Sebastian Meise y la pasión martirizada

Jul 30 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 6997 Views • No hay comentarios en Sebastian Meise y la pasión martirizada

 

Un hombre es sentenciado a dos años dentro de una prisión de alta seguridad por su orientación homosexual, situación que permitirá conocer la Alemania homofóbica a lo largo de un siglo

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En La gran libertad (Grosse Freiheit, Austria-Alemania, 2021), inclemente segundo largometraje ficcional del también documentalista austriaco tirolés de 45 años Sebastian Meise (primer film: Naturaleza muerta 11; documental shocking: Outing 12, confesión de un pederasta impenitente), con guion suyo y de Thomas Reider sobre hechos verídicos, el reincidente homosexual cuarentón sin oficio definitivo aparte de costurero forzado Hans Hoffman (Franz Rogowski soberbio) ha sido registrado en 1968 por cámaras vigías haciendo cualquier tipo de prácticas sexuales prohibidas en mingitorios públicos, a causa de lo cual un tribunal lo sentencia a dos años en una prisión de alta seguridad y reglas inhumanas según el Artículo 175 del código penal vigente en Alemania (desde 1872, pasando por la época nazi), enseguida se topa con su viejo conocido el hosco tatuador hipertatuado de cola de caballo y drogadicto homicida de su mujer prácticamente condenado a perpetuidad Viktor (Georg Friedrich) y, por defender en el patio a otro cautivo acusado de actos pervertidos, sufre el encierro a oscuras en una celda de castigo, en donde evoca sus anteriores estancias brutales en ese mismo lugar, exacto en 1945 y en 1957, primero cuando fue liberado por los norteamericanos de un campo de concentración, para ser encarcelado casi de inmediato por ejercer su orientación sexual, y debió compartir una celda con el entonces homófobo feroz Viktor que lo expulsó a patadas y luego lo ayudó a borrarse los números tatuados de su anterior reclusión, llegando a desarrollarse un ambiguo nexo sentimental entre los dos seres en conflicto, mientras el rebelde reincidente indomable Hans se las arregla en sus dos largos confinamientos previos para establecer relaciones sensuales con los más jóvenes y trágicos homosexuales de formación académica mayor Geise (Anton von Lucke) y Oskar (Thomas Prenn), al lado de los cuales logrará pese a todo intensos momentos de felicidad, dentro y fuera de la cárcel, antes de entablar con Viktor un vínculo aún más vigoroso, hasta ser liberado tras la intempestiva derogación del Artículo 175 en 1969 y en virtud de un vislumbre múltiple y contradictorio, siempre insatisfecho e incumplido, de una pasión martirizada.

 

La pasión martirizada se define subrepticia y lacónicamente como una extraña y naciente vehemencia confinada, insólitamente carcelaria, perseguida y, a su irrepetible manera, triunfante, aunque hundida en el masoquismo, en las antípodas de la esbozada por Puig-Babenco en su verborrágico y microespectacular show escénico-cinefílico en episodios autocomplacientes El beso de la mujer araña (85), pues aquí todo es lobreguez estilizada, imágenes oprimentes, espacios cerrados, rituales imposibles, crispación innombrable, secrecía sigilosa, mensajes cifrados en una Biblia celestina, mímica de un actor formidable cual versión descompuesta y horrenda de Joaquin Phoenix, ecos del egregio documental Artículo 175 (Epstein-Friedman 00), un autodestruido ritmo, que parece dictar una intimidad descuartizada (edición de Joana Scrinzi), y una fotografía de Crystel Fournier nada espoteada en colores lúgubres y luces crudas.

 

La pasión martirizada se afirma entonces como un martirologio múltiple que arrastra consigo a la forma fílmica y a su negación de artificios o efectismos paranoicos hacia la historia de un romance innombrable, una épica relación afectiva poderosa e indefinible, nacida de la ignominia y en la solidaridad entre el arrepentido homicida heterosexual y el gay imperturbable, tan pungente como cualquiera otra, pero cuanto más interior, duradera y rechazante de todo final feliz o funesto, sin sensiblería alguna, aunque ceñida a la exaltación de los sentimientos inermes en un largo y raro abrazo al desnudo persistente y prevaleciendo en contra de lo que sea, incluso de la propia libertad real, supremo e informulable.

 

La pasión martirizada traza así, con rabia de dientes apretados y letras flamígeras, una especie de borgeana Historia universal de la infamia homofóbica en Alemania a través de un siglo, de prisión en prisión, tal como metafórica y políticamente lo era el No reconciliados de Böll-Straub (65) al hilo de la edificación/destrucción/reedificación de la misma abadía por una familia de arquitectos, desde el nazismo hasta el arribo y el irónico esplendor de la seudodemocracia en la Alemania dividida pero igualmente represora, hasta el movimiento en efecto liberador que abolió el Artículo 175 en 1969, y hay que ver el simbólico brazo del héroe ostentando los números del campo de concentración de pronto tapados por un horrible tatuaje de Viktor, en dos ocasiones como las dos etapas del nuevo asentamiento alemán puesto a prueba, o esgrimiendo retador un ejemplar de Der Spiegel con la noticia abolicionista.

 

La pasión martirizada rechaza valerosa y estoicamente hacerse demasiadas ilusiones con respecto al destino de sus personajes, de igual manera que polémicamente el rompedor Rosa von Praunheim arremetía contra la abyección inducida y provocada de todo el gremio agraviado en No es el homosexual el perverso sino la situación en que vive (70), articulándose sobre el deseo insatisfecho de huir a la RDA donde el supuesto delito no se perseguía, el inmostrable suicidio desesperado del homosexual culto sólo percibido por los ojos azorados del presidiario Viktor, la habilidad de Hans para negociar el envío de mensajes o un cambio de celda con los celadores corruptos, y los silenciosos o aullantes encierros en la perpetua tiniebla de una celda de castigo tipo El apando (Revueltas-Cazals 75), sin tremendismo destemplado alguno.

 

Y la pasión martirizada contempla al buen Hans emerger harto y escaldado de su degradante descenso a los infiernos de la homosexualidad clandestina para romper un escaparate callejero y sentarse a fumar en la banqueta, a la espera de ser conducido acaso al espejismo de la gran libertad, único para él todavía hoy dignamente posible.

 

FOTO: La gran libertad fue seleccionada por Austria para calificar para el Oscar 2022/ Especial

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