La clave del poema como lucidez
POR ALBERTO RUY SÁNCHEZ
Entre los primeros poemas que Octavio Paz quiere reconocer completamente suyos, con los que abre Libertad bajo palabra en 1935, y el último poema que publica en 1996, se distingue un insólito rasgo común. Los separan más de sesenta años, muchas experimentaciones, mutaciones y descubrimientos, tanto en la vida como en el oficio. Pero los une la misma noción del poeta como testigo de la fugaz epifanía que es la vida: súbita aparición de una claridad que un instante después se desvanece. Y del poema como lenguaje de ese momento excepcional en el cual “el pensamiento ve, los ojos piensan” mientras la vida sigue su camino hacia el silencio. Es decir, el poeta como lo concibe Octavio Paz ejerce una manera excepcional de lucidez en el mundo.
Octavio Paz subtituló su poema final “Diálogo con Francisco de Quevedo”. Pero ya su primera reflexión de juventud sobre la poesía había sido indirectamente un diálogo con Quevedo. Y más precisamente con las Lágrimas de un penitente, en donde Paz veía una especie de existencialismo antes del existencialismo y un aliento precursor del Baudelaire que se sabe nacido en el mal, sin salvación. Paz identifica ahí la semilla de la angustia o de la rebelión modernas.
Entre el día “hecho de tiempo y de vacío”, que en 1939 lo llenan de luz y de nada, y el tiempo y el espacio que en 1996 “caen vertiginosos” hacia el silencio, cobraría existencia una de las más singulares aventuras poéticas del siglo XX.
Octavio Paz comenzaría a escribir sintiéndose desgarrado entre una poesía pura, que defendían los poetas de la generación anterior que él admiraba, y una poesía social, acorde con una idea mesiánica de la sociedad futura que, él quería creer, se forjaba entonces en América Latina. Como ninguna de estas dos poéticas lo dejaba completamente satisfecho, comenzó a formular una solución paradójica: el poema como luz negra que señala la conciencia de estar en el mundo, de vivir entre los otros y en la historia. El poema como síntesis de opuestos: el arco del guerrero y la lira del que canta. Ni opuesto ni subordinado a la historia, el poeta arde en la conciencia apasionada de estar en ella.
Pero también el poema como la más profunda presencia de la vida, de sus milagros y calamidades. Búsqueda perpetua: “Y me hundo en mí mismo y no me toco”. Y a la vez búsqueda ritual del cuerpo de la amada: “única tierra que conozco y me conoce, única patria en la que creo, única puerta al infinito”.
Así, la poesía de Paz se va forjando entre el abismo de la soledad existencial y la comunión trascendente con los otros. Y por supuesto, con la amada: “Más allá de nosotros, en las fronteras del ser y del estar, una vida más vida nos reclama”.
En la posguerra vivió en París y fue atraído por el surrealismo. “Era un grupo de poetas libres en una ciudad intoxicada por teorías e ideologías que exacerbaban la pasión pero no iluminaban el alma”. Los poemas en prosa de ¿Águila o sol? llevan la huella de esa fascinación. Y el poema extenso Piedra de sol, de 1957, capital en la obra de Paz, es una síntesis de todas sus inquietudes hasta entonces. Un crisol de sus exploraciones formales y de su pensamiento poético. Abismo y erotismo, historia y memoria personal, símbolo y materia, sensación e idea, finalmente se encuentran en una forma poética que es eco de tradiciones y a la vez su desafío. Recapitulación y renacimiento del poeta.
Después, en la India desde 1962, su poesía se convulsiona y un erotismo extendido se vuelve piedra angular de su búsqueda. El encuentro con Marie José Paz, de la que no se separaría un solo día desde 1964 hasta su muerte en 1998, marca esa nueva manera: “A veces la poesía es el vértigo de los cuerpos y el vértigo de la dicha y el vértigo de la muerte”. Su poética se vuelve una erótica.
El poema extenso Blanco y el poema narrativo El mono gramático sintetizaron la huella doble de la otredad en su mundo: la del oriente y la de la amada. Pero muy pronto llegaría la expulsión del paraíso. Un poema sobre la matanza de estudiantes en México, en 1968, acompañaría su renuncia a ser embajador del gobierno responsable de ese crimen. Gesto que sería recordado en la entrega del Premio Nobel que recibiría en 1990.
En “Nocturno de San Ildefonso”, como en “Pasado en claro” y en otros poemas de los setenta, renacen las preocupaciones por la memoria personal entretejida con la Historia. La solución poética de Paz es reformulada confiriendo a la poesía su función de última lucidez.
La poesía es la crítica a la modernidad pero no intelectual sino pasional, en nombre de realidades que son negadas por la edad moderna. Lo que Octavio Paz llama “la otra voz”: la del hombre que está dormido en el fondo de cada hombre. Y cuya existencia la poesía muestra, no demuestra, señala sugiriéndola e inspirándola. Porque la poesía se nutre de la imaginación y es, según Paz, “el antídoto de la técnica y del mercado”, esos nuevos ídolos huecos de las masas, como hasta hace poco lo fueron los dogmas religiosos y las ideologías totalitarias.
Octavio Paz escribió tantos ensayos fundamentales sobre el arte, la sociedad, la historia, la política internacional y la de México, que ya con ellos su obra sería piedra fundamental de la cultura contemporánea. Pero es su poesía donde está el eje lúcido que alimentó su pensamiento y su manera peculiar de estar en el mundo. La poesía es la clave de las claves de su obra. Tanto que, incluso quienes comentan sus ideas políticas sin comprender el sentido de rebelión poética que lo anima no comprenden sino la sombra de lo que dice. Octavio Paz es fiel a una lectura de la poética de Aristóteles que señala una diferencia radical entre el historiador y el poeta. El primero escribe lo que sucedió, el segundo cuestiona lo que sucedió desde una visión más amplia que no se conforma con lo que le cuentan y con lo que piensan otros y considera lo que debió haber sucedido y lo que podría haber sucedido.
Esa visión de poeta, más amplia, con más dimensiones (incluyendo las sensoriales), más inquieta e inquietante rige sus ensayos tanto de política como de arte.
Su último poema, su diálogo final con Quevedo, busca ser un poema de reconciliación con la fragilidad de la vida, sus convulsiones y abismos. Como dice Paz que sólo T. S. Eliot lo había logrado. La vida regresa al silencio, a la muerte del poeta, pero no importa porque “sabemos ya que es música el silencio y somos un acorde del concierto”.
FOTO: Octavio Paz vivió en París durante la posguerra
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