Colombia a través de la narrativa de Evelio Rosero

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En entrevista, el escritor bogotano habla sobre su obra Casa de furia, una novela que muestra las problemáticas de su país a través de la historia de una familia, los Caicedo, en donde prima el arribismo, las venganzas y la hipocresía

 

POR JUAN CAMILO RINCÓN
En medio de una celebración familiar, entre la romería de los invitados, el ruido del torbellino de la fiesta y el aspaviento de una historia donde hierven los pecados, también hay secretos. Las faldas se levantan, los besos se esconden y los reclamos se silencian. Tíos, meseros, gallinas, suegros, sirvientes, loros y nietos corren y vuelan, beben y bailan, pelean y se perdonan. En las habitaciones y en el patio, en los balcones y en los baños, debajo de las escaleras y en el garaje hay chismes, gritos, cantos, mentiras y susurros. Todo esto confluye en Casa de furia, la novela más reciente del escritor Evelio Rosero.

 

La de los Caicedo es la casa de furia que alude a un país donde hay tantos escándalos y, al mismo tiempo, tantos que prefieren mirar hacia otro lado respaldados por un silencio cómplice. Es una Colombia como una familia enorme en la que cada uno carga las penas de su pasado y su presente, donde a algunos se les hincha el pecho, orgullosos de sus logros, mientras otros agachan la cabeza porque se sienten poca cosa. Es el lugar donde habitan las violencias, el arribismo, las venganzas y la hipocresía.

 

Desde las primeras páginas, se anuncia la tragedia que sobrevendrá para la familia y sus allegados. El prestante magistrado Nacho Caicedo celebra el aniversario de sus nupcias con Alma Santacruz, un evento en el que son requisito los excesos y la abundancia de comida, licor y saña. El autor va arrojando luces para sostener el suspenso que se extiende por todo el libro y sólo se revela cuando falta poco para dar vuelta a la última página. La anticipación ansiosa es suavizada por episodios con tintes mordaces y una narración que se toma su tiempo para describir a la dulce pero recia Uriela, que colecciona cabezas reducidas y es fan de los Beatles; al tío Jesús, actor dramático y manipulador profesional; a los tres Césares, que corretean por la casona y juegan con fósiles; a un mago, un ciclista y un catedrático que se arrastran para obtener las delicias que prometen las piernas de Perla Tobón; a un niño de siete años que llega a comprender que “el conocimiento a secas no es la felicidad”.

 

Son alrededor de 70 personajes que nos cuentan cómo hacemos fiesta de la tragedia y verdades incuestionables de las mentiras.

 

Bueno, la vida de una familia numerosa, de nueve hermanos, es bastante diferente a la de una menos numerosa, digamos de dos o tres hermanos. Ese tipo de experiencias enriquecieron la realidad de mi novela, y el mismo espacio físico de la casa. Las casas que habitamos eran casas grandes, con patios y jardín, tan distinto a hoy en día, a esta época de apartamentos. Pero de la vida de los personajes de la novela a mi vida de familia, nada que ver, hay mucho trecho. Casa de furia es ficción absoluta.

 

En uno de los apartes usted dice que “Bogotá se oía como un corazón desquiciado”. ¿Qué fue lo más impactante de esa Bogotá de los años 70 a la que usted volvió cuando tenía 12 años?

 

Bogotá se oía como un corazón desquiciado en los años 50, a pocos años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, cuando la ciudad quedó incendiada y arrasada. Esa es la ciudad que se describe, la ciudad de la que huía Lucio Rosas, el cazador, en 1950. La ciudad de 1970 que yo vi, por lo menos en lo que respecta a mi barrio, era una ciudad americanizada, las casas con antejardines, los niños con uniforme de beisbolista, los niños boy scouts, los coches y supermercados, la música, todo lo que distingue a una década.

 

Hay alrededor de 70 personajes en su novela. ¿Se propuso desde el inicio crear tantos, o fueron surgiendo y usted los fue acogiendo en el relato?

