Raquel Tibol: nueve décadas

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POR ANTONIO ESPINOZA

 

Siempre trato de evitar hacer un altar al amiguismo,

por eso cultivo un enemigo cada día. No soy

incondicional de nadie, ni de mí misma.

Raquel Tibol, entrevistada por el autor,

8 de diciembre de 2003

 

La anécdota es muy conocida. El 19 de abril de 1972, tras el I Congreso Nacional de Artistas

Plásticos, realizado en la Unidad de Congresos del Centro Médico Nacional del Instituto

Mexicano del Seguro Social, Raquel Tibol asestó una severa bofetada a David Alfaro Siqueiros,

en respuesta a las declaraciones xenofóbicas que el muralista hiciera en su contra en una de las

sesiones del evento. “Vengo a invitarte al coctel de despedida que haré el día que me echen de

tu país”, le dijo antes de soltarle “la más fuerte cachetada que haya dado yo en mi vida” (Raquel

Tibol, Confrontaciones: crónica y recuento, Sámara, México, 1992, pp. 249-250). Tibol declaró

después a la prensa que Siqueiros era un chovinista, epíteto zaheriente (dirían Marx y Engels)

que Siqueiros rechazó. Más que una bronca ideológica entre camaradas, este fue el episodio

culminante de la tensa relación que durante años mantuvieron la crítica de arte y el pintor.

 

Leyenda negra

 

Nacida en Basavilvaso, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, el 14 de diciembre de 1923,

Raquel Tibol llegó a México el 25 de mayo de 1953 como secretaria de Diego Rivera, a quien

conoció en Chile. La joven argentina que quería ser escritora y que incluso había publicado unos

años antes un libro de cuentos (Comenzar es la esperanza, Botella al Mar, Buenos Aires, 1950)

encontró en México su destino. Aquí inició muy pronto su labor como crítica y cronista del

quehacer plástico mexicano, curadora de exposiciones, museógrafa y conductora de programas

de televisión. Publicó su primer artículo, una entrevista con el cineasta Luis Buñuel, en el

suplemento México en la Cultura del diario Novedades, en noviembre de 1953. Viajó a su país

natal en 1954, pero ese mismo año volvió para quedarse definitivamente en nuestro país. Se

naturalizó mexicana en 1961.

 

Con el tiempo, Raquel Tibol se convirtió en la crítica de arte con más autoridad en el medio,

más que un Jorge Juan Crespo de la Serna, una Margarita Nelken o un Antonio Rodríguez,

sus contemporáneos. De hecho, hubo una época en que la crítica de Tibol sobre determinado

artista era la que más pesaba. Sobra decir que un artículo negativo de su autoría en la revista

Proceso o en cualquier otro espacio periodístico podía acabar con la carrera de un artista: recibir

un “tibolazo” y sobrevivir no lo lograba cualquiera. (“Era muy destructiva”, me dijo en una

ocasión el coleccionista Andrés Blaisten). Sobre ella se ha construido una especie de leyenda

negra. Son célebres sus polémicas con Siqueiros (en su libro Confrontaciones incluye un capítulo

entero para hablar de sus “divergencias” con el muralista), con José Luis Cuevas, con Teresa del

Conde…

 

Más allá de la leyenda negra que se le ha construido, es innegable la importancia de esta mujer

en la cultura mexicana. Sería imposible concebir la vida artística e intelectual de México en

la segunda mitad del siglo XX sin la presencia activa de Tibol. Autora prolífica, ha publicado

más de 30 libros que son fuentes de consulta obligada para los interesados en el arte mexicano

y latinoamericano. Entre ellos destacan: Historia general del arte mexicano: época moderna

y contemporánea (1964), Siqueiros, vida y obra (1974), Diego Rivera: arte y política (1979),

Hermenegildo Bustos, pintor de pueblo (1981), Frida Kahlo, una vida abierta (1983), José

Clemente Orozco, una vida para el arte (1984), Confrontaciones: crónica y recuento (1992),

Diversidades en el arte del siglo XX (2001), Ser y ver. Mujeres en las artes visuales (2002) y

Nuevo realismo y posvanguardia en las Américas (2003).

 

Entre pintores te veas

 

Cuando Raquel Tibol llegó a México el muralismo gozaba de buena salud. José Clemente

Orozco ya había muerto, pero Rivera y Alfaro Siqueiros continuaban produciendo obras

importantes. Una segunda generación de muralistas, que convirtió en academia las enseñanzas

de los maestros, se encontraba trabajando. Pero en ese tiempo iniciaron su carrera una serie de

pintores que rechazaban el arte nacionalista. En 1952 Enrique Echeverría, Alberto Gironella,

Vlady, Héctor Xavier y el catalán Josep Bartolí rentaron una casa en la calle de Londres, en la

ciudad de México, para fundar la Galería Prisse. En ese espacio comenzó la lucha de los jóvenes

pintores independientes contra el monopolio de la Escuela Mexicana de Pintura. Pronto entraría

a escena José Luis Cuevas, para ponerse al frente del movimiento artístico vanguardista. Tiempo

después aquellos artistas serían conocidos como los exponentes de la llamada Generación de la

Ruptura (término en  la actualidad muy cuestionado).

