Carlos Linneo, el clasificador de las especies

May 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 8775 Views • No hay comentarios en Carlos Linneo, el clasificador de las especies

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Hasta la primera mitad del siglo XVIII, el estudio de la flora y la fauna aún se regía por conceptos aristotélicos, un rezago que fue resuelto por el botánico sueco con una nomenclatura que se sigue utilizando en nuestros días

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POR RAÚL ROJAS
Es difícil encontrar en la historia de las ideas un libro de tanta trascendencia y tan conciso: La primera edición del Sistema Natural, o los tres reinos de la naturaleza, según clases, órdenes, géneros y especies, publicado en latín por el naturalista sueco Carlos Linneo, en 1735, abarca sólo doce páginas. En la obra, Linneo propone una manera de clasificar todos los animales, plantas y minerales existentes, lo que desde entonces se ha llamado el “Sistema de Linneo”.

 

Se ha dicho del siglo XVIII que fue la “era de la clasificación”, aunque ya desde Aristóteles se había intentado meter orden en la riqueza natural. Algo así como 50 diferentes maneras de clasificar seres vivientes fueron propuestas hasta 1799, pero sólo el sistema de Linneo perduró. Parcialmente, porque con el desarrollo de la secuenciación del ADN de los organismos, hoy se trata de organizarlos de acuerdo a su historia evolutiva y no tanto de acuerdo a sus características visibles. Pero cuando hablamos del “Homo Sapiens” estamos usando la llamada nomenclatura binomial de Linneo.

 

Carlos Linneo (1707-1778) estudió medicina y botánica en la Universidad de Upsala en Suecia, donde posteriormente sería profesor. Desde que era estudiante se interesó por los mecanismos de reproducción sexual en las plantas y comenzó a coleccionar numerosos especímenes durante sus expediciones botánicas en Suecia. Cuando obtuvo su doctorado en Medicina en 1735 en Holanda ya había recopilado suficiente material y había ideado una nueva forma de clasificar plantas. Urgido a publicar sus resultados, mandó a la imprenta la primera edición del Sistema Natural. Fue un éxito inmediato, tanto, que fue editada muchas veces, incluyendo cada vez más especies, hasta convertirse a lo largo de décadas en una enciclopedia de 3 mil 600 páginas de clasificación taxonómica. La fama que alcanzó Linneo lo llevó a la rectoría de la Universidad de Upsala y a recibir un título nobiliario.

 

Si consideramos todos los animales y plantas que existen, se les puede comenzar a agrupar de acuerdo a su similitud de acuerdo a ciertas características físicas. Los cuadrúpedos, por ejemplo, son todos los animales con cuatro extremidades. Hay categorías muy amplias, que abarcan muchos seres vivos, y otras más estrechas, con pocos ejemplares. En la época de Linneo muchos botánicos clasificaban plantas de acuerdo a la forma o color de sus hojas, pero el botánico sueco notó que era más apropiado ordenarlas de acuerdo a sus órganos reproductivos. Fiel a los prejuicios de la época, el primer nivel de clasificación la determinaba de acuerdo a los órganos sexuales masculinos, mientras que las subclasificaciones las hacia de acuerdo a los órganos sexuales femeninos. Aun así, su método era un avance muy importante sobre otros sistemas basados en casualidades taxonómicas.

 

Siglos antes, Aristóteles había propuesto en sus tratados lógicos que las cosas deberían clasificarse de acuerdo a lo esencial, la especie, que en el caso de los humanos sería su racionalidad, misma que los distingue completamente de otros animales. Cada especie, además, pertenece en un grupo que la aproxima o define muy en general, esto es lo que sería el género. Para Aristóteles los humanos pertenecerían al género de animales sanguíneos, diferente de los animales sin sangre (insectos, moluscos, etc.). Aunque la clasificación de Aristóteles es muy rústica, la idea de clasificar en términos de género y especie perduró hasta Linneo y la utilizamos hoy en las ramas terminales del árbol de clasificación. En el sistema llamado binomial, propuesto por Linneo, el género y la especie se especifican cada uno con una palabra (casi siempre en latín). El género se escribe con una mayúscula inicial, la especie con letras minúsculas, como en Tyrannosaurus rex.

 

¿Cómo se construye un árbol taxonómico? Lo más sencillo es proceder “de abajo para arriba”, comenzando con las especies claramente diferenciadas (por el hecho de que no se pueden cruzar entre sí), procediendo a crear grupos con características similares cada vez más amplios.

 

Linneo propuso una división en el tope del árbol taxonómico basado en tres “reinos”: el reino de las plantas, el de los animales y el de los minerales. Es una subdivisión que todavía utilizamos en la vida diaria, cuando no miramos detalladamente todo lo que ocurre en la biología. Los nombres usados por Linneo para su sistema de clasificación tienen una connotación social, así que debajo de los “reinos” vienen las “clases”, luego “ordenes”, para pasar a géneros y especies. Linneo originalmente no pensaba que su sistema de clasificación tuviera otra utilidad más que ayudar a identificar plantas y animales de manera certera (si fueron creadas por Dios, no hay ninguna relación de descendencia). Al reino de las plantas, por ejemplo, lo subdividía en 24 clases y al reino de los animales en seis: mamíferos, aves, anfibios, peces, insectos y “otros” (invertebrados que no eran artrópodos).

 

Obviamente este sistema de clasificación ha cambiado significativamente a medida que ha aumentado el número de especies que conocemos, para poder abarcar todas las características que podemos reconocer y cuantificar en cada animal.

