Alcohol y literatura: matrimonio en conflicto

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Como guiados por un terrible destino, Malcolm Lowry y Dylan Thomas, dos genios de la literatura, fueron consumidos por los vicios etílicos, pero en más de una ocasión sus respectivas obras parecieron destilarse desde cada uno de sus infiernos

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS 

Bajo el signo del fuego

 

I

 

Se oye el retumbar de los truenos de una
descomunal tormenta que se aproxima.
Carta a Carol Brown, novia de juventud,
10 de junio de 1926.

 

Desde que nace el 28 de julio de 1909 en el condado de Cheshire, Clarence Malcolm Lowry está destinado al fuego: Leo, el signo zodiacal que le corresponde, se rige por el más feroz de los cuatro elementos. A partir de la adolescencia, el menor de los cuatro hijos de una acomodada pareja británica comienza a nutrir la tormenta ígnea que acabará por consumirlo: a los 17 años, mientras cursa la preparatoria en la Leys School de Cambridge —donde permanece de 1923 a 1927—, adquiere “cierta reputación como bebedor subrepticio”, según dice su biógrafo Douglas Day. Marcado por la lumbre de una escritura que oscilará siempre entre la aridez y la grafomanía, Lowry halla no obstante en el mar y el alcohol —dos manifestaciones líquidas— el combustible necesario para su obra. Así, atraviesa el océano para alcanzar el Lejano Oriente (1927) y Estados Unidos (1929), donde conoce a Conrad Aiken, el padre espiritual que en su novela Ushant (1952) convierte a Malcolm en Hambo, un borracho indómito.

 

II

 

En tales ocasiones uno llega patinando a Saigón o a Tashichozong, o al Polo Sur, o a Arcturus, o al Popacatapetl [sic].
Carta a Nordahl Grieg, escritor noruego, ocho de septiembre de 1931.

 

Luego de publicar sus primeros relatos en el Leys Fortnightly en 1926, Lowry se topa con El barco sigue su rumbo, la novela de Grieg que en el verano de 1930 lo impulsa a hacerse nuevamente a la mar y a recalar en un pueblo al norte de Oslo, donde convive con el autor que será una de sus mayores influencias. Fruto de las travesías oceánicas de juventud son Ultramarina (1933), la primera de las dos novelas que Lowry editará en vida, y En lastre hacia el Mar Blanco, proyecto monumental que quedará no sólo inconcluso sino destruido y que Conrad Aiken, que leerá el texto en una de sus primeras versiones en 1937, describirá como “muy extraño, muy profundo, muy retorcido, maravillosamente rico”. Obsesionado por el yo, como señala Gordon Bowker, Lowry empieza a diseñar en estos libros el juego autobiográfico que caracteriza su accidentada producción poblada de alter egos: Dana Hilliot (Ultramarina), Bill Plantagenet (Piedra infernal), Geoffrey y Hugh Firmin (Bajo el volcán), Sigbjørn Wilderness (Oscuro como la tumba donde yace mi amigo), Ethan Llewelyn (Ferry de octubre a Gabriola).

 

III

 

No necesitas beber mezcal para acercarte a las ratas.
Carta a Antonio Cerillo, gerente del hotel Francia en Oaxaca, diciembre de 1937.

 

El Popocatépetl, esa encarnación del fuego que ronda a Lowry desde 1931 y que gobierna con diversa intensidad su trilogía mexicana (Bajo el volcán, Oscuro como la tumba donde yace mi amigo y La mordida), se materializa hasta el 18 de noviembre de 1936, cuando el autor y Jan Gabrial, la actriz que se vuelve su primera esposa en enero de 1934, se instalan en Cuernavaca en el número 62 de la calle Humboldt. Narrador ya publicado pero insatisfecho, Lowry porta un considerable currículum etílico: en 1932, al cabo de graduarse en filología inglesa en Cambridge y durante una turbia estancia londinense, derriba un caballo de un puñetazo; en 1933, poco antes del lanzamiento de Ultramarina, entra en el comedor de un hotel cargando una maleta con un conejo muerto; en 1935 pasa diez días internado en el ala psiquiátrica del hospital Bellevue en Nueva York. El currículum se engrosa en México, donde Lowry se viste de Orfeo y desciende al Hades del mezcal en busca de una Eurídice que se transfigurará en Bajo el volcán.

 

IV

 

[Dollarton] es un magnífico lugar para vivir, para trabajar, o para suicidarse.
Carta a Gerald Noxon, amigo y colega, 26 de agosto de 1940.

