El fin de la utopía feminista
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POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD
En 1980 fue programada en París la exhibición de la película de Federico Fellini La ciudad de las mujeres que acababa de filmar; se trata de la historia de un cincuentón que coquetea con una mujer en un tren y la sigue hasta un hotel, pero allí tiene lugar un congreso feminista y el personaje al ser confundido con un periodista es perseguido por un grupo de mujeres hasta casi ser violado. En la sinopsis de la película se leía: “Es así como se percata de que se encuentra encerrado en un mundo de mujeres dispuestas a vengarse de la opresión que han recibido por parte del género masculino”.
La sala fue rodeada por mujeres indignadas en desacuerdo con el contenido de la película del afamado director, por lo que insistían en detener su exhibición. Entre quienes criticaron el filme estaba Gisèle Halimi, fundadora del grupo feminista “Elegir la causa de las mujeres” y pertenecía a varios colectivos que por entonces realizaron acciones que marcaron el movimiento, como el de la legalización del aborto. Cuarenta años después, de nuevo mujeres indignadas en Francia se manifestaron en contra de la película Yo acuso, del cineasta Roman Polanski. Esta vez no por su contenido relacionado con la historia de Alfred Dreyfus, quien fue condenado por espía sin serlo con una acusación racista y antisionista. La protesta encara al director por haber abusado de una menor muchas décadas atrás.
El lapso entre esos dos filmes sirve para ver de forma más que gráfica el tiempo transcurrido en el cual el mundo ha cambiado de manera notable en las mentalidades, las ideologías, las formas de comportamiento y las ideas. Se trata de un salto cualitativo de gran importancia de la percepción que sobre las mujeres tiene la sociedad marcada por el feminismo. Algo definitivo en ese cambio es el de los alcances de la información del diario acontecer en todos los países por alejados que estén.
El salto cuantitativo y cualitativo de la difusión de los hechos ha sido uno de los cambios más drásticos. Eso tiene no sólo sus ventajas, sino también sus desventajas, por el afán de estar al día se han hecho a un lado herramientas indispensables para el conocimiento y resulta más cómodo echar un vistazo rápido al Facebook o al Twitter, o cualquier otra forma de comunicación electrónica que estudiar a fondo el pasado inmediato y la situación de las mujeres. Por eso es importante encontrar los medios para conocer con más profundidad las reivindicaciones alcanzadas por los movimientos sociales, los impactos que han tenido y cómo han sido superadas situaciones de intolerancia que han agobiado a países o aún a continentes enteros, muchos de cuyos conflictos afectan en forma drástica a las mujeres y sólo piénsese en las guerras que, aunque parezca imposible, continuamos viviendo.
Alain Touraine, el teórico más reconocido de los movimientos sociales, afirmó que el feminismo era el mejor posicionado para dar una batalla para el cambio social por su capacidad de adecuación a las nuevas circunstancias del mundo moderno con sus transformaciones en las formas de producción y de dominio, así como en las nuevas expresiones culturales y de inclusión.
La modernización alcanzada por nuestras sociedades tiene un gran refuerzo en los cambios experimentados por las mismas mujeres que han sabido reclamar sus derechos. Su presencia es cada vez más amplia y aceptada, ocupan posiciones importantes en el mundo profesional, en las empresas, en el arte o en la política donde defienden e impulsan medidas propias de su género. Así, las prácticas culturales han sido transformadas de forma drástica, aun cuando en la vida intelectual las antiguas y modernas se mezclan. Y ya resulta hasta anacrónico el encuentro con añejas formas de ejercicio patriarcal.
Es notable por ejemplo ver el ingreso de mujeres en la educación superior como no sucedía hace cincuenta años. Ahora existen escuelas donde la matrícula de alumnas es mayor y algunas mujeres llevan el liderazgo en ciertas profesiones. El boom de escritoras latinoamericanas desde la década de 1980 ha sido notable y en muchos casos son más leídas que los escritores, con las excepciones más que conocidas.
Y ahora es fácil percatarse que en varias películas y series televisivas las mujeres desarrollan roles que tradicionalmente se conferían a los varones: resuelven el misterio de un crimen (aún cuando venía de una añeja tradición a lo Agatha Christie), la matemática encuentra la solución a un problema, puede ser la salvadora de un pueblo en medio de una catástrofe, puede dar la clave para el éxito de la carrera espacial, domina a la familia e incluso puede enfrentar al malvado con golpes que previamente sólo propinaban los hombres. Y muchas veces no es el patriarca sino la matriarca quien salva el honor de la familia y logra conciliar los ánimos o, con su poder, acabar con el enemigo.
