Dolores Reyes: literatura para no olvidar a nuestras muertas

Dic 26 • Conexiones, destacamos, principales • 4373 Views • No hay comentarios en Dolores Reyes: literatura para no olvidar a nuestras muertas

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Cometierra se ha convertido en un fenómeno editorial en Argentina y España. En México presentamos por primera vez a Dolores Reyes, la autora de esta novela que habla de una mujer que tiene el don de descubrir el paradero de las mujeres desaparecidas al probar la tierra de los campos y las ciudades

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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
La escritora argentina responde a mi llamada con bastante amabilidad, es una mujer sencilla sin la impostación de otros escritores que, al lograr cierto éxito, pierden el piso y pronto sus carreras. La entrevista transcurre entre risas y recuerdos de instantes comunes a su tierra y barrio que dieron vida a la novela Cometierra, su primera obra, y un fenómeno editorial en Argentina donde se ha reimpreso siete veces en tan sólo un año; y en España se habla de la probable cuarta reimpresión. La novela apenas llega a México y, después de leerla, supongo que por la temática y su calidad narrativa pronto Cometierra será un referente de la literatura feminista en nuestro país.

 

Dolores Reyes se enamoró de la literatura gracias a la poesía y en específico por su jurado amor por la literatura griega. En esa herencia universal residen los arquetipos, temáticas y fórmulas para hablar del ser humano, comenta en nuestra reunión. La escritura para Dolores nace desde la necesidad de explicarse no sólo el misticismo y dolor al que estamos sujetos en Latinoamérica sino también para dejar un testimonio de la violencia en contra de las mujeres, desaparecidas por miles. Su novela es un viaje fantástico a través del ethos profundo de Argentina y sus costumbres ancestrales.

 

 

Tu libro me hace eco por el momento que vivimos en México respecto a la violencia de género.
Hay mucho que mirar de las mujeres de México desde acá a través de las noticias y los libros. De alguna forma este flagelo de violencia recorre toda nuestra tierra americana y en particular a nuestros pueblos latinos.

 

 

¿Cómo es que esta violencia está en la médula de nuestros pueblos?

Considero que el feminicidio es el último paso de un montón de pasitos previos. De esos pasos, muchos son simbólicos y discursivos. Compartimos la religión católica, en la cual el cuerpo de la mujer es el pecado, la bruja que hay que quemar y Dios es el hombre. Eso a nivel simbólico. En cuanto a lo discursivo, me parece que lo tenemos todavía naturalizado e invisibilizado. Acá los feminicidios atraviesan todas las escalas sociales y las élites, no sólo hay que ir a pueblitos. Tiene que ver con disciplinar a los cuerpos femeninos y la estructuración de la vida en sociedad de los hombres y las mujeres. Hay una serie de mandatos que a la larga generan frustraciones, muchos recaen en los hombres; eso de no mostrar fragilidad da como resultado el odio llevado hacia la mujer.

 

 

Escribiste Cometierra con un lenguaje poético para retratar una violencia profunda, sin caer en el sensacionalismo. ¿Por qué escogiste esa estrategia a partir de la palabra?

La novela surge en un taller literario. Un compañero que es poeta que se llama Marcelo Carnero leyó un textito que era más poesía que narrativa y terminaba diciendo “tierra de cementerio”. Cuando dijo eso vi la imagen de una nena sentada en un cementerio contra la tierra que se empezaba a comer con angustia. Desde ahí traté de construir por escrito ese escenario, ese personaje y esa imagen; y es la nena como la vemos al principio en Cometierra, con el pelo lacio, muy flaquita, con la tez color de la tierra. Está muy sola, acaba de perder a su mamá. De ahí armé la trama de la novela. Se me ocurrió que, quizás como esa tierra es de un cementerio y está en contacto con otros cuerpos, algo de esas personas muertas pasó a la tierra. Además de la carne, algo de su vida, de su alma y la nena lo que hace es tratar de meterlo a su cuerpo. Eso le transmite las experiencias que ella puede ver y contar; y así eventualmente resolver las desapariciones, de las mujeres, que son muchísimas, que nadie vuelve a ver jamás.

 

 

Pienso que esta novela tiene relación con Antígona. ¿Acaso tomas de los personajes femeninos griegos rasgos que te ayudaron a crear tu obra?