 

Fueron surgiendo e imponiéndose a su manera. Todo empezó con ese capítulo primerizo donde yo me pongo a mencionar la llegada de los diferentes invitados, sus nombres, sus actividades. Yo no me proponía ahondar más en ellos, pero con el desarrollo de la novela adquirieron cada uno su propia importancia vital: los tíos, los sobrinos, los asesinos, los músicos y magos y profesores. Así ocurre con la hechura de cualquier novela: hay magia intempestiva.

 

Entre las descripciones que hay en el libro, la del cuarto de Uriela me llamó particularmente la atención: el autorretrato de Van Gogh enmarcado con palos de bambú, los afiches de los Beatles, la muñeca negra, calva y sin ojos, los fotogramas de Humphrey Bogart en Casablanca y de Simbad el Marino, el dibujo de Freud. ¿Cómo construyó ese personaje tan auténtico y tan entrañable?

 

Uriela tiene cosas de mí mismo, y también de mis hermanas. Esa emoción de familia me ayudó a sensibilizar al personaje, a dotarlo de ciertas cualidades entrañables. Pero sólo hasta allí, porque Uriela, como el magistrado Caicedo, como Alma Santacruz, es ficción que proviene de la realidad del país.

 

Desde la portada se anticipa una presencia permanente de los animales en la historia. ¿Dónde nace este interés por los animales como metáfora?

 

Sí, hay una presencia permanente a todo lo largo de mis novelas es la de los animales, sobre todo los gatos. No es una escogencia voluntaria. Debo advertir que en la casa de mis padres siempre hubo animales de toda índole: perros, gatos, loros. En Pasto había un corral con gallinas y pavos. En Tumaco y en Cartagena, cuando yo todavía no había nacido, me cuentan que mis padres tenían toda clase de animales de selva.

 

Sabemos que muchos de los personajes fueron inspirados en gente que conoce, incluso familiares suyos. ¿Cuál de los personajes es cien por ciento ficción, y cómo fue su creación?

 

Diría que uno de los personajes cien por ciento ficción es Nimio Cadena, el jefe de los asesinos. Empezando por su nombre, claro. Pero digo que es pura ficción porque no guarda relación con ninguno de mis amigos del pasado ni con mis parientes. Y, sin embargo, el personaje deja de ser ficción cuando se desentraña su génesis básica: el asesino del país, el que se venga, el que es abogado y corrupto; mejor dicho, a mi modo de ver, un prototipo del país, un arquetipo de lo peor, un imbécil, un mentecato, pero con todo el poder de la muerte en sus manos.

 

La escena de los invitados de la principalía sentados a la mesa me recordó la película El discreto encanto de la burguesía, de Luis Buñuel. ¿Hay alguna película que lo haya inspirado en la creación de Casa de furia?

 

No hay una película determinada, pero el cine en general, el que más me ha impactado, tiene que ser naturalmente una influencia en mi obra. Ahora que menciona a Buñuel, El fantasma de la libertad fue una película que me encantó. Y la vi en ese mismo teatro del barrio, con otras tantas de Fellini y Passolini, bastante antes de adentrarme en las grandes obras de la literatura.

 

En la novela se evidencian muchos “pecados”: hipocresía, arribismo, machismo, deslealtad, avaricia. ¿Cuál es el gran pecado en este país?

 

Son muchos. Ahora, diría que la soberbia.

 

El sarcasmo y la ironía atraviesan el libro: la hija del magistrado que trabaja como payasa, Los Malaspulgas Band, el Mefistófeles musical, el traductor de niños de la calle, el Caruso Bogotano. ¿Cómo o de dónde nacen esas ideas y ese tono mordaz en medio de las pequeñas y grandes tragedias de la vida cotidiana?

 

No estoy seguro. De los sueños, de las pesadillas, de una conversación oída al azar, de lo que me contaron acerca del amigo de un amigo, de una simple unión entre dos experiencias que da por resultado la tragedia de un personaje cualquiera, o su felicidad.
Es muy relativo, pero uno, como escritor, está por allí, simplemente esperando a que vengan las voces del aire y se apoderen de uno.

 

FOTO: Además de Casa de furia, el escritor Evelio Rosero es también autor de La carroza de Bolívar (2012) y Mateo solo (1984). Crédito: Claudia Rubio/El Tiempo

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