Lecciones de la prehistoria para enfrentar la pandemia

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Pocas veces los lenguajes científico y literario pueden coincidir en el mismo relato. La vida contada por un sapiens a un neandertal es un recorrido por la evolución humana de la mano del escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en una serie de capítulos que van de la crónica naturalista, el diario personal, el diálogo aristotélico y la clase magistral, episodios que ofrecen luces para entender las crisis cíclicas de nuestra especie

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En una conversación, el escritor español Juan José Millás le dijo a su amigo, el paleontólogo Juan Luis Arsuaga: “Tú y yo podríamos asociarnos para hablar sobre la vida. Levantaríamos un gran relato sobre la existencia”. Éste, un hombre práctico, dueño de una notable capacidad como divulgador de la evolución, le tomó la palabra. El resultado fue una serie de clases magistrales que el también director del Museo de la Evolución Humana de Burgos le dio a uno de los escritores más importantes de la literatura española.

 

La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2020) es un viaje por la historia de la evolución humana, en la que Millás se convierte en un fiel retratista de los hechos y las enseñanzas que va compartiendo Arsuaga. Visitan zonas rurales de España, restaurantes, el metro de Madrid, una convención de perros de pedigree, una juguetería, un mercado popular, un jardín de niños… En uno de estos sitios, Arsuaga suelta una frase reveladora: “La prehistoria no se ha ido. Mira a tu alrededor. Está aquí por todas partes. La llevamos tú y yo dentro. En los yacimientos sólo hay huesos. La prehistoria está en el animal que pasa como una sombra”.

 

 

A lo largo del libro conocemos la mirada paleontológica sobre Dios, la domesticación, el sexo y la muerte. ¿Como entender esta ecuación en lo que somos hoy?
Juan Luis Arsuaga (JLA): Yo cambiaría algunos nombres. Más que de Dios yo hablaría del conocimiento de la muerte, del descubrimiento y la conciencia de la muerte; luego, un hecho no biológico sino económico pero con un enorme poder de transformación de la vida humana, y del planeta y la biósfera en su conjunto: esto es la agricultura y la ganadería. Sobre la sexualidad conviene reflexionar que los seres humanos actuales descendemos de los seres humanos que tuvieron hijos, no de quienes no tuvieron. Lo único que sabemos de nuestros antepasados es que descendemos de estos últimos. No sabemos si descendemos de los más virtuosos o de los más generosos. Eso es posible pero no es seguro. Lo que es seguro es que no descendemos de los que no tuvieron hijos. Descendemos de los que tuvieron hijos o los que tuvieron más hijos. La sexualidad es tan importante como eso.
Juan José Millás (JJM): Yo suelo decirle a Arsuaga lo sorprendente que es este mandato bíblico de “Creced y multiplicaos” porque nosotros cuando copulamos no sabemos que estamos trabajando para nuestros genes, pero es para quienes estamos trabajando realmente, sin saberlo. Del mismo modo que hay veces que un poeta en un verso es capaz de intuir una verdad que luego la ciencia tarda años en descubrir, esta frase bíblica es increíble porque es el único mandato que realmente obedecemos con pasión. Esta capacidad de la literatura para intuir cuestiones que pertenecen al mundo de la ciencia me recuerda aquella idea de Platón, según la cual no se admitiría a los poetas en su república porque los poetas hablan de cosas que no entienden.

