dejar fuera en un libro sobre esta megalópolis en la que todo cabe? Cronicar la capital parecería temerario y no obstante, no pocos han emprendido esa tarea. De Manuel Gutiérrez Nájera a Fabrizio Mejía Madrid, pasando por Carlos Monsiváis, los siglos XIX y XX nos heredaron un catálogo nada despreciable de testimonios sobre la capital. Destacan Cien Freeways: DF y sus alrededores de Magali Tercero; Las llaves de la ciudad de David Lida; Sentido de fuga de Jezreel Salazar y Los rituales del caos, volumen de Carlos Monsiváis que consideraba un insuperable evangelio chilango hasta hoy, que Juan Villoro pone sobre la mesa El vértigo horizontal, publicado por Almadía y El Colegio Nacional.

 

Algo tiene Villoro con los ojos: su primera novela, El disparo de argón, articula dos elementos: el ojo y la ciudad. Como un juego de cajas chinas, el espacio de la novela es una clínica oftalmológica enclavada en la ciudad más poblada del mundo. La capital mexicana es allí mucho más que un escenario, y los ojos más que órganos. Baste decir que el logotipo de la clínica es una O, signo que es a un tiempo “la más simple representación de un ojo y la valencia química del argón”. Otro de sus libros, El ojo en la nuca, es un diálogo con Ilan Stavans que parte de una imagen al mismo tiempo atractiva e inquietante: un ojo en la nuca nos permitiría ver la parte de nosotros que jamás vemos. Nuestro punto más vulnerable.

 

Para darle un sentido de orden a su nuevo libro, Villoro recurre al truco que por décadas han empleado los fuereños que llegan a Chilangópolis: usar la red del metro para orientarse. Más que un índice vertical, los lectores nos topamos con una red similar a la del transporte subterráneo. Un mapa que evoca el célebre tablero de dirección con el que Julio Cortázar nos recuerda, al inicio de Rayuela, que leer no es un acto pasivo sino una tarea que implica decisiones. Ambos libros permiten deambular, entrar y salir a placer, explorar. El parentesco no es casual, pues en la página 395 Villoro confiesa: “cuando me mudo de casa o de país, lo primero que empaco es mi ejemplar de Rayuela”.

 

El vértigo horizontal destaca por su variedad de registros: del reportaje en toda regla, que nos hace comprender de otra manera el fenómeno de los “niños de la calle”, a la recreación, en clave de farsa, de los diálogos que ocurren a diario en cualquier oficina del Ministerio Público; de un safari intencional de películas, anime y discos en Tepito, a ágiles estampas que reivindican oficios como el de lechero, camotero o merenguero. De estos textos cito uno que parte de la afición de los mexicanos a comer ojos de vaca: “la mirada es el prólogo del apetito”, dice el cronista, y deja claro que de la vista depende nuestra primera aproximación al mundo. De esta manera, El vértigo horizontal juega con los mismos elementos que El disparo de argón. Al hacer énfasis en la mirada, Villoro nos da la solución del viejo acertijo: la aguja no es el obstáculo, sino la llave que le permite al camello hacer el truco. Si logramos que el animal pase por el ojo de la aguja, será fácil colocarlo en cualquier lado. “Todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar” reza un dicho popular que parece urdido para contradecir a San Mateo. Observador experto, Villoro hace pasar por su ojo de cronista una ciudad de 20 millones de habitantes con su arquitectura, su transporte público, su historia y sus rumores. Todo en 408 páginas.

 

Pero no es sólo por la vastedad y la diversidad de temas que este libro resulta el relevo natural de Los rituales del caos, también lo es porque Villoro aporta un nivel más: en la era de la selfie, el cronista amplía su mirada hasta extremos impensables. A los lentes que permiten ángulos de visión de más de 180 grados, los fotógrafos les llaman “Ojo de pescado”. Con ellos tienen acceso a puntos que de otro modo no aparecerían en la toma. Casi como tener ojos en la nuca. Villoro logra lo equivalente en sus crónicas: vuelve por momentos la mirada hacia sí mismo, hacia sus puntos más vulnerables, para entregarnos textos entrañables y cálidos, memorias que no por privadas dejan de retratar las múltiples ciudades que coexisten en la capital. Magnífico ejemplo es “El paseo de la abuela”, crónica intimista en donde recuerda a la primera escritora que hubo en su familia: su abuela, María Luisa Toranzo viuda de Villoro, quien hablaba cuatro idiomas y tocaba seis instrumentos musicales.

 

Sería injusto decir que este libro es una recopilación de columnas y artículos. Como el mapa sugiere, los diferentes textos se comunican entre sí y forman un asombroso tejido. Más aún, a los lectores asiduos de Villoro este libro nos confirma lo que ya vislumbrábamos: con casi cuarenta libros publicados entre novelas, crónicas, obras de teatro, cuentarios y ensayos, el autor ha construido una sólida obra cuyos extremos comienzan a conectarse revelándonos un apasionante sistema de ideas. Una visión del mundo.

 

FOTO: Juan Villoro es autor de cinco libros de crónicas, entre ellas Tiempo transcurrido: crónicas imaginarias, Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán y Safari accidental. /Archivo EL UNIVERSAL

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