Identidades cruzadas: una construcción epistolar

Ago 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 3256 Views • No hay comentarios en Identidades cruzadas: una construcción epistolar

 

A través de esta correspondencia, maestra y alumna reflexionan sobre lo que es ser indígena, la primera desde su perspectiva como antropóloga extranjera, y la segunda como nativa preocupada por la pérdida de cultura ancestral que ha ido experimentando su pueblo

 

POR JUDITH FRIEDLANDER Y MARIBEL VARGAS ESPINOSA 
Mi querida Maribel,

Acabo de recibir un correo de Gerardo Antonio Martínez, coeditor del suplemento cultural Confabulario del periódico El Universal, invitándome a participar en un número especial, dedicado al tema de la identidad indígena a 500 años de la caída de Tenochtitlán. Específicamente me escribe, “Hay algunas preguntas que nos parecen importantes resolver y que pueden ser de interés para nuestros lectores” sobre lo que quiere decir ser indígena hoy.

 

Cuando recibí la invitación, no sabía si debería aceptarla ¿Cómo “resolver” en pocas palabras preguntas tan complicadas—y hacerlo en el abstracto? ¿Sobre todo yo, la autora de Ser indio en Hueyapan, de cuyo libro recibió críticas coléricas hace más de 40 años, cuando lo publicó El Fondo de Cultura Económica? El ya fallecido Rodolfo Stavenhagen, eminente antropólogo mexicano, me denunció en Nexos en 1978 por “la total ausencia de un marco teórico,” y por haber vaciado “la identidad étnica de un grupo [los habitantes de tu pueblo] de su contenido cultural propio.”

 

Además, me critican todavía. En septiembre de 2017, después del sismo de 7.1 de magnitud que afectó 90% de las casas de tu pueblo, La Jornada dedicó un artículo entero al desastre en Hueyapan, en el que se enfatizaba —como si fuera tan importante como la tragedia misma— que “este pueblo náhuatl es famoso entre los antropólogos por la polémica etnografía escrita […] por Judith Friedlander.” El artículo por R. Aída Hernández Castillo, caricaturizó mi análisis de la misma manera penosa que lo había hecho antes el Profesor Stavenhagen. Después de haber descartado lo que había escrito, la periodista explicó que un grupo en tu pueblo, los Tigres de Hueyapan, “está contradiciendo los pronósticos de la antropóloga estadounidense.”

 

Finalmente, en lugar de rechazar la invitación, decidí de proponerte a ti que hablemos juntas sobre ser indígena hoy, yo como antropóloga estadounidense que hice investigaciones etnográficas en Hueyapan, y tú, como pedagoga mexicana, originaria de este pueblo indígena, que hiciste un doctorado en la Universidad Pedagógica Nacional y una tesis sobre el Conflicto cultural en la formación docente de profesores de origen indígena (2013).

 

Como te acuerdas bien, nos conocimos en 1969, el día que llegué a tu pueblo, ubicado magníficamente bajo el Popocatépetl. Eras entonces una niña vivaracha de cinco años, y yo una doctoranda de 25 años. Tu papá, Rafael Vargas y abuelita Zeferina Barreto, me habían invitado a vivir con ustedes, pocos minutos después de que bajara del camión de pasajeros. No me acuerdo cómo, ni por qué, sino que simpatizamos inmediatamente, creando un lazo emocional fuerte que ha durado más de 50 años. A pesar de todas las diferencias culturales, lingüísticas y sociales, nos entendimos muy bien, como si fuéramos de la misma familia. Con tu abuela igual. Gracias a doña Zeferina, una persona muy respetada en Hueyapan —era curandera y vendía en el mercado los martes— el pueblo me aceptó con los brazos abiertos. Además, era muy “comadrera” tu abuela y me llevaba siempre con ella, presentándome a todos como su hija “gringa.” Cuando nos conocimos doña Zefe y yo, en octubre de 1969, ella tenía 64 años. Nos despedimos por última vez en diciembre de 2001, una semana antes de que muriera; tenía 96 años.

