Jorge Fernández Granados: materia primordial
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A lo largo de su trayectoria Jorge Fernández Granados ha escrito para descubrir, con cada verso el abismo, ese lugar donde anida y se esconde la naturaleza humana
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POR JORGE ORTEGA
Sin ubicarse del todo en la tradición órfica, Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965) ha devenido furtivamente, sin aspavientos o sin hacerse pasar como tal, un poeta de preocupaciones esenciales, apegadas quizás a un puñado de aporías que, si bien carecen de respuesta, valen por la magnitud de las preguntas que conllevan, por remover las capas de lo que se da por sentado y por la resuelta tentativa de discernir los mecanismos del orbe y su trastienda en el comportamiento de la naturaleza. Se trata de un autor que a la par de interactuar en distintas escalas de su obra con las peripecias de la calle y las coyunturas de la época, ha manifestado con regularidad la inclinación por ahondar en la intemporalidad de una memoria personal que linda con los más remotos estratos de conciencia y, por ende, con la intuición primaria que constituye una ineludible vía de conocimiento. Así lo demuestran la carta de rumbos de Resurrección (1995), los ejercicios de alquimia de El cristal (2000) y el viaje a la semilla de Los hábitos de la ceniza (2000), por lo anterior libros brillantes y anómalos en el contexto de su generación.
Dicho esto, no sorprende que Lo innumerable (2018), título más reciente de Fernández Granados, sobresalga por su filiación presocrática. Asumidos como pilares de reflexión sobre las causas últimas, los cuatro elementos se hallan patentes o velados a través de algunos correlatos en los siete apartados del índice: “oír ese río”, “origen de la nieve”, “breve historia de la luz”, “breve historia de la sombra”, “desierto espacio de vocablos blancos”, “lo innumerable” y “oír ese río (epifanía)”. La acuosidad y la combustión, la solidez y un vacío dorado por el sol o eclipsado por la oscuridad. También yacen ahí los tres estados de la materia y su prisma de propiedades térmicas. No obstante, un espectro campea por las páginas de esta anábasis, el de la noción de infinito como una manera de concebir las inagotables combinaciones que adopta la substanciación, verdadero sacramento de los vivos. Lo ilimitado se vuelve entonces la medida de las posibilidades en aras de la cual se cumple la tensión entre la realidad sensorial y la nada, la enigmática oquedad sobre la que gravitan los fenómenos de la creación y el cosmos.
Jorge Fernández Granados parte de la resonancia de una dimensión perdida que condiciona el horizonte de la existencia de propios y ajenos; por ejemplo, del científico y el radioescucha. Pero si ese orden se encuentra apenas entrevisto por la vía negativa la incapacidad de descifrarlo y nombrarlo, en Lo innumerable prevalece un afán por consignar la variación de los eventos meteorológicos como la mejor forma de oponer al vasto hueco las efusiones más intactas de la atmósfera: la lluvia, el granizo, la nevada. Aunque late disimulada la curiosidad del físico y el astrónomo, el biólogo y el topógrafo, es el margen del saber de la poesía lo que permite al hablante guiarse a ciegas donde las evidencias no son ya del todo infalibles sino únicamente sugerentes. Al recuperar la versión prístina de la naturaleza, Fernández Granados recurre a la pesquisa del recuerdo de una iniciación, durante la prehistoria de la infancia, en la experiencia auténtica y alimentada de figuraciones de atestiguar una nevisca, un fuerte chubasco o las ruidosas canicas de hielo caídas del cielo. En suma, Lo innumerable plantea una analogía entre la aguda receptividad de la inocencia pueril y la pureza del éter, la castidad del bosque.
Los epígrafes están más cerca de lo que aparentan. Acompañado de Juarroz, Lezama y Gamoneda, Lo innumerable perfila una teofanía y una mística: “el mundo es sólo un dios que se deshizo”, reza la cita del poeta argentino, mientras que “La luz es el primer animal visible de lo invisible”, se lee en la del cubano. Mas la poesía de Jorge Fernández Granados rebasa este atomismo panteísta, remitiéndose a Plotino y su doctrina de la Unidad Suprema pulverizada en incontables hipóstasis en las que se reparte la diversidad identitaria del planeta. Sin embargo, por la distancia entre el yo poético y los estímulos del entorno, Fernández Granados mantiene la actitud del escéptico. La vigilia auditiva y ocular abona los indicios de una dubitación crítica que subraya el carácter ilusorio de la certidumbre que aportan los sentidos: “no es una ley es una fe”, se advierte en el umbral de una pieza. Otros pasajes afianzan este culto sin altar que semeja alentar la brújula espiritual de la palabra lírica: “olor sinfónico de la fruta”, “credo de lo creado”, “corán azul del cobalto de la talavera en una vieja fuente”.
Apoyado en el vértice de la contemplación, Lo innumerable abriga una suerte de fecundo quietismo que ofrece el germen de una ficción literaria y la situación de paciente espera para el advenimiento de la visión poética en tanto que hallazgo voluntario u obsequio de la providencia. Pero, yendo aún más lejos, está igualmente ahí la contención del acecho, la expectativa entendida como la sospechosa calma que precede a la tormenta, según lo insinúa un final: “y el mundo fue un blanco silencio donde parecía que alguien estaba a punto de llamarnos”. Entre lo evanescente y lo telúrico, Jorge Fernández Granados va en pos de lo inasible, avizorando en el aire y el fulgor, el charco y el polvo, la presunción de un olimpo derruido; ampliando el compás de la especulación desde una acendrada individualidad ceñida a la percepción conjetural. El desenlace es un fresco de suposiciones que aducen, siguiendo a Lucrecio, la continua metamorfosis del universo. En el comienzo fue el agua y, por la gracia del reflejo, el hombre primitivo descubrió el hilo de las correspondencias: “escribo en el tiempo lo que el tiempo escribe en mí”, acota el autor en el ánimo de vislumbrar una poética con el sedimento de los años.
En lo que toca a su hechura, Lo innumerable presenta una configuración heterodoxa que alterna la modalidad versal con las modulaciones de la prosa. La estrofa cede a la línea suelta propensa al enunciado telegráfico y el aforismo, al párrafo y el versículo. El doble espacio, la sangría francesa, la mutación tipográfica y la dislocación de bloques de texto consolida una diagramación variopinta que reitera el sustrato genésico del conjunto. No es algo nuevo en Fernández Granados, quien desde Principio de incertidumbre (2007), su entrega previa, empezó a ensayar formatos disímiles o al menos poco convencionales respecto del tipo de escritura que a la sazón venía practicando. Lo innumerable retoma el propósito de engendrar una poesía en la que el significante, en vez de apelar a códigos predeterminados, responde a las pulsaciones de un discurso sobre la volatilidad del ser a partir de la relatividad de aquello que lo conforma y cuanto lo rodea. A diferencia de Muerte sin fin, de Gorostiza, y Canto a un dios mineral, de Cuesta, poemas mayores del canon mexicano con los que Lo innumerable posee una afinidad de miras, Jorge Fernández Granados reivindica la prioridad de conferir a cada libro la factura que los latidos de su decir le demanden para articular un irrepetible instrumento de precisión, culmen, por lo demás, de un consumado planteamiento estético que supone un dominio de recursos y entraña un signo de plenitud.
FOTO: El poeta Jorge Fernández Granados fue becario del Centro Mexicano de Escritores. También es autor de El fuego que camina (2014) y Vertebral (2017). Crédito: Iván Stephens / EL UNIVERSAL
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