68 Muestra de Cine: gravedades

Nov 21 • Miradas, Pantallas • 3627 Views • No hay comentarios en 68 Muestra de Cine: gravedades

/

La última cinta de la directora Miroslava Terzika retrata el dolor de la penúltima guerra yugoslava, un momento histórico memorable en su tragedia

/

POR JORGE AYALA BLANCO
La deambulación femirracional. En Cicatrices (Savovi, Serbia-Croacia-Eslovenia-Bosnia Herzegovina, 2019), austero opus 2 de la abogada serbia cincuentona Miroslava Terzika (Calle de redención 12), una escuálida modista infeliz belgradense (Snezana Bognanovic) ha echado a perder la vida de su hija universitaria y de su calvo marido velador por andar deambulando desde hace 18 años como ánima en pena, merodeando y luchando contra la burocracia de un hospital, una comandancia y oficinas municipales, bajo la amenaza de volver a ser recluida en un psiquiátrico, a causa de la obsedente e ineficaz búsqueda del hijo que le fue arrebatado al nacer y reportado difunto sin huellas de su cuerpo, pero un buen día, ya en otro régimen gubernamental tan mediocre y regido por el miedo como el anterior tras la Guerra de los Balcanes, tiene evidencias de que su bebé está vivo y mercenariamente fue dado en adopción a otra familia, logra localizarlo y contactarlo, pero su recuperación resulta ahora subjetivamente imposible.

 

La deambulación femirracional impone con radical gravedad contemplativa pero resonante, una terrible opacidad minimalista que equivale a hacer la vivisección moral, aunque meramente observacional y deambulatoria postantonionesca, de una perturbada en desgracia que encarna una actriz de excepcional intensidad sobria y seca cual Charlotte Rampling yugoslava, en un ambiguo relato a la deriva fatalista y estoica hasta el masoquismo inane, que acabará dándole la irónica razón paranoica a su heroína límite.

 

Y la deambulación femirracional comienza como hiperrealista abstracción quasi geométrica, prosigue cual expandido teatro del absurdo posbeckettiano y termina en intimista antithriller familiar a lo Kore-eda (Tras la tormenta 16), con informulable fantasía más negra que rosa y cierto entrañable enigma alrededor de una figurilla equina de cristal, a imagen y semejanza de la textura narrativa, cuyos cambios de tono y de pivote ficcional resultan fascinantes: primero la trastornada, luego su hija improvisada indagadora y por último el propio hijo vuelto violento rechazante visceral y vuelto arrepentido relevo patético de la originaria búsqueda materna.

 

La herencia piraña. En Pirañas: los niños de la Camorra (Piranhas-La peranza dei bambini, Italia, 2019), iniciático film 4 del romano de 42 años Claudio Giovanessi (Flores 16), sobre una novela del forzosamente oculto Roberto Saviano adaptada por él mismo, el bello chavo de 15 años Nicola (Francesco di Napoli) descubre precozmente, como un desmadroso juego más, junto con su pandilla de cuates y al bramido de sus motocicletas por el barrio napolitano de la Sanità, el desorbitado gusto por las armas, por la cocaína, por la violencia y por la voluntad de dominio, e incluso la crueldad y la excepción magnánima, tras lograr osadamente el apoyo de los grandes mafiosos para contrarrestar el abuso de los menores para hacerlos huir, a modo del ascenso y caída de un pequeño Padrino que puede liberar de la perenne extorsión instituida a su madre y darse el lujo del consumo suntuario y del amor físico de una linda teibolera apenas un año mayorcita, hasta que el delirio admirativo de un hermanito y la ambigua amistad/envidia de los vástagos de inmensos gánsteres venidos a menos se vuelven en contra del nuevo exterminador e incuestionable poder hegemónico.

 

La herencia piraña continúa el discurso sobre la mafia italiana acre y corrosivamente vista desde adentro que iniciaron Saviano y Matteo Garrone en Gomorra (08), pero ahora como una suerte de socioantropología juvenil hamponesca, desde la gravedad en medio de la euforia y desde la perspectiva de la epopeya irónica de un vivencial cotidiano miniPadrino in vitro de Coppola sin Puzzo (72), desde una involucrada irresponsabilidad absoluta y los anárquicos deseos de sobrecompensar el frustrado consumismo ostentoso por parte de los descendientes de una cultura mafiosa arraigada hasta el inconsciente.

 

Y la herencia piraña pasa sin transición de la niñez fantasiosa a la desalmada vida adulta, sincretizando la alegría de vivir al estrenar ametralladora del primitivo Scarface (Hawks 32) con un carnal romance operático y el enfrentamiento final de los chavos con un destino pese a todo inevitable y trágico en puntos suspensivos.

 

La exigencia autodestructiva. En La audición (Das Vorspiel, Alemania-Francia, 2019), palmario opus 2 de la actriz-realizadora de 51 años Ina Weisse (El arquitecto 08), la otrora instrumentista admirable pero en crisis y semirretiro como puntillosa y perfeccionista maestra alemana de violín en un conservatorio Anna (Nina Hoss portentosa cual de costumbre) impone su criterio en un examen de selección para encargarse del reacondicionamiento técnico y de la formación del silencioso adolescente Alexander (Ilja Monti) en quien cree ver un gran talento violinístico por su enorme velocidad de ejecución, lo adopta y lo entrena, le impone una virtuosística Partita de Bach, lo tiraniza y, con sus exigencias en aumento, se gana el repudio a punto de participar en una crucial audición, al tiempo que aleja a su sensible marido laudero francés y convierte en un monstruo vengativo a su hijo puberto también superdotado aunque fan práctico del riesgoso hockey, siempre a causa de una maniática exigencia autodestructiva.

 

La exigencia autodestructiva va ensartando y coleccionando con delicadeza y energía fascinante momentos reveladores conductuales femeninos límite, como si sólo se tratara de ir detectando las puntas del iceberg de un comportamiento anómalo y misteriosamente cerrado sobre sí mismo.

 

Y la exigencia autodestructiva se convierte, con mínimos elementos dramáticos, en un haz de situaciones extremas: las indecisiones en el restaurante, el ataque de frigidez con el marido adorado, la bofetada al hijo, el nerviosismo grotesco al tocar con un quinteto, el espejo anticipado en la atroz decadencia del padre en el mingitorio perpetuo o el súbito odio hipercrítico a sí misma.

 

FOTO: Fotograma de Pirañas: los niños de la Camorra./ Especial

« »