Política cultural en México: la destrucción
La 4T ha tomado decisiones que benefician tendencias partidistas, ponen en peligro el patrimonio ecológico e histórico del país y desamparan a los creadores al reducir y acaparar de manera cuestionable los apoyos artísticos
POR GERARDO OCHOA SANDY
Tres años de 4T cultural en México. El saldo es desastroso. La pandemia, hay que subrayarlo, no es la responsable. La causa es al afán de destrucción de lo construido durante las últimas tres décadas. La falta de nobleza para valorarlo y de capacidad para enmendarlo y mejorarlo. La deliberada devastación de las instituciones que conforman la Secretaría de Cultura es mayúscula, escandalosa, inaudita. Los proyectos y programas con los que han intentado reemplazar lo que demuelen carecen de bases y su fracaso es una constatación cotidiana.
En medio de esta zozobra, la única certidumbre es que no hay liderazgo. Las torpezas se suceden unas a otras. Desde decisiones descabelladas con las que buscan resolver problemáticas ante las cuales bastaría apelar al sentido común, hasta manejos de coyunturas donde priva la altanería y la locuacidad. En ambas circunstancias, los causantes de los desaguisados saltan a la palestra para defenderse unos a los otros contradiciéndose sin recato y sin darse cuenta. Las imprecisiones en la información, las faltas de ortografía y las expresiones incoherentes, sazonan este sainete de ridiculeces.
Nadie los respeta, y se han esmerado en lograrlo. El azoro, el desconsuelo y el malestar son unánimes. Dentro de la comunidad cultural, cuyas demandas son recibidas con desdén y descalificadas sin razones ni miramientos. Dentro del propio servicio público cultural, donde los profesionistas son cesados o recontratados en condiciones indignas, sin respeto a su antigüedad, ninguna clase de derechos y prestaciones, mucho menos seguridad social. La eficacia y la creatividad son sospechosas, repudiadas y boicoteadas. Lo que importa es ser militante, ser mediocre y ser dócil. Lo que importa es corear que la cultura ya no es un accesorio, que lo que vivimos es una “revolución cultural”.
El INAH no se responsabiliza de sus zonas y sitios arqueológicos. Los museos estatales se caen a pedazos. El titular transexenal ni se inmuta ante la falta de presupuesto. En privado susurra que hace lo que puede para salvar al Instituto de las acometidas de la 4T. En sus apariciones públicas, aplaude al Ejecutivo y a la señora. Tampoco lo altera la avasalladora destrucción del patrimonio ecológico y cultural y la violación a los derechos de las comunidades indígenas que ocasiona el Tren Maya. Este agravio nacional que, para colmo, cuenta con el aval de la UNESCO-México, que cumple funciones de “acompañamiento”.
A través de cambios en el reglamento del INAH, se busca que los académicos sean desplazados de los mecanismos para la toma de decisiones dentro del Instituto y su trabajo se ajuste a criterios burocráticos que coarten su libertad. La ENAH padece uno de los embates más desalmados de su historia por atreverse a defender su derecho al trabajo, a la enseñanza, a la existencia. Lo que hay son alharacas de indignación, presididas por Alejandra Frausto, cada vez que se subastan en el extranjero piezas arqueológicas o las casas de moda plagian diseños indígenas. Para solaz de sus conciencias, al carabinero italiano que decomisó piezas valuadas en 4 mil euros, le otorgan el Águila Azteca.
El INBAL no es “nacional”. Es el Instituto Metropolitano de Bellas Artes y Literatura. A estas alturas sería descabellado esperar que su ramplona versión 4T trascienda los límites de dos o tres alcaldías, menos con la actual autoridad. Las compañías no tienen presencia en los estados, que no sea casuística y para proyectos “mixtos”, para lo cual alguna envía una minúscula delegación. Al igual que en el INAH, el programa de exposiciones es el más opaco de su historia. No es, subrayémoslo otra vez, la pandemia, pues sucede desde 2019, y no les importó ni un ápice la oferta no presencial. Los únicos museos de ambos institutos con apoyo son los del Proyecto Chapultepec, lo cual es parte de la intencional destrucción.
