La política de lo concreto

May 18 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 2667 Views • No hay comentarios en La política de lo concreto

/

Con las historias de algunas míticas obras de la literatura universal, el escritor sinaloense ofrece en su nueva novela, No todos los besos son iguales, que va de la sátira a la novela de aventuras con claros guiños a episodios de la historia contemporánea

/

POR VICENTE ALFONSO

 

“Qué placer la libertad de los juglares que pueden contar las historias como les viene en gana”, observa uno de los personajes de No todos los besos son iguales, la más reciente novela de Élmer Mendoza publicada por Alfaguara. En una posada a la orilla del camino, un príncipe llamado Hamlet escucha a un juglar: le sorprende oír que su padre, el rey, ha sido asesinado por su hermano para luego casarse con su madre. El príncipe aclara que su estupor se debe a que la reina ha muerto hace diez años y que el rey es hijo único. Todo debe ser una artimaña del juglar para entretener a sus escuchas. Reelaboración del cuento de la Bella Durmiente, esta novela contiene reflexiones sobre cómo se escribe la Historia, sobre la complejidad de las relaciones entre hombres y mujeres, sobre cómo se mueven los hilos de la política y finalmente sobre cómo la cultura es un crisol que se alimenta de todo.

 

 

            A caballo entre la sátira y la novela de aventuras, se trata de un libro fácil de leer pero muy difícil de clasificar. ¿Novela para jóvenes? ¿Thriller medieval? ¿Pastiche neonorteño? Acaso todos y ninguno. “Para crecer debes ambicionar e innovar”, aconseja una duquesa a su amante en uno de los capítulos iniciales. Al hacerlo, la duquesa Lagardi parece entregarnos la premisa que movió a Élmer Mendoza a escribir este libro.

 

 

            Con esto no quiero decir que en la obra de Mendoza no hubiesen riesgos: bastaría recordar que Un asesino solitario, su primera novela, irrumpió hace veinte años en el panorama literario mexicano como una ráfaga de viento fresco gracias a la insólita voz con que Macías, un outsider, relata un complot para asesinar al candidato a la presidencia de México. Podríamos hablar también de Cóbraselo Caro, novela que dialoga con una de nuestras ficciones esenciales: Pedro Páramo.

 

 

            Este nuevo libro, no obstante, Élmer Mendoza se lanza al vacío porque no dialoga con una sola obra ni con un solo contexto, sino con muchos. El maestro juega en simultáneas con la historia, la literatura fantástica y la ciencia política. De Pedro Navajas a Winston Churchill, de la Iliada a Arquímedes pasando por un célebre delincuente que se fuga de prisión cavando túneles, Mendoza construye un territorio que se mueve con sus propias reglas. En ese territorio coexisten varios reinos: País del Agua, Navolatura, Mocorio y Mey. En este último, gobernado por los reyes Guasave y Cosalá, una princesa ha sido hechizada y forzada a dormir cien años por Espolonela, hada de corazón turbio y agrio carácter. El problema se debe a una pifia diplomática: los reyes, padres de la muchacha, no invitaron a la cruel hada a la fiesta de quince años de su hija. Hasta aquí pueden reconocerse los elementos de “La Bella Durmiente”, relato cuya versión más remota parece ser “Sol, Luna y Talía”, del italiano Giambatista Basile (1634). Pero para Élmer no para allí la cosa: como dije antes, mezcla elementos históricos, fantásticos y literarios para construir un tiempo sin tiempo donde coexisten Shakespeare, el conde de Lautréamont, un indio Yoreme y uno de los chinos que en 1241 participaron en la batalla de Mohi (aquella donde se registró por primera vez el uso de armas de fuego).

 

 

            Por si fuese poco, Mendoza añade elementos fantásticos a su relato. Ejemplo de ello es que los territorios de Mey son codiciados porque abundan allí las minas de Luneke, mineral que no brilla pero tiene la fabulosa cualidad de saldar deudas. Ya lo habrán pensado ustedes: ¿cómo escribir un libro que contenga tantas referencias históricas y literarias pero que no resulte pretencioso? Para lograrlo, el autor recurre a las herramientas del thriller: a lo largo de las 203 páginas ocurren duelos, raptos, escenas de cama, cacerías, naufragios… 

 

 

            Mucho se ha dicho que los cuentos de princesas inducen prejuicios: mientras los príncipes son activos y valientes, a las princesas les corresponde aguardar a un joven que las rescate. No ocurre así en el reino de Mey: Mendoza convierte el relato original en un caballo de Troya que oculta no pocas reflexiones sobre los roles de hombres y mujeres. En esta historia son ellas quienes deciden cómo y cuándo termina un duelo entre dos caballeros, y es la Bella, hastiada de su letargo, quien sale en su caballo a besar candidatos a rey. Si el hecho de que la princesa se desplace dice mucho, más dice el pasaje donde se enfrenta con un chaparrito de bigote tupido que se hace llamar El Rey del Túnel. En un desplante machista, el Rey del Túnel le hace ver a la Bella Durmiente que “le hacen falta trasero y pecho” pero a él no le importa, pues su fortuna alcanza para pagar un cirujano que se los ponga. La respuesta de la muchacha, tan brava como ingeniosa, deja en claro que la princesa no es ni sumisa ni tonta. Estamos entonces frente a una novela que toma como pretexto un pasado incierto para abordar los conflictos más actuales. (Cuando uno de los personajes piropea a la dueña de una posada que es paso obligado entre uno y otro reino, el narrador cavila: “¿En qué punto un halago se vuelve grosería?”).

 

 

            Última advertencia: dado que el punto de partida de este libro es un cuento infantil, existe la tentación de inferir que el autor, célebre por sus novelas que hablan de oscuros crímenes, ha escrito esta como un ejercicio de evasión. Nada más equivocado. Asistimos a un magnífico relato que expone la médula de aquello que los alemanes llaman realpolitik, es decir, la diplomacia basada en intereses prácticos y acciones concretas. Al respecto, el final contiene una lección (que no una moraleja). Para no caer en spoliers baste decir que las decisiones que la princesa toma en las últimas líneas del libro nada le piden a la inteligencia de Gris Toledo o a la sangre fría de Samantha Valdés, la policía y la capisa del narco cuyas astucias hemos conocido por cantos previos de este hábil juglar que es Élmer Mendoza, quien una vez más demuestra por qué es uno de los mejores narradores en nuestra lengua.

 

 

No todos los besos son iguales, Élmer Mendoza, Alfaguara, 2018, México.

 

 

 

FOTO: No todos los besos son iguales, Élmer Mendoza, Alfaguara, 2018, México. /Especial

 

 

« »