La reina de Ur
POR LIZBETH PADILLA
La reina duerme el sueño de los lagartos ciegos.
Un año luz le hace una corona.
El bronce de su risa resuena al fondo de la catacumba.
Es en la muerte donde halló su nombre,
bajo el dintel donde el cuervo reposa.
Es allí donde ella cuelga su noble osamenta.
Sabe que no hay yo,
ni clepsidra que suelte arena en el reino de la Nada.
Las sirvientas azules como ciegas estrellas
inclinan la cabeza para ser bautizadas con ceniza ritual.
Nacer es ir tejiendo nuestras alas,
bruñir los cuernos de obsidiana para enfrentar las infelicidades,
alargar los tentáculos hasta el abecedario del dolor,
bajar al inframundo a buscar palabras para los sentimientos más inhumanos,
cultivar larvas de perversos amores.
Morir es intentar meter nuestro esqueleto
en la forma del buitre que ha dormido
largas noches de lunas de marfil,
morir: amurallar el beso,
emparedar las manos que de tanto tocar laúd y llanto
rompieron crucigramas,
borronearon bitácoras de ángeles.
Morir es regalarle a la tierra nuestro licor de hueso,
incrustar en el féretro la nada.