“Tengo cosas de Mafalda, Susanita y Felipe”

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Esta entrevista fue publicada originalmente en el periódico La Nación, de Argentina, en agosto de 2000. En ocasión del lanzamiento de la versión animada de Mafalda en el canal de televisión de Fox Kids

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POR PABLO GORLERO

La Nación/GDA

No le gustan las entrevistas. Por eso es muy difícil que se rinda a una. Pero, finalmente, accede. Joaquín Salvador Lavado, más conocido como Quino, sabe que no puede dejar de ceder. Fox Kids comenzó a emitir en forma exclusiva los 104 episodios de un minuto que filmó el director cubano Juan Padrón, en 1993, con producción de las comunidades autónomas españolas de Andalucía, el País Vasco y Cataluña.

 

Este mendocino, hijo de españoles republicanos, creció en un ambiente politizado con conciencia social. Sus primeros pasos en el humor gráfico lo hizo en revistas como Vea y Lea, Damas y Damitas, TV Guía, Panorama, Adán, Rico Tipo, Dr Merengue, Tía Vicenta y Siete Días, hasta llegar a la revista Viva, que edita el diario Clarín. Pero el éxito le llegaría cuando lo llamaron de una agencia de publicidad para crear una tira, mezcla de Charly Brown (Peanuts) y Hogar dulce hogar (Blondie) para la línea de lavarropas Mansfield. Por eso los personajes debían empezar con “m”. La campaña no se realizó, pero Quino llevó a Mafalda a la revista Primera Plana y se comenzó a publicar en septiembre de 1964 con una visión ácida y crítica de la sociedad. Poco tiempo después, cobró fama mundial y sus personajes hoy son adorados por muchos. Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad o Guille tienen filas de fanáticos en muchos países. El 25 de junio de 1973, toda la pandilla dijo adiós para volver sólo en campañas sobre la Declaración de Derechos del Niño de UNICEF, en 1976; y a pedido de la Liga Argentina para la Higiene Bucal, en la que Mafalda y Manolito enseñaban a lavarse los dientes.

 

De la mano del productor televisivo Daniel Mallo, Mafalda llegó al cine, dibujada por Jorge Martín (Catú). Pero a Quino no le gustó y tardó veinte años en decidirse a que su famoso personaje vuelva a ser animada.

 

 

¿Qué lo convenció a llevar a Mafalda a la televisión?
Me gustaban las películas de este director cubano. Había visto Vampiros en La Habana en el Festival de Gijón, del que fui jurado, y me pareció una película graciosísima, divertidísima y muy bien hecha. Después lo conocí en 1984, cuando me invitaron a ser jurado en el festival de cine de La Habana, y nos hicimos muy amigos. Lo primero que hizo fue una serie de páginas mías de humor que quedaron muy lindas: los Quinoscopio. Mucho tiempo después, se habló de esta posibilidad de hacer Mafalda.

 

 

¿Accedió enseguida?
Yo no quería, pero él insistió tanto. Además, apareció otro amigo, un español que se encargó de que las televisiones regionales de la península se encargaran de la producción. Me fui once días a trabajar con Padrón a La Habana. Estuvimos todo ese tiempo encerrados en un hotel viendo todas las tiras de Mafalda que se podían hacer sin que sucediera lo que había ocurrido con las que se hicieron en la Argentina, en 1972. Buscábamos hacer algo que no tuviera nada que ver con aquello, con situaciones que se pudieran hacer sin que hablaran los personajes, que dijeran cosas con estos idiomitas que no dicen nada. Luego, claro, el equipo de animación cubano tuvo que encontrar un estilo común más o menos parecido a mi dibujo. Y no es fácil. Por ejemplo, en Cuba no hay automóviles Citröen, entonces a partir de los dibujos, hicieron una maqueta y quedó un cochecito muy ancho. También se hizo una maqueta del departamento de Mafalda y quedó uno inmenso que jamás podía haber tenido eso esta familia. Pero, bueno, nos divertimos mucho.

 

 

¿Volvió a ver estos dibujos?
No. Sólo un poco cuando los pasó Jorge Lanata en su programa.

 

 

¿No le dan ganas?
No.

 

 

¿No le propusieron seguirla?
Y sí. Padrón querría hacer todo, los Quinoscopio, Mafalda. Pero bueno, ahora está metido con una segunda versión de Vampiros en La Habana.

 

 

¿A usted no lo entusiasma, no le da ganas de que la vuelvan a hacer?
No. Es que a mí, el dibujo animado… Me gusta lo que hago en papel y nada más.

 

 

Si los demás lo quieren tomar prestado.
Sí, aunque tampoco soy tan dadivoso como Fontanarrosa que deja que hagan obras de teatro y cosas con sus personajes y no le importa. A mí sí me importa.

