Karl von Frisch y el lenguaje de las abejas
En 1965, el entomólogo descubrió que estos insectos son capaces de comunicarse entre sí de manera simbólica, lo que causó gran controversia, pues despojaba al hombre como el único ser capaz de concebir un lenguaje
POR RAÚL ROJAS
Se ha dicho que la obra del biólogo austriaco Karl von Frisch representa la “cuarta humillación de la humanidad”. La primera la perpetró Copérnico al expulsar a la tierra del centro del universo. La segunda es culpa de Darwin al hacernos descender de los animales. La tercera humillación la produjo Freud al hacernos ver que el subconsciente determina muchas de nuestras acciones. Y la cuarta se dio cuando Von Frisch demostró que pequeños insectos pueden comunicarse de manera simbólica. De pronto resultó que la comunicación con símbolos no era un privilegio de los humanos. El pequeño cerebro de una abeja, con sólo un millón de neuronas, puede operar con lo que Von Frisch llamó un “lenguaje”.
Esto lo reveló el investigador austriaco en multitud de escritos que produjo a lo largo de su vida profesional. En su libro El lenguaje de la danza y la orientación de las Abejas de 1965, el científico resume 30 años de investigación que comenzaron en 1923 con un reporte preliminar sobre “psicología animal”. Ya el solo hecho de hablar de “psicología” de un pequeño insecto es sorprendente. Pero más maravilloso fue lo que Von Frisch descubrió, algo que muchos investigadores se negaron a aceptar durante décadas. Transcurrieron muchos años antes de que a Von Frisch se le otorgara el Premio Nobel en 1973.
¿Qué fue lo que reveló von Frisch? Desde la antigüedad clásica se había observado que aquellas abejas que han encontrado néctar regresan al panal, en donde agitan el cuerpo para llamar la atención de otras abejas recolectoras. Von Frisch pudo demostrar que esas abejas realizaban una “danza” que les comunica a las abejas que las rodean en qué dirección y a que distancia se encuentra la fuente de néctar que han descubierto. En otras palabras: la abeja danzante les indica a sus colegas el vector de vuelo que tienen que seguir para encontrar el alimento.
Tenemos que ir un poco más despacio. Las abejas son insectos sociales: viven en grandes comunas de abejas hermanas con una refinada división del trabajo. Los zánganos, es decir las abejas macho, son expulsadas del panal y su vida se reduce a inseminar a la reina del panal, que toda su vida se la pasa encarcelada, produciendo huevecillos. Las abejas jóvenes se dedican a cuidarlos, a las larvas y al panal, manteniendo todo limpio. A medida que pasan las semanas, las abejas se van “graduando” hasta que se convierten en abejas recolectoras de néctar, polen y agua. Sus primeros vuelos son de reconocimiento, alrededor del panal, para memorizar el entorno.
Una abeja es muy pequeña (de 1.3 a 1.5 cm de largo) pero puede volar hasta 5 km, de ida y vuelta al panal. A nuestra escala, es como si el Homo sapiens pudiera salir a buscar alimento en un círculo con un radio de 500 km. Por eso, aún sabiendo que el alimento está ahí, en un área muy grande, es considerablemente difícil para una abeja encontrar las flores que están produciendo néctar sin recibir ayuda de la abeja que ya las halló. Muchos biólogos pensaban, antes de Von Frisch, que lo que ocurre es que las abejas en el panal salen y siguen en vuelo a la abeja que ha escenificado la danza. Es decir, llegarían al néctar guiadas directamente por la abeja bailarina.
Sin embargo, Von Frisch pudo mostrar que lo que realmente ocurre es más extraño e increíble. En la obscuridad del panal, la abeja danzante se orienta con respecto al eje vertical. Lo puede hacer porque muchos insectos pueden reconocer la dirección de la gravedad con sensores en sus cuerpos. La abeja que quiere reclutar abejas recolectoras anuncia el descubrimiento del néctar haciendo oscilar rápidamente la parte posterior de su cuerpo (unas trece veces por segundo). Simultáneamente da unos pocos pasos hacia adelante. El ángulo que su avance forma con el eje vertical es precisamente el ángulo con el que hay que volar al salir del panal, con respecto a la posición a plomada del sol.
Supongamos que la abeja baila de tal manera que su cuerpo está orientado 30 grados con respecto a la dirección vertical, en la dirección de las manecillas del reloj. Las abejas que observan el baile deben entonces salir y volar en una dirección 30 grados a la derecha de la posición del sol (en plomada, al proyectar la posición del sol en el horizonte). Es más, la distancia que tienen que volar las abejas es proporcional a la duración del baile. Mientras más tiempo dura la danza, que consiste en la oscilación del cuerpo y el batido de las alas de la abeja, mayor distancia es la que hay que volar. ¿Qué distancia por fracción de segundo del baile? Eso de alguna manera lo “saben” las abejas por experiencia o porque está codificado en sus genes, es realmente un problema abierto.
Von Frisch pudo determinar todo esto en experimentos que requerían paciencia infinita. Lo que hizo fue instalar panales con una ventana de vidrio, hacia un lado, los cuales eran cubiertos con una tienda de campaña para mantenerlos relativamente obscuros. En el campo ponía platitos con agua azucarada y cuando las abejas recolectoras los visitaban, las marcaba con un punto de color aplicado en el dorso con un pincel. Las abejas ni se dan cuenta. Al regresar al panal era posible observarlas a través del vidrio y determinar, por el color de la marca, de qué alimentador venían. Se podía comparar la dirección en la que bailan con la dirección del alimentador con respecto al panal. Cambiando sistemáticamente la posición de los alimentadores en el campo, von Frisch pudo determinar que las abejas “publicitaban” la dirección de vuelo con respecto al sol, tomando en el panal la dirección de la vertical como referencia. Como las abejas danzantes estaban marcadas, era posible capturarlas cuando querían salir del panal de nuevo, demostrando así que las nuevas abejas recolectoras, que podían llegar a los alimentadores solas, no habían seguido a la abeja danzante.
