Peripatética en el Parque Hundido: entrevista con el filólogo Emilio del Río

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Emilio del Río, el divulgador más popular de la cultura grecolatina, visitó México. En esta charla ponderó el valor de los clásicos para entender nuestra azarosa realidad

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Emilio del Río (Logroño, España, 1963) cruza la esquina de avenida Insurgentes y la calle Porfirio Díaz, justo a un costado del Parque Hundido. A los automovilistas no les importa si se trata de uno de los estudiosos más importantes de la obra de Séneca o el divulgador más popular de la cultura grecolatina en la Radio Nacional de España. Cruzamos a toda prisa, toreando autos y peatones. Esto no lo padecían los romanos, pero e ellos nos unen otras calamidades y preocupaciones, muchas más de las que creemos.

 

Del Río viste toga y sandalias romanas, accesorios histriónicos que le han servido para acercar la historia y herencias clásicas a todo tipo de público. Es, por propia definición, un latín lover. Así, con acento en la “i” para remarcar su distancia de la tradición anglosajona. Los creadores de este vocablo vienen de Londinium; nosotros venimos de la Hispania.

 

En la mano lleva un ejemplar de Locos por los clásicos (Espasa, 2022), obsequio para este reportero, a quien ofrece una clase particular de filología latina, historia y filosofía clásicas.

 

“¿Los clásicos ya nos lo dijeron todo?”, pregunto a Emilio. Su respuesta llegará en el transcurso de la siguiente hora, en la que desglosamos varios de los capítulos de su libro, el más reciente de una trilogía iniciada con Latín Lovers en 2019 y Calamares a la romana en 2020.

 

Para responder a esta pregunta, Emilio del Río recuerda una película de Monty Python, una referencia humorística de la civilización romana, tan aficionada al buen humor: “Hay una escena maravillosa en La vida de Brian, cuando están los líderes del Frente Popular de Judea que dicen que hay que echar a los romanos de sus tierras. Uno se pregunta: ‘¿Qué han hecho por nosotros?’, uno le responde: los acueductos, el regadío, la enseñanza, las carreteras, ¡el vino! Y, aparte de todo eso, la paz”.

 

“Hay tres cosas que no dicen: nos han dejado el Latín, la lengua que hablamos sin darnos cuenta; nos han dejado el derecho, que está en todo el mundo, incluso en países y culturas tan alejadas del mundo latino. Está presente en China, India y Japón; y por último, el humor. Nuestra manera de entender el humor nos viene de la lengua”.

 

Del Río, maestro de retórica del siglo XXI, heredero por decisión y dedicación de Cicerón, Quintiliano, Marco Aurelio y Tucídides sabe que debe adaptar su discurso a cada público, alejado de los dos extremos: la condescendencia y la petulancia. Por eso no rehúye a las referencias pop al momento de guiar esta charla. Cita lo mismo al escritor estadounidense Gore Vidal que a Tucídides cuando se trata de explicar nuestra herencia latina. En Locos por los clásicos hace dialogar a Consuelito Velázquez (Bésame, bésame mucho) con los Poemas de Catulo; El señor de los anillos con La República de Platón y West Side Story con Las metamorfosis de Ovidio.

 

Durante este paseo peripatético, frente a una de las cabezas olmecas que hay en este parque, define la naturaleza de este libro: Docere delectando, es decir “Enseñar entreteniendo”. Y no habla él en esta frase, sino Horacio, aclara la doctora Raquel Barragán, una de sus anfitrionas por parte de la UNAM, y quien nos acompaña en esta charla.

 

“Creo que todo está en los clásicos. Por eso encontramos en ellos muchas de las respuestas a las grandes preguntas que nos hacemos. Desde el punto de vista vital, ¿qué es la felicidad?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿cómo aceptar la muerte?, ¿cuáles son las cosas que en verdad importan? Por un lado, desde el punto de vista social, la democracia, las cosas comunes, la relación con tu Estado, los valores que se le van a exigir a quienes están al frente de la cosa pública. Por otro lado, también nos ayudan a hacernos las preguntas. La buena literatura, al igual que la filosofía, nos ayuda a hacernos las preguntas.

 

—También el periodismo debe hacer la pregunta correcta.

 

—De ahí el valor de lo que dice Ryszard Kapuscinski acerca de Herodoto, a quien define como el primer periodista de la historia.

 

—¿Qué nos enseñan los clásicos para los momentos de crisis? —escucha Emilio del Río, ya instalados el reportero y él en una de las bancas de este parque.

 

—Nos enseñan a tener claros los valores. La radical defensa de la democracia y la libertad. A Cicerón le cortaron la cabeza por defenderlas. No debemos olvidar que la humanidad dejó de votar en la república romana y tardó otros mil 800 años en votar otra vez. ¿Quién nos iba a decir que el símbolo de la democracia moderna, que es el Capitolio de los Estados Unidos (con independencia de quién sea el presidente), lo iban a asaltar unos tipos hace dos años? Luego también los clásicos convivían con la corrupción. Para los romanos la corrupción de los mejores era la peor de las corrupciones.