 

La mayor revolución que sufrió el sistema taxonómico de Linneo fue la provocada por Darwin y su teoría de la evolución, un siglo después de la primera edición del Sistema Natural. Resulta entonces que el árbol de clasificación de pronto se convierte en un árbol de descendencia, como los árboles genealógicos de los humanos. Los niveles incluidos en el árbol han aumentado desde Linneo. Hoy tenemos al menos ocho niveles: dominios, reinos, filo (phylum), clase, orden, familia, genero y especie. Los dominios están en la raíz, de la que cuelga todo el árbol evolutivo y las especies son las hojas del árbol. Estos “árboles filogenéticos” los pintamos al revés, con la raíz arriba y las hojas abajo.

 

Pero los biólogos utilizan incluso más subdivisiones. El Homo sapiens, por ejemplo: pertenecemos al reino animal, al filo de los animales cordados, a la clase de los mamíferos, al orden de los primates, al suborden de los Haplorrihni, al infraorden de los Simiiformes, a la familia Hominidae, a la subfamilia Homininae, a la tribu Homini, al género Homo y a la especie sapiens. Como se ve, algunas divisiones tienen ahora subdivisiones con infradivisiones, y así sucesivamente.

 

Uno de los cambios fundamentales ha ocurrido en la raíz del árbol. Por encima de los reinos de las plantas y animales tenemos ahora “dominios” o “superreinos”. Hay tres: Archaea, Bacterias y Eucariontes. Las arqueobacterias son consideradas hoy muy importantes, porque muchas de ellas son extremófilas, están ahí donde casi nada puede sobrevivir, y podrían dar claves sobre el origen de la vida en la Tierra. Los eucariontes abarcan a los organismos compuestos por células con núcleo, o sea todo lo que Linneo ubicó en el reino vegetal y animal. Aunque Linneo llegó a proponer que pequeños animales transmitían enfermedades, obviamente nunca supo de las bacterias y otros microorganismos.

 

Es difícil entonces afirmar, como se hace muchas veces, que el sistema de Linneo perdura hasta la actualidad. Lo que más bien se quiere decir son dos cosas: primero, que la idea de ordenar especies en un árbol de clasificación de acuerdo a sus interrelaciones físicas cuantificables es correcta, y segundo, que la nomenclatura binomial (Homo sapiens, Tyrannosaurus rex) es lo que seguimos utilizando al referirnos a las especies. Es un sistema muy sencillo, con apellido y nombre propio, con el que etiquetamos a los seres vivos.

 

Ha habido otra innovación en las clasificaciones taxonómicas desde que comenzó la genética basada en el ADN. La “cladística” se ocupa de estudiar las ramas de árboles filogenéticos. Un clado es lo que queda del árbol al tomar un antepasado común y considerar a todos sus descendientes. Es diferente a los “taxones” que es “un grupo de organismos con circunscripción, posición y rango”, pero esa discusión dejémosla a los especialistas.

 

El Sistema Natural de Linneo es breve en cuanto al texto, pero contiene magnificas tablas de cada uno de los reinos por él propuestos. Las tablas son ya obsoletas, pero asombran por el conocimiento enciclopédico que revelan. En el libro, Linneo parte de que las especies son inmutables, desde que Dios las creó y no deberían aparecer nunca nuevas especies. Su categorización del reino mineral es simplista, pero aún así muy interesante. Su clasificación de las plantas, de acuerdo a la manera que fructifican, fue un aporte muy significativo para su época. El mayor error de Linneo, y que se puede identificar con racismo, es haber distinguido cuatro subespecies de humanos, poniendo a los africanos y a los indios americanos en un cajón distinto a los europeos. Hoy en día se considera que la única subespecie de Homo sapiens es Homo sapiens sapiens, es decir, la humanidad moderna en su conjunto, con un primo cercano, Homo sapiens neanderthalensis, ya extinto (quizás por culpa nuestra).

 

Cuando el Sistema Natural fue publicado era en realidad work in progress, sólo un fragmento de lo que llegaría a ser a través de las diversas ediciones. Con ojos muy abiertos, Linneo transitó por la vida del investigador metiendo sus narices en todo. Linneo fue, por ejemplo, el que convenció a Anders Celsius, su profesor en Upsala, de invertir la escala que lleva su nombre para que la temperatura de ebullición del agua fuera de 100 y no de cero grados.

 

Cuando se describe una nueva especie en la taxonomía hay que tomar un espécimen de referencia (por ejemplo, los restos de un animal en un museo) y hay que demostrar que se trata efectivamente de un animal o planta desconocidos. Es lo que se llama el “tipo nomenclatural”. Es un “lectotipo” si la atribución del espécimen concreto se hace después de la publicación de la descripción. Si alguien tiene dudas, se va al museo y se analiza otra vez al espécimen. Curiosamente, Carlos Linneo es el “lectotipo” para Homo sapiens, que por eso a veces es llamado “Homo sapiens linnaeus”. Esto se hizo apenas en el siglo veinte, como homenaje al naturalista, aunque la designación no tiene ningún valor práctico concreto ya que a nadie se le va a ocurrir ir a abrir su tumba para verificar cuantos huesos tiene el Homo sapiens de a deveras. Quizás el filósofo Jeremy Bentham, quien donó su cuerpo embalsamado para que fuera expuesto en una vitrina, como es el caso hasta el día de hoy, hubiera sido una mejor elección.

 

FOTO: La clasificación de la flora hecha por Linneo se basó en la forma de los órganos sexuales de las plantas./ Especial

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