“México le gana al campeón”: el rostro de Rusia durante el Mundial

Mar 26 • Ficciones • 1985 Views • No hay comentarios en “México le gana al campeón”: el rostro de Rusia durante el Mundial

 

Chinos con la remera de Messi es una colección de crónicas sobre el Mundial de Futbol Rusia 2018. Este capítulo, que se reproduce como adelanto editorial, recupera el partido en el que la Selección Mexicana derrotó al equipo alemán. Es también un acercamiento a la sociedad del país eslavo, que desde entonces vivía conflictos con su vecino Ucrania mientras mostraba su mejor cara a los visitantes extranjeros

 

POR LUIS BACKER 

El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, que lo saben jugar los brasileños y en el que siempre ganan los alemanes
Gary Lineker, exfutbolista inglés.

 

17 de junio de 2018, Moscú. Para el fin de semana la mayoría de los aficionados en Moscú eran mexicanos. El partido más esperado era el México vs. Alemania. Un año antes, en la Copa Confederaciones, la selección campeona del mundo con su conjunto alternativo había apabullado a los nacionales 4 tantos a 1 en un resultado que por fortuna no fue más abultado. Pero ni el adverso panorama, ni los pronósticos desfavorables, lograron hacer mella en ánimo de los aficionados mexicanos.

 

La experimentación táctica del Profe Osorio, a quien muchos tildaban de loco, otros de genio, no había tenido buenos resultados: comenzando por la dolorosa goleada frente a Chile en aquella trágica noche de la Copa América Centenario en la que El Profe lanzó una formación 4-2-3-1 que por momentos alternó con una línea de tres centrales, sintiéndose El Flaco Menotti y dejando un desconcierto en la defensa que los chilenos supieron aprovechar. Pero un nuevo torneo estaba por comenzar y aquella sería una tarde de sorpresas, que no suelen ser muchas en el futbol actual.

 

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En las calles de Moscú se hablaba de la llegada de 130 mil mexicanos y las camisetas verdes daban fe de esa cifra. Muchos paisanos parecían perdidos en las estaciones del Metro, pero ese no fue un problema, ya que los compatriotas que iban a bordo chiflaban y gritaban invitándoles a subir. Así, entre empujones y bullas, los vagones se fueron atiborrando. El ruido de matracas y cornetas, aunados al canto del “Cielito lindo”, dio pie a que los pocos locales presentes nos vieran con ojos de enfado y curiosidad. Los enormes y coloridos sombreros de charro despertaron gran admiración entre las chicas rusas, que posaban para las fotos con los mexicanos y su sombrero puesto. También se rumoró que muchas de esas interacciones relacionadas con sombreros y fotografías terminaron en romances.

 

Los alemanes eran pocos —comparados con los mexicanos— y serios, pero no se escaparon de ser víctimas de la afición mexicana, que les gastó bromas que fueron toleradas por los germanos, que al igual que todos, suponían que tendrían su venganza en la cancha: “¡Alemania va a probar el chile nacional!” —decía uno de los cantos. Frente a las burlas y bromas que los mexicanos les jugaron a lo alemanes, la mirada de los rusos se llenaba de alegría, pues seguían considerándolo como el gran rival. Aquella tarde la afición rusa estaba con México; la combinación resultó tan genial como desastrosa cuando estalló el festejo en donde el común denominador fue el gusto por beber en exceso y la propensión al desmadre que existe entre estos dos pueblos hermanados de alguna extraña manera. El resultado fue tan salvaje como mezclar Tequila con Vodka.

 

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En las estadísticas de asistencia al Mundial apareció Estados Unidos como el país con más aficionados en el evento, seguido de México y Colombia, pero EE.UU no había calificado y la mayoría de los “americanos” eran paisanos que estaban en Rusia para apoyar a México, así que en realidad la cifra de aficionados mexicanos era de por lo menos el doble. Entre los asistentes desfilaban tanto personas con máscaras de luchadores, como del entonces candidato presidencial López Obrador. A las afueras del estadio, un pequeño grupo posaba con una bandera mexicana que decía: “Si gana AMLO, me quedo en Rusia”. A la gente parecía hacerle gracia, otros les gritaban “¡Obrador, Obrador!” pero no hubo mayor conflicto. El hombre que sostenía la bandera fue identificado como hijo del ex presidente Felipe Calderón y quien obviamente no cumplió su promesa.