 

Después de su primer infierno mexicano, que incluye el abandono de Jan —de quien se divorcia en noviembre de 1940—, la estadía en la cárcel de Oaxaca durante la navidad de 1937 y el regreso forzado a Estados Unidos en julio de 1938, Lowry encuentra su paraíso terrenal en Canadá. Acompañado por Margerie Bonner, exactriz y autora de novelas policiacas a quien conoce en junio de 1939 y con quien se casa en diciembre de 1940, el escritor decide echar raíces en una cabaña de pescadores en la ensenada de Burrard, cerca del pueblo de Dollarton, en Columbia Británica. Se abre así un paréntesis edénico que se prolonga 14 años —de agosto de 1940 a agosto de 1954— y logra atenuar un poco las crisis etílicas. Envuelto en su crisálida canadiense, Lowry resiste el rechazo de Bajo el volcán por parte de 12 editoriales y entre 1941 y 1944 se entrega a la cuarta y última versión de su obra maestra. Atrás, como lastre en un mar de alcohol, quedan las versiones fechadas en 1937, 1938 y 1939.

 

V

 

Lo que yo digo es algo nuevo sobre el fuego del infierno.
Carta a Jonathan Cape, editor británico,
dos de enero de 1946.

 

1944 es el año en que el fuego irrumpe en el exilio paradisiaco de los Lowry: el siete de junio un incendio arrasa con la cabaña de Dollarton y de paso con el manuscrito de En lastre hacia el Mar Blanco. La pareja cruza Canadá perseguida por las llamas, que consumen una casa a punto de ser rentada en Oakville y el hogar de un vecino en Niagara-on-the-Lake. En noviembre de 1945, al cabo de reconstruir la cabaña de Dollarton y fiel a su obsesión por el mes del Día de Muertos —fecha en que se desarrolla Bajo el volcán—, Lowry viaja con Margerie a su segundo infierno mexicano, que culmina con la deportación de ambos en mayo de 1946. Sin embargo, un mes antes —el 6 de abril— Bajo el volcán resulta aceptada por Jonathan Cape (Londres) y Reynal and Hitchcock (Nueva York), luego de que Lowry envía al primero su célebre defensa de la novela desde la dirección de Cuernavaca (calle Humboldt 24) que sirve de modelo a la casa de Jacques Laruelle, uno de los integrantes del cuadrángulo amoroso del libro.

 

VI

 

Estoy desmoronándome de un modo firme, constante e incluso bello.
Carta a Albert Erskine, editor estadounidense, 10 de agosto de 1948.

 

El fuego camina con Lowry a lo largo de 1947: en febrero se halla en Haití, internado en un hospital donde pasa todo un día mirando una araña que sube por una pared; ese mismo mes, durante una fiesta ofrecida por su amigo James Stern como parte del tour promocional de Bajo el volcán en Nueva York, sufre una hemorragia nasal y decora un baño con su sangre. El incendio continúa en 1948: en abril, en una de las escalas de un desastroso periplo europeo, Lowry intenta asfixiar a Margerie y vuelve a ser internado. El éxito de la segunda y última de las novelas que publicará en vida lo precipita a un vértigo del que emerge hasta enero de 1949, cuando regresa a Dollarton para dictar nuevos textos a su mujer, inclinado sobre el escritorio. “A veces —dice Margerie a un médico— permanece así por una hora, buscando la palabra precisa.”

 

VII

 

¿Sabes los nombres de las estrellas, sabes qué pájaro vuela sobre tu cabeza y qué flor es la que se abre?
Carta a David Markson, amigo y discípulo, 15 de junio de 1957.

 

El 11 de agosto de 1954, nueve meses después de que Random House rescinde por incumplimiento el contrato firmado en 1952, Lowry es expulsado en definitiva de su paraíso canadiense pero no sin antes planear el esquema que englobaría su labor bajo un título emblemático: El viaje que nunca termina. En febrero de 1956, luego de someterse a un intenso tratamiento psiquiátrico en Londres y de enterarse del derrumbe del muelle que construyera en Dollarton —un muelle que “poseía un simbolismo vital para Lowry: era su madurez, su cordura, su matrimonio, su obra”, según Douglas Day—, el autor renta The White Cottage, una casa en el pueblo de Ripe (East Sussex). Ahí, el 26 de junio de 1957, ingiere su último coctel a base de ginebra y amital sódico para celebrar sus bodas de perla con el alcohol, el combustible cómplice que le permitió alimentar el fuego de la literatura y transformarse en un incendio legendario que se extiende hasta nuestros días.