 

Durante el año que pasé en Hueyapan, tus paisanos me invitaron a participar activamente en la vida comunal del pueblo. Pues sí, Profesor Stavenhagan (descanse en paz), me interesaba mucho en las costumbres y tradiciones del pueblo, por ejemplo, en el idioma náhuatl, en el tejido hecho en telares de cintura y en la comida indígena. Por un lado, el pueblo quería que enseñara inglés en la escuela; por el otro, que ayudara a las comadres a hacer tamales en la casa del mayordomo durante las fiestas de los santos y la Virgen de Guadalupe. ¿Tortillas también? Eso no, porque las mías eran un fracaso.

 

Aceptada por ustedes como miembro de tu familia fue uno de los regalos más preciosos de mi vida. Me acuerdo con mucha emoción las noches que pasábamos juntos en la cocina, tomando un té de limón o de manzanilla, bañándonos en el temazcal, siempre con doña Zeferina que no salía de la choza hasta que todos se bañaran. Un ritual en que no participaba tu papá —tenía mucho orgullo de su origen indígena ¡pero no como para tomar un baño de vapor con su mamá en el temazcal!

 

Hablando con tu papá, aprendí mucho. Era un maestro de primaria y un personaje importante en Hueyapan, con ambiciones grandes para el pueblo ¿Sobre qué hablábamos? De la historia y cultura indígena en general, pero sobre todo de tu pueblo, donde los mayores —los de la generación de su mamá— hablaban todavía el náhuatl entre ellos. Lo hablaba él también, pero menos y nunca con los niños. Un pueblo también donde algunas mujeres, como Epifania Alonso, tejía todavía gabanes, rebozos, bufandas y xincuetes con sus telares de cintura. Hablábamos igualmente de la teoría lingüística de Saussure y las noticias políticas, domésticas e internacionales.

 

¿Qué aprendí sobre la cuestión indígena? Después de vivir un año en Hueyapan —luego visitándolo con frecuencia— y después de hacer más de cien entrevistas detalladas con tus paisanos —luego pasando muchas horas también en los archivos— confirmé lo evidente: que la identidad indígena tiene una historia larga, triste y profunda. La tenemos que estudiar con cuidado, in situ y a través de los siglos. Entonces, podemos hablar de la utilidad posible de las grandes teorías, impuestas de afuera, que buscaba en mi análisis el profesor Stavenhagen.

 

Los que se tomaron el tiempo para leer mi libro completo, saben que los habitantes de Hueyapan han sufrido mucho, pero están fuertes. Era un pueblo de mucha dignidad y resistencia en 1970 y lo es todavía hoy.

 

¿Qué más dicen los que me critican? Que según mi análisis la “indianidad en ese pueblo [sea] una identidad forzada promovida por los ‘extremistas culturales’ y considerada como un estigma por los habitantes que lo menos que querían eran ser considerados indígenas.” Así lo describen en La Jornada. El profesor Stavenhagen lo había descrito más o menos igual, explicando después que no sabía yo hacer la buena pregunta. Hablar del “indio” a los habitantes de Hueyapan, me regañó, es como hablar del “nigger” con un negro norteamericano. Pero me hablaban a mí del “indio” en el pueblo, sin intervención manipulativa de mi parte, para explicarme por qué tenían vergüenza cuando me invitaron a comer en sus “tristes casas”. Ser indio, o ser indígena, no se veían ninguna diferencia semántica en 1969-70. Y con razón. Tenían orgullo y dignidad en ese entonces, pero vivían pobremente. Y ellos entendían muy bien por qué eran pobres.

 

Ser indígena en México hace 50 años quería decir ser pobre, y es lo que quiere decir todavía. Hay marcos culturales también, claro que sí, pero se puede identificar como indígena hoy sin hablar un idioma prehispánico, o practicar cualquier otra llamada tradición indígena ¿No hay indígenas ricos también? Muy pocos. Para apreciar la ironía amarga de esta realidad, sugiero que leas otra vez la “Ley indígena” introducida por el presidente Vicente Fox. Y que no te olvides tampoco que este último capítulo en la historia larga del indígena mexicano empezó cuando se abrió la frontera económica del país, en los años 1990, cuando el presidente Salinas dio la bienvenida al mercado global y al neoliberalismo, un fenómeno apoyado por la ONU. Tenemos que estudiar esta nueva celebración internacional del multiculturalismo sistemáticamente, en términos económicos, durante este período histórico de hoy cuando los mercados capitalistas no dependen tanto de los estados-nación.