 

Al grito de “¡México, México!” se unían los contingentes integrados por gente sencilla con los ataviados en Gucci y relojes costosos en sus muñecas. Pero algo tenían en común todos ellos: una cerveza entre las manos. A pocas calles del estadio, al salir de la estación del Metro, una pequeña tienda de autoservicio que vendía chelas no se daba abasto para satisfacer la demanda de la afición. Lo que se veía allí sería tan solo un adelanto de lo que sucedería horas más tarde. Los de camiseta verde se surtieron de abundante cerveza para hacer el trayecto de menos de un kilómetro a pie. La policía toleró el consumo de alcohol en la calle, así que la fiesta inició desde temprano, cosa que a los rusos pareció agradarles, pues no era posible hacer eso en otras fechas.

 

Los 81 mil 500 lugares del estadio Luzhniki estaban ocupados cuando en las pantallas del estadio aparecieron los jugadores mexicanos con un gesto dramático en sus rostros. La mayoría de ellos parecían al borde del llanto mientras entonaban esa letra escrita en jerga extraña y acompañada por compases de bélico acento. Osorio nuevamente hizo cambios en la alineación apostando a que en algún momento le tendrían que funcionar.

 

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Al minuto 34 se produjo una barrida defensiva en la frontera del área grande que permitió el contragolpe mexicano en una jugada de pared entre “Chicharito Hernández” y Andrés Guardado. Hirving Lozano, que leyó la jugada, había picado a toda velocidad por la banda, recorriendo tres cuartos de cancha para recibir el balón, enganchar hacia adentro y dejar parado —y sin cintura— al lateral de la selección alemana. Luego vino un remate letal pegado al poste izquierdo del arco para que el balón besara la red de la portería defendida por Manuel Neuer, consiguiendo así el tanto que daría el triunfo a la selección mexicana en un partido que tendría un final agónico en donde la mannschaft se volcaría a buscar el empate, mientras que la selección nacional desplegó peligrosos contragolpes en un agradable espectáculo de futbol, sobre todo por parte del underdog, que aquella noche reventó las probabilidades de las casas de apuestas de todo el mundo.

 

Al salir del estadio, los mexicanos corrían la voz de una celebración en la Plaza Roja. Pocos días antes, un grupo de nacionales habían organizado un baile masivo de “Payaso de Rodeo” y “No rompas más” en esa misma explanada, dando lugar a una paradoja identitaria en la que un baile copiado del video Achy Breaky Heart, del cantante norteamericano de country Billy Ray Cyrus pasó a ser considerado como parte del folklore nacional gracias a la agrupación musical Caballo Dorado.

 

Abordamos el metro rumbo a la celebración. Los vagones estaban llenos y había pocos rusos. Yo llevaba atada al cuello una máscara de luchador: una versión de Mil Máscaras Tiburón que me gustó por tener los colores nacionales. Frente a nosotros estaban tres chicos de algunos 25 años: eran pálidos, flacos y altos. Llevaban el cabello muy corto y no tenían buen aspecto. Miraban con curiosidad la máscara. María, una chica rusa que acompañaba a mi amigo Jonathan y quien hablaba un perfecto español, se puso nerviosa. Los chicos comenzaron a hablar y entonces María nos dijo que querían una foto con la máscara. También nos advirtió que podrían ser peligrosos, tal vez terroristas. Preguntamos si habían dicho algo de eso y María negó con la cabeza: lo sé por sus banderas, son ucranianos —agregó. Yo no lo había notado, ya que solo se apreciaban los colores rojo y blanco, dejando el negro atado al cuello.

 

Los chicos se tomaron fotos con nosotros: uno se puso mi máscara y el otro un sombrero de algún mexicano que estaba cerca. Mostraban sus banderas y lanzaban consignas que intuí políticas. Nosotros correspondíamos diciendo ¡salud! con algunas cervezas que llevamos para el camino. Ellos sacaron pachitas de vodka y brindaron. A pesar de ser alegres, había algo en su actitud que nos hacía sentir cierta desconfianza. Los chicos portaban banderas de la República Popular de Donetsk y en un inglés casi incomprensible nos explicaban que eran soldados. Luego hacían una torpe pantomima imitando a alguien que dispara una ametralladora seguido de una sonora carcajada. Los rusos los invitaban a seguir con su lucha: ¡Ucrania! ¡Rusia!, gritaban convencidos con el puño en alto. El hecho de estar en el transporte público y aparecer en fotografías con paramilitares comenzaba a malviajarme.