El pregón, a inicios del sexenio, según el cual el Instituto también era de “Literatura”, como si nunca se hubiera llamado de esa manera, resultó un chasco. Los ganadores de los concursos literarios no cuentan con proyección, se diluyó el compromiso de publicación y convocatorias de relieve han sido suspendidas sin explicaciones, como la relativa a la traducción. En las cláusulas, además, se establecen las condiciones para la corrupción, pues los envíos por mail de los datos de los concursantes no garantizan la confidencialidad, lo que permite a las autoridades identificar a los potenciales “adversarios” de la 4T.
En el INBAL no se ha encarado la crónica deserción estudiantil de los planteles de educación artística en los distintos niveles y el vínculo de los egresados con el mercado laboral continúa roto. La productividad de los centros de investigación es nula y las publicaciones, cuyo atraso se acrecienta, no constituyen un aporte a la bibliografía ni a las problemáticas de la actualidad. Los archivos donde se encuentra lo que sobrevive de la memoria institucional están en cajas apiladas en distintas ubicaciones. Tres años de inutilidad es destrucción premeditada. Para disimularlo, ya sabemos lo que entona el desangelado orfeón: “horizontalidad”, “transversalidad”, “resignificación”.
Los fideicomisos fueron pulverizados. El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) fue reemplazado por un Sistema de Apoyos a la Creación y a Proyectos Culturales, donde junto a los malos modos del responsable, mandata también la corrupción. La tónica es que dos terceras partes de los jurados sean simpatizantes de la 4T sin trayectoria, lo cual los descalifica de acuerdo con el reglamento vigente, pero que se ocupan de eliminar a las personas non gratas. Los que sí la tienen sirven de aval. Los casos se han ventilado en redes, pero hay muchos más. Además, ninguna de las dos razones a las que se acudió para desaparecer al Fonca, como al resto de los fideicomisos, logró sostenerse.
No se documentaron las supuestas anomalías en el ejercicio presupuestal. La “seguridad jurídica” que alcanzaría al integrarse a la administración federal y que derivaría en “seguridad presupuestal” fue un embuste. Este 2022, al ex Fonca se le otorgó un monto que apenas le permite cumplir con una tercera parte de sus compromisos con los becarios. Frausto afirmó que el recurso saldría de una “bolsa general” que se encuentra en el “sector central”. Es decir, de la caja chica de su oficina, que usa de manera discrecional. Los pagos, claro, se atrasan. A los becarios se les hace firmar una carta de renuncia al apoyo, en caso de insolvencia de la institución. Esa es la estrategia para destruirlo por inanición. De pasada, desaparecen convocatorias, como la del Programa de Traducciones, PROTRAD.
La red de bibliotecas, la infraestructura cultural más amplia del país, fue puesta bajo la responsabilidad de un incompetente y lenguaraz, el tutor de tesis de la esposa del Ejecutivo. La Fonoteca Nacional le fue encomendada a un asustadizo que rehúye a sus trabajadores y desconoce los aspectos técnicos básicos para la conservación del patrimonio sonoro de México. El Canal 22, que en el pasado recibió reconocimientos internacionales, se volvió un medio de propaganda política, donde continúan los despidos del personal y la producción y programación perdieron lo que les quedaba de prestigio.
El afán de destrucción se extiende a nivel nacional. El Cervantino, que fue el festival más importante en América Latina, se redujo a un evento municipal. A la FIL de Guadalajara se le regatea el apoyo y López Obrador la ataca sin miramientos desde su show matinal. Más de las dos terceras partes de los titulares de cultura de los estados han propuesto la cancelación del Proyecto Chapultepec, para que los recursos sean reorientados a las necesidades que enfrentan a nivel nacional. La subsecretaria alega que el apoyo se da a través de las convocatorias dirigidas a los artistas de las entidades, cuyos recursos salen de Chapultepec, y sin ruborizarse afirma que no lo dice de dientes para afuera, aunque el ridículo monto apenas asciende al 5.2% de lo que recibe ese capricho sexenal.
