Clint Eastwood y la autorredención final
Mike Milo es una exestrella del rodeo que dedica su vida a la crianza de caballos, pero todo cambiará cuando su antiguo jefe le pida ir por su hijo adolescente Rafo a México, donde vive asediado por el crimen organizado
POR JORGE AYALA BLANCO
En Cry Macho(ídem, EU, 2021), testamentario opus 39 del supremo intérprete legendario y realizador estilista estadounidense de increíbles 91 años Clint Eastwood (luego de La mula 18 y El caso de Richard Jewell 19), con guion de Nick Schenk y N. Richard Nash basado en la novela homónima de éste, el añoso vaquero texano exestrella del rodeo-exalcohólico-excriador equino Mike Milo (Clint Eastwood ya fragilito-fragilito) es despedido por desobligado del rancho de su protector Howard (Dwight Yoakam) en 1979, pero al año siguiente el mismo propietario chantajistamente lo contrata para que se interne en México al rescate de su desbalagado hijo de 13 años Rafo (Eduardo Minett) cuya agresiva madre involucrada con el crimen organizado Leta (Fernanda Urrejola en plan de seductora superhembra mexicana) desde hace tiempo no puede controlar, pero el gringo correoso lo contacta durante una redada en un palenque clandestino y, tras cruzar amenazas mutuas, logra convencerlo de ir a conocer al padre, a ese extraño muchacho admirador de la fuerza viril del gallo Macho que siempre lleva consigo, así como ansioso de convertirse en vaquero, y los dos varones, el anciano decrépito y el chavo insatisfecho, inician un accidentado viaje en camioneta hacia el norte, chocando de continuo con el desalmado pistolero de la madre Aurelio (Horacio García Rojas) y requiriendo tomar desviaciones para eludir retenes policiales, a lo largo de un azaroso periplo en el que se ven despojados de su vehículo, deben robarse otro que se avería a medio camino, se internan en el desierto, se enteran por teléfono de los engaños del lejano Howard, se refugian en un santuario de la Virgen María y se hacen amparar por la enérgica abuela restaurantera viuda todavía guaposa aunque al cuidado de numerosos nietos huérfanos Marta (Natalia Traven impositiva imponente), con quien Mike baila una canción romántica y gracias a ella se conecta con fallidos traficantes de caballos salvajes que el diestro cow boy foráneo ayuda a domar para ser vendidos a buen precio, antes de reemprender el rumbo, enfrentarse a los criminales y a policías ineptos, hasta que Mike le entrega a Howard a su vástago Rafo precozmente maduro en la frontera, si bien él decide regresarse al lado de la prolífica abuela mexicana Marta, a modo de autorredención final.
La autorredención final adopta la feneciente forma de una fascinante y lírica más que épica aventura existencial radicalmente íntima y mitológica que transcurre en un imaginario país-entelequia denominado México (incluso con inserto del Monumento a la Revolución de una minúscula Mexico City) y que se ha reducido a un puñado de estereotipos nacionales presuntamente idiosincráticos: palenques, identificación juvenil con el gallo emblemático de la fuerza viril y con un aspiracionista vaquero machista rampante jamás sádico-misógino sino por el contrario idealizador-masoquista, mujeres ardorosas y ultraofrecidas en el fondo sólo bragadas e indomeñables, devoción a una Virgen María con resplandores de innombrable Guadalupe, criaturas rurales abestiadas, policías omnipresentes más palurdos que corruptos, todo concurriendo a potenciar una fábula clásica, aunque genéricamente híbrida de neowestern, road picture, thriller rural y drama psicológico elemental, una fábula moral dura de tragar, si bien tan reduccionista, y superficialmente ridícula, subjetiva, metafórica o alegórica, como podrían serlo El gallo de oro de Juan Rulfo o cualquier relato ultrabarroco de Daniel Sada, por ejemplo, de un lado, o aquel destellante y sublime-hiperfalso-grotesco western gringomexicano de Edgar Ulmer El bandido/The Naked Dawn (54) que aquí se prohibió por presuntamente denigrar al país y que Truffaut consideró hasta su muerte su película favorita y la más bella de todos los tiempos.
La autorredención final ostenta en deliberado tono menorcísimo el virtuosismo expresivo de la fotografía en pastosos tintes áridos que no polvorientos de Ben Davis (el de Tres anuncios para un crimen) y una contundente edición de David S. y Joel Cox muy contemplativa hasta en las elipsis obligadas por las escasas acciones violentas, compensando con sus intensidades lo previsible de la trama, al servicio de los temperamentos opuestos y mutuamente apodícticos del solitario proclive a una decrepitud jamás decadente que huye hacia la crítica de su remoto pasado exitoso al reconocerlo como inútilmente riesgoso, y del chavo que al lado de su gallo Macho (a la vez instrumento de sobrevivencia, mascota y paradigma identitario) escapaba a las vejaciones de los efímeros galanes maternos en busca de valores más acordes con su sangre joven.
La autorredención final hace desembocar perentoriamente una línea westernista contemporánea que pasa por el resucitado seudosalvador que exterminaba a todo un pueblo infernal pintado de rojo en La venganza del muerto (73), por el practicante del rodeo anacrónico cual absurdista camusiano en Bronco Billy (80), por el reverendo vuelto delegado de la muerte en El jinete pálido (85), por el egregio saldador de cuentas trágicas de Los imperdonables (90), y por el desgraciado irónicamente vuelto heroico acarreador de droga para un cártel mexicano en La mula, cual si se tratara de conjuntar personajes, temas y sobresaltos en una melancolía feroz y paradójicamente satisfecha, como si se tratara de otra de las deudas éticas que mueven a su personaje-síntesis Mike, otra vez todoamparador hombre sin rumbo pero en trance de hallarlo en el reposo de guerrero.
Y la autorredención final culmina con la pareja binacional bailando abrazada su amorosísimo tema romántico (“Sabor a mí”) dentro de un restaurante cerrado a la aún resplandeciente luz de un morigeradamente wagneriano crepúsculo de los dioses vencidos pero dichosos, en plena epifánica, apoteótica y revivificadora liquidación feliz y conclusiva, ya sin posibilidad para Mike/Eastwood de otra nueva vieja historia migratoria al revés que contar.
FOTO: Clint Eastwood interpretando a Mike Milo/ Crédito: Especial
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