 

Estábamos cerca de la estación a donde nos dirigíamos y la situación tomaba el rumbo de una amistad hostil. Los guerrilleros querían unirse al festejo. Mentimos diciendo que finalmente no iríamos. Descendimos del vagón y tomamos el próximo tren. Uno de ellos, el líder, me regaló su bandera: en ella escribió sobre el rojo: WAR DONBASS y su firma al lado de la fecha. Al bajar oculté de inmediato la bandera para evitar malentendidos políticos y permaneció escondida en mi mochila el resto del viaje. Al salir de Rusia, ya en el puesto migratorio de Finlandia, un oficial me preguntó qué era eso: un suvenir, —respondí sin más.

 

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Al llegar a la Plaza Roja, la afición mexicana ya tenía montado un desmesurado festejo. La celebración fue acompañada de un gran ingesta de alcohol que provocó el desabasto de bebidas embriagantes en los bares cercanos al Kremlin, cosa que nunca había sucedido, según informaron los medios locales con cierto amarillismo que hizo sentir orgullosos a los nacionales. Los rusos permitieron todo tipo de conductas a los mexicanos tras vencer al odiado rival. Se unieron a la festividad y muchos ingenuos en ambos bandos, ya en la borrachera, aseguraban que se verían las caras en la final.

 

Quien esto narra, jamás imaginó que el triunfo pudiera suceder aquella tarde de verano, así que prometió que si ganaban los nuestros, bailaría como cosaco en la Plaza Roja usando la máscara de luchador. Debo confesar que lo había practicado un poco, e incluso había realizado la maniobra en un par de fiestas antes de mi partida. Cumplí y el baile se realizó frente a las carcajadas de los asistentes que apoyaron con sus palmas. Otros más agraciados aprovecharon para bailar ritmos latinos con las chicas rusas, que eran bellas, amables y sencillas; el sueño de cualquiera de nosotros. También hubo quién les prometió a esas mujeres casas a orillas de la playa, en un país con sol y naturaleza exuberante y también hubo quien les creyó, iniciando así una nueva vida en otro continente.

 

El festejo se tornó más intenso conforme avanzaba la noche. La Plaza Roja se pintó de verde y los mexicanos celebraron cantando el “Cielito lindo” una, otra, otra y otra vez, para luego intercalarlo con un poco creativo canto que decía: “El Chuky Lozano”, “El Chuky Lozano”, sin agregar nada más y al ritmo del riff de Seven Nation Army de The White Stripes, algo ya de por sí poco original, pues desde hace años suena en todos los estadios del mundo. Otro grupo entonaba: “¡Yo…. la tengo como Zague, la tengo como Zague!”, aludiendo al vergonzoso tropiezo cibernético que tuvo el ex delantero mexicano que habla con acento brasileño aun cuando nació y ha vivido toda su vida en México, siendo un claro ejemplo de eso que los neurólogos conocen como el Síndrome del Acento Extranjero (SAE), mientras que la expresión: “hacer un Zague” se volvió popular para describir cuando un hombre envía fotografías o videos de su miembro. La falta de creatividad en los cantos, entre los que recuerdo un: “¡A la bio a la bao a la bim bomba…!” y el clásico y eufórico: “¡México, México!”, fueron compensados por otras ocurrencias, algunas no muy amables ni civilizadas, por parte de la afición mexicana.

 

Las bebidas seguían llegando desde otros puntos de la ciudad hasta la zona de la celebración. Botellas de Tequila y Mezcal rondaban entre el contingente de nacionales acompañados por rusos: había tanto hombres como mujeres y se sumaron algunos latinos. Como pueden imaginar, los litros de líquido expelido por la uretra fueron a dar a las murallas del Kremlin en un acto insólito, pues sobre aquel territorio, símbolo de la autocracia mundial y que no fuera profanado por Napoleón o Hitler, los mexicanos descargaban sus vejigas. Aún conservo el recuerdo de aquella imagen con por lo menos una docena de compatriotas meando al unísono frente a la severa e impotente mirada de los soldados, quienes habían recibido la orden de tolerar desmanes.

