Pablo Larraín y la femidentidad reconquistada

Ene 15 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 7755 Views • No hay comentarios en Pablo Larraín y la femidentidad reconquistada

 

Esta cinta descubre a Lady Di como una mujer en búsqueda de su identidad dentro de un entorno que la acallaba

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
En Spencer (RU-EU-Chile-Alemania, 2021), heterodoxo opus 9 del chileno santiaguino internacional de 45 años Pablo Larraín (Tony Manero 08, Post mortem 10, Ema 19), con guion del también realizador inglés Steven Knight (Locke 13), la rubia explebeya Diana princesa de Gales (Kristen Stewart hipersensitiva) se dirige erráticamente, en aciago proceso de ruptura con su marido el infiel príncipe Carlos (Jack Farthing) y conduciendo su auto hacia la mansión con suntuosos jardines de la reina en Sandringham a fines de 1991, para vivir en forma devastadora los tres días más decisivos de su existencia: Nochebuena, Navidad y la fiesta de San Esteban o Boxing Day, durante los cuales se refugia tan simbólica cuan efectivamente en su ya tapiada casa natal en Park House para arrancarle a un espantapájaros una chaqueta paterna de pronto fetichizada o rompiendo de noche los alambres que protegen la morada, llega escandalosamente tarde a las ceremonias y banquetes presididos por Su Alteza siempre acompañada por una docena de perros corgis, deserta en plena iglesia engalanada al descubrir entre la concurrencia a su odiada rival Camila, viola uno a uno los rígidos protocolos fríamente marcados que determinan desde el valor de su peso en oro hasta los atuendos que debe portar en cada actividad doméstica vuelta ritual tieso, se enfrenta al jefe de logística con chorreante cara de perro difunto Gregory (Timothy Spall) que intenta infundirle en vano un posmilitarista imperial fervor patrio (“Yo jamás he pedido el sacrificio de nadie”), se hace consentir por el chef de cocina Darren (Sean Harris) al frente de un archidisciplinado ejército de ayudantes, alucina a la luz del día y tiene pesadillas con la decapitada inmortal Ana Bolena (Amy Manson) cuya biografía aparece aviesamente en su aposento para enterarla que fue acusada de traición siendo la traicionada cual Diana misma, sueña con arrancarse del cuello un obsequiado collar para devorar sus perlas en un plato de sopa, se refugia en mezquino cuan grandilocuente Juego de Tronos paranoico (“¿Van a matarme?”) cuya monarca Isabel II (Stela Gonet) la conmina a que espere a ser billete de diez libras, se enfrenta durante una secuencia de billar hipotético en alejados planos a 180 agrados al odiado marido que la engaña cínicamente y la conmina a dividir su ego entre el verdadero y el expuesto a los ávidos paparazzi mientras ella deja caer al suelo la bola negra que la representa, sufre el doloroso despojo y la devolución extrema de su ayuda de cámara Maggie (la escuálida Sally Hawkins de La forma del agua) que acabará confesándole su amor más allá de la lealtad como culminación asertiva de una eufórica escapada a la playa, e impide que sus hijos púberes participen en una violenta virilista cacería de faisanes, cuyo resultado conjunto será una femidentidad reconquistada.

 

La femidentidad reconquistada hace oscilar la crisis de la nueva heroína de Larraín entre la psicotización naturalista de Fuga (06) o de los relegados curas pederastas de El club (15) y la persecución individual-política al poeta nacional en Neruda (16), más el sarcasmo-boomerang de la revocación de mandato de Pinochet NO (2010), pero ante todo viene grácilmente a constituir al lado de la trágica epopeya luctuosa de Jacqueline Kennedy en Jackie (16) un díptico de dulces antibiopics feministas en íntimo tono mayor sobre testas coronadas, con una estética de la suavidad, a través sobre todo de fotografía de la francesa Claire Mathon en acariciadores tintes tenues e inmensidad de planos distantes, y vinculada-vehiculada por la mutante música ambiental de Jonny Greenwood cuyos efluvios poéticos, a base de los largos acordes un cello desnudo y los inconsolables lamentos de una idílica trompeta solitaria, sirven formidablemente al contagio de la sublime ansiedad alucinatoria y la infinita tristeza informulable de la cálida Diana nunca Lady Di.

 

La femidentidad reconquistada reclama entonces, con el mayor derecho y sutileza, la dimensión de una revuelta moral prolongada que va involucrando en su seno resonancias y sueños reverberantes tan célebres como la esencializada inadaptación radical de María Antonieta (Sofia Coppola 06) cual celebérrima involuntaria rockstar anticipada, los satíricos absurdos ceremoniales y los geometristas brincoteos lúdicos de La princesa de las ostras (Lubitsch 1919), la doliente figura de la adulta ovillada en un rincón de una oquedad casera cual huerfanita desvalida de En el balcón vacío (García Ascot 61), las carreritas longitudinales en travelling lateral que funden a la actual Diana con todas las precedentes Diana que ha sido al estilo del momento cumbre de La estrategia de la araña (Bertolucci 70), la abortada cacería donde culminan los desfiguros del alma individual-colectiva (Diana imitando la mímica de un ave inerme) de La regla del juego (Renoir 39), o como la honrosa y autoafirmadora negativa a reunirse con el marido despreciado para asistir a la ópera o a la farsa real de La sonriente señora Beudet (Germaine Dulac 1923), nada más ni nada menos.

 

Y la femidentidad reconquistada cumple finalmente al pie de la letra con el reivindicador consejo irónico que daban cada año las feministas setenteras del magazine Ms a sus lectoras: regálate tu propio nombre para Navidad, a través de esa disminuida y relegada/autorrelegada Diana al fin autonombrándose Spencer que corre exultante por la carretera en su automóvil convertible al lado de sus dos hijos púberes, cantando todos a grito pelado la balada rock de época “Todo lo que necesitas es un milagro” del grupo inglés Mike y los Mecánicos, por dignidad y salud mental rumbo a una nueva vida en libertad y a una educación en busca de valores auténticos, fuera del ámbito de la asfixiante familia real, más cerca de un horizonte abierto al Támesis y en torno a la egregia efigie simple, sin afeites protocolarios ni yoes divididos, de una hermosa y empoderada Diana Frances Spencer.

 

FOTO: Kirsten Stewart interpreta a Diana de Gales en Spencer/ Crédito de foto: Especial

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