“Las palabras siempre hacen más de lo uno cree”: Yuri Herrera

Oct 24 • Conexiones, destacamos, principales • 5842 Views • No hay comentarios en “Las palabras siempre hacen más de lo uno cree”: Yuri Herrera

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Con Diez planetas, un volumen de relatos fantásticos y de ciencia ficción, Yuri Herrera vuelve a la escena literaria. En esta charla habla de su vínculo con la lengua materna y su idea del estilo como forma de conocimiento

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POR GENEY BELTRÁN

Escritor. Autor de Adiós, Tomasa (Alfaguara, 2019)

Luego de entregar tres novelas y una obra de no ficción, siempre en el sello español de Periférica, el escritor mexicano Yuri Herrera (Actopan, Hidalgo, 1970) ha conocido una resonancia extraordinaria en el ámbito internacional, pues sus páginas se han vertido a numerosas lenguas con estupendo aplauso de la crítica. Yuri Herrera hizo la maestría y el doctorado en Estados Unidos; actualmente es profesor en la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns. Antes de abordar su nuevo libro, decidí preguntarle cómo ve el fenómeno de la diáspora de voces literarias mexicanas que, como es su caso, han estudiado y trabajan en Estados Unidos y de qué modo ha tenido manifestación en su escritura su experiencia de la migración.

 

“No hay que romantizar esa diáspora —responde—, pues en todo caso no sólo involucra escritores. No es que antes no haya habido gente que migrara o que, habiendo migrado, no escribiera. Lo que sucedía es que en otros momentos la visibilidad de quien escribía era decidida por una o dos instituciones, o uno o dos grupos de interés, es decir: Vuelta, Nexos, Conaculta. De ese modo se decidía quiénes pertenecían al campo literario mexicano y quiénes no. Por eso, yo pondría en duda la novedad de ese fenómeno; más bien, ahora se le ha puesto una atención que antes no se le ponía”.

 

Criado y educado en México, Yuri dejó el país a los 29 años para vivir en Francia, donde dio clases en bachillerato. Después ha residido en Texas, California, Carolina del Norte y Luisiana. Luego de cada episodio de extranjería, sin embargo, Yuri aclara que siempre ha vuelto a México por temporadas más o menos largas. “Hace tiempo una amiga me preguntaba cómo fue que yo había decidido irme de México. Genuinamente me sorprendí. Le dije: ‘Aunque esté trabajando en Estados Unidos, yo no me he ido nunca de México. Siempre he hecho lo posible por regresar con el menor pretexto’. Todo esto lo digo no para evadir el sentido de tu pregunta: cómo, el pasar tanto tiempo fuera, a pesar de que uno regrese, de algún modo impacta o no en el oficio. Necesitaría elaborarlo un poco más; lo he pensado varias ocasiones. Hay una enorme pérdida en el hecho de vivir lejos, en no estar escuchando la existencia real de la lengua en las calles, en los restoranes, en los bares, en los autobuses. Es en las entonaciones, en los pequeños matices, en los eufemismos, como la lengua evoluciona y va adaptándose al mundo que, se supone, tiene que representar. Por otro lado, también la distancia significa renovar tu asombro frente a estos cambios que parecen imperceptibles cuando uno está ahí y que al volver uno aprecia con mayor luminosidad. Por lo demás, estar lejos también permite pensar en otros temas que puedes vincular o no con tu lugar de origen. Son temas que se nos pierden por estar mirando tan de cerca nuestra vida cotidiana”.