 

En la obra de los clásicos, explica del Río, está también una de las primeras observaciones occidentales de nuestra condición humana, una necesidad que nos identifica con ellos, aun cuando entre sus historias y las nuestras exista una brecha de miles de años:

 

“Nos pensamos que la Ilíada es una obra que va de batallas, y sí. Pero es mucho más que eso. Es una obra sobre la condición humana. En el momento en que se encuentran el rey de Troya, Príamo, y el gran Aquiles en la tienda, y el rey le pide el cadáver de su hijo. Los dos lloran, se abrazan, no hay ni buenos ni malos. Son mortales. Saben que van a morir. Se reconocen en el dolor. Lo mismo sucede con la Odisea, y eso la leyó muy bien el poeta Constantino Kavafis: lo importante de la vida es el viaje.”

 

Hoy, por suerte, podemos pasearnos por los andadores del Parque Hundido, a unos pasos de su hotel, sin los temores de ese annus horribilis de la pandemia. De hecho, Emilio tuvo en esos días de finales de agosto una agenda llena con actividades en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, la Casa Universitaria del Libro y la Universidad de Guadalajara, como dejó constancia en sus redes sociales, plataformas que serían el deleite del mismo Séneca, de quien ha dicho en otras ocasiones: “Tenía pensamiento tuitero”.

 

Algunos peatones y usuarios del Metrobús confunden la toga romana de Emilio con la indumentaria eclesiástica de la Iglesia católica. Lo saludan con la amabilidad con que un devoto saluda a un cura. Pero este doctor en Filología Clásica comparte otro tipo de discursos. Lo suyo es la obra de Séneca, a quien dedicó su tesis doctoral (reconocida en 1994 con el Premio Nacional de Estudios Clásicos), y de Quintiliano, a quien estudió con sus colegas Tomás Albaladejo y José Antonio Caballero en dos trabajos acerca de su método en la formación retórico del orador político.

 

Uno de los capítulos de Locos por los clásicos se titula “¿Qué puedes hacer tú por tu país?”, una frase que remite a la historia reciente por el discurso de John F. Kennedy al asumir la presidencia de Estados Unidos. Pero Emilio lo aclara todo. No pertenece a Kennedy, sino a Tucídides.

 

“Este capítulo se titula así por la frase que pronuncia Kennedy cuando toma posesión el 20 de enero de 1961. Porque esa idea está en Tucídides. ¿Kennedy ha leído a Tucídides? No lo sabemos. Pero quien le escribía los discursos sí, que era Gore Vidal, que era el logógrafo del presidente, ahora les llaman speech writers y aquí ‘canarios’ de la Presidencia. Esa profesión la tenían los clásicos. Los políticos se deben a los clásicos, pero los ciudadanos también debemos preguntarnos cada mañana qué podemos hacer por nuestro país. Hace 2 mil 500 años, Tucídides apela a los enemigos de la democracia. Fíjate quiénes son: los que difunden noticias falsas (fake news); de los que sólo buscan el aplauso del público (los influencers)”.

 

Los clásicos grecolatinos hablaron de todo, parece ser la respuesta. De la vida pública, pero también de la vida privada, preguntas que también se respondieron estos autores, a quienes el lenguaje hermético de cierto tipo de academia se ha encargado de alejar de los lectores no familiarizados con estas tradiciones.

 

Emilio del Río hace una pausa en nuestro paseo para amarrarse las sandalias cuando casi llegamos a la esquina de Insurgentes, a un costado del acceso a la estación del metrobús Parque Hundido. Sigue con su lección:

 

“Desde el punto de vista de la autoayuda también tienen su valor. Sé que esa es una palabra un poco desprestigiada porque hay mucho charlatán de feria, vendedor de ‘crece pelo’ en la autoayuda. Los clásicos nos ayudan de verdad: Séneca, Epicteto, el gran Marco Aurelio. Sus Meditaciones es una obra que se sigue leyendo generación tras generación. El propio Cicerón se dedicó a la política y los últimos años de su vida se dedicó a escribir sobre las cosas que en verdad importan, como la amistad. Claro, cuando te vas a morir no te acuerdas de las horas de despacho, sino de otras cosas. Nos hemos dado cuenta de eso ahora en el confinamiento. ¿Qué es lo que hemos echado de menos, además de los bares? Estar con los amigos, con las personas que queremos, compartir la mesa.”

 

Seguimos nuestro camino. La doctora Barragán se ríe de las ocurrencias de Emilio del Río. Porque también a eso vinimos. A divertirnos a la usanza romana, que también es la nuestra, como bien sabe la autora de Ovidio y Marcial en la risa de la poesía burlesca del Siglo de Oro (UNAM, 2020). Por supuesto que debemos hablar de la risa, un bien preciado en medio de las calamidades que dejaron estos años de confinamiento. Porque nuestro estilo en el reír también se lo debemos a los romanos:

 

“¿Qué hemos echado más de menos durante la pandemia? No me digas que las bibliotecas. Han sido los bares. Esa pasión por los bares, vivir en las calles, ese sentido del humor extraordinario. Los romanos se reían de todo, empezando por ellos mismos. Cuando me pongo la toga lo hago también para reírme de mí mismo. Es sanísimo. Si nos riéramos de nosotros mismos antes de salir de casa por las mañanas nos iría mucho mejor”.

 

FOTO: Emilio del Río en el Parque Hundido/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL

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