 

Las críticas hablan mucho y de una manera despreciada, de lo que escribí sobre un movimiento de “extremistas culturales” que tenía ganas de establecerse en el pueblo en los años 1960, sin explicar que hablaba yo de ellos solamente como un ejemplo entre otros. Varios grupos de fuera del pueblo, a través de los siglos, han venido para enseñar a los habitantes cómo jugar el papel cultural, social, y económico de ser indígena en una sociedad controlada por gente que no era indígena.

 

Después de la conquista española del pueblo, entre 1522 y 1524, vinieron primero, en 1526, los encomenderos, después los curas en 1534. Con la Guerra de Independencia en el siglo XIX, llegaron los hacendados. Y desde 1920 hasta los años 80 del siglo pasado, vinieron políticos del gobierno revolucionario, misioneros culturales, maestros de escuela, evangélicos, curas del movimiento de la Teología de Liberación, extremistas culturales y claro, antropólogos. Finalmente, en los últimos años, empezando en los 1990 y 2000, llegaron también CONACULTA, La Comisión de Derechos Humanos y grupos particulares, promoviendo el apoyo de la cultura indígena ¿Una mezcla de posiciones ideológicas? Sí, pero todos transmitiendo el mismo mensaje —a veces sin querer— que tocaba con la claridad sonora de una campana de iglesia: Si quiere uno tener éxito, mejor quitar el pueblo indígena. Y lo hacen en Hueyapan en cifras impresionantes, emigrando para Cuernavaca, la Ciudad de México y el extranjero. Hoy, hay comunidades importantes de inmigrantes de Hueyapan viviendo en los Estados Unidos, por ejemplo, en un barrio de Nueva York, donde nos vemos de vez en cuando, tus paisanos y yo. Son seis mil y pico viviendo en Hueyapan y más de mil en Queens.

 

¿Qué es hoy ser indígena? Sugiero que la buena respuesta, se encuentre en una sencilla placa en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, donde se ven representadas las tradiciones, azteca, española colonial y mexicana moderna, por tres estructuras imponentes: una pirámide azteca en ruinas, una iglesia católica construida de las mismas piedras de la pirámide y un edificio moderno del gobierno posrevolucionario. La placa declara:

 

“El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cauhtémoc, cayó Tlatatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy.”

 

En el “México profundo” como en Tlatelolco, se ven las huellas de una gran cultura indígena ya destruida por “el doloroso nacimiento” del mestizo, por ejemplo, el idioma náhuatl y el telar de cintura en Hueyapan. Me alegro que miembros de tu generación, Maribel, se dediquen, como tú y tu hermano Arturo, a conservar y desarrollar las lenguas indígenas y las demás tradiciones que tienen raíces en el México prehispánico. Raíces débiles ahora, después de tantos años de destrucción, pero mejor que nada. Lo que me interesa a mí en el idioma náhuatl de hoy, entre muchas otras cosas, es la persistencia de la influencia del árabe en el léxico — vocabulario del castellano colonial que entró en el náhuatl, y desapareció entonces en el español moderno— como la palabra “tomin” para decir la moneda del peso. Hay una historia rica y muy cosmopolita en la cultura de tu pueblo, un cosmopolitismo que te interesa mucho a ti que te enamoraste tanto del pensamiento de la filósofa húngara, la ya fallecida Ágnes Heller.

 

Esperando tu respuesta, te mando muchos abrazos,

 

Judith

 

Querida maestra Judith:

 

Gracias por la invitación de escribir con usted para El Universal sobre la cuestión de ser indígena hoy, y hacerlo en un estilo epistolar, como nos escribimos en privado cada semana. Antes de empezar, permítame explicar a los lectores del periódico por qué le llamo maestra y le hablo de usted, cuando usted me habla de tú. No puedo tutearla, por la misma razón que usted no podía tutearle a mis padres y abuela. En cambio, claro, me tutea a mí porque me conoce desde que era una niña. Y por costumbre le llamo maestra, en el pueblo usted enseñaba inglés y todos le decíamos maestra. Así que por siempre es la maestra Judith.