 

En el ámbito de la experiencia migrante, me llama la atención cómo se forma el vínculo con la lengua del país receptor, en este caso, el inglés, ese idioma en que el escritor ha de expresarse no cuando se halla ante la página sino en su inmediatez de la calle y en general del movimiento diario a través de una realidad ajena. ¿Ha pensado el autor en cómo ese nuevo entorno lingüístico modela su acercamiento a la escritura? Responde:

 

“No tengo el menor interés en la noción de la pureza de la lengua. La lengua que se debe respetar y enriquecer es la lengua que funciona en términos de tu trabajo, de tus relaciones afectivas, de tu vida día a día. No tengo ningún problema en que el inglés intervenga en mi uso de la lengua hablada o escrita. Será diferente, cierto, al caso de alguien que haya migrado de niño y se haya educado aquí. No tengo tan claro cómo podría ser en mi circunstancia. Por ejemplo, el inglés muy fácilmente convierte sustantivos en verbos. To table something significa ‘dejar algo sobre la mesa’ en términos de ‘no lo vamos a resolver en este momento’. Eso no sucede en el español; pero yo me lo invento en mi prosa: ¿por qué no?, me digo. O está el hecho de que en inglés las cosas no tienen un género. Se sorprenden acá cuando les digo que la luna es femenino y el sol masculino. ¿Por qué?, me dicen. El otro día, mi pareja se sorprendió cuando me referí a una cucaracha. Y se molestó a que me refiriera a la cucaracha en femenino. Eso te hace pensar algo que ya sabemos pero que así nos da nuevos ejemplos: las certezas que tenemos sobre la lengua son constructos, y podemos jugar con eso y no limitarnos”.

 

Esta declaración es sintomática de un autor que postula el estilo literario no como una herramienta o un detalle superficial sino como una forma de conocimiento, y que así lo ha venido dejando claro en sus libros. Concretamente en Diez planetas, esa preocupación se halla tematizada e, incluso, dramatizada. Por ejemplo, en “Los conspiradores”, un relato que plantea un cuestionamiento de la apropiación cultural, entrecruzado con la exploración de la desigualdad económica, los personajes descubren que las mismas palabras pueden referir a realidades opuestas, y que esta oposición ha sido definida por las estructuras del poder.

 

La intuición del estilo como un arma potente que hace visibles las formas de construcción de la realidad, para Yuri Herrera, “tiene que ver con una insatisfacción frente al discurso propio. La escritura literaria ha de estar informada por una crítica de nuestro lenguaje. No me refiero a una destrucción sino a un entendimiento de qué es exactamente lo que estamos haciendo. Esa inconformidad viene de una conciencia en torno a cómo a menudo uno repite nociones que ha aprendido en la escuela o que se transmiten en los medios masivos, o que tienen que ver con nuestras supersticiones políticas. La literatura es un espacio en el que no tiene uno que renunciar a sus convicciones ni a su educación, pero donde tampoco tiene caso simplemente reproducir esas maneras de representar el mundo. Yo siempre pienso que voy a escribir libros largos, de manera relajada y fluida, pero cuando empiezo ocurren dos fenómenos: por un lado, me siento insatisfecho con la manera como estoy describiendo algo, un objeto o una situación muy sencilla y, por otro lado, también esa experiencia se convierte en un gozo. Es una de las cosas que me provocan gozo en la escritura: seguir rascando hasta encontrar una palabra más precisa para lo que quiero decir, no sólo las palabras que han sido canonizadas como las más correctas para hablar del amor, o de la noche, o del odio, o de la soledad. Esto es un ejercicio de introspección y al mismo tiempo un ánimo de investigar las virtudes propias de la lengua, que uno puede dar por hechas, pero las palabras siempre hacen más de lo que uno cree inicialmente que están haciendo. Si eres más consciente de las connotaciones de cada palabra, estarás en mejor posición de hacerlas jugar. Para mí, esta preocupación por el estilo no tiene que ver con que una cosa suene bien —aunque eso me gusta, pues el ritmo o la musicalidad también son significado—, sino en términos de la precisión. La precisión no significa atinarle a algo que está en la pared. Más bien, uno crea el blanco conforme se lanza el dardo. Este es un derecho y casi diría que una responsabilidad de la literatura: renovar cómo hablamos de nuestras emociones e ideas”.

