Obras de Leopoldo

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El 23 de abril, Día Internacional del Libro, la FIL de Guadalajara rendirá un homenaje a Augusto Monterroso con un maratón de lectura virtual de Obras completas (y otros cuentos)

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POR MARCO PERILLI
Traducción del prólogo a la edición italiana de este libro de Monterroso (Auieo, 2003)
Augusto Monterroso cerró el libro. Abrió su carpeta y continuó. Las frases son como las patas de una mosca bocarriba, que manotea por el miedo a no ser comprendida por el suelo y traza una figura pitagórica en el aire. Hay que reconocerlas con tiempo para ubicarse en el ocioso laberinto del lenguaje. Las frases son plumas.

 

Leopoldo Ralón era un escritor obsesivo, severo hasta imponerse a sí mismo una dura penitencia. Tomó nota: las frases son plumas.

 

Escribir un cuento sobre la tarea o el encanto y el orgullo de escribir un cuento era sin duda la chispa para un cuento. Véase Borges, con el don Quijote de aquel Kafka… Leopoldo lo sabía y elegir el tema de la lucha entre el perro y el puercoespín le aseguraba a Monterroso el dominio de la empresa. Nueva nota: explorar el tema de la lucha entre los autores y las palabras, ¿quién usa y quién se deja usar?

 

El puercoespín, comparado con el perro, cuadrúpedo de largo abolengo literario, no tiene ni entrada ni salida. Aquí está su fortuna y aquí guarda su ataque y su estrategia. Al perro, en las fábulas de Esopo, le tocó un rol de primer plano veintisiete veces. El puercoespín, al contrario, queda fuera. Es una lucha entre clásicos y modernos, entre canon e invención, entre artista y cortesano. Cuántas variantes le han tocado a Esopo hasta nosotros y qué lindo sería un libro de fábulas, ahora… un libro de fábulas de antaño.

 

Meditaba y recorría la pluma en la hoja sin tocarla, parecía las patas de una mosca bocarriba que roza un cuerpo fantástico en el aire. Era difícil domar la materia y sacarle la médula fresca del estilo, volver a ponerle las razones de la sangre, dirigir cada palabra y hechizar la batuta telepática que acciona la armonía. Escribir. Escribir un cuento de las Obras completas.

 

“No hay de otra, tendrán que intervenir las musas.” Reiteraba perezoso el estribillo con la taza humeante entre las manos. Para él, escritor saturnino, el ritual del café no admitía excepciones: en cuanto se paraba, llamaba al orden su propia disciplina mezclando a la droga de la vida el azúcar del arte. Un día se equivocó y le puso sal.

 

“Mas son los errores, evidente, señores, evidente… los que rigen nuestros pasos.” El cuento se iba formando. O la forma entorpecía el sentido. Generatio est motus ad formam había leído, lo cual le pareció muy oportuno. Generación, repetía, generación de la forma hacia el movimiento, que es la forma de la generación del movimiento hacia etcétera etcétera. Luego perdía el hilo y buscaba el polo lógico del mundo. Hubiera jurado que la forma nunca falla. Se entretuvo un buen rato midiendo su talento con los tiempos de respuesta de la forma: cronometraba todo, sin dejarse escapar un solo instante el recorrido entre la idea y las plumas que brotan despeinadas. Vagaba en el cuarto interrogando los libros, los sillones, el alambique, la máscara y la fábula de Ariadna, corrió a su mesa y agarró el diccionario. Era chaparro, veía las cosas desde el crítico punto de vista de su puercoespín.

 

Augusto Monterroso pensó que una lluvia de palabras oculta el sol. La imagen le gustó. La distinguía con evidencia cada vez que se acostaba para sumirse en el ritmo melodioso del silencio. Aquella noche soñó que había soñando de entender. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.

 

 

La FIL realizará actividades en sus redes sociales. Los lectores de todo el país podrán participar para ganar uno de los ejemplares de Obras completas (y otros cuentos), publicado por Ediciones Era. Más información en https://www.fil.com.mx/

 

FOTO: Augusto Monterroso (1921-2003)./Archivo EL UNIVERSAL

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