 

 

Arsuaga dice que “La prehistoria no se ha ido”. ¿Qué similitudes y diferencias hay entre nosotros y nuestros ancestros?
JLA: Hay una diferencia y es que hoy no tenemos por qué multiplicarnos. Uno de los descubrimientos de la tecnología del cual casi no se comenta y es trascendental es la píldora, los anticonceptivos. No existía cuando yo nací y eso ha cambiado por completo el mundo. Antes el sexo y la reproducción eran la misma cosa. De hecho, se cumplía literalmente ese precepto de “Creced y multiplicaos”. La reproducción era la consecuencia inevitable de la sexualidad. Esa disociación entre sexualidad y reproducción es exclusiva de la especie humana desde los años 60; es tan reciente. Sin embargo, se ha incorporado de tal forma en nuestras vidas que no reparamos en ella. Pero en la biología humana hay un antes y un después de 1960. Hasta la invención de los anticonceptivos, la reproducción era una consecuencia inevitable del amor. En el último medio siglo, después de millones de años de reproducción, los hijos no son una consecuencia inevitable del amor. Eso es un fenómeno incomparable en la historia de la biología. No le había ocurrido antes a ninguna especie. Tampoco a la nuestra. Esto no es algo que ha sucedido hace diez mil, mil años, ni siquiera hace cien años. Y lo ha cambiado todo. Y ha cambiado todo en una parte de ese mandato bíblico que no se ha comentado. Porque ese mandato dice “Creceos y multiplicaos”, pero dice a continuación: “Someted la tierra y poseedla”. Es decir, de esos dos preceptos se derivan los problemas del presente. Es una frase muy relevante por sus dos partes, para el creced y multiplicaos, que ha cambiado gracias a la ciencia. Y la segunda, porque a pesar que podemos dejar de multiplicarnos, como España en la que cada vez deciende más la natalidad, sigue produciendose a un ritmo acelerado la posesión de la tierra, su sometimiento y destrucción.
JJM: Preguntabas en qué nos diferenciamos y en qué nos parecemos. Arsuaga ha dicho en qué nos diferenciamos. Yo diría en qué nos parecemos. La respuesta es de carácter muy subjetivo. Cuando visité el yacimiento de Atapuerca y me hablaron de aquellos abuelos nuestros y de su conquista del pensamiento simbólico, que sin duda fue un proceso pero me gusta pensarlo como un momento, eso me gustó mucho. Claro, he tenido tantas dificultades de aprendizaje, me ha extrañado tanto la realidad desde pequeño; me ha extrañado tanto el hecho de hablar y estar entre gente que hablaba, que cuando me cuentan los primeros momentos de esa conquista del pensamiento simbólico me siento muy identificado. Siento que he sido muy prehistórico, siento que estoy instalado en el siglo XXI, hablando con ustedes por un medio super tecnológico, y siento que mi pasado es prehistórico, que vengo de la Prehistoria y que he pasado por las visicitudes con mis abuelos, sobre todo en lo que tiene que ver con la conquista del pensamiento.

 

 

Juan José, ¿cómo cambió su percepción de la humanidad?
JJM: Claro, es como si hubiera hecho un máster en cuestiones de carácter científico que en apariencia están alejadas del pensamiento literario que yo manejo. Yo siempre he estado muy interesado por la ciencia porque ésta admite una lectura literaria. El discurso de Arsuaga está lleno continuamente de aciertos literarios, de aciertos expresivos. Todo eso lo llevaba a mi mundo. Esto me ha cambiado como te cambia el conocimiento. Suelo decir que la lectura de textos literarios, de la poesía por ejemplo, nos hace más sabios, sólo que no sabemos por qué somos más sabios. Si yo no hubiera leído Madame Bovary y la leyera hoy, en el supuesto de que me diera tiempo de leerla en un día, al acostarme sería más sabio pero no sabría decir por qué. Sin embargo, en determinados discursos científicos, si no sabes dividir, aprendes ha hacerlo y te acuestas, puedes decir “sé una cosa más”. Ahora bien, el pensamiento científico se puede vincular al discurso literario. Es lo que hemos intentado hacer. Unir los dos discursos, llegar a un acuerdo. Vincular dos discursos que en su día estuvieron separados. La separación del discurso científico y el pensamiento humanístico es una de las construcciones más desgraciadas de la historia. Lo que he intentado cuando escucho este discurso es negociar con él para volver a enlazarlos. Eso me ha cambiado como me ha cambiado cualquier aprendizaje que influye en tu existencia.