 

La polémica entre los artistas jóvenes y los artistas nacionalistas fue subiendo de tono. La batalla

final sucedió la noche del 2 de febrero de 1965 en el Museo de Arte Moderno, en la capital del

país, durante la entrega de premios a los triunfadores del primer Concurso de Artistas Jóvenes de

México, auspiciado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), la empresa Esso Mexicana

y la Organización de Estados Americanos (OEA). Fue el llamado Salón Esso, cuyo jurado

decidió premiar a los abstractos Lilia Carrillo y Fernando García Ponce, lo que provocó la ira de

los nacionalistas tardíos, quienes convirtieron al MAM en un campo de batalla. Fue una gresca

memorable entre nacionalistas y vanguardistas. La batalla continuó después en los medios. Se

publicaron varios artículos y los protagonistas de la trifulca fueron entrevistados. El que asumió

una postura más radical fue el crítico portugués Antonio Rodríguez, quien calificó la decisión del

jurado de “fraudulenta, inmoral y tendenciosa”.

 

Raquel Tibol estaba del lado de los nacionalistas, pero nunca asumió una postura tan

conservadora que le hiciera ignorar las aportaciones de los artistas jóvenes. Si bien fue defensora

del muralismo y el nacionalismo artístico, no puede decirse que haya sido una enemiga acérrima

de las nuevas corrientes. Desde fines de los cincuenta empezó a escribir sobre varios de los

artistas jóvenes. (Su primer texto sobre Enrique Echeverría, por ejemplo, data de 1959). Pero

aún cuando podía ser generosa y favorecer con su crítica a los nuevos artistas, la intelectual de

izquierda defendía con fuerza el nacionalismo artístico, como un producto legítimo del momento

histórico, cultural e ideológico, a la vez que asumía una postura antiimperialista.

 

Recordemos que los partidarios del nacionalismo señalaban que la OEA pretendía imponer en

todo el continente el arte abstracto en detrimento de las corrientes figurativas y que su principal

instrumento era el crítico y promotor cubano José Gómez Sicre, quien fungía como director

de Artes Visuales de la Unión Panamericana. Los nacionalistas denunciaban un supuesto

imperialismo cultural norteamericano, que trataba de utilizar el arte abstracto con fines de

liderazgo y neutralización política, en el contexto de la Guerra Fría, ignorando a todas las

corrientes figurativas que habían prestigiado al arte mexicano.

 

No sólo Tibol y sus correligionarios sostenían esta teoría conspiratoria. La historiadora

norteamericana Shifra M. Goldman, en su libro Contemporary Mexican Painting in a Time

of Change (1981), sostiene también esta tesis. Sin embargo, al mirar a la distancia el contexto

histórico, cultural e ideológico del México de los sesentas y las obras de los artistas abstractos,

se hace evidente un proceso más complejo que difícilmente obedece a una imposición de fuera.

Cuesta mucho trabajo creer que pintores abstractos como los “rupturistas” Carrillo, Felguérez y

García Ponce trabajaran para seguir los dictados del imperialismo. La misma Tibol se encargó de

desmontar la teoría conspiratoria al escribir, con posterioridad al Salón Esso, numerosos artículos

sobre los autores mencionados.

 

Enemigos y admiradores

 

Raquel Tibol se ufana de ser una intelectual independiente, que por esa misma condición ha

podido ejercer la crítica sin cortapisas. Ni hablar. También presume de rechazar el amiguismo

y de cultivar un enemigo todos los días. La verdad no sé si tendrá enemigos Raquel Tibol.

Lo que sí sé es que tiene muchos admiradores en el medio, incluidos quienes la cuestionan

y hacen escarnio de su imagen. Pienso en el pintor Nahum B. Zenil, quien en su rancho de

Tenango del Aire (Estado de México) tiene una sala especial con las numerosas obras que

ha hecho sobre Raquel Tibol. Pienso también en una obra que los integrantes del Taller de

Documentación Visual de la ENAP, encabezados por Antonio Salazar, hicieron en 1990: Raquel

Tibol controlando el universo, espléndida parodia del mural de Diego Rivera en Bellas Artes. Se

necesita admirar mucho a alguien para decir que su poder es universal.

 

Alejada desde marzo de 2000 de la crítica periodística, cuando se retiró de escribir en Proceso,

en su departamento de la colonia Nueva Anzures de la ciudad de México la gran matriarca de

la crítica de arte ha dedicado gran parte de su tiempo a ordenar los textos que ha escrito a lo

largo de seis décadas de vivir en nuestro país, con el fin de publicar nuevos libros. Ha reducido

notablemente sus apariciones públicas, pero sigue atenta a lo que sucede en el mundo del arte y

eventualmente escribe para alguna publicación. Así sucedió en 2012, cuando escribió el texto del

catálogo de la exposición-homenaje a Estrella Carmona en la Galería Eje. Frecuentemente, se

retransmiten sus “cápsulas” de arte en las estaciones del Instituto Mexicano de la Radio. El día

de ayer, 14 de diciembre, Raquel Tibol cumplió 90 años de vida intensamente creativa. Que sean

muchos más.

 

*Fotografía:  “Raquel Tibol controlando el universo” (1990), parodia del mural “El hombre controlador del universo”, de Diego Rivera, realizada por integrantes del Taller de Documentación Visual de la ENAP.

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