Todos estos experimentos pudieron ser fácilmente repetidos por otros investigadores, pero aun así había escepticismo. Bien pudiera ser que las abejas dejaran un rastro de algún olor producido por sus feromonas. Las abejas seguirían entonces ese rastro, como hacen las hormigas en el suelo. Von Frisch, sin embargo, pudo demostrar experimentalmente, una y otra vez, que era efectivamente la información vectorial comunicada por las abejas danzantes lo que determinaba el ángulo y distancia de vuelo cuando las abejas reclutadas salían del panal.
Hay, de hecho, un problema más importante a resolver: el sol se va desplazando continuamente durante el día. Si miramos hacia el sur, el sol se mueve de izquierda a derecha, proyectado sobre el horizonte. Eso quiere decir que el ángulo de un alimentador en el campo va cambiando a medida que pasan las horas, con respecto a la posición momentánea del sol. Es decir, para el mismo alimentador, las abejas recolectoras tienen que variar el ángulo con el que danzan respecto a la vertical a medida que transcurre el día.
Y eso es precisamente lo que encontró el investigador austriaco. Las abejas de alguna manera compensan con sus pequeños cerebros el movimiento diurno del sol y danzan en la dirección correcta con respecto a él.
Cualquier persona que escucha por primera vez esta explicación de la danza de las abejas queda impresionada. No tenemos aquí solamente la repetición de un comportamiento por un animal, como un simio que arroja una piedra si otro simio lo ha hecho. Aquí tenemos transmisión de información en una especie de mapa del entorno. Llamarla “lenguaje” es obviamente exagerado, pero von Frisch quería poner el acento en la naturaleza simbólica del mensaje transmitido por las abejas.
Aun en la actualidad el libro, de 1965, es sorprendente. Siempre que surge una duda respecto a la danza de las abejas, resulta que ya Von Frisch había hecho el experimento correspondiente. Von Frisch descubrió que, por ejemplo, si la fuente de néctar se encuentra cerca del panal, las abejas no danzan en ninguna dirección particular, se limitan a informar eso, que cerca del panal hay alimento. Pero si la distancia al néctar rebasa un umbral, se produce una transición hacia la danza orientada, explicada arriba, para posibilitar que nuevas abejas encuentren el néctar.
Dado que el panal se encuentra a obscuras, un problema de la danza es: ¿cómo es que las abejas reclutadas pueden observar a la abeja danzante? Lo que Von Frisch y otros después han confirmado, es que las abejas palpan con sus antenas el dorso de la abeja danzante y siguen varios de sus bailes. La abeja, al moverse, describe una trayectoria como un ocho, para avanzar oscilando, primero, y regresar sin oscilar al punto de partida, una vez por la izquierda, la siguiente por la derecha. La precisión del vuelo de las abejas reclutadas parece depender del número de bailes que observan. Además, la abeja que está reclutando interrumpe el baile de cuando en cuando y regurgita néctar para que las otras abejas lo puedan probar. De la concentración de azúcar en el néctar depende que otras abejas se decidan a volar hacia la flor publicitada. Las abejas son clientes muy exigentes.
En su libro de 1965 Von Frisch explica detalladamente cómo se construye un panal para poder observar su interior y cómo se configuran los alimentadores para los experimentos. Generaciones de estudiantes de biología han seguido sus indicaciones, hasta la actualidad. La dirección y forma de la danza de las abejas puede ser registrada utilizando películas de alta velocidad, hoy videos, que se pueden analizar en cámara lenta. Von Frisch discute también el papel que juega el aroma del néctar, ya que se sabe que las abejas se “especializan” durante un tiempo a un solo tipo de flor y cambian cuando el néctar en esas flores se ha agotado.
Habría mucho que agregar sobre el lenguaje de las abejas, pero lo mejor es conseguirse el texto de Von Frisch, donde describe todos sus ensayos. Además, le dedica mucho espacio a refutar a sus críticos y a explicar los experimentos de control realizados. Hace algunos años se realizaron nuevos estudios en Alemania, en los cuales se utilizó un radar de insectos que podía medir exactamente hacia dónde volaban las abejas reclutadas. Para evitar que esas abejas se orientaran con respecto a peculiaridades del terreno, se les permitía a las abejas reclutadoras que bailaran en el panal y, mientras lo estaban haciendo, el panal se desplazaba varios cientos de metros a otra posición. A pesar del cambio del entorno las abejas reclutadas volaban en la dirección esperada con respecto a la danza y la posición del sol. No podía haber rastros de olor que hubieran seguido y tampoco la memoria del terreno podía haber interferido.
El “Lenguaje de la danza” de Von Frisch refleja también la forma en que se hace ciencia desde el siglo XX. Ya no es muy usual que un investigador publique un opus magnum donde desarrolle una teoría científica nueva, en la que se pasó décadas trabajando, como hizo Newton. Más bien ahora se publican artículos en revistas, progresivamente, hasta que surge la necesidad de recolectarlos y resumirlos en una obra más densa. Ese es el caso de la monumental obra de Von Frisch, que dará de qué hablar todavía durante décadas y que provocará nuevos y mejores experimentos hasta que el lenguaje de las abejas quede esclarecido, para mayor detrimento y tribulación del Homo sapiens, siempre tan celoso de ser la cúspide inobjetable del reino animal.
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