Si bien eso se expresa en la ficción, es señal de lo que ha cambiado en las nuevas sociedades, en las formas de percibirnos a nosotros mismos. La constante presencia de mujeres en lugares clave es ya un indicio del mundo de la utopía que se presagiaba o por el que se luchaba en otras épocas. Sin embargo, el cambio en la sociedad incluye un problema no considerado que viene a distorsionarlo todo: la violencia.
Contra la idea de la capacidad de la sociedad de transformarse a sí misma, aparecieron los gobiernos sin compromiso alguno con la sociedad, partidos unilaterales y envejecidos en sus procedimientos, la corrupción y el autoritarismo.
Las utopías de los movimientos de izquierda como el de 1968 desaparecieron en la avalancha de la política con sus recurrentes formas oscuras del manejo de la gestión. El progreso se midió solo por el éxito económico, dejando de lado ciertos contenidos como la importancia de la educación y la cultura para mantener alerta a una población cada vez con más saberes. El Estado se redujo, no en el sentido que querían los neoliberales, sino en un ente sin capacidad para manejar los cambios y orientar al conjunto de la sociedad hacia un mejor destino. Los programas comunes son escasamente secundados en sociedades donde priva el individualismo sobre toda visión de conjunto. Y los jefes de Estado siguen viviendo ese pasado donde lo único que importaba era ver coronadas sus cabezas.
Los cambios ocurridos en el mundo debían tenerse en cuenta cuando se analiza lo que ha venido ocurriendo en México en los últimos tiempos, donde la justificada protesta contra los abusos a las mujeres es consecuencia de gobiernos que perdieron el rumbo y la capacidad para detener los feminicidios. Sin embargo, el cuadro está incompleto si se desatiende la violencia que afecta tanto a hombres como a mujeres.
Es el contexto lo que ha cambiado, no los propósitos y las metas a alcanzar del movimiento feminista y de la causa de las mujeres, tal como lo ejemplifica lo que ha venido sucediendo en algunas escuelas de la UNAM. El movimiento que allí ha tenido lugar confunde la violencia generalizada de la sociedad y la violencia contra las mujeres. El arreglo se ha dificultado por esa confusión. Hay que entender que no se trata de la película La ciudad de las mujeres en la que claramente el enemigo es el hombre.
El campo de acción común ha desaparecido, no hay acuerdo posible que logre diferenciar las formas de violencia cuando se confunden, y esa visión impide lograr lo que cualquier movimiento social como lo es el encuentro entre las partes para concitar el acuerdo. Cuando no es reconocido no hay otro objetivo por las partes que el de destruirse mutuamente. Mientras ni actores ni adversarios reconozcan el campo en el que se han situado, la solución es imposible.
El problema es quién define ese campo en la confusión que priva en México entre 1) la violencia delictiva y los asesinatos, sean o no de mujeres y 2) La violencia de género. Y es lamentable que ni los medios ni la información que circula en las redes pueden evitar la confusión no estableciendo la diferencia con claridad. Porque primero, de qué tipo de movimiento se habla, si se trata de uno con ideario feminista, la estrategia de tomar las aulas no parece la adecuada porque lo que se requiere es la transmisión de la historia del movimiento para que las más jóvenes conozcan lo que ha sido la lucha de las mujeres y las propiamente feministas donde los objetivos se orientan claramente a objetivos de género.
Las mujeres feministas o no y nuestras sociedades se han beneficiado ya de lo alcanzado en lucha por los derechos y libertades de todo tipo, como se expresa en la cultura y en vida cotidiana. Luchar por el fin de la violencia en el país es otra cosa y había que ver como adversario a un gobierno sin posibilidad ni capacidad de detenerla. La universidad puede garantizar muchas cosas pero no le corresponde vigilar el orden social. Se impone, no obstante, construir un campo para la acción de las mujeres indignadas con justa razón, hacerlo les permitiría encontrar aliados, incluso entre los hombres comprometidos con la causa de las mujeres, porque en esa meta se encuentra comprometido el conjunto de la sociedad. Y el género hombres no es su enemigo.
ILUSTRACIÓN: EKO
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