 

Han pasado cincuenta y dos años desde nuestro encuentro afortunado en 1969. Así fue, nos conocimos siendo yo una niñita de cinco años y usted una mujer joven de veinticinco años. La recuerdo muy bien, llegó a mi casa acompañada de mi papá Rafael, venía usted con una minifalda, una forma de vestir “atrevida” para las costumbres de la vida del pueblo. Se quedó a vivir con nosotros, a pesar de muchas incomodidades y carencias, pero “apechugó” y permaneció durante un año. Recuerdo también que mis hermanos y yo la acompañábamos a varias casas en donde hacía entrevistas, bueno, en ese momento yo no sabía que estaba entrevistando y que las pláticas terminarían siendo información para su libro. Siempre llevaba una libreta para anotar lo que le contaban y en ocasiones también una grabadora, aparato sorprendente para mí, me parecía algo mágico. Muchas veces la miré escribir junto al tlecuil (fogón) y muchas veces me pregunté qué tanto escribía y me dije que cuando yo estudiara también escribiría así, como usted. Desde entonces entablamos una hermosa y gran amistad, tanto que yo la he llamado mi madre intelectual. Nunca hemos dejado de comunicarnos, el correo postal fue nuestro aliado y ahora el email. En varias ocasiones he viajado a Nueva York para visitarla y conocer cómo es el sistema de enseñanza en las escuelas primarias, tanto públicas como privadas. En todas mis visitas, usted se ha portado como una verdadera amiga, se ha portado como nosotros la tratamos en Hueyapan, como decía mi papá: ¡a toda madre!

 

¿Qué significa ser indígena hoy 500 años después de la caída de Tenochtitlán? Me parece muy importante la pregunta, pero más que respuestas concretas, creo que lo que se puede ofrecer son dos puntos de vista: el de la antropóloga “gringa” y el de la originaria de Hueyapan.

 

Claro que Ser Indio en Hueyapan es un punto de referencia importante para hablar de las cuestiones de ser indígena en este momento. Usted plantea justamente este ser indígena desde la mirada de los propios indígenas, asumida desde dentro como sinónimo de pobreza y de carencias y no como la visión idílica que desde fuera se establece: la vida bonita del indígena, sus fiestas y tradiciones, sus vestimentas hermosas. Un punto de vista que ocasiona malestar, porque finalmente se pone de manifiesto la terrible desigualdad económica que existe en las comunidades indígenas, no sólo de Hueyapan. De ahí las críticas recibidas por Rodolfo Stavenhagen.

 

Por otra parte, también este estudio etnográfico que hace en Hueyapan durante un año (1969-1970), en donde se involucra con la gente y se incorpora a las actividades cotidianas de mi comunidad ha permitido a otros antropólogos e investigadores sociales, mirar a la etnografía no sólo como un método de investigación, sino como una manera de acercarse a un “objeto de estudio” de manera más humana por así decirlo. No sé si otros investigadores sociales han logrado tener una relación tan estrecha con las comunidades que investigan, lo que sí sé es que usted logró conectar con la gente de mi pueblo a pesar de tantas barreras culturales, sociales y económicas, lo cual le permitió tener acceso y observar muchos eventos que sólo les está permitido a los propios de la comunidad. Prueba de ello, es que en su última visita a Hueyapan en junio de 2018, después del sismo espantoso que nos hizo tanto daño, la gente que la conoció durante su estancia en el pueblo la saludaba afectuosamente y nosotras seguimos en contacto después de tantos años. También es increíble cómo los inmigrantes de Hueyapan, que viven en Nueva York, la buscaron porque habían leído su libro y que después usted ha colaborado con ellos en diversos eventos. No cabe duda que siente un cariño especial por Hueyapan.

 

De mi lado, tenía interés en las tradiciones y costumbres de mi pueblo desde que era niña, porque mi papá, mi abuela y mi mamá se preocupaban por enseñarnos a amar lo nuestro. Sin embargo, lo que pasaba en mi familia con el habla de la lengua náhuatl, ocurría en casi todas las familias del pueblo: los adultos se comunicaban en náhuatl, pero a los jóvenes y niños se les hablaba en español. Las pláticas entre mi abuela, mi papá y mi mamá siempre eran en náhuatl, no así con nosotros, que siempre nos hablaron en español. En ese entonces, a mis escasos cinco años nunca di importancia a este hecho, era tan normal que nos hablaran en español y no en náhuatl. Ahora, cuando reflexiono sobre el porqué no nos permitieron poseer nuestra lengua, que aunque ya no era pura en ese tiempo, se encontraba mezclada con el español, era un bien que provenía desde nuestros antepasados y habría que conservarlo. No fue así. Actualmente, lo entiendo casi en su totalidad, pues crecí escuchándolo, sin embargo no lo hablo del todo y en ocasiones me cuesta articular las palabras y debo buscarlas mucho para expresar una idea. El no hablar bien la lengua náhuatl me causa malestar y dolor, decir que soy indígena de Hueyapan y no hablarla bien me avergüenza. No soy la única que se enfrenta a esta situación, lo mismo pasa con otros habitantes indígenas del país.