 

En sus dos primeras novelas, Trabajos del reino (2003) y Señales que precederán al fin del mundo (2009), Yuri Herrera forja la representación de un tiempo mítico, o de un tiempo fuera del tiempo que de manera paralela u oblicua se acerca a los asuntos fundamentales de nuestra época, como el narcotráfico y la migración. En su tercera novela, La transmigración de los cuerpos (2013), se percibe el movimiento hacia la creación de un tiempo distópico o preapocalíptico; en esta nueva entrega, Diez planetas, llega Herrera a la exploración de una dimensión posthumana en que, bajo las claves predominantes, aunque no exclusivas, de la ciencia ficción, también sugiere preguntas sobre el momento presente: aborda el libro los modos de funcionamiento de la ficción especulativa y sus vínculos con la tradición, en este caso cervantina (“Zorg, autor del Quijote”), el rechazo de la otredad en su dimensión corporal (“El obituarita”), la creatividad y el enigma del ser del artista como un otro inasimilable (“El arte de los monstruos”), etcétera. ¿Cómo fue el proceso de escritura de Diez planetas?

 

“Después de escribir —responde Yuri Herrera—, uno descubre que irremediablemente vuelve a ciertos temas o ritmos. Quizá a eso se llama estilo. Pero no hago un esfuerzo específico por serle fiel. Trato de hacer una búsqueda y, en este caso, yo tenía dos o tres ideas de cuentos y personajes y un par de ideas generales y una noción de cómo se iban a insertar estas ideas. Quería que hubiera una primera pauta en que se hablara del deterioro y abandono de la Tierra, otra sobre la exploración espacial y una más sobre cómo habitar otros lugares del universo. Eso no está en el volumen de la manera tan secuencial o clara como lo había pensado. Pero sí existen. Hay cuentos, los más breves, que no responden a esta premisa, pero funcionan como puertas giratorias, como piezas que se engarzan rítmicamente. Una idea que yo tenía muy clara era un título: ‘Zorg, autor del Quijote’. Sabía que este debía ser un cuento gracioso. Tenía clara también la imagen de ‘El obituarita’, sobre el miedo a ser tocado, a ser olido, a oler a los demás. Parecería un cuento escrito para este año, pero en realidad lo escribí hace tiempo. ‘Los conspiradores’ me costó mucho, porque lo que yo tenía era una idea política específica, y en general no funciono así. En general, sigo una palabra, o un ambiente, o una escena. Hay algunos personajes en el libro que se repiten, pero, aunque sí esperaría que todo pueda ser leído como un conjunto, al mismo tiempo la dinámica de escribir lleva a que surjan nuevas historias y el proyecto original se convierte en otra cosa. Cuando el tomo ya estaba prácticamente listo, escribí ‘El arte de los monstruos’, que no surge de este mismo microcosmos, ya dotado de un lenguaje y un ritmo, sino de otra idea que me daba vueltas: la discusión sobre cómo se juzga la obra y cómo se juzga al autor. Ese cuento lo envié a mi editor, Julián Rodríguez, una semana antes de su muerte. Él me dijo que a su juicio el cuento entraba bien en el conjunto. Y sugirió el lugar exacto donde el texto debía estar”.

 

Antes de cerrar la charla, Yuri Herrera habla sobre su nuevo proyecto de escritura: “Me entusiasma mucho, pero va a tardar un buen rato. Estoy investigando sobre los años que Benito Juárez vivió exiliado en Nueva Orleáns, entre 1853 y 1855. No se sabe casi nada, pues faltan fuentes documentales, aunque todo mundo menciona su estancia. Se sabe que trabajaba enrollando cigarros y vivió en una terrible pobreza junto a Melchor Ocampo, quien por cierto me ha resultado un personaje muy interesante: fue una especie de socialista utópico (para mí Melchor Ocampo era el nombre de una calle y de un pueblo). Tengo una idea clara de por donde iría esta historia, me he imaginado lo que habría sido el impacto de venir a esta ciudad efervescente, brutal y quizá la ciudad más culta de Estados Unidos, una ciudad todavía esclavista pero con muchos hombre negros libres. Me interesa la reflexión que esta realidad le haya provocado a Juárez sobre la libertad, el comercio, el individualismo. En cuanto pase la pandemia y abran los archivos, me pondré a revisarlos”.

 

FOTO: Yuri Herrera es profesor de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns./ Lisbeth Salas

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