Es difícil escribir algo que los griegos no hayan pensado alguna vez. Además, tenían este culto a las mujeres. De alguna forma Gaia en Grecia, como estaba narrada en la Teogonía, es un principio femenino; en el principio fue el caos que (es) algo neutro que se separa del cielo masculino y de la tierra femenina. Esto del principio de la tierra femenina atraviesa a Cometierra. Es la tierra que da la vida, pero tal cual como la entendían los griegos, como el ciclo que también (incluye) la muerte, y esto sale de la tierra como dadora de vida. Como semilla, fuente de alimento y también como receptáculo, una suerte de útero en el cual vamos a parar cuando morimos. Justamente lo que hace la tierra es doblegar la voluntad de los agresores. Parece que no alcanza con asesinar a una mujer, hay que destruirla, hacerla desaparecer, borrar su cuerpo.

 

 

Remite mucho a los griegos; no había nada más aberrante para ellos que un animal salvaje devorase un cuerpo, porque era una muerte que no terminaba nunca. Para algo están los cementerios y los epitafios, porque es lo que da origen al luto y de alguna forma a un periodo que tiene que ver con la sanación. Si esto no se hace, ese dolor está ahí permanente. Es un poco lo que plantea Antígona con la necesidad de enterrar también a su otro hermano, esa es una ley superior a la de cualquier Estado. Acá pasa lo mismo, pero traído a América. Nuestra historia viene atravesada por este robo de identidades personales y culturales; el robo de cuerpos, la fosa común desde la conquista, pasando por todos los gobiernos de facto y las dictaduras. Pasando también por el tema del crimen organizado hasta nuestros días.

 

 

¿A quién le ha resonado tu novela en Argentina?

Acá ya va por la séptima edición, una locura, en un año es muchísimo y en España va por la cuarta, tuvo una recepción increíble. Yo creí que por las escenas de sexo que son narradas de la misma forma que el resto de la novela iba a incomodar más, pero la están leyendo en las escuelas. Bastantes colegios nacionales la incorporaron al programa escolar y también se lee en muchas universidades. También por el movimiento de #NiUnaMenos, calculo que se ha maximizado.

 

 

¿Crees que el movimiento feminista está focalizado sólo en una parte de la sociedad que tiene cierto estatus? ¿Qué puedes decirme al respecto?

Tenía reticencias al principio para reconocerme feminista. Me había casado súper joven y tengo siete hijos. Crecí en el barrio en el que transcurre la novela, absolutamente bajo. Antes de Cometierra era maestra y tenía un montón de trabajos de particulares para poder sostener a mi familia. Por un lado me encantaba leer libros de feministas de ahora, pero sentía que me dejaban afuera. Sin embargo, descubrí que no hay una sola forma de feminismo, sino que hay un montón de feminismos al que uno puede adscribirse o sumarse a las acciones y a las preocupaciones que más cercanas a ti. Muchos feminismos ligados sólo al ámbito académico me aportan cosas interesantes, pero a la hora de intervenir me interesan mucho más los feminismos ligados a las preocupaciones cotidianas y puntuales de la vida de las mujeres. Pienso que el feminismo es un diálogo abierto en el que hay diferencias y discusiones políticas válidas, pero no siento que sea una cuestión de élite.

 

 

El personaje de la novela nunca se identifica con el feminismo, no lee nada sobre feminismo, hubiese sido absolutamente ridículo porque claramente una piba con el contexto en el que está Cometierra, no va a llegar ahí, no tiene esa herramienta. Justo es una chica que resuelve cosas con las pocas herramientas que tiene y su don, que es a la vez una bendición y una maldición.

 

 

¿Qué representa para ti el personaje de Ezequiel? Lo veo como la estampa particular de la barriada latinoamericana.