 

 

¿Qué entendían ellos por lo doméstico?
JLA: Doméstico viene de domus, casa. Estos pueblos nómadas literalmente no tenían casa o su casa era el territorio, que me parece mucho más bonito. Su casa era la naturaleza. Aunque nos encontremos sus restos fósiles en determinados contenedores, es decir en aquellos lugares donde se produce la fosilización, eso no quiere decir que residieran permanentemente en una cueva, por ejemplo. Esta idea de la familia o de la tribu que vive permanentemente en un lugar fijo al terreno no se corresponde con la realidad de las vidas nómadas porque los recursos corren con las estaciones, la fauna cambia de lugar y los humanos también. A la pregunta de cuál es la casa de la familia prehistórica, seguramente ellos responderían que su casa es el territorio. Pero es un territorio antropizado, es un paisaje trascendente, un territorio poblado de historias. Su espacio familiar sería un territorio no hecho a base de rocas y árboles sino a base de historias. Es decir, lo que ve un cazador-recolector, alguien que lleva una vida basada en la extracción del alimento, no en la producción, lo que mira en el campo son historias. Todo está asociado, cada roca, cada río, cada pico, cada árbol que tenga cierta identidad, cada elemento del paisaje, incluso las estrellas cuentan historias. Básicamente lo que ven es una narrativa cuando miran.

 

Eso es lo que más sorprende. Esta mitología es la piel del paisaje, está construida a base de relatos y de historias. Básicamente cuando a un aborigen se le pregunta por una roca, lo más seguro es que te conteste que en esa roca tal dios, tal genio o tal familia se refugió ahí. Para ellos, cada elemento del paisaje es parte de una trama. Básicamente, ese paisaje narrativo en que ellos vivían, lo que ellos veían en el paisaje eran historias. La diferencia entre el aborigen y el humano actual es que nosotros vamos al campo y no nos habla, o nos habla pero no sabemos escuchar o no le entendemos. Todo está organizado y es parte de un relato vivo. No son reliquias, al contrario, son lugares donde actúan fuerzas y espíritus. Hay un escritor español, Wenceslao Fernández Flórez, que escribió un libro que se llama El bosque animado. Pues literalmente eso es lo que ve un aborigen. Cuando se destruye la tierra no sólo se destruyen las comunidades vegetales y animales. Lo que se destruye es un mundo, todo un mundo de espíritus, de seres de todo tipo, de fuerzas que actúan e historias relacionadas con el paisaje. Esa es la tragedia de la destrucción, que no se pierde sólo belleza. Se pierde espíritu.

 

 

¿Qué experiencia le deja, Juan José, esta faceta como explorador del paisaje en su trabajo como escritor?
JJM: En algún momento del libro digo que la palabra es un órgano de la visión porque, como dice Arsuaga, cuando un ignorante como yo va al campo, sólo ve árboles. Pero si va con un sabio como Arsuaga, ve abedules, pinos, abetos… Cuando te nombran las cosas, las ves. Por eso digo que la palabra es un órgano de la visión. Estaba absolutamente desconcetado de la naturaleza cuando hicimos estas excursiones. Yo vivía en una ciudad como Madrid, una ciudad eléctrica, ruidosa, inhóspita y agresiva, y cuando salía al campo realmente no lo veía. Es como cuando llevas a alguien que no sabe nada de arquitectura a ver una catedral gótica, y cuando sales y preguntas: ¿qué te ha parecido? Te dicen: “muy grande y muy bonita”. Eso pasa porque no tienen recursos para decir nada más de ella, porque no saben qué es un arbotante, qué es una cúpula o cualquier elemento de una catedral gótica. Eso decía yo del campo: es muy grande y muy bonito. De repente, en estas salidas fui tomando conciencia sobre todo de la distancia que hemos tomado de la naturaleza, de esa pérdida. La palabra religión viene de la palabra religare, unir. Y hubo un momento en que el hombre y la naturaleza formaban un todo. En eso consistiría la religión, unir ese vínculo que en algún momento se rompió. Yo lo he recuperado en estos viajes que he hecho con Arsuaga. Hay un momento especialmente divertido porque estamos en un sitio espectacular que se llama Naranjo de Bulnes, en Asturias. Arsuaga dice que Dios no estuvo muy acertado ahí porque había demasiados escarabajos pero como paisajista había que quitarse el sombrero. Quizá como creador de escarabajos no había acertado, sobre todo por la cantidad, pero como creador de paisajes es inigualable.