 

Quizá por ello, elaboré mi tesis doctoral recuperando este asunto complicado de ser indígena en este mundo global, en donde el mercado lingüístico se inclina a la desaparición de las lenguas indígenas. Así, recuperé la historia de vida de ocho maestros indígenas después de salir de sus comunidades de origen. La constante en todos los casos es que se enfrentaron, durante el trayecto de su formación docente, a la marginación, discriminación y asimilación. Además, salir de sus comunidades representó un alto costo: en principio alejarse de la familia, el terruño, los amigos, perder u olvidar la lengua materna, incluso asimilarse a la cultura de recepción ¿A qué viene todo esto? A qué hablar una lengua indígena es sinónimo de inferioridad, hablar una lengua indígena significa ser despreciado y discriminado, para qué enseñarla entonces a los hijos. Lamentablemente se han perdido muchas lenguas indígenas y es una lástima.

 

Ahora sin lengua propia, los indígenas seguimos siendo indígenas y seguimos siendo pobres y pobres en varios sentidos, pues también hemos sido despojados de muchos bienes culturales como lo es la lengua. En su libro México íntegro, Moisés Sáenz (impulsor de las escuelas rurales y las misiones culturales en los años veinte y treinta) planteaba que uno de los objetivos centrales de la educación integral era la castellanización, este pensador decía: si el pueblo no habla nuestra lengua, no es de nosotros. Otros personajes como Manuel Gamio y José Vasconcelos, también concebían que el uso de la lengua indígena representaba un atraso cultural y pugnaban por la homogeneización lingüística como un acto civilizatorio.

 

A usted le interesó la lengua, el tejido de gabanes y rebozos en telar de cintura, vestir con el xincuete, rebozo de lana (que me regaló en mi última visita a Nueva York en 2019) y usar ixcacles, tanto que, cuando vivía en Hueyapan, se mandó a hacer su propio traje y lo usaba en las festividades religiosas del pueblo que lo ameritaban, siendo una extranjera, porque ni las jóvenes lo usaban (incluso ni mi abuela, ni mi mamá usaba el xincuete). Como ya le dije, tenía interés en las tradiciones y costumbres gracias a mis padres y abuela, sin embargo y paradójicamente, una gringa tenía que venir a enseñarme a valorar mucho más todas estas cosas. También, las escuelas a las que asistí fuera del pueblo cumplieron un papel fundamental para tomar conciencia sobre estos elementos de mi cultura indígena. Haber estudiado la secundaria en el Internado Palmira, en Cuernavaca, Morelos, fue sin duda, de importancia vital para tomar conciencia del valor que representaban en mi vida.

 

Mi mamá era experta en hacer el hilo de lana con el malacate y aprendí de ella muchas cosas, aunque en mis años de infancia y juventud no daba mayor importancia, sin embargo, ahora me preocupa mucho la enseñanza y rescate del uso del malacate y el telar de cintura. Implementé un taller de telar de cintura para niñas, niños y jóvenes en junio de 2018, en él aprendieron a elaborar prendas de lana con esta herramienta ancestral. Y me preocupa el rescate de la lengua, pero además de mi participación activa en el renacimiento y fortalecimiento de las tradiciones indígenas del pueblo, estoy escribiendo un libro sobre la historia de Hueyapan, su lengua, sus costumbres y tradiciones.