Museos y galerías, centros estatales de las artes, festivales y ferias en los estados y la capital encaran la amenaza del cierre definitivo derivado de la indolencia y el desprecio de la autoridad. Frausto busca escabullirse de su responsabilidad con uno más de sus dichos rimbombantes: “El presupuesto de cultura nunca ha estado más descentralizado que ahora. Todas las áreas tienen el mandato por parte mía de trabajar con los titulares de los estados”. La destrucción que alienta y la circunda la desmiente a diario. Incluidas las industrias culturales —del libro, cine, mercado del arte, turismo cultural— dejadas al garete durante la pandemia. Para la única que le importa, la del diseño indígena, que apenas está gestándose, organiza un evento cuestionado por su falta de representatividad.
Hacia adentro de las instituciones culturales no se inicia la postergada reforma de la gestión cultural. Los titulares saben que se necesita, pero la ignoran para conservar sus puestos y sus remuneraciones, las únicas que se depositan con puntualidad, a la espera de que nadie se acuerde de su complicidad con la destrucción del sector. Los sindicatos continúan sin formular propuestas integrales y con visión, lo cual por tradición tampoco les ha interesado ni está a sus alcances, concentrados en conservar sus conquistas laborales. Los colectivos de trabajadores continúan en la etapa de aprendizaje y articulación en torno a unas cuantas propuestas esenciales, que definirán su futuro. El célebre Chatgate, que buscó desactivarlos, sigue en operación. El de la Fonoteca ha sido el más asediado, dividiéndolo de tal manera que está en riesgo su existencia.
Hacia afuera nunca despegó la diplomacia cultural. Tan sólo un pomposo anuncio de convenio entre las secretarías de Cultura y Relaciones Exteriores en Bellas Artes, conspicuo consejo de asesores incluido, que nunca avanzó. La Dirección Ejecutiva de Diplomacia Cultural y Turística inició más de una decena de proyectos de los cuales la mayoría no se concretó y tuvo escasa influencia en la designación de los agregados culturales, muchos nombrados por Beatriz Gutiérrez Müller. El Sistema Regional de Diplomacia Cultural, que articularía por la vía digital a embajadas y consulados, nunca contó con una barra programática, y no pasó de la armazón. Llevamos nueve años sin diplomacia cultural, el sexenio de Peña Nieto y lo que va del de López Obrador, y vienen tres más.
Ninguno de los proyectos de la 4T adquiere y ni siquiera busca solidez institucional. En lo que propiamente es el Cascarón Cultural Los Pinos se glorifica por una parte a uno de los expresidentes favoritos del actual mandatario, y por la otra a la mazorca ancestral, en ambos casos con museografías de novatos. Cultura Comunitaria, la mentada “revolución cultural”, son actividades inconexas que sólo por excepción llegan a los municipios más vulnerables y que se busca justificar con un show anual con niños y jóvenes en el Auditorio Nacional, avalado por celebridades. Chapultepec, que vampiriza el 25% de la partida del sector, es un proyecto de desarrollo inmobiliario que busca el incremento de la plusvalía en la zona, puesto al servicio de la Jefa de Gobierno. Al menos a causa de las protestas, Gabriel Orozco parece que ya no pisoteará el Jardín Botánico con su pabellón para los artistas de su generación.
Y ante las restricciones impuestas por la contingencia sanitaria, nunca hubo un replanteamiento del Programa Nacional de Cultura ni un proyecto integral de promoción cultural no presencial, sólo simulacros de plataformas, con las cifras de visitas a los eventos de cuestionable autenticidad.
No, la pandemia no es la responsable. La destrucción es intencional.
FOTO: Activistas en protesta contra el proyecto que encabeza el artista plástico Gabriel Orozco, perteneciente al Proyecto Chapultepec, prioridad del gobierno y al cual se le ha destinado el presupuesto recortado al resto de las instituciones culturales/ Berenice Fregoso/ El Universal
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