 

Un ruso, en tono festivo, me abrazó y me dijo: “no se veía tanta libertad en Rusia desde la revolución del 1917”. Le pregunté cómo sabía eso, pues era muy joven, y respondió que lo había leído en algún libro, luego siguió gritando y cantando: “¡México, México, Rossia, Rossia!”

 

Poco antes del amanecer fue disminuyendo el contingente. Algunos estaban tirados en las aceras con sus enormes sombreros de charro cubriendo sus rostros de los primeros rayos del sol. Entre los que festejaban se destacó un joven que subió a lo alto de una farola para dejarse caer de espaldas; el borracho fue a dar al suelo, pero increíblemente salió ileso. Más tarde, ya con luz del día, el mismo personaje, que usaba una chamarra negra con la bandera de México, se aproximó hasta un hombre ruso que estaba en una silla de ruedas, aparentemente tranquilo. La persona trataba ponerse una máscara de AMLO, pero antes de que pudiera hacerlo, el mexicano lo tiró de su silla de ruedas con un levantón al grito de: “¡órale, puto!” Los acompañantes del ruso trataron de perseguir al joven, pero éste se escabulló danzando como duende y haciendo el papelito oscuro de la afición mexicana, algo que nunca falta en las justas deportivas internacionales.

 

Al día siguiente comenzó el recuento de los daños en los grupos de Facebook: celulares perdidos, pasaportes y fan ids eran los artículos más buscados. Muchos de estos objetos fueron recuperados, pues había cierta fraternidad entre los nacionales que, al sentirse lejos de casa, no les quedo más que ayudarse. También había reportes con fotos de aficionados que se quedaron dormidos en el Metro luego de la borrachera, indicando la línea y la hora, para que sus acompañantes fueran en busca de ellos.

 

Entre los reportados como desaparecidos trascendió el caso de un aficionado al que se le había visto por última vez en el sótano de un bar con una chica rusa de nombre Alita. Las cámaras de seguridad del lugar los captaron abandonando el lugar y después nadie tuvo más noticias. Al principio se manejó como un posible secuestro; la Embajada de México en Rusia se pronunció al respecto y hasta se abrió una investigación policiaca. Afortunadamente, lo que sucedió fue más sencillo pero no menos trágico: el sujeto había conocido a una chica rubia en un bar, del cual huyó con ella. El hombre, quien viajaba en compañía de su cuñando y otros amigos, decidió apagar su teléfono un ratito: 24 horas. Esto provocó la confusión de sus amistades, que al desconocer su paradero decidieron buscarlo, y claro, primero llamaron a la esposa para preguntarle.

 

El aficionado apareció unos días después y la embajada lanzó otro comunicado diciendo que se encontraba sano y salvo, mientras los medios informaban que su esposa, que vivía en Estados Unidos, ya lo esperaba en casa con una demanda de divorcio. Algunos medios en los tres países involucrados siguieron haciendo ruido con el tema dándole un aborrecible tratamiento propio de un talk show. Lo que es verdad es que no sería la única historia de matrimonios que no terminarían bien después del evento deportivo.

 

Al culminar el festejo nacional en la Plaza Roja, que duró dos días, la afición mexicana emprendía el viaje a Rostov (del Don), al noreste de Rusia, en una zona conocida como el “anillo de oro” y lugar donde México se enfrentaría contra Corea del Sur. Muchos de los asistentes confundieron la ciudad sede con Rostov (Veliki), ubicada en una latitud completamente opuesta y por lo que tuvieron que hacer cambios de último minuto en sus itinerarios.

 

Así, con la ilusión generada tras una tarde de buen futbol frente a la selección alemana, los mexicanos soñaban con el quinto partido y más. Pero como siempre, y como bien lo dijo alguna vez Sartre: “En el futbol todo se complica por la culpa de otro equipo”.

 

FOTO: Aficionados de la Selección Mexicana celebran en Rusia la victoria frente a Alemania en el Mundial de futbol 2018/ Luis Cortés El Universal Deportes

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