 

Entonces ¿qué significa ser indígena para mí? Como le dije en un inicio, no daré una respuesta concreta a esta interrogante, más bien, expresaré una idea desde mi historia de vida, desde mi vida cotidiana diré que ser indígena no es algo que se vive de la misma manera por todos, que esta identidad indígena que usted manifiesta como histórica, triste y profunda efectivamente es la que nos va definiendo a través de los años y que lo seguirá haciendo. Veo ser indígena hoy como motivo de orgullo, pero también como algo desafiante, a pesar de tantas dificultades y a pesar de tantas pérdidas. Seguimos siendo indígenas después de muchas conquistas e intervenciones, pero ahora con más carencias que antes y no me refiero a carencias materiales solamente, sino de lo que carecemos culturalmente en comparación a nuestros ancestros. De manera inducida u obligada los pueblos indígenas hemos renunciado a muchas de nuestras herencias culturales y lingüísticas.
Perdemos y ganamos, de no haber salido de Hueyapan (con todo el dolor de mi corazón y muchas lágrimas) no hubiera estudiado en Palmira, donde tomé conciencia del valor de mi identidad indígena y después en la UPN donde estudié la obra de la gran filósofa húngara Ágnes Heller, quien usted me presentó posteriormente y con quien entablé una magnífica amistad hasta su muerte en julio de 2019. La inspiración del pensamiento filosófico de Ágnes Heller me llevó a escribir mi tesis de maestría recuperando su concepto principal de Vida Cotidiana.

 

No niego tampoco que exista un cosmopolitismo en la cultura de mi pueblo y aún más en mi propia vida, pero ¿Por qué no conservar lo propio e incorporar lo extranjero? ¿Por qué no tener ambos legados sin perder el propio? Lamentablemente así ha sido el despojo cultural, premeditado o no, de los pueblos indígenas y aquí impera lo que usted menciona con mucha tristeza, yo sé: “Si quiere uno tener éxito, mejor quitar el pueblo indígena”.

 

Sí, los habitantes de Hueyapan hemos sufrido mucho, estamos fuertes, somos un pueblo con mucha dignidad como cuando nos conoció hace más de cincuenta años, sin embargo, cuando usted vino al pueblo le tocó conocer a señores que querían a su pueblo, trabajaron por él sin esperar una paga, por supuesto también había conflictos y luchas de poder, inevitablemente, pero las acciones estaban encaminadas a mejorar las condiciones de vida de los hueyapeños. Actualmente existen luchas de poder, que han llevado a enfrentamientos severos al interior del pueblo y a una inestabilidad política profunda. Desde que se decretó a Hueyapan como Municipio Indígena en diciembre de 2017, los problemas políticos internos no han parado.

 

Pues aquí tiene mi contestación, que más que una respuesta es una reflexión en torno a lo que yo he vivido como una mujer indígena del pueblo de Hueyapan, Morelos. Reciba también muchos abrazos con todo mi cariño.

 

Maribel

 

Notas

 

Judith Friedlander es profesora de antropología emérita de Hunter College (City University of New York).  Su último libro es A Light in Dark Times: The New School for Social Research and Its University in Exile (NY: Columbia University Press, 2019). Ser Indio en Hueyapan (Fondo de Cultura Económica, 1977) es la traducción de la primera edición de Being Indian in Hueyapan (St. Martin’s Press 1975). Una nueva edición más amplia salió 31 años más tarde (Palgrave Press, 2006) que lleva la historia del pueblo y la discusión sobre la cuestión de ser indígena en México hasta el siglo XXI.

 

Maribel Vargas Espinosa es profesora emérita de pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 153 Ecatepec. Entre sus publicaciones recientes, escribió: “Vida Cotidiana, Lengua Materna y Discriminación de las Comunidades Indígenas” ¿Revoluciones en la Vida Cotidiana? 50 Años Después, coordinado por Lukasz Czarnecki (México: Siglo XXI Editores, 2019) y “Repensando la escolarización: Los desafíos de la escolaridad más allá de las aulas” Educación y racismos. Reflexiones y casos. Coordinado por Saúl Velasco C. et. al. (México: Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de Norte y Universidad Pedagógica Nacional, 2021).

 

FOTO: Zeferina Barreto y Judith Friedlander en 1990, a la State University of New York, Purchase, donde vino doña Zeferina a dar una charla sobre la experiencia de tener una antropóloga viviendo en su casa. Para esta ocasión, decidió excepcionalmente de poner un xincuete. La foto, por Wilbur Funches, salió en The Journal News (The Gannett Westchester Newspapers), el 3 de mayo, 1990, y en la última edición de Being Indian in Hueyapan (NY: Palgrave, 2006)/ Crédito:  Wilbur Funches, cortesía Judith Friedlander

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