 

 

¿Alguna vez le propusieron hacer, por ejemplo, una obra de teatro sobre Mafalda?
Sí, muchas veces.

 

 

¿Pidió que le muestren la idea o los sacó carpiendo?
Es que hace muchos años, en Londres, vi Charlie Brown, Snoopy y todo ese grupo hecho en teatro por unos actores ingleses buenísimos. Pero a mí no me gustó eso de que Snoopy sea un tipo con pullover. Es igual que lo de acá, que en Inodoro Pereyra [personaje del caricaturista Fontanarrosa], Mendieta sea un chico con acento porteño. A mí me molestó muchísimo, pero el negro Fontanarrosa estaba muy contento. Creo que son transcripciones traídas de los pelos. Aunque una película como El beso de la mujer araña me pareció de una fidelidad al libro notable, pero Manuel Puig estaba enojadísimo. Siempre que se hace algo así, el autor se enoja.

 

 

¿Los personajes del dibujito no tienen voces porque nunca se las imaginó?
No. Para qué, si no hace falta. El cine es otro medio de expresión. Las tiras del 72 eran tal cual estaban dibujadas pero tenían voces. Todo el mundo decía que esa no era la voz de Mafalda o de Manolito, como si algún día hubieran tenido voz. Pero se ve que cada uno tiene su voz interna y no coincide con la que hicieron los personajes.

 

 

¿Por qué no le gustó nada esa versión?
La animación era buena, pero el resultado final no. Yo no me metí en nada. Se vieron por televisión y luego las juntaron en un largometraje que era espantoso. Eran cortitos, todos pegados así. Horrible. Incluso en Madrid me pasó algo muy gracioso. Estaba en un cine haciendo la cola para ver una película y unas chicas españolitas decían: “Mira, que van a dar la Mafalda, qué bueno”. Yo les dije que no vayan a verla porque era un plomo. “¿Y tú qué sabes?”, me dijeron. No me creyeron que yo era quien era. Realmente era muy mala.

 

 

¿No siente que el dibujo de ahora está hecho para chicos?
Nunca trabajé en Mafalda pensando que podía ser para chicos. Pensé que era sólo para adultos. Lo que pasa es que ahora para mí es muy normal ir a firmar a la Feria del Libro y que cada vez aparezcan más nenes que apenas asoman la cabeza de la mesa donde uno firma. Aunque, ¿para chicos?

 

 

Está en un canal de chicos.
Ya lo sé. Lo que pasa es que, bueno, Los Simpsons tampoco son para chicos y lo ven los chicos.

 

 

Pero está en un canal de grandes.
Está en un canal de grandes, sí. Pero hoy en día qué diferencia hay entre nosotros y los chicos cuando nos dicen que están haciendo bolsa el Amazonas, por ejemplo. Nosotros tampoco podemos hacer nada.

 

 

¿Con tanto Dragon Ball, los chicos de hoy aceptarán bien el humor y el mensaje que tiene Mafalda?
¿Qué se yo? Cuestión de ellos. La verdad que no sé.

 

 

¿Quinoscopio le gustó?
Sí, muchísimo.

 

 

Lo están dando en Locomotion.
¿Ah, sí? Sí, a mí el productor cada tanto me dice adónde más o menos está vendido, pero de ahí a cuándo se va a pasar, tampoco lo tiene muy claro.

 

 

¿Si tuviera que ponerlos en una balanza?
Bueno, que es mejor el resultado de los Quinoscopio porque hay páginas de humor que llevadas a animación ganan mucho, quedan más graciosas y se enriquecen mucho más.

 

 

¿Tiene una página web, se hizo amigo de la computación a partir de Internet?
No porque con los problemas de vista que tengo no puedo ver la pantalla. Me vibra tanto que no la aguanto.

 

 

¿Sólo por los problemas de vista o por una cosa de no acercarse mucho a la tecnología?
En este caso sería sólo por problemas de vista. Eso sí, con la tecnología tengo problemas. Cuando me regalaron la videocasetera aprendí a programarla y he grabado programas aunque yo no estuviera. Después dejé de hacerlo, me olvidé y hoy no sé hacer nada. Tengo una máquina de fotos que sé que puede hacer muchas cosas más de las que yo hago. A veces habría que cambiar un poco, pero.

 

 

¿Por qué los temas sin tiempo?
Porque me gusta que estén siempre vigentes. Y porque no me gusta hacer humor del tipo de dibujar políticos del momento, que los ves dentro de tres años y no te acordás de qué pasaba ni quién era el ministro del tal cosa y no entendés nada. Una situación política ideal es la que se presenta en los restaurantes. El cliente que quiere comer es el pueblo y el mozo, que depende del maitre y éste del humor del cocinero, son los que ejercen el poder. Por eso no manejo personajes reales sino situaciones referidas a la realidad.

