Simulacros del caos: el cine de pandemias

Mar 28 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5413 Views • No hay comentarios en Simulacros del caos: el cine de pandemias

 

Soy leyenda y Ceguera, entre otras cintas de carácter apocalíptico, han recurrido a las epidemias, ya sea para explotar el alarmismo o para reflejar las debilidades del tejido social

 

POR RODRIGO MENDOZA 

Las pandemias y el contagio han sido material de creación para el cine a lo largo de gran parte de su historia. Estos productos de entretenimiento han funcionado, lamentablemente, para aumentar el pánico a las infecciones y enfermedades virales, que han existido desde siempre (ahí están la peste bubónica, el ébola y la viruela), pero también para retratar nuestra capacidad de reacción como sociedad ante un problema esencialmente colectivo. Y es que este tipo de historias, en el universo de la ficción, someten a los humanos a una tensión social que es capaz de detonar lo peor de sí mismos, de ahí que también se piense en este tipo de cine como apocalíptico por su evidente atmósfera de pesimismo.

 

La primera vertiente del cine sobre pandemias mortíferas deriva en un elemento muy arraigado dentro de la cultura popular: los zombies. Ya sea por exposición a la radiación o por un virus mortal, los zombies pululan por las calles del mundo cinematográfico. Desde el clásico de 1968, La noche de los muertos vivientes, el cine de infectados/zombies se ha vuelto una tradición que recrea el exterminio en sus dimensiones más colosales y caóticas, sobre todo porque deja ver el colapso de las grandes metrópolis y los desesperados intentos de sus personajes por sobrevivir; por mantener unido su núcleo familiar en medio de un mundo que se está consumiendo, en un entorno hostil que ha dejado atrás todo tipo de convenciones humanitarias. Estación zombie: Tren a Busan es, quizás, el filme que mejor ha logrado conjugar todos esos elementos fuera de Hollywood.

 

Aunque estos filmes pecan de construirse alrededor de una fórmula, algunos han sido capaces de ver más allá del caos y la muerte para retratar la soledad del individuo que sobrevive en un mundo que se encamina lentamente a la extinción. Soy leyenda, basada en la novela de Richard Matheson, y Exterminio consiguieron poner en perspectiva el verdadero valor de la existencia de un individuo que vive en soledad y lo fundamental que se vuelven las relaciones interpersonales en una ciudad totalmente deshabitada. Por otro lado, la inglesa Melanie: Apocalipsis zombi es una mirada muy refrescante al cine de zombies porque humaniza la condición zombie como un síntoma que puede ser estudiado, acaso curado. Es una poderosa metáfora de los rasgos destructivos inherentes al humano que nos condicionan, sí, pero que no deberían definirnos. Además, cuenta con uno de los finales más reveladores del cine reciente y con un vistazo al valor de la formación de la niñez en estos tiempos.

 

Por otra parte, tenemos los filmes que ignoran a los muertos vivientes para centrarse en los efectos políticos y sociales de las pandemias y cómo estas son un muestrario de nuestros peores miedos y debilidades. Así, Epidemia de Wolfgang Petersen nos cuenta la travesía que emprende Dustin Hoffman para convencer al gobierno norteamericano de no exterminar un pequeño pueblo infectado de un mortal virus africano. Las teorías conspiratorias sobre armas biológicas, los entresijos del mundo político y el valor que esta esfera de poder le otorga a la vida individual en contrapunto con el mal llamado “bien común” son, quizá, los puntos de discusión más sabrosos de este tipo de cine y en particular de esa película de 1995.

 

Contagio, por otro lado. es un fiel retrato del resquebrajamiento de una sociedad ante una emergencia sanitaria de proporciones globales. Hay que aplaudir que este blockbuster con reparto multiestelar, dirigido por Steven Soderbergh, nunca cae en la espectacularidad falsa ni en la exageración visual de este tipo de producciones. Además, el propio guionista, Scott Z. Burns, ha declarado que la idea de esta historia cobró fuerza en su mente tras la pandemia del AH1N1 en 2009 que ya conocemos bien.

 

93 días tiene la virtud de basarse en un caso real: el ébola y su poderosa expansión en territorio africano entre 2014 y 2016. Esta producción nigeriana, a pesar de ser defectuosa como vehículo de entretenimiento, representa un serio intento por hablar de una enfermedad real y latente, con un alto índice de mortalidad, y que ataca sistemáticamente. En esa línea, es interesante Variola vera (1982) porque relata la última gran epidemia de viruela en Europa y que azotó Belgrado en 1972. Este filme yugoslavo pone especial atención en el proceso de propagación de la enfermedad y la posterior maniobra de contención de parte del gobierno.

 

Virus, estruendoso filme surcoreano de 2013, da cuenta de la posible insuficiencia de cualquier sistema de salud ante un brote de escala masiva: los protocolos existen, sí, pero la realidad puede superar la capacidad de reacción de cualquier país y colapsarlo completamente. El filme muestra con muy buen tino la ligereza con que la sociedad civil y el gobierno se toman los posibles brotes virales. Si algo hay que reconocer de esta película es la capacidad que tiene para contagiar al espectador del pánico y el caos que se ve en la pantalla, aunque siempre exagerado por el poder de la ficción.

 

Ceguera, del brasileño Fernando Meirelles, basada a su vez en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, retrata también una dolorosa desintegración en el tejido social que es atestiguado por una magnífica Julianne Moore, quien finge estar infectada para no separarse de su esposo (Mark Ruffalo). Este filme es, quizás, la visión más poderosa sobre nuestra engañosa realidad contemporánea, tan propensa al salvajismo en condiciones extremas: ¿Quién lleva las riendas de un mundo en el que, aunque dependemos el uno del otro, solo buscamos nuestra propia supervivencia?

 

Ejemplos como los aquí expuestos hay muchos, pero lo importante es que el cine de pandemias y enfermedades mortales ha sido capaz de retratar inquietudes sociales específicas que se han convertido en problemas sintomáticos de nuestra cultura: el racismo, la intolerancia religiosa, la avaricia política y la falta de valores morales.

 

Debemos entender este cine no como alarmista o exagerado y desde luego tampoco como profético. Más bien hay que acercarse a él para ver la problematización de nuestras condiciones de vida; la descripción de nuestros errores y prejuicios, nuestra falta de conciencia y de acción preventiva. Veámoslo como un simulacro antes del verdadero caos.

 

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