 

 

La invención de la política
El paralelismo con otras especies, como los chimpancés y los bonobos lleva esta conversación a abordar la dimensión política de la humanidad. A pesar de ser biológicamente iguales y sólo estar separados por un río, tienen distintos comportamientos en grupo. Vistos por separado, los chimpancés (regidos por un estricto patriarcado) y los bonobos (organizados bajo un matriarcado) son un laboratorios de la evolución humana.

 

 

¿Cómo ha sido nuestra evolución como especie en contraste con los chimpancés y los bonobos?
JLA: Ha sido una evolución muy reciente. Las civilizaciones, la escritura, las grandes ciudades y los Estados son muy recientes. Estamos hablando de muy pocos miles de años. Sin embargo, paradógicamente, aquí se dan dos hechos aparentemente contradictorios. Uno es una cosa muy reciente y la otra se produce simultaneamente en muchos lugares, como si hubiera una especie de necesidad o determinismo. En el libro cuento un acontecimeinto sorprendente que de tan sorprendente pasó desapercibido. Cuando Hernán Cortés puso el pie en México, se encontró con una civilización, los aztecas. El caso es que fueron capaces de interpretarse mutuamente. Es decir, los castellanos comprendieron que aquello era un reino, que había un emperador, que había sacerdotes con jerarquías, que había división del trabajo, deportes, que había soldados, agricultores, que había calzadas, que había libros. Fueron capaces de interpretar completamente la sociedad que conocían por primera vez. Lo mismo pasó con los aztecas con respecto a los españoles. Rápidamente entendieron que había militares, que había políticos, que había armas, que había libros, que había sacerdotes. Es decir, se reconocieron y se interpretaron sin ningun problema. Lo sorprendente es que llevaban separados 15 mil años. Eso es lo increíble. Porque el poblamiento de América se produjo hace 15 mil años y el de México quizá hace 13 mil años. Después de esos años de evolución independiente habían producido dos sociedades prácticamente iguales. La única explicación creíble es que cuando se alcanza determinado grado de complejidad social es inevitable que se desarrollen sociedades de estas características. Para eso primero tenía que haber agricultura y ganadería, que por cierto también se desarrolló de manera independiente en América, Europa, África y Asia; aparecen dioses y religiones con deidades morales. Hay una especie de sorprendente determinismo. A los castellanos no les sorprendió porque no sabían que llevaban 13 mil años separados. Si lo hubieran sabido no habrían dejado de sorprenderse de que llegaron a lo mismo viviendo literalmente en planetas diferentes.

JJM: Es muy curioso porque muchas veces decimos que el descubrimiento de América es como si hubiera sido el descubimiento de Marte. Y no, ni nosotros éramos marcianos para los aborígenes ni viceversa. Como dice Arsuaga, teníamos estructuras en lo militar, en lo religioso en lo cultural semejantes. Esto me interesa mucho porque llevado al campo de la literatura pasa exactamente lo mismo con los cuentos de la tradición oral, los cuentos populares, los cuentos que se narraban en el grupo cuando aún no se inventaba la escritura. Estos cuentos han sido analizados por mucha gente. Hay una análisis especialmente interesante, que es el de Valídmir Propp, un estructuralista ruso de inicios del siglo XX. De ahí se deduce que todos los cuentos de la tradición oral obedecen a diez arquetipos idénticos en todas las culturas, incluso en culturas que no habían tenido contacto entre sí. La estructura profunda de esos cuentos es idéntica en todas partes. Está siempre en la historia de los niños abandonados como Pulgarcito, Hansel & Gretell, Blancanieves. Esto es interesantísimo y misterioso. Esto tiene que ver con lo que explica Arsuaga, que cuando se alcanza determinado nivel de complejidad se da un determinismo que es difícil de asimilar.