 

Coda

 

Pero el instinto guía al auténtico artista (cosa que creo ser, aunque lo diga yo mismo) hacia lo que desea.
Carta a Jacques Barzun, crítico y filósofo, 6 de mayo de 1947.

 

En 2000, la actriz Jan Gabrial publica Inside the Volcano: My Life with Malcolm Lowry, libro de memorias donde revela haber conservado alrededor de 265 páginas en papel carbón de una versión inicial de En lastre hacia el Mar Blanco que Lowry confió a la madre de la propia Gabrial antes de que la pareja viajara de Nueva York a México en 1936. En 2003, dos años después de la muerte de Gabrial, el responsable de sus propiedades deposita en la Biblioteca Pública de Nueva York todos sus documentos, entre los que se halla un mecanuscrito de En lastre hacia el Mar Blanco realizado por la actriz en 1991, así como un puñado de fotocopias de varios capítulos de la versión en carbón de la novela escrita a mano por Lowry. En 2004, al cabo de la acuciosa labor editorial efectuada por un grupo de especialistas en la obra del autor británico, la University of Ottawa Press publica finalmente En lastre hacia el Mar Blanco, añadiendo una addenda conformada por notas y pasajes sueltos hechos por Malcolm Lowry. El fuego de la creación, así pues, se ha impuesto una vez más al fuego de la destrucción.

 

El poeta Dylan Thomas. Crédito: British Literature Wiki. 

 

“Dylan Thomas. Escribía poesía”

 

Asombra un poco que en Tumbas (2006), magnífico catálogo literario y visual de las últimas moradas de 84 poetas y pensadores en distintas partes del mundo, el gran autor neerlandés Cees Nooteboom no haya incluido la de Dylan Thomas. Pero sólo un poco: a diferencia del grueso de las sepulturas registradas en el libro, la de Thomas carece ciertamente de fuerza y encanto; no hay un elegante mausoleo, ni un busto conmemorativo, ni siquiera una losa labrada: apenas una cruz blanca donde se lee, en caracteres góticos, una simple inscripción: “En memoria de/ Dylan Thomas/ nació Oct. 27 1914/ murió Nov. 9 1953/ R.I.P.” Ubicada en el cementerio de la iglesia de San Martín en Laugharne a 40 kilómetros de Swansea, cuna del escritor galés que recobró la antigua noción de bardo, la tumba contradice con su sencillez los alcances y la complejidad de una obra que no por breve —90 poemas en un lapso de 18 años— dejó de renovar la lírica contemporánea en lengua inglesa. Tal sencillez, no obstante, parece responder secretamente al deseo que el propio autor expresó en la “Elegía” inconclusa dedicada a su padre:

 

[…] Oh que siempre yazga

luminoso por fin en la colina final llena de cruces,

bajo la hierba, enamorado, y que joven se vuelva

entre los largos rebaños, y nunca yazga perdido o quieto

en todos los innumerables días de su muerte […]

 

Un joven perpetuo: esa es justo la imagen legada por Thomas. Empezó a versificar a los ocho años, publicó su primer texto a los 11 y su primer libro a los 20, se casó a los 23, fue padre a los 25, comenzó a colaborar con la BBC como guionista y locutor a los 26, recibió su primer premio a los 31, lanzó su poesía completa a los 38 y falleció a los 39: un trayecto meteórico que evoca el de Arthur Rimbaud, esa otra rara avis que surca el firmamento literario. Sin embargo, pese a los estragos causados por el alcohol y las turbulencias de una vida que sobre todo en el último tramo privilegió la errancia debido a maratónicas giras de lecturas por Estados Unidos —el precio de la fama—, Thomas no renunció jamás a cierto fulgor lozano en la mirada, demostrando lealtad a las líneas que cierran “Si los faroles brillaran”:

 

He oído el contar de muchos años

y muchos años tendrían que atestiguar un cambio.

 

La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque

aún no ha tocado el suelo.