 

 

¿Por eso Mafalda se retiró en el 73, justo cuando más la necesitábamos?
Y, bueno, igual no la hubiera podido seguir haciendo de cualquier manera.

 

 

¿Por qué?
Y con los militares, ¿te parece? Además, me fui en el 76. Si en Siete Días me decían que no me podían publicar algunos dibujos que mandaba porque había alusiones a un adulterio, por ejemplo, mucho menos hubiera sido posible la Mafalda.

 

 

Pero Mafalda podría haberse exiliado con Quino… podría haber seguido desde otro lado.
No. Era una época muy trágica, la cosa no estaba para hacer bromas. Con Amnesty tengo una discusión continua porque me pide que colabore con ellos y yo digo que no. Me parece contraproducente hacer dibujos de temas tan trágicos.

 

 

¿Nunca tuvo ganas de resucitarla?
No.

 

 

¿Ni siquiera haciéndola crecer?
No, no porque para eso tengo una página por semana en la que digo más o menos lo que diría si lo hiciera. Algunos me piden que la haga volver casada y con hijos mediocres y consumistas. En tanto otros, sugieren que era guerrillera y que sobrevivió a la represión. Además, cuando la hacía, yo tenía treinta y pico de años. Hoy tengo casi 70 y, si la hiciera con la visión del mundo que tengo hoy, a nadie le gustaría.

 

 

¿Y cuál es su visión del mundo?
Cada vez más discepoliana [en alusión al compositor de tangos Enrique Santos Discépolo]. Uno se va poniendo cada vez más incrédulo, amargueta. Cuando te aparece un rabino nazi, ¿qué le vas a decir a la gente ya? Está todo tan… Me halaga que se siga leyendo Mafalda, pero es triste pensar que los temas que hablaba en esa época siguen existiendo. Muchas cosas esenciales no han cambiado. El mundo que ella criticaba en el 73 está igual o peor.

 

 

¿Eso quiere decir que, en cierto modo, Quino era Mafalda?
No “en cierto modo”, no. Sí, porque uno es lo que dibuja.

 

 

¿De los otros personajes tenía puestas cosas suyas?
Sí. Se me ocurrían las mismas cosas podridas que a Susanita. Con Felipe metí cosas más autobiográficas de mi relación con el colegio.

 

 

¿Son imaginables estos chicos en una realidad como la actual?
Sí, creo que sí. No sólo son imaginables, sino que ahora ya vienen preparados así, creo que ya tienen esa conciencia.

 

 

Obviamente, se nutre de la observación, también sale a charlar con la gente.
Depende de mi estado de ánimo. En eso sí soy muy Susanita, de estar en un bar muy atento a lo que pasa en la mesa de al lado. Como soy bastante tímido, me cuesta.

 

 

¿Cuál es el secreto para que, siendo tan local, Mafalda sea aceptada en todos lados?
Creo que no es tan local. Claro, hoy un Manolito con la canasta casi no se entiende en ninguna parte, pero tampoco acá. Yo me crié en una familia de inmigrantes en Mendoza y mi recuerdo de infancia es que todos en el barrio eran inmigrantes. El panadero, el verdulero, el tipo que pasaba vendiendo el pescado. Los que no eran españoles, eran italianos o sirio-libaneses. Hasta no llegar a la escuela primaria no tenía contacto con una real Argentina. Entonces tampoco me considero uno de esos argentinos que voy por ahí, escucho un tango y se me cae una lágrima.

 

 

¿A la Argentina se la sufre o se la disfruta?
(Se ríe) Las dos cosas. Es un trabajo más ser argentino, eso es cierto, pero depende de las épocas. ¿Te imaginás lo que debe haber sido Europa cuando España estaba en manos de Franco, Olivera Salazar en Portugal, Mussolini en Italia y Hitler ocupando el resto del continente? Debe haber sido un espanto total. En España estoy muy en mi casa y, cuando estoy en Francia o en Italia, por supuesto, que me interesa saber cómo van las cosas acá, pero no estoy nunca desesperado por eso.

 

 

¿Qué le pasó cuando se enteró de que Aldo Rico [ex militar y político argentino] utilizaba a Mafalda para su campaña?
Me enteré de la peor manera. Llegué a Tandil [ciudad de la provincia argentina] y me encontré con un montón de afiches con la Mafalda haciendo publicidad de Aldo Rico. Me desconciertan esas cosas. Porque uno piensa si la leyó y le gusta, o si no entiende nada o si no le gusta, pero la utiliza igual porque a ciertas personas les gusta. No sé. Creo que este tipo es medio inconsciente. Yo también conozco a una periodista a la que Rico le preguntaba: “¿Por qué no venís a trabajar conmigo?” Y ella le decía: “Pero Rico, tengo dos hermanos desaparecidos. ¡Cómo voy a ir a trabajar con usted!”. “No importa”, decía Rico.