 

Todos entendemos que la vida individual está determinada por el azar. Sin embargo, la vida colectiva tiene un determinismo inexplicable, frente al cual a veces me revelo. Digo: “Si mi vida individual está dominada por el azar, ¿por qué en medida que nos hacemos mayores y observamos nuestra vida vemos que los acontecimientos más importantes de ella dependieron de sucesos mínimos, como al salir de casa decidir volver por el paraguas? Sin embargo, la vida colectiva ahí está”. Le digo a Arsuaga, ¿cómo es posible que siendo la vida individual el resultado del azar absoluto, la colectiva, sin embargo, tenga este determinismo”. Me preguntaba cuándo me voy a morir y Arsuaga me contestó: “Tú no, pero tu casa de seguros sí sabe”. Efectivamente, las casas de seguros no se equivocan. Si la vida colectiva estuviera dominada por el azar no podrían existir casas de seguros porque perderían dinero. Esta contradicción entre el azar y el determinismo, me parece asombroso y uno de los momentos más reveladores que narro en el libro.

 

 

¿Qué lecciones nos dejan nuestros ancestros frente a la crisis mundial que vivimos por el coronavirus?
JLA: De lo poco bueno que ha traído la pandemia es que hemos dejado de oír a los predicadores de la inmortalidad. Antes de la pandemia, en el periódico u otros medios de comunicación aparecía un investigador, o alguien que se decía investigador, que decía que viviríamos eternamente. Eso me producía un gran sufrimiento. He tenido la mala suerte de pertenecer a la última generación española que hizo examen de ingreso a la universidad. En España había un servicio militar obligatorio y también fui la última generación. Después vinieron esos predicadores que decían que íbamos a ser la última generación que se iba a morir. Me producía mucha desazón. Desde hace un año nos recordaron nuestra condición de mortales. Estábamos a punto de ser inmortales, nuestros hijos íban a ser inmortales. Hemos vuelto a la mortalidad, aunque suene un poco cruel.
JJM: Efectivamente le he comentado a Arsuaga de estas noticias que aparecían constantemente en el periódico, que la vejez sería reversible, que la siguiente generación iba a vivir 120 años. Entonces esta vida eterna que nos ha prometido siempre la religión ahora nos la prometía la ciencia. Siempre hemos estado bajo esta compulsión de la vida eterna. Esta pandemia nos ha mostrado que somos vulnerables. Vulnerables viene del latín vulnus, que significa herida. Somos heribles, somos mortales. Todos los episodios personales de vulnerabilidad –cuando uno ha pasado por una enfermedad más o menos grave– constituyen un aprendizaje para la vida. En lo colectivo pasa igual. Esta desgraciada epidemia trae muchas cosas malas porque ha muerto mucha gente y se ha parado la economía. Cuando haya pasado, durante una temporada tendremos esta sensación del convaleciente. El estado perfecto del ser humano es la convalecencia porque ahí valoras todo mucho. Cuando uno se levanta de la cama después de una gripe de diez días con fiebres altas, sientes que todo se estrena. Tocas el pomo de la puerta y parece que lo tocas por primera vez. Todo tiene un fulgor que había perdido. Todo tiene más significado. Quizá cuando esto pase tendremos una temporada del convaleciente que recorre la casa y el mundo como si estuviera estrenándolo.

 

 

ILUSTRACIÓN: Iván Vargas

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