Soy de una zona conurbada, que es donde transcurre la novela. Las condiciones son de precarización, todo muy atrasado por las violencias y esto tiene mucho que ver con Ezequiel. Él es de una extracción social parecida a la de Cometierra. Acá los policías son chicos que no terminaron la secundaria y que con un curso de seis meses ya tienen una placa y pistola. Ezequiel es eso, pero también tiene un lado positivo. El hecho de que a Cometierra le lleven botellas y botellas de mujeres desaparecidas implica que al Estado y la policía que tienen los recursos y la obligación de investigar no lo están haciendo. Así que tienen que recurrir a una chica que es vidente, que es conurbana, que come tierra, algo ligado a la pobreza y a la suciedad; y a todo el discurso despectivo que tienen los pobres que también me interesaba abordar. Entonces, Ezequiel ve también las limitaciones por el caso de su prima. Ve que los policías no van a hacer nada y él acciona, sigue buscando a las desaparecidas. Va con Cometierra, rescatan a su prima y empiezan a funcionar investigando. Por supuesto que tiene su lado violento, el discurso típico machista y racista. No es absolutamente bueno ni absolutamente malo, sino humano.

 

 

En los países latinoamericanos, por nuestra herencia religiosa, tenemos un dejo de misticismo. En tu novela hay mística en el acto de comer tierra y a partir de eso identificar a los desaparecidos. ¿Qué es para ti el misticismo?

De alguna forma subsiste en los barrios marginales; lo veo desde chica. Tomo un poco de los umbanda, de la herencia afro que Argentina trató de erradicar por el mestizaje y el asesinato de los descendientes de los esclavos durante el virreinato del Río de la Plata. Ellos tenían su relación con sus propios dioses. Tomo de los umbanda los cuerpos femeninos que durante los ritos eran habitados por los dioses y se manifiestan. También hay un libro teórico que se llama Esferas de la insurrección que habla acerca de los esclavos brasileños que, cuando estaban muy tristes, una suerte de melancolía ya mortal banzaban, es decir que empezaban a comer tierra, pese a que los esclavistas los quemaran, los latigaran, porque sabían que estaban perdiendo un bien material. Los esclavos se dejaban morir comiendo tierra y de esa forma volvían a África simbólicamente. Fue algo que me impactó. Por un lado es suicidar el cuerpo, y por otro liberar el espíritu.

 

 

¿Cómo percibes el racismo en Latinoamérica?

Creo que toda Latinoamérica es fuertemente racista, por la herencia colonial, y eso es algo que salta en el discurso de Ezequiel en un momento determinado: los negros, despectivamente, es en donde está depositado todo el imaginario social negativo. Y los blancos son los dueños de la tierra. También es un uso violento del cuerpo, una quita de identidad. Implica una creencia de un cuerpo superior dominando hasta la muerte a otro cuerpo; el robo, el secuestro. Esa es la base de la construcción de nuestra sociedad. Los hombres españoles vinieron y aniquilaron a los pueblos originarios para traer negros con la bendición de la Iglesia, la misma que maldice el cuerpo de las mujeres y que berrea el “no matarás”.

 

 

¿Te sirvió esta novela para exorcizar demonios que necesitabas dejar plasmados en el papel?

Sí. A la hora de escribir me puse un juego de experiencia que se centrara en la vida de todas las mujeres. En algún momento siendo muy chicas nos damos cuenta de las cosas que nos pueden hacer, inclusive matarnos sólo por el hecho de ser mujer. También quise narrar con una voz particular, no como un espectáculo morboso ni erotizante sobre los cuerpos muertos, como he leído muchas veces en policiales. Narro desde la tristeza, del dolor, de la desolación que significa para las mujeres todas estas vidas de otras mujeres arrancadas de esta forma.

 

 

Creo que muchas veces la violencia dentro del hogar es solapada por la propia familia porque la víctima siente que dejaría de formar parte del núcleo familiar, a pesar de su propia seguridad.

Sí, por supuesto. Muchas veces la única alternativa es separarse de ese núcleo violento y eso es terrible en muchos sentidos, emocionalmente y económicamente. Esa violencia queda de puertas para adentro, no se conoce otra forma, se nació en eso. La pandemia también ha puesto de manifiesto la violencia silenciada, se triplicaron los casos de llamadas por violencia de género.

 

 

¿Crees que esta novela pueda tener un eco en la masculinidad?

Hay muchísimos hombres que me escriben que se sienten interpelados y empiezan a problematizar sus prácticas. Hay que decir que uno no siempre actúa con maldad, todos nos criamos de esta forma.

 

FOTO: Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) estudió Letras Clásicas en la Universidad de Buenos Aires./ Editorial Sigilo

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