 

En sus fotos de madurez vemos a un hombre abotagado y obeso, coronado por la célebre mata de rizos rebeldes que no pintaron canas: una especie de Eolo que se empeñó en liberar los vientos de Gales en forma de extensos y rigurosos versículos que corren cargados de lunas y leche materna, de aves y fantasmas, de Adanes y gusanos, de alusiones a la Biblia y al zodiaco. Esos vientos o versos —para el caso es lo mismo— dejaron de soplar en el hospital de San Vicente en Nueva York, donde Thomas expiró el mediodía del 9 de noviembre de 1953 en brazos de la enfermera que lo bañaba: una pietà que podría haber tenido cabida en uno de sus textos más religiosos. (“Poeta de una fe irracional e intensa —señala Esteban Pujals—, escribía impulsado por el religioso deleite de cantar constantemente la obra de Dios y ponerla ante los ojos de los hombres, ataviada con su divina gloria.”) Quien acudió a la morgue a identificar su cuerpo fue James Laughlin, fundador y director del sello New Directions, que refiere el diálogo sostenido con la responsable de las actas de defunción:

 

Ella no podía deletrear Dylan, así que le indiqué cómo se escribía.

—¿Cuál era su profesión?

—Poeta.

Esto la desconcertó.

—¿Qué es un poeta? —preguntó la chica.

—Escribía poesía —contesté.

Así que eso dice el acta: “Dylan Thomas. Escribía poesía.”

 

Complementada por valiosas incursiones en la autobiografía (Retrato del artista cachorro), la narrativa (El visitante y otras historias), el teatro (Bajo el bosque lácteo) y el guion para cine (Veinte años creciendo), esa poesía ceñida a cinco volúmenes (18 poemas, 25 poemas, El mapa del amor, Muertes y entradas y Poemas completos 1934-1952) se debatió entre dos polos esenciales, el amor y la muerte, como si buscara reflejar inconscientemente la dualidad de la vida sentimental de Thomas, regida por la presencia de Vera Phillips, su novia de adolescencia, y Caitlin Macnamara, la mujer con quien se casó y procreó tres hijos (Llewelyn Edouard, Aeronwy Bryn y Colm Garan Dylan): “Me han dicho que piense con el corazón/ pero el corazón, como el cerebro, conduce al desamparo.” Apasionado de los símbolos y las referencias cosmológicas y mitológicas, un filón derivado de su origen celta que se explora con especial arrojo en “En dirección al altar bajo la luz del búho”, la serie de 10 sonetos en la que aletea una de sus figuras tutelares —la lechuza, emblema tanto de la melancolía como del saber y la experiencia humana— y que remite al cuadro de Rufino Tamayo titulado El hombre frente al infinito, Thomas profesó una extraña fidelidad no a su esposa sino al nueve: la cifra que corresponde a su signo zodiacal (Escorpión) y que surge con insistencia, muchas veces multiplicada por dos, en varias etapas de su biografía. Para empezar, nació un 27 de octubre (2+7=9) y murió el nueve de noviembre de 1953 (1+9+5+3=18). Su primer libro, 18 poemas, se publicó el 18 de diciembre de 1934; le sigue 25 poemas, que apareció en septiembre de 1936, es decir en el noveno mes del año; El mapa del amor se editó el 24 de agosto de 1939, es decir en el octavo mes (24+8+1+9+3+9=54; 54 entre 3, ya que se trata del tercer libro, da 18); Muertes y entradas se lanzó el siete de febrero de 1946, es decir en el segundo mes (7+2=9), y Poemas completos 1934-1952, editado en noviembre de 1952, reúne la labor de 18 años. Por si fuera poco, Thomas contrajo matrimonio el 11 de julio de 1937, o sea en el séptimo mes (11+7=18), y sus famosas últimas palabras, formuladas la noche del cuatro de noviembre de 1953 antes de caer en el coma del que ya no saldría, fueron estas: “He tomado 18 whiskies seguidos. Creo que es un buen récord.”

 

Devoto así pues de un número fronterizo que se suele asociar al paso de la juventud a la edad adulta —inició su carrera con 18 poemas y la remató con dieciocho tragos que pudieron ser más metafóricos que reales—, Dylan Thomas sintetizó su arte en una carta a su colega Henry Treece:

 

Toda secuencia de imágenes debe ser una secuencia de creaciones, recreaciones, destrucciones y contradicciones […] y de este inevitable conflicto de imágenes […] intento crear ese momento de paz que es un poema.

 

Paz es precisamente lo que se respira en la tumba de este hombre giratorio, como él mismo se definió en el prólogo en verso a sus Poemas completos. En la cruz blanca se echa de menos, no obstante, la leyenda que reza en el acta de defunción: “Escribía poesía.”

 

FOTO: El escritor Malcolm Lowry/ Crédito: Especial

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