 

 

¿Cuáles son los temas que prefiere?
La relación entre el poder y la gente.

 

 

¿Hay algunos temas que nunca toque o que no le interesen?
Me interesan todos. El asunto es cómo tocarlos sin herir susceptibilidades. A mí me tocó en Mendoza el terremoto de San Juan. Con tragedias así o accidentes aéreos me cuido mucho. Del Sida hablo poco y no toco el tema desaparecidos. No se puede hacer humor con eso.

 

 

¿Se arrepintió alguna vez de algo que haya dibujado?
Sí. Por ejemplo, me he arrepentido de haber estado cometiendo un error histórico hasta que un testigo de Jehová me llamó la atención. Confundía la manzana de Adán y Eva con el sexo, que no tiene nada que ver. Y es un error fomentado por la Iglesia. Tiene que ver con el adquirir conocimiento. Galileo también comió la manzana. Me nutro bastante de leer cosas. Phideas se tuvo que ir de Atenas acusado de malversación de fondos. Le dieron una cantidad de oro para una estatua de Minerva y fue acusado de patinarse en provecho propio no sé qué parte del oro que le dieron. Quinientos años antes de Cristo ya andábamos con esto. Dante Alighieri también se tuvo que ir de Florencia acusado de malversación de fondos.

 

 

¿Se divierte cuando dibuja?
No. Mi humor no me hace reír porque descargo mis angustias en el papel pensando que todos las comparten. Aunque me divertía mucho con Manolito. Sus ocurrencias todavía me causan gracia.

 

 

¿Tiene guardados todos sus trabajos?
Sólo desde el momento en que pude comprarme una fotocopiadora.

 

 

¿Eso quiere decir que hay muchas que están perdidas?
¡Puf!, claro. Uno entregaba los originales y en muchas partes tenían el cuidado de juntártelos y devolvértelos, pero en otros los tiraron.

 

 

¿Mafalda también?
Me preocupé de rescatarla bastante. En el diario El Mundo y en Siete Días me las guardaron. Pero se perdieron muchas páginas de humor.

 

 

¿Se le enojaron alguna vez los gallegos por Manolito?
No. Inclusive me han dicho que hay un museo de la inmigración en Galicia y que están Manolito y Alfonsín. No sé en qué ciudad.

 

 

¿Mafalda hubiera querido crecer?
No tengo la menor idea, no me lo preguntes como si fuera un personaje.

 

 

Usted me dijo que era Mafalda.
Bueno, si nos remitimos a mi infancia yo no quería crecer. Cada vez que me ponía los zapatos y notaba que me quedaban chicos, me agarraba una desesperación. Me daba cuenta que estaba creciendo.

 

 

¿Por miedo?
No, porque yo no quería ser grande. Me daba cuenta de que era una porquería eso. De chico los otros piensan en uno, te cuidan.

 

 

¿Y ser grande terminó siendo lo que usted se imaginaba en esa época?
No. Me imaginaba que iba a ser dibujante, pero no que tendría este protagonismo. Creía que iba a llegar a ser ayudante de los dibujantes a los que admiraba. Más de ahí no pretendía.

 

 

¿Quiénes eran ellos?
Lino Palacios, Divito, los de las revistas que uno compraba cuando era chico y los copiaba para aprender a dibujar.

 

 

¿Es consciente de que, de no ser por Mafalda, no habría llegado tan lejos?
Sí. La gente necesita identificarse con un personaje. A Mafalda la gente la toma como si tuviera vida propia. Incluso me acusan de haberla matado, ¡como si un dibujo se pudiera matar!

 

 

¿Le hubiera gustado que lo reconozcan por la calle?
¡No, dejame de hinchar! Ocurre cada vez que uno aparece por televisión por dos o tres días, te conocen.

 

 

¿Le gusta volver a leer los libros de Mafalda?
Sí. Me pregunto cómo hice para que se me ocurrieran esas cosas. Pero no toda la obra es completamente buena. Mafalda es un personaje muy retórico y menos interesante que otros.

 

 

¿Qué opina de la televisión?
Como cualquier adelanto tecnológico, si está bien usado me parece fantástico. Es como los telefonitos, mientras los tengan los médicos, los plomeros, los electricistas, o alguno que tenga un accidente, está bien usado.

 

 

¿Cuáles son sus mayores preocupaciones?
El monetarismo y la indiferencia a los dramas sociales.

 

 

¿A través de su mensaje, hubo alguna meta concreta?
Siempre trabajé con la ilusión de que mis trabajos sirvieran para cambiar algo. Pero sólo se llega a quienes la situación les afecta realmente. Al resto, todo le resbala.

 

FOTO: Quino, en Buenos Aires, durante la celebración del 50 aniversario de Mafalda en 2014./ AP / Eduardo Di Baia

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